Se trata de una narración moralizante y de un personaje en el que se han idealizado las virtudes del verdadero israelita (Introducción para el padre o catequista).
En un país oriental situado en la península de Arabia, llamado Us, lejos de Israel, vivía hace muchos siglos un personaje legendario, de nombre Job; era hombre recto, temeroso de Dios y apartado del mal. No conocía bien la Ley de Moisés pero, viviendo con rectitud de intención según la ley natural, conservaba las tradiciones de los patriarcas y adoraba a Dios con sencillez de corazón.
Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía muchos bienes, entre ellos siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y muy numerosos sirvientes. Sus hijos solían visitarse unos a otros en sus casas y celebraban banquetes juntos. Cuando terminaban, Job les hacía venir, santificándolos mediante sacrificios que ofrecía por ellos por si obraban mal u ofendían a Dios en sus corazones.
Un día, desde su trono del cielo, reparó Yahvé en Satanás que venía mezclado entre los ángeles y le preguntó: “¿De dónde vienes?” Él respondió: “De dar un paseo por la tierra” Dios le preguntó: “¿Te has fijado en mi siervo Job?, no hay ninguno como él en la tierra; es varón perfecto y recto, temeroso de su Dios y apartado del mal” Pero respondió Satanás a Yahvé diciendo: “¿Acaso teme Job a Dios desinteresadamente? ¿No le has rodeado de protección a él, a su casa y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus manos, y sus ganados se esparcen por el país. Pero extiende tu mano y tócale en lo que es suyo, veremos si no te maldice a la cara». Entonces dijo Yahvé a Satanás: “Mira, voy a dejar en tu mano todo cuanto tiene, pero a él no lo toques” Y salió Satanás de la presencia de Yahvé decidido a tentar severamente a Job.
Y sucedió que un día llegó a casa de Job un mensajero visiblemente apurado y le dijo: “Estaban arando los bueyes y pacían cerca de ellos las asnas cuando de repente llegaron unos malhechores y los cogieron todos, atacando también a los campesinos. Yo solo he podido escapar para darte la mala noticia” Todavía estaba este hablando cuando llegó otro, que dijo: “Ha caído fuego de Dios del cielo sobre las ovejas y los pastores, consumiéndolos a todos. Solo yo he escapado para darte la noticia” No había terminado este de hablar cuando vino otro, que dijo: “Los caldeos, divididos en tres grupos, se han apoderado de los camellos y han matado a los siervos a filo de espada. Yo solo he podido escapar para traerte la noticia” Y mientras este hablaba, todavía llegó otro que dijo: “Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo vino en casa del hermano mayor, cuando vino del otro lado del desierto un torbellino que derrumbó la casa donde estaban y los sepultó a todos; y han muerto. Yo solo he escapado para darte la trágica noticia”
Cuando Job hubo oído estos tristes relatos, se levantó, se afeitó la cabeza en señal de duelo y, postrándose en tierra, adoró a Dios diciendo: “Desnudo nací del vientre de mi madre y desnudo me llevarán allá. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó ¡Bendito sea el nombre de Yahvé!”
Pero otro día, desde el cielo, Dios vio venir de nuevo a Satanás y le preguntó: “¿De dónde vienes?” Él respondió: “De dar un paseo por la tierra” Dios le dijo: “¿Has visto a mi siervo Job que aún confía en mí, a pesar de estar arruinado?” Respondió Satán: “Será porque tiene buena salud. Pero si tocaras sus huesos y su carne, enviándole enfermedades, veríamos si no te maldice a la cara” Entonces Yahvé dijo: “Ahí lo tienes, a tu disposición, pero te pongo como condición que respetes su vida”
Salió Satanás e hirió a Job con una úlcera maligna en toda la piel desde la planta de los pies hasta la cabeza. Se rascaba con un tejón y estaba sentado sobre la ceniza pues nada le aliviaba, pero no hablaba mal de Dios. Su mujer le decía: “¿Aún sigues aferrado a tu integridad moral?, solo falta que te mueras bendiciendo a Dios” Pero Job le respondió: “Has hablado como una mujer necia; si recibimos todos los bienes de Dios, ¿por qué no vamos a recibir también los males?” Y Job no dijo palabra alguna que pudiera ofender a Dios.
Tres amigos de Job se pusieron de acuerdo para ir a consolarlo. Ya desde lejos lo vieron con un aspecto tan demacrado que comenzaron a llorar a voz en grito, a la vez que rasgaban sus vestiduras y esparcían al aire polvo sobre sus cabezas. Al llegar, estuvieron sentados acompañándolo durante siete días y siete noches sin decir palabra; tal era su dolor.
Después de esto abrió Job su boca para decir: “¿Por qué no morí el día en que salí del seno de mi madre?, ¿por qué hallé regazo que me acogió y pechos que me amamantaron? Pues ahora descansaría tranquilo. Los suspiros son mi comida, y se derraman como aguas mis rugidos de dolor. En aquella época no existían buenas medicinas para aliviar dolores o picores, como tenemos hoy, por eso Job pronuncia estos lamentos; pero no son de desesperación, pues sigue confiando en Dios. Lo que temo, eso me llega; lo que me atemoriza, eso me sucede. No tengo tranquilidad ni descanso, me siento muy turbado”, decía.
Uno de sus amigos llamado Elifaz le habló: “No te desanimes; acuérdate de que con tu palabra sostuviste a los que vacilaban. Enseñaste y confortaste a muchos; ahora que te toca a ti ¿te turbas?, no desdeñes la corrección del Omnipotente. Yo que tú, me volvería a Dios y en Él pondría mi esperanza. ¡Dichoso el hombre a quien corrige Dios!” Aquel buen amigo pensaba que los males que padecemos en la tierra son castigos de Dios por nuestras malas obras y le animaba a reconocer su culpa.
Job estaba seguro de que no se trataba de un castigo de Dios y no entendía el por qué de lo que le estaba sucediendo y así, le replicó diciendo: “¡Oh, si mis desdichas pudieran pesarse en una balanza, pesarían más que las arenas del mar! Por eso han sido mis palabras destempladas. ¡Quién me diera que se cumpliese mi petición y Dios me otorgara lo que espero, que es la muerte; ese sería mi consuelo! Dentro de mi amargura me consolaría de no haber ocultado los secretos del corazón bondadoso de Dios”. Pedía a Dios la muerte como el único remedio para dejar de sufrir.
Otro de sus amigos que se llamaba Bildad le decía: “¿Hasta cuándo vas a hablar así con palabras impetuosas? ¿Acaso Dios no es infinitamente justo? Si pecaron tus hijos contra Él, ya han pagado por sus faltas. Pero tú, que te amparas en Dios e imploras al Omnipotente, vuélvete más puro, más recto; así, te devolverá con justicia, y tu anterior fortuna resultará pequeña comparada con lo que te dará en el futuro”. Este otro amigo pensaba lo mismo, que Job no se había comportado rectamente en su vida y por eso Dios le castigaba.
Job respondió diciendo: “Es verdad que nadie puede declararse justo delante de Dios, yo tampoco. Y si quisiéramos porfiar con el Señor, nos podría acusar de mil faltas y no responderíamos ni a una sola. Yo solo le expongo mis quejas y le hablo con la amargura de mi alma. Quiero decir a Dios: ¡No me condenes, hazme saber por qué te has enfadado conmigo!”
El otro amigo, que se llamaba Sofar, le decía: “No por mucho hablar tenemos siempre la razón; ¡Ojalá te hablara Dios a ti para que conocieras mejor los secretos de su sabiduría! Si tú dispusieras mejor tu corazón y te alejaras de la maldad no tendrías nada que temer”
Job respondió: “Cierto que tenéis mucho conocimiento, pero yo también tengo algo de seso y no cedo ante vosotros. Sé que en Dios están la sabiduría y el poder, pero lo que yo quiero es hablarle para hacer las cuentas con Él. Vosotros, al pensar que estoy pagando el justo castigo por mis pecados, inventáis falacias contra mí. Mejor demostraríais vuestra sabiduría estando callados por completo. Oídme pues: ¿Es que queréis defender a Dios con mentiras? Mi deseo es poder defender ante Él mi conducta; yo sé que me conoce y estoy seguro de que esa sería mi salvación, pues el que obra el mal no se atreve a presentarse ante Dios. ¡Oh, Señor! ¿Por qué me escondes tu rostro y me tienes como si fuera enemigo tuyo, si sabes que soy tu amigo? Yo sé que ves correr las lágrimas de mis ojos, que se consumen de tanta tristeza” Job, tenía la conciencia tranquila porque no había ofendido a Dios, pero no comprendía el motivo de sus padecimientos.
Ellos repetían que los malos eran castigados por Dios en esta vida.
Job respondía que había muchos malvados que veían crecer a sus hijos y llegaban a envejecer habiendo aumentado sus fortunas.
Y así estuvieron discutiendo y discutiendo.
Pero también se encontraba en aquella reunión otro amigo más joven llamado Eliú. No quiso participar en la discusión por respeto a los otros tres que eran mayores y, cuando terminaron, se enfadó con los tres amigos por no haber estimado a Job adecuadamente. Eliú dijo a Job que Dios es mucho más grande que el hombre y mucho más sabio; que en Dios no hay maldad ni injusticia y que los hombres no alcanzan a conocer los planes del Omnipotente. Esto tranquilizó a Job y le dio mucha esperanza. Eliú aportó también algo importantísimo, en lo que no había pensado nadie de los presentes: Que Dios no manda las penas y sufrimientos de esta vida para castigar al hombre, sino que los permite para purificarlo y, muchas veces, para evitar que se pierda su alma.
Por fin, apareció Dios mismo en medio de un torbellino y dirigiéndose a Job, le dijo con gran autoridad: “Basta de insensatos discursos. Levántate y cíñete como varón porque voy a hacerte unas preguntas: Si tanto sabes, ¿dónde estabas cuando yo fundé la tierra? ¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones? ¿Quién tendió sobre ella las leyes que la rigen? ¿Sobre qué descansan sus cimientos? ¿Quién cerró con puertas el mar y rompe la soberbia de sus olas? ¿Acaso has mandado tú, en tu vida, a la mañana y has enseñado su lugar a la aurora para que ocupe los extremos de la tierra? ¿Cuál es el camino por donde se difunde la niebla? ¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿Has enseñado tú a los cielos su ley y determinado su influjo sobre la tierra? ¿Das tú al caballo la fuerza, revistes su cuello con ondulantes crines?, ¿le enseñas tú a saltar como la langosta, a resoplar fiera y terriblemente?
Job no sabía que decir, se sentía insignificante delante de Dios: “He hablado a la ligera ¿Qué te voy a responder si eres Dios y lo sabes todo? Mejor estoy callado”
Y Yahvé siguió hablando desde el torbellino: “Cíñete como varón y respóndeme; yo te preguntaré. Enséñame tú: ¿Me condenarías a mí para justificarte tú? ¿Tienes tú brazos como los de Dios y puedes tronar con voz semejante a la suya? Adórnate, si puedes, de gloria y majestad. Fíjate en el hipopótamo, creado por Mí como lo fuiste tú; mira su fuerza, nadie puede con él. ¿Podrías tú agarrar con un anzuelo al cocodrilo? ¿Jugarías con él como se juega con un pájaro?
Y Yahvé fue enseñando a Job cómo la creación entera manifiesta la grandeza de su infinita sabiduría y poder.
Respondió Job diciendo: “Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te acobarde, por eso he hablado de lo que no sabía. Ahora te han visto mis ojos; deja que sea yo quien pregunte y Tú me adoctrinarás. Por eso me retracto y hago penitencia sobre polvo y ceniza”
Después de haber hablado Yahvé a Job, dijo a Elifaz, el amigo: “Se ha encendido mi ira contra ti y contra tus dos compañeros, porque no hablasteis de Mí rectamente como mi siervo Job. Así pues, tomad siete becerros y siete carneros e id a mi siervo Job y ofreced por vosotros sacrificios; y Job rogará por vosotros, y en atención a él no os haré mal”
Los amigos de Job hicieron lo que Dios les había mandado y Job rezó por ellos, de modo que Yahvé los perdonó.
Luego, Dios restableció a Job en su anterior estado de salud curándole todas las llagas y, no solo eso, sino que le acrecentó su fortuna en el doble de lo que antes poseía. Vinieron a él sus hermanos y hermanas y todos sus conocidos de antaño, y le consolaron por las penas que había pasado, regalándole cada uno una moneda y un anillo de oro. Yahvé bendijo los últimos tiempos de Job más que los primeros, y llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes, y mil asnas. Tuvo catorce hijos y tres hijas, y no había en aquella tierra mujeres más hermosas que las hijas de Job. Murió muy anciano y colmado de felicidad.
Job tenía razón al decir que sus sufrimientos no eran proporcionados a sus pecados porque tenía la conciencia tranquila. Los tres amigos, demasiado rígidos en interpretar el principio de que Dios, Justo, da a cada uno según sus obras, se convirtieron en duros acusadores de Job. Pero es Dios mismo quien se encarga de dejar claro que los hombres no siempre pueden comprender sus caminos; puede permitir el sufrimiento y hasta la muerte del justo, —fíjate en lo que sufrió Jesús-, lo mismo que puede dejar de castigar al malvado aquí en la tierra. La recia prueba sufrida por Job sirvió para probar su virtud y para mayor triunfo de Yahvé ante Satanás.
En el libro de Job la sabiduría humana se enfrenta y se contrasta con la divina. Termina reconociendo que la última palabra de la sabiduría está en Dios.
Vocabulario
Acrecentar: Aumentar.
Aferrarse: agarrarse, apegarse.
Antaño: En un tiempo anterior.
Cimiento: Parte del edificio que está bajo tierra y sobre la que se sostiene.
Clamor: Grito vigoroso.
Crines: Conjunto de cerdas que tienen algunos animales, como el caballo, en la parte superior del cuello y en la cola.
Demacrado: adelgazado, desnutrido.
Desdeñar: Tratar con despego o indiferencia un asunto.
Desdicha: Desgracia, adversidad.
Falacia: Falsedad con la que se intenta dañar a otro.
Otorgar: Dar, conceder.
Perverso: Muy malo.
Porfiar: Discutir.
Retractarse: Desdecirse, corregir lo que se ha dicho.
Pacer: Comer el ganado la hierba en los campos.
Tejón: Pequeño mamífero carnicero mustélido que habita en madrigueras profundas.
Turbado: Alterado, conmovido.
Yunta: Par de bueyes u otros animales que se utilizan en labores del campo como arar o acarrear.
Para la catequesis
- ¿Sabes qué es la ley natural? ¿Quién la pone en el corazón de los hombres?
- ¿Debemos enfadarnos con Dios cuando enfermamos, o cuando nos tropezamos y nos hacemos daño, o si nos sucede alguna desgracia? ¿Por qué?
- Deberíamos dar gracias a Dios todos los días por la cantidad de enfermedades que hoy no padecemos. Antiguamente había muchísimas y muy pocas medicinas para aliviarlas. Gran número de niños y niñas morían sin remedio.
- Jesús sufrió mucho más que Job, pues además del tormento terrible de la cruz, llevaba en su alma el dolor por todos nuestros pecados. Su madre La Virgen María, al pie de la cruz le ofrecía consuelo. Y nosotros en las letanías del Rosario decimos a Nuestra Madre esta invocación:”Consoladora de los afligidos. Ruega por nosotros” Acuérdate cuando sufras.