Marcos 9, 30-37. Martes de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Los discípulos tenían «el corazón alejado», y «cuando el corazón se aleja, nace la guerra».
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Eclesiástico 2, 1-11
Salmo: Sal 37(36), 3-4-18-19.27-28.39-40
Oración introductoria
Señor, vengo abrirte mi corazón porque, aunque te he fallado, confío en tu misericordia y creo en tu infinito amor. No quiero tener nunca miedo de acercarme a Ti, porque sólo en Ti podré encontrar la respuesta a los interrogantes de mi vida.
Petición
Señor, permite que sepa imitar tu ejemplo de paciencia, donación y servicio a los demás.
Meditación del Santo Padre Francisco
Escandalizarse por los millones de muertos de la primera guerra mundial tiene poco sentido si uno no se escandaliza también por los muertos de las numerosas pequeñas guerras de hoy. Y son guerras que hacen morir de hambre a muchísimos niños en los campos de refugiados, mientras que los mercaderes de armas hacen fiesta. Es un llamamiento a no ser indiferentes frente a los conflictos que siguen ensangrentando el planeta el que hizo el Pontífice en la misa del martes 25 de febrero.
El hilo conductor fueron las dos lecturas de la liturgia, tomadas de la carta de Santiago (4, 1-10) y del Evangelio de san Marcos (9, 30-37). Precisamente el pasaje evangélico, explicó el Papa, nos induce a la reflexión. En él se narra que los discípulos «discutían» e incluso «disputaban por el camino. Lo hacían para aclarar quién era el más grande entre ellos: por ambición». Así, dijo el Pontífice, «su corazón se alejó». Los discípulos tenían «el corazón alejado», y «cuando el corazón se aleja, nace la guerra». Precisamente ésta es la esencia —subrayó— de la «catequesis que el apóstol Santiago nos propone hoy», haciéndonos esta pregunta directa: «Hermanos míos: ¿de dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?».
Son palabras que «hacen reflexionar» por su actualidad. En efecto, observó el Papa, «todos los días encontramos guerras en los diarios». Hasta tal punto que ya «los muertos parecen formar parte de una contabilidad diaria». Y nos «hemos acostumbrado a leer estas cosas». Por eso, «si tuviéramos la paciencia de enumerar todas las guerras que en este momento hay en el mundo, seguramente llenaríamos varias páginas».
Ahora «parece que el espíritu de la guerra se ha apoderado de nosotros». Así, «se celebran actos para conmemorar el centenario de aquella gran guerra», con «muchos millones de muertos», y están «todos escandalizados»; sin embargo, también hoy sucede «lo mismo: en lugar de una gran guerra», hay «pequeñas guerras por doquier».
«¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros?», se preguntaba Santiago. Sí, respondió el Papa, la guerra nace «dentro», porque «las guerras, el odio, la enemistad no se compran en el mercado. Están aquí, en el corazón». Y recordó que, «cuando éramos niños y en el catecismo nos explicaban la historia de Caín y Abel, todos nos escandalizábamos: ¡éste mató a su hermano, no se puede entender!». Y, sin embargo, «hoy tantos millones de hermanos se matan entre sí. Pero, ¡estamos acostumbrados!». Así, «la gran guerra de 1914 nos escandaliza», mientras que «esta gran guerra casi por doquier, casi escondida —digo—, no nos escandaliza».
«La pasión —dijo de nuevo el Pontífice— nos lleva a la guerra, al espíritu del mundo». Así, «habitualmente, frente a un conflicto, nos encontramos en una situación curiosa», que nos impulsa a «ir adelante para resolverlo discutiendo, con un lenguaje de guerra». En cambio, debería prevalecer «el lenguaje de paz». ¿Y cuáles son las consecuencias? La respuesta del Papa fue neta: «Pensad en los niños hambrientos en los campos de refugiados; pensad solamente en ello. ¡Éste es el fruto de la guerra!». Pero su reflexión fue más allá. Y añadió: «Y, si queréis, pensad en los grandes salones, en las fiestas que hacen los propietarios de las industrias de armas, los que fabrican armas». Por lo tanto, las consecuencias de la guerra son, por una parte, «el niño enfermo, hambriento, en un campo de refugiados», y, por otra, «las grandes fiestas» y la buena vida que se dan los fabricantes de armas.
«Pero, ¿qué sucede en nuestro corazón?», se preguntó el Papa volviendo a proponer la idea fundamental de la carta de Santiago. «El consejo que nos da el apóstol —dijo— es muy sencillo: Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros». Un consejo que se refiere a cada uno, porque este «espíritu de guerra que nos aleja de Dios no está sólo lejos de nosotros», sino que «está incluso en nuestra casa». Como demuestran, por ejemplo, las numerosas «familias destruidas porque el papá y la mamá no son capaces de encontrar el camino de la paz y prefieren la guerra, hacer un juicio». En verdad, «la guerra destruye».
De ahí la invitación del Papa Francisco a «rezar por la paz», por esa «paz que parece haberse convertido solamente en una palabra y nada más». Rezar, pues, «para que esta palabra tenga la capacidad de actuar». Rezar y seguir la exhortación del apóstol Santiago a reconocer «vuestra miseria». De esta miseria –observó el Papa– «provienen las guerras, las guerras en las familias, las guerras en los barrios, las guerras por doquier».
Las palabras de Santiago indican el camino de la verdadera paz. Se lee en la carta del apóstol: «Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en aflicción». Palabras fuertes, que el Pontífice comentó proponiendo un examen de conciencia: «¿Quién de nosotros ha llorado cuando lee un diario, cuando en la televisión ve las imágenes de tantos muertos?».
Por eso, según el Papa Francisco, lo que «debe hacer hoy —hoy, ¡eh!, 25 de febrero, hoy— un cristiano frente a tantas guerras por doquier» es esto: debe humillarse, como escribió Santiago, «ante el Señor»; debe «llorar, entristecerse, humillarse». El Pontífice concluyó su meditación sobre la paz con una invocación al Señor para que nos haga «comprender esto», salvándonos «de acostumbrarnos a las noticias de guerra».
Santo Padre Francisco: Quien hace fiesta para hacer la guerra
Meditación del martes, 25 de febrero de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
El respeto del alma del prójimo: el escándalo
2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).
2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.
Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).
Propósito
Tener una atención, un acto de servicio, o al menos una sonrisa, con la persona que más me cuesta «soportar», con la sencillez de un niño.
Diálogo con Cristo
Jesús, qué testimonio de paciencia y comprensión ante la debilidad. En vez de valorar el plan de salvación que me propones, me distraigo en lo pasajero, en la tentación del poder, del tener o del aparecer, cuando mi único afán debe ser entregarme con la confianza y docilidad de un niño a mi misión, como discípulo y misionero de tu amor. Te ofrezco éste y todos mis días. Tómame Señor, como tu servidor. Cuenta conmigo.
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