Educar el pudor y la modestia
Aunque no esté de moda y va contracorriente, los padres están llamados a inculcar en los hijos, desde pequeños, el respeto hacia sí mismos, el pudor y, en la adolescencia, la virginidad.
La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona.
Designa el rechazo, a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas (CEC, 2521).
Lo que se llama permisividad de las costumbre se busca en una concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, esta necesita dejarse educar previamente por la ley moral (CEC, 2526).
La práctica del pudor y de la modestia, al hablar, obrar y vestir, es muy importante para crear el clima adecuado para la maduración de la castidad; y por eso han de estar hondamente arraigados en el respeto del propio cuerpo y de la dignidad de los demás. Como se ha indicado, los padres deben velar para que ciertas modas y comportamientos amorales no violen la integridad del hogar, particularmente a través de un uso desordenado de los medios de comunicación.
Particularmente, en relación al cosas de la televisión, el Santo Padre ha especificado: «El modo de vivir —especialmente en las naciones más industrializadas— lleva con frecuencia a las familias a descargar sus responsabilidades educativas; encontrando en la facilidad para la evasión (a través especialmente de la televisión y de ciertas publicaciones) la manera de tener ocupados a los niños y los jóvenes. Nadie niega que existe para ello cierta justificación, dado que muy frecuentemente faltan estructuras e infraestructuras suficientes para potenciar y valorizar el tiempo libre de los jóvenes y orientar sus energías» (S. h. 56).
Los padres modelo para sus hijos
El buen ejemplo y el liderazgo de los padres es esencial para reforzar la formación de los jóvenes en la castidad. La madre que estima la vocación materna y su papel en la casa, ayuda muchísimo a desarrollar, en sus hijas, las cualidades de la feminidad y de la maternidad y pone ante los hijos varones un claro ejemplo de mujer recia y noble. El padre que inspira su conducta en un estilo de dignidad varonil, sin machismos, será un modelo atrayente para sus hijos e inspirará respeto, admiración y seguridad en las hijas (S. h. 59).
Familia numerosa
Nadie puede ignorar que el primer ejemplo y la mayor ayuda que los padres dan a sus hijos es su generosidad en acoger la vida, sin olvidar que así les ayudan a tener un estilo más sencillo de vida y, además, «que es menor mal negar a los propios hijos ciertas comodidades y ventajas materiales que privarlos de la presencia de hermanos y hermanas que podrían ayudarles a desarrollar su humanidad y a comprobar la belleza de la vida en cada una de sus fases y en toda su variedad» (S. h. 61).
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