Evangelio del día: El amigo inoportuno

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Lucas 11, 5-13. Jueves de la 27.ª semana del Tiempo Ordinario. Nuestra oración debe ser valiente, insistente; esto es lo que el Señor nos enseña en la parábola del amigo inoportuno. No debemos tener miedo a insistir una y otra vez, porque quien pide, recibe, quien busca, encuentra, y a quien llama, se le abre la puerta.

Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle», y desde adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos». Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 3, 1-5

Salmo (tomado del Evangelio según San Lucas): Lc 1, 69-73.75

Oración introductoria

Padre, gracias por tu misericordia, por darme lo mejor para aunque a veces no sea lo que yo espero. Toco a tu puerta, insisto que me abras, siempre te pido, pero tu enseñame a saber pedir lo mejor para mi.

Petición

Pidamos la gracia de aprender a apreciar el valor de la oración, allí vemos el amor de Dios por nosotros, y lo único que tenemos que hacer en esta vida es amarle como correspondencia.

Meditación del Santo Padre Francisco

Nuestra oración debe ser valiente, no tibia, si queremos no sólo obtener las gracias necesarias, sino sobre todo, a través de ella, conocer al Señor. Si lo pedimos, será Él mismo quien nos done su gracia. El Papa Francisco, el 10 de octubre, volvió a hablar de la fuerza y de la valentía de la oración.

A la necesidad de la oración con insistencia si es necesario, pero siempre dejándose involucrar por ella, se remite el pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (11, 5-13) «con esta parábola —explicó el Papa— del amigo que invade, el amigo inoportuno», que de noche cerrada va a pedir a otro amigo pan para dar de comer a un conocido que acaba de llegar a su casa y a quien no tenía nada que ofrecer. «Con esta petición —observó— el amigo debe levantarse del lecho y darle el pan. Y Jesús en otra ocasión nos habla de esto: en la parábola de la viuda que iba al juez corrupto, quien no la oía, no quería oírla; pero ella era tan inoportuna, molestaba tanto, que al final, para alejarla de manera que no le causara demasiadas molestias, hizo justicia, lo que ella pedía. Esto nos hace pensar en nuestra oración. ¿Cómo oramos nosotros? ¿Oramos así por costumbre, piadosamente, pero tranquilos, o nos ponemos con valentía ante el Señor para pedir la gracia, para pedir aquello por lo que rogamos?».

La actitud es importante, porque «una oración que no sea valiente —afirmó el Pontífice— no es una verdadera oración». Cuando se reza se necesita «el valor de tener confianza en que el Señor nos escucha, el valor de llamar a la puerta. El Señor lo dice, porque quien pide recibe, y quien busca encuentra, y a quien llama se le abrirá».

¿Pero nuestra oración es así?, se preguntó el Santo Padre. ¿O bien nos limitamos a decir: «Señor, tengo necesidad, dame la gracia»? En una palabra, «¿nos dejamos involucrar en la oración? ¿Sabemos llamar al corazón de Dios?». Para responder, el Obispo de Roma volvió al pasaje evangélico, al final del cual «Jesús nos dice: ¿qué padre entre vosotros si el hijo le pide un pez le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros sois padres daréis el bien a los hijos. Y luego va adelante: si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo… Y esperamos que prosiga diciendo: os dará cosas buenas a vosotros. En cambio no, no dice eso. Dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan. Y esto es algo grande».

Por ello «cuando oramos valerosamente, el Señor no sólo nos da la gracia, sino que se nos da también Él mismo en la gracia». Porque «el Señor —explicó el Papa con una expresión incisiva— jamás da o envía una gracia por correo: la trae Él, es Él la gracia».

«Hoy —dijo en conclusión—, en la oración colecta, hemos dicho al Señor que nos dé aquello que incluso la oración no se atreve a pedir. ¿Y qué es aquello que nosotros no nos atrevemos a pedir? ¡Él mismo! Nosotros pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ven tú a traérmela. Sabemos que una gracia siempre es traída por Él: es Él quien viene y nos la da. No quedemos mal tomando la gracia y no reconociendo que quien la trae, quien nos la da, es el Señor».

Santo Padre Francisco: La valentía de la oración

Meditación del jueves, 10 de octubre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II. La oración de petición

2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él.

2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, por último, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).

2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.

2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidadpueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20;Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Voy a valorar la oración, dedicaré un momento de mi día, sin prisa ni distracciones. Pediré para que Dios me otorgue la fortaleza de aceptar lo que Él me mande aunque no sea lo que yo espero, confiando en Dios, mi Padre bueno.

Diálogo con Cristo

[Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón.] Jesús, ayúdame a conocer cada vez mejor a tu Padre en la oración. Dame la gracia de amarle como verdadero hijo, quiero confiar en Él, abandonándome a su voluntad y providencia. Que el tiempo para mi oración personal sea lo más importante en mi agenda de cada día. Y te suplico me ayudes a que sepa irradiar este espíritu de oración en mi familia.

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