Lucas 5, 17-26. Lunes de la Segunda Semana del Tiempo de Adviento. Cristo vence las parálisis de la humanidad con el poder de la misericordia divina que perdona y cancela todo pecado cuando encuentra una fe auténtica.
Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presente algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar. Llegaron entonces unas personas transportando a una paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús. Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados». Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?». Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados están perdonados», o «Levántate y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa». Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 35, 1-10
Salmo: Sal 85(84), 9-14
Oración introductoria
Señor, qué gran fe tenían esos hombres del Evangelio que supieron encontrar los medios para tener un encuentro contigo. ¡Dame una fe así de grande! Ilumina, guía mi oración para que sea el medio para creer, esperar y crecer en el amor.
Petición
Jesucristo, acrecienta mi fe en Ti para que no haya obstáculo que me impida crecer en el amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura, el profeta Isaías (cf. 35, 1-10) ha despertado en nuestro corazón la espera del retorno glorioso del Señor. El aliento «a los extraviados de corazón» lo sentimos dirigido a quienes en vuestra amada tierra egipcia experimentan inseguridad y violencia, algunas veces con motivo de la fe cristiana. «¡Ánimo: no temáis!»: he aquí las consoladoras palabras que encuentran confirmación en la fraterna solidaridad. Doy gracias a Dios por este encuentro que me da ocasión para reforzar vuestra y nuestra esperanza, porque es la misma: «…la tierra quemada …y el suelo sediento —en efecto— se convertirá en manantial» y se abrirá finalmente la «vía sacra», el camino de la alegría y de la felicidad, «y huirán la pena y la aflicción». Ésta es nuestra esperanza, la esperanza común de nuestras dos Iglesias.
El Evangelio (cf. Lc 5, 17-26) nos presenta a Cristo que vence las parálisis de la humanidad. Describe el poder de la misericordia divina que perdona y cancela todo pecado cuando encuentra una fe auténtica. Las parálisis de las conciencias son contagiosas. Con la complicidad de las pobrezas de la historia, y de nuestro pecado, pueden extenderse y entrar en las estructuras sociales y en las comunidades, hasta asediar a pueblos enteros. Pero el mandato de Cristo puede dar un vuelco a la situación: «¡Levántate, camina!». Oremos con confianza para que en Tierra Santa y en todo el Oriente Medio la paz pueda volver a levantarse siempre de las treguas demasiado reiteradas y algunas veces dramáticas. Que se detengan para siempre, en cambio, la enemistad y las divisiones. Que se retomen con rapidez los acuerdos de paz a menudo paralizados por intereses opuestos y oscuros. Que se den finalmente garantías reales de libertad religiosa a todos, junto con el derecho para los cristianos de vivir con serenidad allí donde han nacido, en la patria que aman como ciudadanos desde hace dos mil años, para contribuir como siempre al bien de todos. Que el Señor Jesús, que experimentó el exilio con la Sagrada Familia y fue acogido en vuestra tierra generosa, vele por los egipcios que por los caminos del mundo buscan dignidad y seguridad. Y sigamos siempre adelante, buscando al Señor, buscando nuevos caminos, nuevas sendas para acercarnos al Señor. Y si fuese necesario abrir un agujero en el techo para acercarnos todos al Señor, que nuestra imaginación creativa de la caridad nos conduzca a esto: a encontrar y abrir caminos de encuentro, sendas de fraternidad, sendas de paz.
Por nuestra parte deseamos «glorificar a Dios», sustituyendo el temor por el asombro: incluso hoy podemos ver «cosas prodigiosas». El prodigio de la Encarnación del Verbo y, por ello, de la absoluta cercanía de Dios a la humanidad, en el que siempre nos sitúa el misterio del Adviento. Que vuestro gran padre Atanasio, ubicado tan cerca de la Cátedra de Pedro en la basílica vaticana, interceda por nosotros, con san Marcos y san Pedro, y sobre todo con la Inmaculada y toda santa Madre de Dios, nos alcancen del Señor la alegría del Evangelio, donada en abundancia a los discípulos y a los testigos. Así sea.
Santo Padre Francisco
Homilía del lunes, 9 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
¿No dijo Cristo primeramente al paralítico: «Tus pecados están perdonados» y luego, «ponte en pie»? […] Los cristianos están marcados por el espíritu y las costumbres de su época y de su ambiente. Por la gracia del bautismo, están invitados a renunciar a las tendencias nocivas dominantes e ir contracorriente. Esto exige un compromiso decidido para «una conversión continua hacia el Padre, fuente de toda verdadera vida, el único capaz de liberarnos del mal, de toda tentación y mantenernos en su Espíritu, en un mismo combate contra las fuerzas del mal». La conversión sólo es posible apoyándose en convicciones de fe consolidadas por una catequesis auténtica. Conviene pues «mantener una relación viva entre el catecismo aprendido de memoria y el catecismo vivido, para llegar a una conversión de vida profunda y permanente». La conversión se vive de manera especial en el Sacramento de la Reconciliación, al que se prestará una atención particular para que sea una verdadera «escuela del corazón».
Santo Padre Benedicto XVI
Exhortación apostólica post sinodal Africae munus, n. 31 y 32
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
«CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS»
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ponerme al lado de los que sufren, pidiendo a Dios que pueda ser un testigo de su bondad.
Diálogo con Cristo
Señor, gracias por mostrarme en esta oración el tipo de fe que puede transformar mi vida. Una fe humilde que reconozca mi fragilidad y te busque. Una fe fuerte que me mantenga siempre unido a Ti. Una fe operante que me lleve a buscar los medios para purificar mis actitudes, como sería una buena confesión.
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