Evangelio del día: Fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa

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Mateo 10, 28-33. Fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), patrona de Europa.

«La religión no es algo para vivir en un rincón tranquilo y durante unas horas de fiesta, sino que debe ser la raíz y fundamento de toda la vida. Y esto, no sólo para algunos escogidos, sino para todo cristiano que lo sea de verdad».

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

*  *  *

Dijo Jesús a sus discípulos: «No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Eclesiástico, Eclo 51, 1-8

Salmo: Sal 31(30), 3-6.16-17

Oración introductoria

Déjame Señor,

Seguir ciegamente tus senderos

No quiero buscar comprender tus caminos;

Soy tu hija,

Tú eres el Padre de la sabiduría

Y eres también mi Padre,

Y me guías en la noche;

Llévame a ti.

Señor, que se haga tu voluntad:

Estoy lista!

También si en este mundo

No apagas ninguno de mis deseos,

Tú eres el Señor del tiempo,

El momento te pertenece,

Tu eterno presente quiero hacerlo mió,

Realiza en mi

Lo que en tu Sabiduría prevees:

Si me llamas al ofrecimiento en el silencio,

Ayúdame a responder,

Haz que cierre los ojos

A todo lo que soy,

Para que, muerta a mi misma,

No viva sino para ti.

Oración de abandono

Santa Teresa Benedicta de la Cruz

Petición

Dios mío, concédeme «despertar» a la Verdad como santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en la liturgia recordamos a santa Clara de Asís, fundadora de las clarisas, luminosa figura de la cual hablaré en una de las próximas catequesis. Pero esta semana —como ya anticipé en el Ángelus del domingo pasado— recordamos también a algunos santos mártires de los primeros siglos de la Iglesia, como san Lorenzo, diácono; san Ponciano, Papa; y san Hipólito, sacerdote; y a santos mártires de un tiempo más cercano a nosotros, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, patrona de Europa; y san Maximiliano María Kolbe. Quiero ahora detenerme brevemente a hablar sobre el martirio, forma de amor total a Dios.

¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue —nos dice— no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).

Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2 Co12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, como dije el miércoles pasado, probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo. Por intercesión de los santos y de los mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como él nos ha amado a cada uno de nosotros.

Santo Padre Benedicto XVI

El martirio

Audiencia General del miércoles, 11 de agosto de 2010

Meditación de san Juan Pablo II

 1. «En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Ga 6, 14).

Las palabras de san Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar, reflejan bien la experiencia humana y espiritual de Teresa Benedicta de la Cruz, a quien hoy inscribimos solemnemente en el catálogo de los santos. También ella puede repetir con el Apóstol: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».

¡La cruz de Cristo! En su constante florecimiento, el árbol de la cruz da siempre nuevos frutos de salvación. Por eso, los creyentes contemplan con confianza la cruz, encontrando en su misterio de amor valentía y vigor para caminar con fidelidad tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado. Así, el mensaje de la cruz ha entrado en el corazón de tantos hombres y mujeres, transformando su existencia.

Un ejemplo elocuente de esta extraordinaria renovación interior es la experiencia espiritual de Edith Stein. Una joven en búsqueda de la verdad, gracias al trabajo silencioso de la gracia divina, llegó a ser santa y mártir: es Teresa Benedicta de la Cruz, que hoy, desde el cielo, nos repite a todos las palabras que marcaron su existencia: «En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!».

2. El día 1 de mayo de 1987, durante mi visita pastoral a Alemania, tuve la alegría de proclamar beata, en la ciudad de Colonia, a esta generosa testigo de la fe. Hoy, a once años de distancia, aquí en Roma, en la plaza de San Pedro, puedo presentar solemnemente como santa ante todo el mundo a esta eminente hija de Israel e hija fiel de la Iglesia.

Como entonces, también hoy nos inclinamos ante el recuerdo de Edith Stein, proclamando el inquebrantable testimonio que dio durante su vida y, sobre todo, con su muerte. Junto a Teresa de Ávila y a Teresa de Lisieux, esta otra Teresa se añade a la legión de santos y santas que honran la orden carmelitana.

Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido para esta solemne celebración, demos gracias a Dios por la obra que realizó en Edith Stein.

3. Saludo a los numerosos peregrinos que han venido a Roma y, de modo particular, a los miembros de lafamilia Stein, que han querido estar con nosotros en esta feliz circunstancia. Un saludo cordial va también a la representación de la comunidad carmelitana, que se convirtió en la «segunda familia» para Teresa Benedicta de la Cruz.

Doy mi bienvenida, asimismo, a la delegación oficial de la República federal de Alemania, encabezada por el canciller federal saliente Helmut Kohl, a quien saludo con cordialidad y deferencia. Saludo, igualmente, a los representantes de los estados del norte del Rin Westfalia y Renania-Palatinado, así como al alcalde de la ciudad de Colonia.

También de mi patria ha venido una delegación oficial guiada por el primer ministro Jerzy Buzek, a la que saludo cordialmente.

Quiero reservar una mención especial a los peregrinos de las diócesis de Wrocław, Colonia, Münster, Espira, Cracovia y Bielsko-Żywiec, aquí presentes junto con sus cardenales, obispos y sacerdotes. Se unen a la gran multitud de fieles que han venido de Alemania, de Estados Unidos y de mi patria, Polonia.

4. Queridos hermanos y hermanas, Edith Stein, por ser judía, fue deportada junto con su hermana Rosa y muchos otros judíos de los Países Bajos al campo de concentración de Auschwitz, donde murió con ellos en la cámara de gas. Hoy los recordamos a todos con profundo respeto. Pocos días antes de su deportación, la religiosa, a quienes se ofrecían para salvarle la vida, les respondió: «¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida».

Al celebrar de ahora en adelante la memoria de la nueva santa, no podremos menos de recordar, año tras año, la shoah, ese plan cruel de eliminación de un pueblo, que costó la vida a millones de hermanos y hermanas judíos. El Señor ilumine su rostro sobre ellos y les conceda la paz (cf. Nm 6, 25 ss).

Por amor a Dios y al hombre, una vez más elevo mi apremiante llamamiento: ¡Que nunca más se repita una análoga iniciativa criminal para ningún grupo étnico, ningún pueblo, ninguna raza, en ningún rincón de la tierra! Es una llamada que dirijo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; a todos los que creen en el Dios eterno y justo; a todos los que se sienten unidos a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Todos debemos ser solidarios en esto: está en juego la dignidad humana. Existe una sola familia humana. Es lo que la nueva santa reafirmó con gran insistencia: «Nuestro amor al prójimo .escribió. es la medida de nuestro amor a Dios. Para los cristianos, y no sólo para ellos, nadie es .extranjero.. El amor de Cristo no conoce fronteras».

5. Queridos hermanos y hermanas, el amor a Cristo fue el fuego que encendió la vida de Teresa Benedicta de la Cruz. Mucho antes de darse cuenta, fue completamente conquistada por él. Al comienzo, su ideal fue la libertad. Durante mucho tiempo Edith Stein vivió la experiencia de la búsqueda. Su mente no se cansó de investigar, ni su corazón de esperar. Recorrió el camino arduo de la filosofía con ardor apasionado y, al final, fue premiada: conquistó la verdad; más bien, la Verdad la conquistó. En efecto, descubrió que la verdad tenía un nombre: Jesucristo, y desde ese momento el Verbo encarnado fue todo para ella. Al contemplar, como carmelita, ese período de su vida, escribió a una benedictina: «Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente, busca a Dios».

Edith Stein, aunque fue educada por su madre en la religión judía, a los catorce años «se alejó, de modo consciente y explícito, de la oración». Quería contar sólo con sus propias fuerzas, preocupada por afirmar su libertad en las opciones de la vida. Al final de un largo camino, pudo llegar a una constatación sorprendente:sólo el que se une al amor de Cristo llega a ser verdaderamente libre.

La experiencia de esta mujer, que afrontó los desafíos de un siglo atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros: el mundo moderno muestra la puerta atractiva del permisivismo, ignorando la puerta estrecha del discernimiento y de la renuncia. Me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes cristianos, en particular a los numerosos monaguillos que han venido durante estos días a Roma: Evitad concebir vuestra vida como una puerta abierta a todas las opciones. Escuchad la voz de vuestro corazón. No os quedéis en la superficie; id al fondo de las cosas. Y cuando llegue el momento, tened la valentía de decidiros. El Señor espera que pongáis vuestra libertad en sus manos misericordiosas.

6. Santa Teresa Benedicta de la Cruz llegó a comprender que el amor de Cristo y la libertad del hombre se entrecruzan, porque el amor y la verdad tienen una relación intrínseca. La búsqueda de la libertad y su traducción al amor no le parecieron opuestas; al contrario, comprendió que guardaban una relación directa.

En nuestro tiempo, la verdad se confunde a menudo con la opinión de la mayoría. Además, está difundida la convicción de que hay que servir a la verdad incluso contra el amor, o viceversa. Pero la verdad y el amor se necesitan recíprocamente. Sor Teresa Benedicta es testigo de ello. La «mártir por amor», que dio la vida por sus amigos, no permitió que nadie la superara en el amor. Al mismo tiempo, buscó con todo empeño la verdad, sobre la que escribió: «Ninguna obra espiritual viene al mundo sin grandes tribulaciones. Desafía siempre a todo el hombre».

Santa Teresa Benedicta de la Cruz nos dice a todos: No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada que carezca de verdad. El uno sin la otra se convierte en una mentira destructora.

7. La nueva santa nos enseña, por último, que el amor a Cristo pasa por el dolor. El que ama de verdad no se detiene ante la perspectiva del sufrimiento: acepta la comunión en el dolor con la persona amada.

Edith Stein, consciente de lo que implicaba su origen judío, dijo al respecto palabras elocuentes: «Bajo la cruz he comprendido el destino del pueblo de Dios. (…) En efecto, hoy conozco mucho mejor lo que significa ser la esposa del Señor con el signo de la cruz. Pero, puesto que es un misterio, no se comprenderá jamás con la sola razón».

El misterio de la cruz envolvió poco a poco toda su vida, hasta impulsarla a la entrega suprema. Como esposa en la cruz, sor Teresa Benedicta no sólo escribió páginas profundas sobre la «ciencia de la cruz»; también recorrió hasta el fin el camino de la escuela de la cruz. Muchos de nuestros contemporáneos quisieran silenciar la cruz,pero nada es más elocuente que la cruz silenciada. El verdadero mensaje del dolor es una lección de amor. El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al amor.

Por la experiencia de la cruz, Edith Stein pudo abrirse camino hacia un nuevo encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Padre de nuestro Señor Jesucristo. La fe y la cruz fueron inseparables para ella. Al haberse formado en la escuela de la cruz, descubrió las raíces a las que estaba unido el árbol de su propia vida. Comprendió que era muy importante para ella «ser hija del pueblo elegido y pertenecer a Cristo, no sólo espiritualmente, sino también por un vínculo de sangre».

8. «Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y verdad » (Jn 4, 24).

Amadísimos hermanos y hermanas, estas palabras las dirigió el divino Maestro a la samaritana junto al pozo de Jacob. Lo que donó a su ocasional pero atenta interlocutora lo encontramos presente también en la vida de Edith Stein, en su «subida al monte Carmelo». Ella percibió la profundidad del misterio divino en el silencio de la contemplación. A medida que, a lo largo de su existencia, iba madurando en el conocimiento de Dios, adorándolo en espíritu y verdad, experimentaba cada vez más claramente su vocación específica a subir a la cruz con Cristo, a abrazarla con serenidad y confianza, y a amarla siguiendo las huellas de su querido Esposo: hoy se nos presenta a santa Teresa Benedicta de la Cruz como modelo en el que tenemos que inspirarnos y como protectora a la que podemos recurrir.

Demos gracias a Dios por este don. Que la nueva santa sea para nosotros un ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad y en nuestra búsqueda de la verdad. Que su testimonio sirva para hacer cada vez más sólido el puente de la comprensión recíproca entre los judíos y los cristianos.

¡Tú, santa Teresa Benedicta de la Cruz, ruega por nosotros! Amén.

San Juan Pablo II

Misa de canonización de la beata Teresa Benedicta de la Cruz

Homilía del Domingo, 11 de octubre de 1998

Propósito

Buscar la verdad, porque… «Quien busca la verdad, sea o no conciente de ello busca a Dios» (santa Teresa Benedicta de la Cruz).

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, quiero entregarme a Ti por puro amor para que así ya solamente seas Tú quien vive en mí, y no yo, porque como expresa santa Teresa Benedicta de la Cruz: «Nuestro mayor misterio es el de nuestra libertad personal. Tanto, que incluso Dios se retrae ante ella. Él solo quiere la soberanía sobre los seres creados cuando la propia entrega es un regalo plenamente libre hecho por amor»

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Santa Teresa Benedicta de la Cruz: vida y pensamientos

Catequesis de san Juan Pablo II

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