Mateo 5, 38-42. Lunes de la 11.ª semana del Tiempo Ordinario. El cristiano lo tiene todo: tiene la Salvación de Cristo; por eso debe ser magnánimo, generoso, manso…
Ustedes han oído que se dijo: «Ojo por ojo y diente por diente». Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, 2 Cor 6, 1-10
Salmo: Sal 98(97)
Oración introductoria
Señor, gracias por mostrarme tan claramente las actitudes que deben regular mis relaciones con los demás y, sobre todo, gracias por este nuevo día y por este momento de oración, oportunidad para crecer en mi amor y amistad contigo.
Petición
Señor, limpia mi corazón y pon un nuevo espíritu de bondad, semejante al tuyo.
Meditación del Santo Padre Francisco
«La nada es semilla de guerra, siempre; porque es semilla de egoísmo. El todo, lo grande, es Jesús». Sobre la correcta comprensión de este binomio se basa la mansedumbre y la magnanimidad que caracteriza al cristiano. Así lo aclaró el Papa Francisco el 17 de junio. Comentando las lecturas del día —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (6, 1-10) y del Evangelio de Mateo (5, 38-42)— el Pontífice se centró en el significado de «un clásico» de las enseñanzas evangélicas, es decir, el sentido de lo que Jesús dice respecto de la bofetada recibida en la mejilla, cosa a la que el cristiano responde ofreciendo la otra mejilla. Algo —dijo el Papa— que va contra la lógica del mundo, según la cual a una ofensa se responde con una reacción igual y contraria. En cambio la ley de Jesús, su justicia, «es otra justicia, totalmente distinta a la del «ojo por ojo, diente por diente»».
El Santo Padre se refirió luego a la frase con la que Pablo concluye la página del pasaje leído durante la liturgia. Porque —explicó— «nos dice una palabra que tal vez nos ayudará a comprender el significado de la bofetada en la mejilla y otras cosas. Acaba, en efecto, diciendo esto: «Como gente que no tiene nada, y sin embargo, lo poseemos todo»». «Creo que es ésta —precisó— la clave de interpretación de esta palabra de Jesús, la clave para interpretar bien la justicia que Jesús nos pide, una justicia superior a la de los escribas y fariseos». ¿Cómo se resuelve la tensión entre la nada y el todo? El todo constituye la seguridad cristiana: «Nosotros estamos seguros de que lo poseemos todo, todo —insistió— con la salvación de Jesucristo. Y Pablo estaba convencido de ello hasta el punto de decir: Para mí lo que importa es Jesucristo, lo demás no interesa. En cambio para el espíritu del mundo el todo son las cosas: las riquezas, la vanidad, la importancia», y, al contrario, «la nada es Jesús».
Ello —prosiguió el Santo Padre— se expresa en el hecho de que si a un cristiano se le pide diez, «él debe dar cien», porque «para Él el todo es Jesucristo». Este es «el secreto de la magnanimidad cristiana, que va siempre con la mansedumbre. El cristiano es una persona que ensancha su corazón con esta magnanimidad. Tiene el todo, que es Jesucristo; las demás cosas son la nada. Son buenas, sirven, pero en el momento de la confrontación elige el todo» que es Jesús.
Seguir a Jesús —previno el Pontífice— «no es fácil, pero tampoco es difícil, porque en el camino del amor el Señor hace las cosas de modo tal que nosotros podemos seguir adelante. Y el Señor mismo nos ensancha el corazón». Cuando, en cambio, se tiende a seguir la nada, entonces «surgen los enfrentamientos en las familias, con los amigos, en la sociedad. También los enfrentamientos que terminan en la guerra», porque «la nada es semilla de guerra, siempre; porque es semilla de egoísmo», mientras que «el todo, lo grande, es Jesús». Que el Señor «ensanche nuestro corazón y nos haga humildes, mansos y magnánimos —rogó—, porque nosotros lo tenemos todo en Él».
Santo Padre Francisco: La nada y el todo
Homilía del lunes, 17 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
1886 La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones “materiales e instintivas” del ser del hombre “a las interiores y espirituales”(CA 36):
«La sociedad humana […] tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo» (PT 36).
1887 La inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que “hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941).
1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cfLG 36).
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava” (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc 17, 33)
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Por amor a Dios, ser misericordioso y perdonar, a la primera, cualquier ofensa que reciba.
Diálogo con Cristo
Jesucristo, dame la gracia para que el Reino de los cielos sea una realidad en mi vida al saber responder la agresión con la comprensión, que la preocupación por asegurar el bien económico no me lleve a la mezquindad y, sobre todo, que me convierta en un infatigable discípulo y misionero de tu amor, porque el mundo te necesita y yo debo llevarte al mundo.
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