Marcos 13, 33-37. Primer domingo del Tiempo de Adviento. Comienzo del Año Litúrgico: ciclo B. ¡El horizonte de la esperanza! El tiempo de Adviento que hoy nuevamente comenzamos nos devuelve el horizonte de la esperanza: una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios; una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel! ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tengan cuidado y estén prevenidos porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: «¡Estén prevenidos!»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7
Salmo: Sal 80(79), 2ac.3b.15-16.18-19
Segunda lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios, 1 Cor 1, 3-9
Oración introductoria
Señor, gracias por este tiempo del Adviento que me ayuda a prepararme espiritual y apostólicamente al gran acontecimiento de la Navidad. Permite que esta meditación me descubra los medios de perseverancia en lo que tengo que poner más atención.
Petición
¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven que te esperamos! ¡Ven pronto Señor!
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas»» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
Santo Padre Francisco
Ángelus del I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia empieza hoy un nuevo Año litúrgico […]. El primer tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden a la Navidad del Señor, esto es, el misterio de la Encarnación. La palabra «adviento» significa «llegada» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Cristo. La primera es precisamente la Encarnación; la segunda el retorno glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes —y no se nos es dado saber cuánto—, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ya ha realizado esa transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del fin, es necesario que el Evangelio se proclame a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cf. 13, 10). La venida del Señor continúa; el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la Esposa prometida del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya comienza su retorno glorioso.
A esto nos llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar preparados para la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a los discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y la inquietudes de la vida… Estad despiertos en todo tiempo, rogando» (Lc 21, 34.36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a «crecer y rebosar en el amor» entre nosotros y hacia todos, para que se afiancen nuestros corazones y sean irreprensibles en la santidad (cf. 1 Ts 3, 12-13). En medio de las agitaciones del mundo, o los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación y la testimonian con un modo distinto de vivir, como una ciudad situada encima de un monte. «En aquellos días —anuncia el profeta Jeremías— Jerusalén vivirá tranquila y será llamada «El Señor es nuestra justicia»» (33, 16). La comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que está ya presente y operante en la historia, pero que aún no se ha realizado plenamente y, por ello, siempre hay que esperarla, invocarla, buscarla con paciencia y valor.
La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del I Domingo de Adviento, 2 de diciembre de 2012
Propósito
¡Ojalá que le abramos la puerta y le dejemos entrar a nuestra casa esta Navidad! Tenemos cuatro semanas de Adviento para preparar nuestra alma.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, al iniciar la andadura de un nuevo Año Litúrgico me pongo alerta sobre la necesidad de vivir siempre en vela, esperando que vengas en cualquier momento. Aquí me tienes, dispuesto a recibirte hoy en la comunión, preparándome para tu venida en Navidad, orientando toda mi vida para el encuentro definitivo contigo en el umbral de la eternidad. Tú, mi amigo, serás mi juez.
* * *
Evangelio en Evangelio del día