Recitar una oración de memoria es la manera más universal de rezar… Para mucha gente es la única manera de tratar con Dios… El rezo de una oración resulta fácil y es muy pedagógico porque un niño no sabe cómo dirigirse a Dios, da sus primeros pasos con las oraciones aprendidas ya que las mismas ponen en su boca lo que le conviene decir.
P. Francisco Jálics
Existe una costumbre muy antigua de enseñar oraciones y jaculatorias de memoria. Creo que en algunos casos esta práctica fue algo exagerada y se tornó en un sinsentido para los niños, aprendiendo oraciones poco prácticas para la vida adulta. Al respecto, considero que algunas oraciones, que forman parte de la vida cristiana y de la memoria viva de la Iglesia, se podrían ir aprendiendo de memoria; sin forzar a los chicos y rescatando su permanentemente sentido.
En el caso de los niños más pequeños
Podemos ir enseñando las oraciones breves o jaculatorias. Prestemos atención a que dichas oraciones no sean infantilistas o carentes de sentido para la vida posterior. Siempre convendría enseñarles frases del Evangelio u oraciones con profundo sentido religioso como: ¡Gloria a Dios! ¡Aleluya! ¡Sí, Señor! ¡Aquí estoy, Señor! ¡Amén! ¡Gracias, Señor! ¡Perdón, Señor! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío! ¡Viva Jesús en nuestros corazones: por siempre! ¡Jesús, José y María les doy el corazón y el alma mía!, y un largo etcétera.
Se pueden sugerir oraciones de muy pocas palabras y que los mismos niños puedan ir completando: “Dios, tú eres…” (por ejemplo: “…mi Rey”, “mi Creador”, “mi mejor amigo”, “todopoderoso”, etc.)
Considero que la Señal de la Cruz, el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria pueden ser enseñados desde pequeños; sin que ello resulte una imposición tediosa para los niños. Lo único que habría que tener en cuenta es no insistir demasiado en la memorización, sino en la actitud interior de oración. Con el tiempo, lo irán memorizando solos.
A partir de los ocho o nueve años
Los chicos ya comienzan a lograr algunas abstracciones. Desde ese momento pueden ir incorporando paulatinamente las demás oraciones de la vida cristiana. Como por ejemplo: la Salve, el Pésame, el Yo Confieso, el Gloria (largo), el Credo, etc.
Algunas frases del Evangelio o de los santos, como: ¡Señor, Jesucristo, Hijo de David, ten piedad de mí que soy un pecador! “En el atardecer de la vida, te examinarán en el amor” (San Juan de la Cruz). ¡Alabado sea Jesucristo, por siempre sea alabado! ¡Recordemos que estamos en la santa presencia de Dios: te adoramos Señor!, etc.
Recordemos que el sentido de la memoria en las oraciones, es ayudarnos a ponernos en la presencia de Dios, a predisponer nuestro corazón y nuestra mente para entrar en contacto con Dios, Nuestro Padre. Por ello procuremos que su recitado no se transforme en una mera automatización.
Es importante que permanentemente rescatemos el sentido profundo de las mismas, que nos detengamos a rezarlas con la mayor serenidad y pausa posibles, para que sus palabras no se conviertan en un automatismo. Si estas oraciones se recitan con convicción interior y recogimiento, adquieren un profundo sentido de vida. Basta como ejemplo, pensar en cuantas personas han hecho del rosario un estilo vida y comunicación con Dios, a través de la presencia siempre orante de la Virgen María.
En todo este proceso, hay que evitar ciertos errores pedagógicos bastante frecuentes:
- Reducir la oración al simple aprendizaje de memoria de ciertas oraciones preestablecidas.
- Deformar el sentido de la oración en el niño, presentándole exclusivamente, o con demasiada insistencia, la oración de petición. La experiencia nos demuestra que los niños se prestan con mucha facilidad a la oración de alabanza y de acción de gracias.
- Las oraciones infantiles resultan igualmente problemáticas si solo parecen acomodarse al niño mientras que un adulto no podría decirlas como suyas. A una oración infantil hay que exigirle que sea veraz. Las oraciones infantiles que solo sean “verdaderas” por un cierto tiempo resultan inadecuadas.
- Obligar a rezar a los niños cuando no están predispuestos a ello. No se puede forzar a nadie a rezar, solo se lo puede invitar y animar. Habrá que respetar el ritmo propio del niño. La oración debe ser una experiencia agradable, algo que nazca en su propio corazón.
- Orar por mucho tiempo. Nuestra oración debe ser corta y sencilla. Como regla, cuando dirigimos una oración con niños, esta no debe durar más que un par de minutos.
- Orar en un lenguaje difícil o incompresible. Muchos cristianos se han acostumbrado a orar en un lenguaje religioso y artificial que ni ellos mismos entienden, por ejemplo: “Señor Jesús, cúbrenos con tu preciosa sangre…” ¿Qué se va a imaginar un niño cuando oramos así? ¿Caerán gotas de sangre del cielo? ¿O vendrá Jesús con una manto lleno de sangre para cubrirnos? Al menos, habría que aclarar el alcance y las metáforas de los términos empleados en nuestras oraciones.
- No es aconsejable seguir con la oración cuando los niños están muy distraídos o están haciendo lío. En esta situación, es mejor decir “Amén” y terminar la oración. Más tarde podremos nuevamente empezar con la oración en un momento tranquilo.
- Pretender que los niños recen al “estilo adulto”: rígida y estructuradamente. Todo lo contrario, la oración de los niños es espontánea, alegre, sin estructuras previas.
- Creer que la iniciación a la oración es tarea de mujeres y reducirla solo al momento de acostarse. La iniciación en la oración es deber de todos y en todo momento. Toda la familia debe participar en la misma.
«La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante hacer gustar su sentido…»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 2688
(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 7.ª)