El noviazgo hoy: ¿Pasatiempo o relación con sentido?

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Os invito a que reflexionemos un poco sobre algo muy importante: las relaciones de noviazgo, especialmente en el núcleo fundamental que las anima, así como las dificultades por las que estas pueden pasar.

¿Para qué una relación de noviazgo?

Desde un punto de vista cristiano, una relación de noviazgo se lleva con miras al matrimonio. Es decir, que al matrimonio antecede siempre una relación que ayude a madurar esta elección de vida. Pero, ¿será este el pensamiento de los jóvenes de hoy? Es claro que en la mayoría de los casos la respuesta será negativa, pues muchos jóvenes no tienen clara la razón de ser del noviazgo, ya que se piensa que una relación de este tipo es para pasarla a gusto, para tener intimidad con alguien, etcétera. Incluso, habrá muchos que ni siquiera establezcan una relación formal de noviazgo, pues los «amigos con derechos» las vienen a suplir.

Los padres de familia y el noviazgo de sus hijos

Por otra parte, es importante que también los padres de familia tengan claro el objetivo del noviazgo, de lo contrario no tendrán fundamentos para orientar a sus hijos al momento en que éstos comiencen -en ocasiones prematuramente- a tener experiencias de «noviazgo» si se les puede llamar así.

¿Por qué es importante esto? Porque si el noviazgo se lleva con la intención de llegar al matrimonio, los jóvenes habrán de postergar esta etapa de su vida para cuando hayan alcanzado la madurez y estén preparados para una opción definitiva. Mientras tanto, habrá que insistir en que vivan su adolescencia-juventud inmersos en su preparación académico-profesional, buscando madurar su afectividad con relaciones de amistad que les posibiliten un sano desarrollo psicoafectivo.

Los beneficios de un noviazgo maduro

Esto les traería considerables beneficios. Uno, y que me parece muy importante, se evitarían embarazos no deseados, pues muchos de estos embarazos se dan en adolescentes, como consecuencia de relaciones prematuras. Otro beneficio sería que los jóvenes podrían adentrarse más de lleno en su formación, tendrían oportunidad de conocer más gente, de convivir mayor tiempo con la familia, etcétera; pues el noviazgo puede absorber mucho tiempo, y en ocasiones, provocar desgaste emocional, sobre todo cuando se da en condiciones de inmadurez.

Propuesta nada fácil

Una solución aparentemente sencilla, pero difícil, sobre todo si pensamos en cómo nuestros jóvenes están inmersos en un mundo que estimula el eros, la pulsión sexual; que por todos lados son bombardeados con información sexual, pero no con auténtica formación; nuestros gobiernos y ciertas instituciones se han dedicado a repartir condones en lugar de orientar hacia una sexualidad más madura y de verdad responsable. Y si a esto agregamos la tremenda desintegración familiar, las cada vez más numerosas familias disfuncionales y la poca formación en valores morales y religiosos vividos en familia; tenemos como resultado a jóvenes muy vulnerables, débiles espiritual y psicológicamente, incapaces aún para poder afrontar la vida con entereza.

¿Qué hacer? Apostar por la familia

Hay que seguir apostando por el fortalecimiento de la institución familiar como célula que estructura la vida de la sociedad (Cf. Familiaris consortio, n. 42). Si la familia está dañada, es como un cáncer que poco a poco corroerá el tejido social. La familia es el espacio donde se vive el amor en distintas dimensiones: entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos. Y es el amor incondicional que se vive al interior de la familia lo que origina seres humanos plenos, maduros, aptos para ser portadores de amor auténtico.

Por otra parte, las familias han de abrirse a Aquél en quien tiene origen el amor: Dios, que quiere que lo incluyamos en la aventura de ser familia. La vida familiar se enriquece desde la fe en los momentos de gozo celebrativo como en los inevitables momentos difíciles. Los valores que emergen del Evangelio consolidan la madurez personal y familiar para poder enfrentar la vida con entereza y alegría, y la familia está llamada a ser la primer educadora en la fe (Cf. Familiaris consortio, nn. 36-38).

Quien surge de una familia integrada e íntegra, puede vivir un noviazgo con sentido, con madurez. Y si nuestra matriz familiar no es lo positivo que quisiéramos, nunca es tarde para sanar y madurar, y aún el noviazgo puede ser una oportunidad para ello, siempre y cuando se viva éste como espacio de crecimiento humano-espiritual en el que se dé respeto mutuo en diálogo franco y comprensivo, y el imprescindible amor incondicional que nos alimenta y sana.

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