Evangelio del día: Los apóstoles, mensajeros de Cristo

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Lucas 5, 1-11. Jueves de la 22.ª semana del Tiempo Ordinario. Los cristianos no somos anunciadores de una idea, sino testigos de una persona: Nuestro Señor Jesucristo.

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Sagrada Escritura del portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 3, 18-23

Salmo: Sal 22(23), 1-6

Oración introductoria

Jesús, gracias porque hoy tengo la oportunidad de suplicarte que entres a la barca de mi vida. Por intercesión de tu Madre santísima, quiero apartarme de mis preocupaciones y de todo lo que me distraiga o impida escucharte en esta oración.

Petición

Concédeme desprenderme de todo aquello que me ata al puerto de mi egoísmo.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La carta a los Efesios nos presenta a la Iglesia como un edificio construido «sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo» (Ef 2, 20). En el Apocalipsis, el papel de los Apóstoles, y más específicamente de los Doce, se aclara en la perspectiva escatológica de la Jerusalén celestial, presentada como una ciudad cuyas murallas «se asientan sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero» (Ap 21, 14). Los Evangelios concuerdan al referir que la llamada de los Apóstoles marcó los primeros pasos del ministerio de Jesús, después del bautismo recibido del Bautista en las aguas del Jordán.

Según el relato de san Marcos (cf. Mc 1, 16-20) y san Mateo (cf. Mt 4, 18-22), el escenario de la llamada de los primeros Apóstoles es el lago de Galilea. Jesús acaba de comenzar la predicación del reino de Dios, cuando su mirada se fija en dos pares de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan. Son pescadores, dedicados a su trabajo diario. Echan las redes, las arreglan. Pero los espera otra pesca. Jesús los llama con decisión y ellos lo siguen con prontitud: de ahora en adelante serán «pescadores de hombres» (Mc 1, 17; Mt 4, 19).

San Lucas, aunque sigue la misma tradición, tiene un relato más elaborado (cf. Lc 5, 1-11). Muestra el camino de fe de los primeros discípulos, precisando que la invitación al seguimiento les llega después de haber escuchado la primera predicación de Jesús y de haber asistido a los primeros signos prodigiosos realizados por él. En particular, la pesca milagrosa constituye el contexto inmediato y brinda el símbolo de la misión de pescadores de hombres, encomendada a ellos. El destino de estos «llamados», de ahora en adelante, estará íntimamente unido al de Jesús. El apóstol es un enviado, pero, ante todo, es un «experto» de Jesús.

El evangelista san Juan pone de relieve precisamente este aspecto desde el primer encuentro de Jesús con sus futuros Apóstoles. Aquí el escenario es diverso. El encuentro tiene lugar en las riberas del Jordán. La presencia de los futuros discípulos, que como Jesús habían venido de Galilea para vivir la experiencia del bautismo administrado por Juan, arroja luz sobre su mundo espiritual.

Eran hombres que esperaban el reino de Dios, deseosos de conocer al Mesías, cuya venida se anunciaba como inminente. Les basta la indicación de Juan Bautista, que señala a Jesús como el Cordero de Dios (cf. Jn 1, 36), para que surja en ellos el deseo de un encuentro personal con el Maestro. Las palabras del diálogo de Jesús con los primeros dos futuros Apóstoles son muy expresivas. A la pregunta: «¿Qué buscáis?»; ellos contestan con otra pregunta: «Rabbí —que quiere decir «Maestro»—, ¿dónde vives?». La respuesta de Jesús es una invitación: «Venid y lo veréis» (cf. Jn 1, 38-39). Venid para que podáis ver.

La aventura de los Apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, deberán «estar» con Jesús (cf. Mc 3, 14), entablando con él una relación personal. Sobre esta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (cf. 1 Jn 1, 3).

¿A quién serán enviados los Apóstoles? En el evangelio, Jesús parece limitar su misión sólo a Israel: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15, 24). De modo análogo, parece circunscribir la misión encomendada a los Doce: «A estos Doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel»» (Mt 10, 5-6).

Cierta crítica moderna de inspiración racionalista había visto en estas expresiones la falta de una conciencia universalista del Nazareno. En realidad, se deben comprender a la luz de su relación especial con Israel, comunidad de la Alianza, en la continuidad de la historia de la salvación.

Según la espera mesiánica, las promesas divinas, dirigidas inmediatamente a Israel, se cumplirían cuando Dios mismo, a través de su Elegido, reuniría a su pueblo como hace un pastor con su rebaño: «Yo vendré a salvar a mis ovejas para que no estén más expuestas al pillaje (…). Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David: él las apacentará y será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos» (Ez 34, 22-24).

Jesús es el pastor escatológico, que reúne a las ovejas perdidas de la casa de Israel y va en busca de ellas, porque las conoce y las ama (cf. Lc 15, 4-7 y Mt 18, 12-14; cf. también la figura del buen pastor en Jn 10, 11 ss). A través de esta «reunión» el reino de Dios se anuncia a todas las naciones: «Manifestaré yo mi gloria entre las naciones, y todas las naciones verán el juicio que voy a ejecutar y la mano que pondré sobre ellos» (Ez 39, 21). Y Jesús sigue precisamente esta línea profética. El primer paso es la «reunión» del pueblo de Israel, para que así todas las naciones llamadas a congregarse en la comunión con el Señor puedan ver y creer.

De este modo, los Doce, elegidos para participar en la misma misión de Jesús, cooperan con el Pastor de los últimos tiempos, yendo ante todo también ellos a las ovejas perdidas de la casa de Israel, es decir, dirigiéndose al pueblo de la promesa, cuya reunión es el signo de salvación para todos los pueblos, el inicio de la universalización de la Alianza.

Lejos de contradecir la apertura universalista de la acción mesiánica del Nazareno, la limitación inicial a Israel de su misión y de la de los Doce se transforma así en el signo profético más eficaz. Después de la pasión y la resurrección de Cristo, ese signo quedará esclarecido: el carácter universal de la misión de los Apóstoles se hará explícito. Cristo enviará a los Apóstoles «a todo el mundo» (Mc 16, 15), a «todas las naciones» (Mt 28, 19; Lc 24, 47), «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

Y esta misión continúa. Continúa siempre el mandato del Señor de congregar a los pueblos en la unidad de su amor. Esta es nuestra esperanza y este es también nuestro mandato: contribuir a esta universalidad, a esta verdadera unidad en la riqueza de las culturas, en comunión con nuestro verdadero Señor Jesucristo.

Santo Padre Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles 22 de marzo de 2006

Propósito

Rezar una jaculatoria que me ayude a combatir el desaliento ante las dificultades, con el entusiasmo de mi fe y y de mi amor a Dios.

Diálogo con Cristo

Señor, te pido que me des la la humildad para hacer lo que Tú me pides. Que confíe en que Tú sabes el camino para mi salvación. No quiero pedirte que te apartes de mí. Soy un pecador, no soy digno de tu presencia, pero mi corazón se moriría sin el calor de tu gracia. Contigo lo tengo todo. Contigo puedo convertir mi nada en un maravilloso todo. Contigo puedo ser el pescador de esos hombres que navegan por su vida sin saber a qué puerto les conviene llegar. Contigo soy feliz y dichoso, nunca permitas que me aparte de Ti.

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