Evangelio del día: Ustedes son la luz del mundo

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Mateo 5, 13-16. Martes de la 10.ª semana del Tiempo Ordinario. La luz del Señor es una luz humilde, mansa, tranquila… es una luz de paz.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, 2 Cor 1, 18-22

Salmo: Sal 119(118)

Oración introductoria

¡Oh Dios mío, Padre Todopoderoso! Nuestra felicidad está en buscar el Reino de los Cielos. Ayúdame a irradiar esta felicidad a los demás.

Petición

Señor, concédeme tu gracia indispensable para ser luz que ilumine la obra que Dios ha hecho en mí.

Meditación del Santo Padre Francisco

La humildad, la mansedumbre, el amor, la experiencia de la cruz, son los medios a través de los cuales el Señor derrota el mal. Y la luz que Jesús ha traído al mundo vence la ceguera del hombre, a menudo deslumbrado por la falsa luz del mundo, más potente, pero engañosa. Nos corresponde a nosotros discernir qué luz viene de Dios. Es éste el sentido de la reflexión propuesta por el Papa Francisco durante la misa del martes 3 de septiembre.

Comentando la primera lectura, el Santo Padre se detuvo en la «hermosa palabra» que san Pablo dirige a los Tesalonicenses: «Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas… sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5,1- 6, 9-11).

Está claro —explicó el Papa— lo que quiere decir el apóstol: «la identidad cristiana es identidad de la luz, no de las tinieblas». Y Jesús trajo esta luz al mundo. «San Juan —precisó el Santo Padre—, en el primer capítulo de su Evangelio, nos dice que «la luz vino al mundo», Él, Jesús». Una luz que «no ha sido bien querida por el mundo», pero que sin embargo «nos salva de las tinieblas, de las tinieblas del pecado». Hoy —continuó el Pontífice— se piensa que es posible obtener esta luz que rasga las tinieblas a través de tantos hallazgos científicos y otras invenciones del hombre, gracias a los cuales «se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo». Pero «la luz de Jesús —advirtió— es otra cosa. No es una luz de ignorancia, ¡no, no! Es una luz de sabiduría, de prudencia; pero es otra cosa. La luz que nos ofrece el mundo es una luz artificial. Tal vez fuerte, más fuerte que la de Jesús, ¿eh? Fuerte como un fuego artificial, como un flash de fotografía. En cambio la luz de Jesús es una luz mansa, es una luz tranquila, es una luz de paz. Es como la luz de la noche de Navidad: sin pretensiones. Es así: se ofrece y da paz. La luz de Jesús no da espectáculo; es una luz que llega al corazón. Es verdad que el diablo, y esto lo dice san Pablo, muchas veces viene disfrazado de ángel de luz. Le gusta imitar la luz de Jesús. Se hace bueno y nos habla así, tranquilamente, como habló a Jesús tras el ayuno en el desierto: «si tú eres el hijo de Dios haz este milagro, arrójate del templo», ¡hace espectáculo! Y lo dice de manera tranquila» y por ello engañosa.

Por ello el Papa Francisco recomendó «pedir mucho al Señor la sabiduría del discernimiento para reconocer cuándo es Jesús quien nos da la luz y cuándo es precisamente el demonio disfrazado de ángel de luz. ¡Cuántos creen vivir en la luz, pero están en las tinieblas y no se dan cuenta!».

¿Pero cómo es la luz que nos ofrece Jesús? «Podemos reconocerla —explicó el Santo Padre— porque es una luz humilde. No es una luz que se impone, es humilde. Es una luz apacible, con la fuerza de la mansedumbre; es una luz que habla al corazón y es también una luz que ofrece la cruz. Si nosotros, en nuestra luz interior, somos hombres mansos, oímos la voz de Jesús en el corazón y contemplamos sin miedo la cruz en la luz de Jesús». Pero si, al contrario, nos dejamos deslumbrar por una luz que nos hace sentir seguros, orgullosos y nos lleva a mirar a los demás desde arriba, a desdeñarles con soberbia, ciertamente no nos hallamos en presencia de la «luz de Jesús». Es en cambio «luz del diablo disfrazado de Jesús —dijo el obispo de Roma—, de ángel de luz. Debemos distinguir siempre: donde está Jesús hay siempre humildad, mansedumbre, amor y cruz. Jamás encontraremos, en efecto, a Jesús sin humildad, sin mansedumbre, sin amor y sin cruz». Él hizo el primero este camino de luz. Debemos ir tras Él sin miedo, porque «Jesús tiene la fuerza y la autoridad para darnos esta luz». Una fuerza descrita en el pasaje del Evangelio de la liturgia del día, en el que Lucas narra el episodio de la expulsión, en Cafarnaún, del demonio del hombre poseído (cf. Lc 4, 16-30). «La gente —subrayó el Papa comentando el texto— era presa del temor y, dice el Evangelio, se preguntaba: «¿qué clase de palabra es ésta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Jesús no necesita un ejército para expulsar los demonios, no necesita soberbia, no necesita fuerza, orgullo». ¿Cuál es ésta palabra que «da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen?», se preguntó el Pontífice. «Es una palabra —respondió— humilde, mansa, con mucho amor». Es una palabra que nos acompaña en los momentos de sufrimiento, que nos acercan a la cruz de Jesús. «Pidamos al Señor —fue la exhortación conclusiva del Papa Francisco— que nos dé hoy la gracia de su luz y nos enseñe a distinguir cuándo la luz es su luz y cuándo es una luz artificial hecha por el enemigo para engañarnos».

Santo Padre Francisco: Una luz humilde y llena de amor

Homilía del martes, 3 de septiembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. Vida moral y testimonio misionero

2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).

2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).

2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser el primero en disculparme y poner una sonrisa tras una discusión.

Diálogo con Cristo

Señor, me llamas a ser sal y luz para los demás; a ser reflejo de tu amor y misericordia. Ayúdame, Señor, a ser dócil al Espíritu Santo, para que sea el sagrado Paráclito quien muestre al testigo auténtico de tu amor.

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