Evangelio del día: Libertad e indiferencia

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Mateo 11, 16-19. Viernes de la Segunda Semana del Tiempo de Adviento. Recemos para ser unos cristianos alegres y sin indiferencia.

Dijo Jesús a la gente: «¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: «¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!» Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: «¡Ha perdido la cabeza!». Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 48, 17-19

Salmo: Sal 1, 1-6

Oración introductoria

Señor, quiero iniciar esta meditación pidiéndote perdón con humildad por mis faltas y omisiones al no saber descubrir lo bueno que hay en los demás. Ilumina mi oración para que ésta me lleve a crecer en el amor a los demás.

Petición

Jesucristo, dame un corazón auténticamente bondadoso para crecer en una de las expresiones más auténticas de la caridad: la benedicencia, que es el amar a los demás por medio de la palabra.

Meditación del Santo Padre Francisco

Hay cristianos que tienen «cierta alergia a los predicadores de la Palabra»: aceptan «la verdad de la Revelación», pero no «al predicador», prefiriendo «una vida encerrada». Sucedía en tiempos de Jesús y, por desgracia, sigue sucediendo aún hoy a quienes viven encerrados en sí mismos, porque tienen miedo a la libertad que viene del Espíritu Santo.

Es ésta la enseñanza, según el Papa Francisco, que se desprende de las lecturas de la liturgia celebrada el [día de hoy], por la mañana, en la capilla de Santa Marta. El Pontífice reflexionó, sobre todo, en el pasaje del evangelio de Mateo (11, 16-19), en el que Jesús paragona a la generación de sus contemporáneos con «los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: «Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado»».

A este propósito, el Obispo de Roma recordó que en los evangelios Cristo «habla siempre bien de los niños», presentándolos como «modelo de la vida cristiana» e invitando a «ser como ellos para entrar en el Reino de los cielos». En cambio —destacó—, en el pasaje en cuestión «es la única vez que no habla tan bien de ellos». Para el Papa se trata de una imagen de niños «algo especiales: maleducados, descontentos e, incluso, insolentes»; niños que no saben ser felices mientras juegan y «rechazan siempre la invitación de los demás: nada les gusta». En particular, Jesús usa esta imagen para describir a «los jefes de su pueblo», definidos por el Pontífice «gente que no estaba abierta a la Palabra de Dios».

Para el Santo Padre hay un aspecto interesante en esta actitud: precisamente su rechazo «no es del mensaje, sino del mensajero». Basta proseguir la lectura del pasaje evangélico para confirmarlo. «Vino Juan —destacó el Papa—, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene». Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores»». En la práctica, desde siempre los hombres encuentran un motivo para desacreditar al predicador. Es suficiente pensar en la gente de aquel tiempo, que prefería «refugiarse en una religión algo elaborada: en los preceptos morales, como los fariseos; en el compromiso político, como los saduceos; en la revolución social, como los zelotes; y en la espiritualidad gnóstica, como los esenios». Y añadió: todos con su sistema bien limpio, bien construido», pero que no acepta «al predicador». He aquí por qué Jesús les refresca la memoria, recordándoles a los profetas, que fueron perseguidos y asesinados.

Aceptar «la verdad de la Revelación» y no «al predicador» muestra, según el Pontífice, una mentalidad fruto de «una vida encerrada en preceptos, compromisos, proyectos revolucionarios y espiritualidad sin carne». El Papa Francisco hizo referencia, en particular, a los cristianos «que no bailan cuando el predicador te da una hermosa y alegre noticia, y no lloran cuando el predicador les da una noticia triste», es decir, a esos cristianos «que están encerrados, prisioneros, que no son libres». Y el motivo es el «miedo a la libertad del Espíritu Santo, que viene a través de la predicación».

Por lo demás, «es el escándalo de la predicación, del que hablaba san Pablo; el escándalo de la predicación que termina en el escándalo de la cruz». En efecto, «escandaliza que Dios nos hable a través de hombres limitados, hombres pecadores; y escandaliza aún más que Dios nos hable y nos salve a través de un hombre que dice ser el Hijo de Dios, pero acaba como un criminal». Así, para el Papa Francisco se termina cubriendo «la libertad que viene del Espíritu Santo» porque, en resumidas cuentas, «esos cristianos tristes no creen en el Espíritu Santo; no creen en la libertad que viene de la predicación, que te amonesta, te enseña e incluso te abofetea, pero es precisamente la libertad que hace crecer a la Iglesia».

Así pues, la imagen del Evangelio con «los niños que tienen miedo de bailar, de llorar», que tienen «miedo a todo, que piden seguridad en todo», lleva a pensar «en esos cristianos tristes que critican siempre a los predicadores de la verdad porque tienen miedo de abrirle la puerta al Espíritu Santo». De ahí la exhortación del Pontífice a rezar por ellos y a rezar también por nosotros mismos, para que «no seamos cristianos tristes», de esos que quitan «al Espíritu Santo la libertad de venir a nosotros a través del escándalo de la predicación».

Santo Padre Francisco: Sin miedo a la libertad

Meditación del viernes, 13 de diciembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. El nombre cristiano

2156 El sacramento del Bautismo es conferido “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Puede ser el nombre de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo, se ofrece al cristiano un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El “nombre de Bautismo” puede expresar también un misterio cristiano o una virtud cristiana. “Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano” (CIC can. 855).

2157 El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.

2158 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1; Jn 10, 3). El nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto en señal de la dignidad del que lo lleva.

2159 El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios brillará a plena luz. “Al vencedor […] le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe” (Ap 2, 17). “Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre” (Ap 14, 1).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Siempre, antes de iniciar mi oración, pedir humildemente la luz del Espíritu Santo.

Diálogo con Cristo

Cristo, del amor por Ti puede nacer esa bondad en mi corazón que me lleve a ver lo bueno de todo y de todos. Quiero pensar y hablar siempre bien para construir y edificar en el amor. Que nunca agregue a mis comentarios algo que no sea verdad y que busque comentar siempre lo positivo que hay en los otros. Que nunca permita en mis conversaciones la crítica o la murmuración. Con tu gracia, Señor, lo puedo lograr.

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