Evangelio del día: Yo he vencido al Mundo

Evangelio del día: Yo he vencido al mundoJuan 16, 29-33. Lunes de la 7.ª semana del Tiempo de Pascua. Estamos llamados a vencer al mundo con nuestra fe, porque pertenecemos a Aquel que con su muerte y resurrección ha obtenido para cada uno de nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho capaces de una afirmación humilde, serena, pero segura, del bien sobre el mal.

Sus discípulos le dijeron: «Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede


Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 19, 1-8

Salmo: Sal 68(67), 2-7

Oración introductoria

Señor, mi naturaleza ansía la paz, como la felicidad perfecta, pero frecuentemente equivoca los medios para lograrla. Hoy, tu Evangelio me llena de confianza porque me invitas a encontrarla en Ti. Dame la gracia de orar para experimentar tu cercanía y tu paz.

Petición

Jesús, dame la docilidad para no buscar la paz en mis fuerzas o habilidades, sino en tu poder divino.

Meditación de san Juan Pablo II

La primera indicación que quiero ofreceros es una invitación al optimismo, a la esperanza y a la confianza. Es cierto que la humanidad atraviesa un momento difícil y que se tiene a menudo la penosa y dolorosa impresión de que las fuerzas del mal prevalezcan en tantas manifestaciones de la vida asociada. Muy frecuentemente la honestidad, la justicia, el respeto a la dignidad del hombre se detienen o sucumben. Sin embargo, estamos llamados a vencer al mundo con nuestra fe (cf. 1 Jn 5, 4), porque pertenecemos a Aquel que con su muerte y resurrección ha obtenido para cada uno de nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho capaces de una afirmación humilde, serena, pero segura del bien sobre el mal.

Queridos jóvenes, somos suyos, somos de Cristo, y El es quien vence en nosotros. Debemos creerlo profundamente, debemos vivir esta certeza; de otro modo, las dificultades que surgen continuamente, tendrán, por desgracia, el poder de hacer penetrar en nuestros ánimos la carcoma insidiosa que se llama desaliento, hábito, adaptación servil a la prepotencia del mal.

La tentación más sutil que hoy acosa a los cristianos, y especialmente a los jóvenes, es precisamente la renuncia a la esperanza en la afirmación victoriosa de Cristo. El sugeridor de toda insidia, el Maligno, está fuertemente empeñado desde siempre en apagar la luz de esta esperanza en el corazón de cada hombre. No es camino fácil el de la milicia cristiana, pero debemos recorrerlo con la conciencia de poseer una fuerza interior de transformación, que se nos comunica con la vida divina que se nos ha dado en Cristo Señor. En virtud de vuestro testimonio, haréis comprender que los más altos valores humanos son propios de un cristianismo vivido con coherencia, y que la fe evangélica no propone sólo una visión nueva del hombre y del universo, sino que da sobre todo la capacidad de realizar esta renovación.

A este propósito, os recuerdo las palabras dirigidas a los jóvenes por los padres conciliares, al finalizar el Concilio Ecuménico: «La Iglesia os mira con confianza y amor... Ella posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse con generosidad, de renovarse y partir de nuevo para nuevas conquistas».

Sin la esperanza cierta de la victoria de Cristo en vosotros, y en el mundo que os circunda, no puede haber optimismo, y sin optimismo no puede subsistir la alegría serena que es propia de los jóvenes. Todavía hoy son demasiados los jóvenes que han renunciado ya a la juventud.

San Juan Pablo II: Discurso a la juventud salesiana el sábado 5 de mayo de 1979

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II El mundo visible

337 Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días "de trabajo" divino que terminan en el "reposo" del día séptimo (Gn 1, 1-2,4). El texto sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación (cf DV 11) que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).

338 Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la Palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha comenzado (cf San Agustín, De Genesi contra Manichaeos, 1, 2, 4: PL 35, 175).

339 Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que era bueno". "Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias" (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.

340 La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente.

341 La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza y causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad.

342 La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Sin embargo Jesús dice: "Vosotros valéis más que muchos pajarillos" (Lc 12, 6-7), o también: "¡Cuánto más vale un hombre que una oveja!" (Mt 12, 12).

343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cf Gn 1, 26).

344 Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria:

«Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano Sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!

Y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!

Servidle con ternura y humilde corazón,
agradeced sus dones, cantad su creación.

Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.

(San Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)

345 El Sabbat, culminación de la obra de los "seis días". El texto sagrado dice que "Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho" y que así "el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios, en el séptimo día, "descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2, 1-3). Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:

346 En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4, 3-4), en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte, el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.

347 La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). Operi Dei nihil praeponatur("Nada se anteponga a la dedicación a Dios"), dice la regla de san Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.

348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.

349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf Misal Romano, Vigilia Pascual, oración después de la primera lectura).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Revisar mis actitudes y comportamientos para cambiar lo que me aleje de la luz de la verdad.

Diálogo con Cristo

Señor, gracias por darme fe, esperanza y caridad, el día de mi bautismo, para hacerme capaz de obrar el bien, por amor a Ti y a los demás. Qué serenidad y confianza me da saber que Tú has vencido al mundo y estás conmigo, dándome esa paz, que con tu gracia, podré irradiar a los demás, especialmente a mi familia.

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