Catequesis mariana: Anuncio de la Maternidad Mesiánica

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1. Tratando de la figura de María en el Antiguo Testamento, el Concilio (cf. Lumen gentium, 55) se refiere al conocido texto de Isaías, que ha atraído de modo particular la atención de los primeros cristianos: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14).

En el contexto del anuncio del ángel, que invita a José a tomar consigo a María su esposa, «porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo», Mateo atribuye un significado cristológico y mariano al oráculo. En efecto, añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir: ‘Dios con nosotros’» (Mt 1, 22-23).

2. Esta profecía, en el texto hebreo, no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel. En efecto, el vocablo usado (almah) significa simplemente una mujer joven, no necesariamente una virgen. Además, es sabido que la tradición judaica no proponía el ideal de la virginidad perpetua, ni había expresado nunca la idea de una maternidad virginal.

Por el contrario, en la traducción griega, el vocablo hebreo se tradujo con el término párthenos, virgen. En este hecho, que podría parecer simplemente una particularidad de la traducción, debemos reconocer una misteriosa orientación dada por el Espíritu Santo a las palabras de Isaías, para preparar la comprensión del nacimiento extraordinario del Mesías. La traducción con el término virgen se explica basándose en el hecho de que el texto de Isaías prepara con gran solemnidad el anuncio de la concepción y lo presenta como un signo divino (cf. Is 7, 10-14), suscitando la espera de una concepción extraordinaria. Ahora bien, que una mujer joven conciba un hijo después de haberse unido al marido no constituye un hecho extraordinario. Por otra parte, el oráculo no alude de ningún modo al marido. Esa formulación sugería, por tanto, la interpretación que después se dio en la versión griega.

3. En el contexto original, el oráculo de Isaías 7, 14 constituía la respuesta divina a una falta de fe del rey Acaz, que, frente a la amenaza de una invasión de los ejércitos de los reyes vecinos, buscaba su salvación y la de su reino en la protección de Asiria. Al aconsejarle que pusiera su confianza sólo en Dios, y renunciara a la temible intervención asiria, el profeta Isaías lo invita en nombre del Señor a un acto de fe en el poder divino: «Pide para ti una señal del Señor tu Dios…». Ante el rechazo del rey, que prefiere buscar la salvación en la ayuda humana, el profeta pronuncia el célebre oráculo: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 13-14).

El anuncio del signo del Emmanuel, Dios con nosotros, implica la promesa de la presencia divina en la historia que encontrará su pleno significado en el misterio de la encarnación del Verbo.

4. En el anuncio del nacimiento prodigioso del Emmanuel, la indicación de la mujer que concibe y da a luz muestra cierta intención de unir la madre al destino del hijo ―un príncipe destinado a establecer un reino ideal, el reino mesiánico―, y permite vislumbrar un designio divino particular, que destaca el papel de la mujer.

En efecto, el signo no es sólo el niño, sino también la concepción extraordinaria, revelada después en el parto, acontecimiento pleno de esperanza que subraya el papel central de la madre.

Además, el oráculo del Emmanuel se ha de entender en la perspectiva que abrió la promesa hecha a David, promesa que se lee en el segundo libro de Samuel. Aquí el profeta Natán promete al rey el favor divino para su descendiente: «Él constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2 S 7, 13-14).

Ante la estirpe davídica, Dios quiere desempeñar una función paternal, que manifestará su significado pleno y auténtico en el Nuevo Testamento, con la encarnación del Hijo de Dios en la familia de David (cf. Rm 1, 3).

5. El mismo profeta Isaías, en otro texto muy conocido, reafirma el carácter excepcional del nacimiento del Emmanuel. Estas son sus palabras: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y es su nombre «Maravilla de consejero», «Dios fuerte», «Padre perpetuo» «Príncipe de paz»» (Is 9, 5). Así, en la serie de nombres dados al niño, el profeta expresa las cualidades de su misión real: sabiduría, fuerza, benevolencia paterna y acción pacificadora.

Aquí ya no se nombra a la madre, pero la exaltación del hijo, que da al pueblo todo lo que puede esperarse en el reino mesiánico, la comparte también la mujer que lo ha concebido y dado a luz.

6. Del mismo modo, un famoso oráculo de Miqueas alude al nacimiento del Emmanuel. Dice el profeta: «Mas tú Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz…» (Mi 5 1-2). En estas palabras resuena la espera de un parto rebosante de esperanza mesiánica, en el que se resalta, una vez más el papel de la madre, recordada y exaltada explícitamente por el admirable acontecimiento que trae gozo y salvación.

7. El favor que Dios concedió a los humildes y a los pobres (cf. Lumen gentium, 55) preparó de un modo más general la maternidad virginal de María.

Los pobres poniendo toda su confianza en el Señor, anticipan con su actitud el significado profundo de la virginidad de María, que, renunciando a la riqueza de la maternidad humana, esperó de Dios toda la fecundidad de su propia vida.

Así pues, el Antiguo Testamento no contiene un anuncio formal de la maternidad virginal, que se reveló plenamente sólo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el oráculo de Isaías (Is 7, 14) prepara la revelación de este misterio, y, en este sentido se precisó en la traducción griega del Antiguo Testamento. El evangelio de Mateo, citando el oráculo traducido de este modo, proclama su perfecto cumplimiento mediante la concepción de Jesús en el seno virginal de María.

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Santo Padre Juan Pablo II

Audiencia General del miércoles 31 de enero de 1996

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Catequesis marianas del Santo Padre Juan Pablo II

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