Continuamos con la historia de José, el patriarca del que ya hemos expuesto la primera parte de su historia.
José les dijo: “¡Vosotros sois espías que habéis venido a conocer las partes no fortificadas de esta tierra!” Y les hizo muchas preguntas acerca de quiénes eran, de dónde procedían y sobre su familia como si desconfiara de ellos. Atemorizados sus hermanos respondieron: “¡No, señor mío, solo hemos venido a comprar alimentos, somos gente buena! Éramos doce hermanos en la tierra de Canaán, el más pequeño se quedó allí con nuestro padre y el otro no vive ya” Pero José les dijo: “Para probar si decís la verdad tendréis que traer a vuestro hermano menor; uno de vosotros irá a buscarlo y los demás permaneceréis aquí prisioneros” Y los hizo meter juntos en la cárcel durante tres días. Pero al tercer día José cambió de planes movido por el amor a los suyos, que todavía conservaba, y, sin darse a conocer, les dio la orden de partir hacia su tierra para remediar el hambre de sus familias con la condición de que se quedara sólo uno de ellos hasta que viniera su hermano menor, Benjamín. Ellos se entristecieron y hablaban entre sí diciendo: “Este es el castigo que Dios nos manda por haber vendido a nuestro hermano José” Ignorantes, pensaban que José no les entendía cuando hablaban, pero lo entendía todo aunque a ellos les hablaba por medio de un intérprete para disimular.
José se emocionó y se tuvo que retirar para llorar sin que sus hermanos lo vieran. Luego eligió a Simeón para que se quedara y le puso cadenas de prisionero ante la mirada afligida de los otros.
José, que quería beneficiar a su familia y a su padre, mandó que llenaran sacos de trigo, que pusieran dentro de los sacos el dinero de cada uno y que les dieran provisiones para el camino. Ellos cargaron el trigo sobre los asnos y partieron para la tierra de Canaán.
Al llegar la noche, uno de los hermanos abrió un saco para dar pienso a los animales y descubrió que en la boca del saco estaba todo su dinero. ¡Se quedaron estupefactos! Y se preguntaban: “¿Qué es esto que hace Dios con nosotros?”
Llegaron a su casa y contaron a su padre cuanto les había sucedido; luego, al vaciar los sacos, encontraron el resto del dinero. Entonces se llenaron de temor. Israel (Jacob) les dijo: “¡Vais a dejarme sin hijos! José desapareció, Simeón desapareció, ¿y vais a llevaros ahora a Benjamín? ¿Por qué le habéis dicho a ese egipcio que teníais otro hermano? Judá respondió: “Aquel hombre nos preguntó insistentemente sobre nosotros y sobre nuestra familia, y nos dijo: “¿Vive todavía vuestro padre? ¿Tenéis algún otro hermano?” Y nosotros contestábamos a las preguntas sin imaginar lo que nos iba a pedir. Padre, deja que el pequeño venga conmigo, yo te respondo de él”.
Israel no tuvo más remedio que ceder, pero les dijo: “Tomad de los mejores productos de esta tierra en vuestro equipaje y bajádselos al hombre aquél como regalo, devolved también el dinero que trajisteis y llevad más dinero, pues quizá haya sido un error. Que el señor Dios omnipotente os haga hallar gracia ante ese hombre para que deje volver a vuestro hermano Simeón y a Benjamín.
Llegados de nuevo a Egipto y viendo José a todos sus hermanos, dijo al mayordomo: “Prepara una buena comida y llévalos a mi casa porque comerán conmigo a mediodía” Los hermanos, al enterarse, sintieron miedo y decían: “Es por lo del dinero que volvió en nuestros sacos por lo que nos traen aquí para hacernos esclavos suyos” Así que dijeron al mayordomo: “Perdone señor, nosotros vinimos a comprar víveres y al regresar encontramos el dinero en nuestros sacos pero lo traemos de vuelta y también traemos más dinero para comprar más trigo; no sabemos quién puso el dinero en nuestros sacos” El mayordomo contestó: “Que la paz sea con vosotros, no tengáis miedo, ha sido Dios, el Dios de vuestro padre el que os puso ese tesoro en los sacos, entrad en la casa y lavaos los pies porque vais a comer con mi señor”
Cuando entró José se postraron rostro en tierra ante él y le ofrecieron los regalos que traían. Él les preguntó: “¿Estáis bien?, vuestro padre, de quien me hablasteis ¿está bien?, ¿vive todavía?” Ellos le contestaron afirmativamente. José alzó los ojos y vio a Benjamín, su hermano, hijo de su misma madre, Raquel, y dijo: “¿Es éste vuestro hermano menor?, y añadió: “Que Dios te bendiga, hijo mío” Se conmovió por dentro y buscó un lugar donde llorar sin que le vieran ellos, retirándose a su habitación.
Durante la comida sentaron a los hermanos delante de José por orden, de mayor a menor, y se miraban unos a otros atónitos por lo que les estaba sucediendo. A Benjamín le pusieron una ración de comida cinco veces mayor que a los demás, pero todos comieron en abundancia y bebieron y estuvieron muy alegres en compañía de José.
Al marcharse de nuevo para su tierra, José dio orden a sus criados de poner el dinero en la boca de los sacos como la vez anterior, pero también ordenó que dentro del saco de Benjamín pusieran una copa de plata juntamente con el dinero.
Y cuando ya se habían ido dijo José al mayordomo: “Anda, sal en persecución de esas gentes y cuando los alcances diles: ¿Por qué habéis obrado así, devolviendo mal por bien? ¡Habéis robado la copa de plata en la que bebe mi señor!”
El mayordomo salió con soldados en busca de los hermanos y cuando los alcanzó, los detuvo y, siguiendo las instrucciones de su amo, les acusó de robar la copa de plata. Ellos, asombrados le contestaron: “Si hemos devuelto a tu señor el dinero que habíamos llevado a nuestra tierra, ¿cómo íbamos a querer robar plata ni oro de tu señor?, si la copa la tiene alguno de nosotros, que muera y todos los demás seamos llevados como esclavos de tu señor”
Bajaron los sacos de los asnos y los fueron abriendo comenzando por el hermano mayor. Cuando Benjamín, el pequeño, abrió el suyo, apareció la copa de plata ante la mirada espantada de todos los demás. El mayordomo los obligó a regresar a Egipto, y llegando ante José cayeron de nuevo rostro en tierra. José les dijo: “¿Qué es lo que habéis hecho? ¿No sabíais que tengo poder de adivinar las cosas?” Judá contestó: “¿Qué vamos a decir a mi señor?, ¿cómo hablar, cómo justificarnos? Dios nos ha castigado y somos esclavos tuyos”
Pero José contestó: “Solo será mi esclavo el que tenía la copa, los demás podéis marcharos” Pero Judá, abatido, le suplicó que dejara libre a Benjamín pues si no regresaba, su padre se moriría de pena, y le recordó cuánto le había apenado a su padre perder al otro hermano hacía muchos años. Se ofreció a quedarse él como esclavo en vez del pequeño y le decía: “¿Cómo voy a poder yo regresar a casa de mi padre si no llevo al niño conmigo? No, que no vea yo la desdicha en la que caerá mi padre”.
José, viendo que ya no podía contenerse más, ordenó que salieran todos de su presencia menos sus hermanos, y cuando ya se quedó solo con ellos les dijo entre lágrimas: “¡Yo soy José!, vuestro hermano, ¿vive todavía mi padre?” Pero sus hermanos se llenaron de terror ante él y no sabían qué contestarle. Él seguía llorando y les tranquilizó: “¡Acercaos a mí!”, les dijo. Se acercaron; José les habló con ternura: “Yo soy José, vuestro hermano, a quien vendisteis para que fuese traído a Egipto; pero no os aflijáis y no os pese haberme vendido pues para vuestra vida y salvación me ha traído Dios aquí antes de vosotros. ¡Sí!, es Dios quien me trajo y me ha hecho amigo del faraón, y señor de toda su casa, y me ha puesto al frente de toda la tierra de Egipto. ¡Corred y decid a mi padre: Tu hijo José está vivo! Contadle cuánta es mi gloria en Egipto y traedle aquí sin tardar. Quedan todavía cinco años de hambre pero aquí conmigo no pasaréis hambre. Traed también a toda vuestra familia”. Y se echó sobre el cuello de Benjamín, su hermano pequeño, y lloraron los dos. Luego besó y abrazó al resto de sus hermanos y se quedó mucho rato hablando con ellos.
Cuando el faraón se enteró de que José había encontrado a sus hermanos se alegró muchísimo y le dijo: “Di a tus hermanos que carguen sus asnos con lo que les haga falta, que vayan a vuestra tierra y traigan a vuestro padre, y que traigan a sus familias; que no sientan pena por dejar sus cosas porque aquí tendrán abundancia, les daremos lo mejor de la tierra de Egipto. Que se lleven carros para traer a todos”
José les dio vestidos nuevos, y a Benjamín trescientas monedas de plata y cinco vestidos. Cargaron los asnos con lo mejor de Egipto y otros diez asnos con trigo y alimentos para el camino de regreso; después despidió a sus hermanos diciéndoles: “No vayáis a reñir durante el viaje”.
De regreso en la tierra de Canaán, los hermanos de José contaron a su anciano padre, Israel, que José estaba vivo y que era el jefe de toda la tierra de Egipto. Y aunque él, en un principio, no les creyó; cuando vio los carros del faraón y los asnos con tantos presentes de parte de José se reanimó y decidió ir a Egipto a encontrarse con su querido hijo antes de morir.
Así pues, partió Israel con todo lo que tenía al encuentro de José. Por el camino, Dios le habló en una visión nocturna y le dijo: “Jacob, Jacob, yo soy Él, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto pues yo te haré allí un gran pueblo. Yo iré contigo y más adelante te haré regresar. José te cerrará los ojos”
Israel siguió ilusionado su camino; le acompañaban todos sus hijos con sus mujeres y todos sus nietos, sus ganados y los bienes que habían adquirido en Canaán. En total eran unas setenta personas las que viajaron a Egipto.
Cuando ya estaban cerca, se adelantó Judá para avisar a José de la llegada de la comitiva. E hizo José preparar su carro y subiendo en él se fue al encuentro de Israel, su padre. En cuanto le vio, se echó a su cuello, y lloró largo tiempo. Israel dijo a José: “Ya puedo morir, pues he visto tu rostro y vives todavía”
José presentó su familia al faraón, quien se alegró y le dijo:”Tu padre y tus hermanos han venido a ti; tienes a tu disposición toda la tierra de Egipto. Te recomiendo la tierra de Gosén, que es la que tiene mejores pastos para los rebaños”
Y habitaron en aquella región por muchos años creciendo y multiplicándose, formando grandes familias que luego se convirtieron en tribus, y que heredarían la promesa de la tierra futura, promesa hecha por Dios a sus padres.
Aunque Gosén era una tierra muy fértil dentro de Egipto, no es la que Dios tenía reservada para el futuro pueblo descendiente de Israel.
Murió Israel muy anciano bendiciendo a sus doce hijos y a los descendientes que vinieran; también a los hijos de José, Efraím y Manases, para que tuvieran parte en su herencia. A su hijo Judá, que había demostrado mayor bondad con su padre y mayor celo y renuncia personal en favor de sus hermanos, le encomendó particularmente que ejerciera la autoridad sobre las tribus hermanas, “Hasta que venga Aquel a quien Dios ha destinado, a quien darán obediencia todos los pueblos”.
Es una clara referencia al Mesías que habría de venir investido de la autoridad de Dios. Por eso, el futuro Mesías, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nacería de la descendencia de Judá (Acuérdate de que Jesús era judío).
Embalsamaron el cadáver de Israel como hacían los egipcios para conservar el cuerpo. Luego lo llevaron a enterrar a la tierra de Canaán, en el mismo sepulcro de Abraham, su abuelo y de Isaac, su padre.
José envejeció y murió feliz, recordando a sus hermanos que Dios no se olvidaría de su promesa y que el destino de su pueblo sería volver a la tierra de Canaán, la tierra prometida, y que cuando eso sucediera, llevasen su propio cuerpo para darle allí sepultura. .
Los restos mortales de José fueron sacados de Egipto por Moisés cuatrocientos años más tarde y depositados en Siquém, en el campo que había comprado Israel, su padre, y en el mismo lugar donde Jesús convirtiera, siglos después, a una mujer Samaritana.
Jesús y José
José guardó constante fidelidad a Dios, tanto en la prosperidad como en la adversidad. Su carácter bondadoso respira misericordia y perdón, y es por esto una de las figuras más parecidas a Jesús.
Vocabulario
Afligirse: Entristecerse, apenarse.
Atónito: Sorprendido, pasmado.
Comitiva: Acompañamiento de personas
Conmoverse: Emocionarse, enternecerse
Estupefacto: Atónito, sorprendido.
Provisiones: Alimentos y cosas preparadas para el viaje
Reanimarse: Recobrar las fuerzas
Víveres: Provisiones, comida y bebida.
Para la catequesis
- ¿Qué hubiera hecho José con sus hermanos si hubiera sido malo y vengativo?
- ¿Qué sentimientos mostró José a sus hermanos?
- ¿Tienes hermanos? ¿Te peleas mucho con ellos en casa? ¿Sabes perdonarlos? ¿Les pides perdón alguna vez?
- Fíjate en las veces que aparece Judá en esta historia. ¿Por qué crees que Israel, su padre, le da autoridad sobre el resto de los hermanos?
- La autoridad de Judá sobre sus hermanos y sobre sus descendientes permanecería para siempre, la tribu de Judá sobre el resto de las tribus. Y así fue hasta que llegó Jesús, también de la tribu de Judá, quien habló y obró con la autoridad de Dios. ¿Crees que Jesús habla y obra en la actualidad? ¿Cómo? Pregunta al sacerdote sobre este punto.