Queridos jóvenes:
Os saludo a todos con gran afecto. Estoy particularmente contento de estar con vosotros en esta histórica plaza que representa el corazón de la ciudad de Zagreb. Un lugar de encuentro y de comunicación, donde a menudo domina el ruido y el movimiento de la vida cotidiana. Ahora, vuestra presencia la transforma casi en un “templo”, cuya bóveda es el cielo mismo, que esta tarde parece inclinarse sobre nosotros. Queremos acoger en el silencio la Palabra de Dios que ha sido proclamada, para que ilumine nuestras mentes e inflame nuestros corazones.
Agradezco vivamente a Monseñor Srakić, Presidente de la Conferencia Episcopal, las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro; y en modo particular saludo y agradezco a los dos jóvenes que nos han ofrecido sus bellos testimonios. La experiencia vivida por Daniel recuerda la de San Agustín: es la experiencia de buscar el amor “fuera” y luego descubrir que está más cercano de mí que yo mismo, que me “toca” en lo profundo y me purifica… Mateja, en cambio, nos ha hablado de la belleza de la comunidad, que abre el corazón, la mente y el carácter… Gracias a los dos.
San Pablo –en la lectura que se ha proclamado– nos ha invitado a estar “siempre alegres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una palabra que hace vibrar el alma, si consideramos que el Apóstol de los Gentiles escribe esta Carta a los cristianos de Filipos mientras se encontraba en la cárcel, a la espera de ser juzgado. Él está encadenado, pero el anuncio y el testimonio del Evangelio no pueden ser encarcelados. La experiencia de san Pablo revela cómo es posible mantener la alegría en nuestro camino, aun en los momentos oscuros. ¿A qué alegría se refiere? Todos sabemos que en el corazón de cada uno anida un fuerte deseo de felicidad. Cada acción, cada decisión, cada intención encierra en sí esta íntima y natural exigencia. Pero con frecuencia nos damos cuenta de haber puesto la confianza en realidades que no apagan ese deseo, sino que por el contrario, revelan toda su precariedad. Y estos momentos es cuando se experimenta la necesidad de algo que sea “más grande”, que dé sentido a la vida cotidiana.
Queridos amigos, vuestra juventud es un tiempo que el Señor os da para poder descubrir el significado de la existencia. Es el tiempo de los grandes horizontes, de los sentimientos vividos con intensidad, y también de los miedos ante las opciones comprometidas y duraderas, de las dificultades en el estudio y en el trabajo, de los interrogantes sobre el misterio del dolor y del sufrimiento. Más aún, este tiempo estupendo de vuestra vida comporta un anhelo profundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle plenitud. En el Evangelio de Juan, dirigiéndose a sus primeros discípulos, Jesús pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Queridos jóvenes, estas palabras, esta pregunta interpela a lo largo del tiempo y del espacio a todo hombre y mujer que se abre a la vida y busca el camino justo… Y, esto es lo sorprendente, la voz de Cristo repite también a vosotros: “¿Qué buscáis?”. Jesús os habla hoy: mediante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace contemporáneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vosotros lo busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y compañero de camino. Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará. Jesús os hace conocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace comprender que vuestra felicidad se logra en la amistad con Él, en la comunión con Él, porque hemos sido creados y salvados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca el bien del otro, experimentamos verdaderamente el significado de la vida y estamos contentos de vivirla, incluso en las fatigas, en las pruebas, en las desilusiones, incluso caminando contra corriente.
Queridos jóvenes, arraigados en Cristo, podréis vivir en plenitud lo que sois. Como sabéis, he planteado sobre este tema mi mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que nos reunirá en agosto en Madrid, y hacia la cual nos encaminamos. He partido de una incisiva expresión de san Pablo: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2, 7). Creciendo en la amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la pertenencia a la Iglesia, con la ayuda de vuestros sacerdotes, podréis testimoniar a todos la alegría de haber encontrado a Aquél que siempre os acompaña y os llama a vivir en la confianza y en la esperanza. El Señor Jesús no es un maestro que embauca a sus discípulos: nos dice claramente que el camino con Él requiere esfuerzo y sacrificio personal, pero que vale la pena. Queridos jóvenes amigos, no os dejéis desorientar por las promesas atractivas de éxito fácil, de estilos de vida que privilegian la apariencia en detrimento de la interioridad. No cedáis a la tentación de poner la confianza absoluta en el tener, en las cosas materiales, renunciando a descubrir la verdad que va más allá, como una estrella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere llevaros. Dejaos guiar a las alturas de Dios.
En el tiempo de vuestra juventud, os sostiene el testimonio de tantos discípulos del Señor que han vivido su tiempo llevando en el corazón la novedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jóvenes santos y santas en la gran comunidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vosotros y yo pensamos en el Beato Iván Merz. Un joven brillante, metido de lleno en la vida social, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el camino universitario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se encuentra frente a la destrucción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja, haciéndole superar momentos de crisis y de lucha espiritual. La fe de Iván se refuerza hasta tal punto que se dedica al estudio de la Liturgia e inicia un intenso apostolado entre los jóvenes. Descubre la belleza de la fe católica y comprende que la vocación de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con Cristo. De cuántos gestos de caridad, de bondad que sorprenden y conmueven está lleno su camino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos años, después de algunos meses de enfermedad, ofreciendo su vida por la Iglesia y por la juventud.
Esta vida joven, entregada por amor, lleva el perfume de Cristo, y es para todos una invitación a no tener miedo de confiarse al Señor, del mismo modo que lo contemplamos, en modo particular, en la Virgen María, la Madre de la Iglesia, aquí venerada y amada con el título de “Majka Božja od Kamenutih vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo confiar esta tarde a cada uno de vosotros, para que os acompañe con su protección y os ayude sobre todo a encontrar al Señor y, en Él, a encontrar el significado pleno de vuestra existencia. María no tuvo miedo de entregarse por completo al proyecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que estamos llamados: la plena comunión con el Señor. Toda nuestra vida es un camino hacía la Unidad y Trinidad de Amor que es Dios; podemos vivir con la certeza de no ser abandonados nunca. Queridos jóvenes croatas, os abrazo a todos como a hijos. Os llevo en el corazón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre alegres en el Señor”. Su alegría, la alegría del verdadero amor, sea vuestra fuerza. Amén. ¡Alabados sean Jesús y María!
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Discurso durante la Vigila de Oración con los jóvenes
SS. Benedicto XVI
Sábado, 4 de junio de 2011
Plaza del Bano Josip Jelačič
Zagreb.