Santa Catalina de Siena, patrona de Europa

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Catalina Benincasa nació en la ciudad de Siena, Italia, el 25 de marzo de 1347. Hija número 23 de Jacobo y Lapa Benincasa, desde niña se destacó por su inteligencia y religiosidad. Los biógrafos señalan que su primera visión, su voto de virginidad y el pueril intento de hacerse eremita los manifestó entre los 6 y 8 años.

Su madre se oponía a sus deseos de vida de piedad e intentó por todos los medios que elija la vida matrimonial. Aprovechando una enfermedad que le produce su paso de la niñez a la edad adulta, consigue que su madre realice las gestiones necesarias para que la admitan en la Tercera Orden de Penitencia de Santo Domingo. Las terciarias eran todas mayores o viudas. La admisión de Catalina, que en ese entonces tenía 16 años, fue una excepción.

A pesar de la fragilidad de su salud, su fisonomía y carácter estaban dotados de una vitalidad singular. Era una mujer corriente, como tantas otras. Poseía sin embargo algo de que muchas carecen: fuerza de voluntad y tenacidad para seguir el camino que se ha señalado. Con tesón y esfuerzo hizo caso a las inspiraciones de la gracia, que Dios concede en abundancia a todos los cristianos.

Catalina fue, por naturaleza, optimista. Habla más de los éxitos en la vida espiritual que de las derrotas, de los pecados. Si hace referencia a éstos, siempre los complementa con la siguiente reflexión «Por mucho que el hombre esté inclinado a pecar, está Dios mucho más inclinado a perdonar».

Supo armonizar su vida seglar y activa con largas horas de oración y como no siempre podía estar retirada en una habitación o celda, imaginó y logró llevar esa habitación y celda consigo, dentro de su corazón: no perdió el recogimiento interior y la intención de agradarle a Dios en medio de las gestiones que tuvo que llevar a cabo en el mundo.

Sin pretenderlo, a los 18 años Catalina comienza a convertirse en el centro de un grupo de personas que aspiran a una vida espiritual más intensa, sobre todo entre las terciarias. Sus dotes naturales, su espíritu dominicano y su deseo constante de entrega a Dios, además de sus gracias sobrenaturales, hace que todos se fijen más en su vida, que es de penitencia y de caridad con el prójimo.

Los dominicos de Siena también la adoptan como maestra espiritual. La conocen a través de su concuñado Fray Tomás Della Fonte, religioso del convento Santo Domingo de Siena, que vivió en la casa de Catalina tras la muerte de sus padres hasta su ingreso en la Orden Dominicana. Como sólo podía salir del convento con un acompañante, fue presentando sus hermanos de hábito a Catalina, como Fray Bartolomé Dominici y Fray Tomás de Nacci (Caffarini) que luego de conocerla se convierten en sus discípulos. Fray Tomás Della Fonte fue su confesor durante la mayor parte de su vida.



El radio de acción e influencia de este grupo en torno a Catalina va creciendo. Procura atender a todos lo que se acercan a ella en lo material y en lo moral. En su interior, prosigue su sencillez como una mujer corriente de su tiempo. En medio de una vida dura y difícil, por su salud y por su pobreza, su espíritu no se quebranta ni material ni moral ni espiritualmente.

Su influencia y su nombre van llenando la ciudad de Siena. Sin embargo, no todos están contentos con su aura popular. Los ayunos, éxtasis y otras manifestaciones no ordinarias que padecía eran discutidos y puestos en duda por muchos que pretendían desautorizarlas.

De todas formas, su fama se extiende a Pisa, Florencia, Milán, Lucca y otras ciudades de Italia.

Además de una gran labor social, desempeñó una importantísima actuación pública convirtiéndose en una heroica defensora del Papado durante el período de su sede en Avignon, interviniendo en las gestiones para que éste sea restituido a Roma. En 1378, medió en la paz entre Florencia y Gregorio XI, y preparó la adhesión de Nápoles a Urbano VI.

El socorro al prójimo, a la comunidad cristiana y a la jerarquía eclesiástica no brota de su corazón bondadoso, sino de su amor al Señor.3 En ese sentido, nos ha dejado un valioso legado espiritual a través de la correspondencia epistolar que mantuvo durante su vida. Sus escritos, dictados a sus discípulos porque no sabía escribir, son una muestra palpable de su reflexión. La primera carta que se conserva fue dirigida a Fray Tomás Della Fonte en 1368. En su libro «El Diálogo» expone la relación de Dios con el hombre. Asimismo, Santa Catalina desarrolla la doctrina del «puente»: Cristo como mediador entre Dios y los hombres.

Falleció en Roma el 29 de abril de 1380, a los 33 años de edad. Fue canonizada por Su Santidad el Papa Pío II en 1461 y su fiesta se celebra el 29 de abril. El 4 de octubre de 1970 es proclamada doctora de la Iglesia por Su Santidad el Papa Pablo VI, junto con Santa Teresa de Avila. Fueron las primeras mujeres proclamadas doctoras de la Iglesia. El arte la representa con la corona de espinas, la cruz y lirios.

La figura de Santa Catalina de Siena fue dada a conocer a los habitantes de Buenos Aires gracias a la celebración de la fiesta de la Santa que se realizaba todos los años en la iglesia que lleva su mismo nombre.

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José Salvador y Conde O.P., Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia. Madrid, 1999 (Págs. 18, 24 y 25).

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Fuente original: Santa Catalina, comunidad de la Iglesia de Buenos Aires (Argentina)

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