Marcos 7, 24-30. Jueves de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. El camino de la mujer cananea es el camino de una persona de buena voluntad que busca a Dios y lo encuentra. También hoy día muchos recorren este camino…
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros». Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos». Entonces él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 2, 18-25
Salmo: Sal 128(127), 1-5
Oración introductoria
¡Qué ejemplo de fe tan grande me da esta madre del Evangelio! Espíritu Santo, ilumina este momento de oración para que aprenda a vivir con esa confianza, a orar con esa seguridad y abandono.
Petición
Señor, ¡enséñame a orar con fe y esperanza… y por amor!
Meditación del Santo Padre Francisco
La mujer, dirigiéndose a Jesús, se lee en el pasaje evangélico, es «valiente», como lo es toda «madre desesperada» que «ante la salud de un hijo» está dispuesta a hacer de todo. «Le habían dicho que existía un hombre bueno, un profeta» —explicó el Papa— y, así, fue a buscar a Jesús, incluso si ella «no creía en el Dios de Israel». Por el bien de su hija «no tuvo vergüenza de la mirada de los apóstoles». Y se acercó a Jesús para suplicarle que ayudara a su hija que estaba poseída por un espíritu impuro. A su petición Jesús respondió que había venido «ante todo para las ovejas de la casa de Israel». Y se lo «explica con un lenguaje duro», diciéndole: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». La mujer —puso de relieve el Santo Padre— no respondió a Jesús «con su inteligencia, sino con sus entrañas de madre, con su amor». Y dijo: «Pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Queriendo decir: «Dame estas migajas a mí». Impresionado por su fe «el Señor hizo un milagro». Y, así, «al llegar a su casa, se encontró a la niña acostada en la cama, y el demonio se había marchado».
Es, en esencia, la historia de una madre que «se había expuesto al riesgo de hacer un mal papel, pero insistió» por amor a su hija. Viniendo «del paganismo y de la idolatría, encontró la salud para su hija»; y para sí misma «encontró al Dios viviente». Su camino, explicó el Papa, «es el camino de una persona de buena voluntad que busca a Dios y lo encuentra». Por su fe «el Señor la bendice». Pero es también la historia de mucha gente que aún hoy «recorre este camino». Y «el Señor espera» a estas personas, movidas por el Espíritu Santo. «Cada día en la Iglesia del Señor hay personas que recorren este camino, silenciosamente, para encontrar al Señor», precisamente «porque se dejan conducir por el Espíritu Santo».
Santo Padre Francisco: El rey y la mujer
Meditación del jueves, 13 de febrero de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos amigos, [al igual que la mujer cananea] también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo a Jesús: «¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!». Es el camino que Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, como fuente de vida, para vivir una relación personal con él. El conocimiento de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y en definitiva es un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida. Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1 Co 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre su propia vida a su Amor.
Santo Padre Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 14 de agosto de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La conversión de los bautizados
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: «¡Arrepiéntete!» (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ni desistir ni desanimarme cuando parezca que Dios no escucha mi oración.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, porque en esta meditación puedo ver las características de la verdadera oración: fe, humildad, perseverancia y confianza. Me confirmas que la oración sincera es infaliblemente efectiva, porque Tú siempre me escuchas. Además hoy me doy cuenta que el primer paso del apostolado debe ser mi oración, porque de ahí es de donde puede brotar las gracias para las personas que, en una u otra forma, busco llevarles a la experiencia de tu amor.
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