Evangelio del día: El grano de mostaza

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Lucas 13, 18-21. Martes de la 30.ª semana del Tiempo Ordinario. El Espíritu actúa en nosotros como si fuera un grano de mostaza, pequeñito, pero dentro está lleno de vida y de fuerza y va adelante hasta el árbol. Así actúa el Espíritu.

Jesús dijo entonces: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas». Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 5, 21-33 

Salmo: Sal 128(127), 1-5 

Oración introductoria

Señor, creo en Ti, pero dame una fe que no cuestione ni pida señales. Confío en Ti, pero ayúdame a seguirte aunque no me gusten las exigencias del camino. Te quiero, pero necesito que esta oración fecunde la semilla de mi amor para que crezca vigorosamente.

Petición

Padre Santo, haz que valore y busque la fuerza interior de tu Reino para que brote en mí el único anhelo de llevar a todos los hombres, mis hermanos, el mensaje del Evangelio.

Meditación del Santo Padre Francisco

La esperanza es la más humilde de las tres virtudes teologales, porque en la vida se esconde. Sin embargo nos transforma en profundidad, así como «una mujer embarazada es mujer», pero es como si se transformara porque se convierte en mamá. De la esperanza el Papa Francisco habló el 29 de octubre en la misa celebrada en Santa Marta reflexionando sobre la actitud de los cristianos en espera de la revelación del Hijo de Dios.

A esta actitud está ligada la esperanza, una virtud —dijo al inicio de la homilía— que se ha revelado más fuerte que los sufrimientos, así como escribe san Pablo en la carta a los Romanos (8, 18-25). «Pablo —notó el Pontífice— se refiere a los sufrimientos del tiempo presente, y dice que no son comparables a la gloria futura que será revelada en nosotros». El apóstol habla de «ardiente espera», una tensión hacia la revelación que se refiere a toda la creación. «Esta tensión es la esperanza —continuó— y vivir en la esperanza es vivir en esta tensión», en la espera de la revelación del Hijo de Dios, o sea, cuando toda la creación, «y también cada uno de nosotros», será liberada de la esclavitud «para entrar en la gloria de los hijos de Dios».

«Pablo —prosiguió— nos habla de la esperanza. También en el capítulo precedente de la carta a los Romanos había hablado de la esperanza. Nos había dicho que la esperanza no desilusiona, es segura». Pero ésta no es fácil de entender; y esperar no quiere decir ser optimistas. Así que «la esperanza no es optimismo, no es esa capacidad de mirar las cosas con buen ánimo e ir adelante», y no es tampoco sencillamente una actitud positiva, como la de ciertas «personas luminosas, positivas». Esto, dijo el Santo Padre, «es algo bueno, pero no es la esperanza».

Se dice —explicó— que es «la más humilde de las tres virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es; la caridad se hace, se sabe qué es. ¿Pero qué es la esperanza?». La respuesta del Pontífice fue clara: «Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que es un riesgo. La esperanza es una virtud arriesgada, una virtud, como dice san Pablo, de una ardiente espera hacia la revelación del Hijo de Dios. No es una ilusión. Es la que tenían los israelitas» quienes, cuando fueron liberados de la esclavitud, dijeron: «nos parecía soñar. Entonces nuestra boca se llenó de sonrisa y nuestra lengua de alegría».

He aquí que esto es cuanto sucederá cuando sea la revelación del Hijo de Dios, explicó. «Tener esperanza significa precisamente esto: estar en tensión hacia esta revelación, hacia esta alegría que llenará nuestra boca de sonrisa». Y exclamó: «¡Es bella esta imagen!». Después relató que «los primeros cristianos la pintaban como un ancla. La esperanza era un ancla»; un ancla fijada en la orilla del más allá. Nuestra vida es como caminar por la cuerda hacia ese ancla. «¿Pero dónde estamos anclados nosotros?», se preguntó el Obispo de Roma. «Estamos anclados precisamente allá, en la orilla de ese océano tan lejano o estamos anclados en una laguna artificial que hemos hecho nosotros, con nuestras reglas, nuestros comportamientos, nuestros horarios, nuestros clericalismos, nuestras actitudes eclesiásticas —no eclesiales, ¿eh?—. ¿Estamos anclados allí donde todo es cómodo y seguro? Esta no es la esperanza».

Pablo —añadió el Papa Francisco— «busca después otra imagen de la esperanza, la del parto. Sabemos de hecho que toda la creación, y también nosotros con la creación, «gime y sufre los dolores del parto hasta hoy». No sólo, sino también nosotros, que poseemos las primicias del espíritu, gemimos —pensad en la mujer que da a luz—, gemimos interiormente esperando. Estamos en espera. Esto es un parto». La esperanza —añadió— se sitúa en esta dinámica de dar la vida. No es algo visible incluso para quien vive «en la primicia del Espíritu». Pero sabemos que «el Espíritu actúa. El Evangelio —precisó el Papa refiriéndose al pasaje de Lucas (13, 18-21)— dice algo sobre esto. El Espíritu actúa en nosotros. Actúa como si fuera un grano de mostaza, pequeñito, pero dentro está lleno de vida y de fuerza y va adelante hasta el árbol. El Espíritu actúa como la levadura que es capaz de leudar toda la harina. Así actúa el Espíritu».

La esperanza «es una gracia que hay que pedir»; en efecto, «una cosa es vivir en la esperanza, porque en la esperanza hemos sido salvados, y otra cosa es vivir como buenos cristianos y no más; vivir en espera de la revelación o vivir bien con los mandamientos»; estar anclados en la orilla del mundo futuro «o aparcados en la laguna artificial».

Para explicar mejor el concepto el Pontífice indicó cómo cambió la actitud de María, «una muchacha joven», cuando supo que era mamá: «Va y ayuda y canta ese cántico de alabanza». Porque —aclaró el Papa Francisco— «cuando una mujer está embarazada, es mujer», pero es como si se transformara en lo profundo porque ahora «es mamá». Y la esperanza es algo similar: «cambia nuestra actitud». Por esto —expresó— «pidamos la gracia de ser hombres y mujeres de esperanza».

En la conclusión, dirigiéndose a un grupo de sacerdotes mexicanos que celebraban el vigésimo quinto aniversario de sacerdocio, el Papa, indicando la imagen mariana que le habían llevado de obsequio, dijo: «Mirad a vuestra Madre, figura de la esperanza de América. Mirad, está pintada embarazada. Es la Virgen de América, es la Virgen de la esperanza. Pedidle a Ella la gracia para que los años por venir sean para vosotros años de esperanza», la gracia «de vivir como sacerdotes de esperanza» que dan esperanza.

Santo Padre Francisco: La esperanza, esta desconocida

Meditación del martes, 29 de octubre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

La esperanza

1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb10,23).  “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).

1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).

1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra… “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.

1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cfRm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres […] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Disciplinar mi lengua, guardando discreción y prudencia en todos mis comentarios, fomentando, así, la unión en mi entorno familiar y social.

Diálogo con Cristo

No deja de ser asombroso cómo una porción de harina duplica o triplica su tamaño por el hecho de poner una mínima porción de levadura… Señor, gracias por ser la levadura que hace mi vida bella, abundante y emocionante, porque me das la posibilidad de colaborar en la extensión de tu Reino. Pido la intercesión de María, para ser como la levadura: discreto, sencillo, pero capaz de llenarlo todo de tu presencia y de tu amor.

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