El noviazgo a la luz de las Escrituras, de la Tradición y del Magisterio.
El tiempo del noviazgo es un tiempo de gracia particular para descubrir al marido o a la mujer que Dios estableció desde la eternidad. No somos nosotros los que elegimos, según la atracción o la pasión, sino que es Dios el que tiene un diseño sobre aquellos que llama a formar familias cristianas, para dar a luz personas destinadas a la vida eterna.
A la luz de lo que hasta ahora hemos expuesto sobre la «Teología del cuerpo» y el «Sacramento del Matrimonio» se ve cómo tiene una importancia fundamental una adecuada preparación a este sacramento, así como el tiempo de noviazgo.
El Papa Juan Pablo II, refiriéndose a esto en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, que recogía las indicaciones del Sínodo de los obispos, escribía:
En nuestros días es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar En algunos países siguen siendo las familias mismas las que, según antiguas usanzas, transmiten a los jóvenes los valores relativos a la vida matrimonial y familiar mediante una progresiva obra de educación o iniciación. Pero los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no solo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro. Muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar derivan del hecho de que en las nuevas situaciones, los jóvenes no solo pierden de vista la justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida familiar, en general van mejor que los demás.
Esto vale más aún para el matrimonio cristiano, cuyo influjo se extiende sobre la santidad de tantos hombres y mujeres. Por esto, la Iglesia debe promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios, y más allí para favorecer positivamente el nacimiento y maduración de matrimonios logrados.
La preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo. En efecto, comporta tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata (Familiaris Consortio, 66).
El Libro de Tobías: Tobías se casa con Sara
El Papa en las catequesis sobre la Teología del cuerpo, comenta el amor matrimonial cantado en el Cantar de los Cantares y en el Libro de Tobías. En el Libro de Tobías, sapiencial y pedagógico, se subraya cómo el mismo Dios conduce a Tobías al encuentro con Sara conducido por el Ángel, y el Ángel dirá a Tobías las condiciones para poder unirse a Sara que, mientras tanto, se ha convertido en su mujer, sin sucumbir al poder del demonio que había matado a los siete maridos anteriores.
Comentando este texto de la Escritura, que debería servir como guía para todo noviazgo, el Papa dice:
Leemos allí que Sara, hija de Ragüel, había sido anteriormente «dada como esposa a siete hombres» (Tb 6, 14), pero todos habían muerto antes de unirse con ella, esto había sucedido por obra del espíritu maligno, que en el libro de Tobías lleva el nombre de Asmodeo. También el joven Tobías tenía razones para temer una muerte análoga. Cuando pide a Sari por mujer, Ragüel se la entrega, profiriendo unas palabras significativas: «El Señor del Cielo os guíen a buen fin esta noche, hijo mío, y os dé su gracia y su paz» (Tb 7, 11).
Así, el amor de Tobías debía afrontar desde el primer momento la prueba de la vida y de la muerte. Las palabras sobre el amor «fuerte como la muerte» que los esposos del Cantar de los Cantares pronuncian mientras queda embelesado su corazón, asumen aquí el carácter de una prueba real. Si el amor se demuestra fuerte como la muerte, esto sucede sobre todo en el sentido de que Tobías, y junto con él Sara, van sin vacilar hacía esta prueba. Pero en esta prueba de la vida y de la muerte vence la vida, porque durante la primera prueba de la noche de bodas, el amor, sostenido por la oración, se revela más fuerte que la muerte.
Esto se realiza a través de la oración, la cual nació, antes que nada, por las instrucciones dadas por el arcángel Rafael, que había acompañado a Tobías a lo largo de todo su viaje y está escondido detrás del nombre de Azarías.
Azarías-Rafael da al joven Tobías varios consejos sobre cómo librarse de la acción del espíritu maligno, de aquel Asmodeo que había provocado la muerte de los siete hombres a los que Sara había sido dada por mujer anteriormente. Finalmente, él mismo torna la iniciativa en este asunto (cf. Tb 6, 17; 8, 3). Encomienda a Tobías y a Sara sobre todo la oración.
Cuando los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación, Tobías se levantó de la cama y llamó a Sara a la oración en común, según las recomendaciones de Rafael-Azarías: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve» (Tb 8, 4).
Nació así la oración que hemos citado al comienzo. Se puede decir que en esta oración está presente la dimensión de la liturgia propia del sacramento, Todo esto, en efecto, se realiza durante la noche nupcial de los novios.
¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos.
Tú creaste a Adán y para él creaste a Eva, su mujer; para sostén y ayuda y para que de arribos proviniera la taza de los hombres.
No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él.
Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad.
Y dijeron a coro: «Amén, amén».
Son conscientes que el mal que los amenaza por parte del demonio los puede golpear como sufrimiento, como muerte, destrucción de la vida de uno de ellos. Pero, para rechazar aquel mal que amenaza con matar el cuerpo, es necesario impedir al espíritu maligno el acceso a las almas, liberarse interiormente de su influjo.
En este dramático momento de la historia de ambos, Tobías y Sara, cuando en la noche nupcial les era debido, como recién casados, hablar recíprocamente con el «lenguaje del cuerpo», transforman ese lenguaje en una sola voz. Ese unísono es la oración. Esta voz, este hablar al unísono permite a ambos cruzar la situación del límite, el estado de amenaza de mal y de muerte, abriéndose totalmente, en la unidad de dos, al Dios vivo.
La oración de Tobías y de Sara se convierte, en cierto modo, en el más profundo modelo de la liturgia cuya palabra es palabra de fuerza. Es palabra de fuerza sacada de las fuentes de la alianza y de la gracia. Es la fuerza que libera del mal, y que purifica. En esta palabra de la liturgia se cumple el signo sacramental del matrimonio construido en la unión del hombre y de la mujer, en base al lenguaje del cuerpo, releído en la verdad integral del ser humano.
Tobías dice: «Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención» (Tb 8, 7). De tal manera indica el momento de purificación, al cual tiene que ser sometido el lenguaje del cuerpo, cuando el hombre y la mujer se disponen a expresar con ese lenguaje el signo de la alianza sacramental. En este signo, el matrimonio debe servir a construir la comunión recíproca de las personas, reproduciendo el significado esponsal del cuerpo en su verdad interior. Las palabras de Tobías: no con deseo impuro, tienen que ser releídas en el texto integral o la Biblia y de la Tradición.
Tobías y Sara terminan su oración con las palabras siguientes: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella y haznos llegar juntos a la vejez» (Tb 8, 7).
Se puede admitir (basándose en el contexto) que ellos tienen ante sus ojos la perspectiva de perseverar en la comunión conyugal hasta el final de sus días, perspectiva que se abre delante de ellos con la prueba de la vida y de la muerte, ya durante la primera noche nupcial. Al mismo tiempo, ven con la mirada de la fe la santidad de esta vocación, en la que —a través de la unidad de los dos, construida sobre la recíproca verdad del lenguaje del cuerpo— deben responder a la llamada de Dios mismo, contenida en el misterio del Principio. Y por eso piden: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella».
Si estas indicaciones podrían parecer casi superfluas a los que siguen el Camino Neocatecumenal, parece importante que sobre todo los padres no den nada por descontado en la preparación de sus hijos al matrimonio, sea respecto a una adecuada preparación como también en la etapa del noviazgo. Para los padres no basta que el hijo o la hija empiecen una relación con un chico o chica del Camino, ni que frecuente la comunidad. Su misión consiste sobre todo en una verificación ayudando a sus hijos a vivir el tiempo del «noviazgo» como un tiempo «de gracia» para discernir la voluntad de Dios, si aquel chico o chica es efectivamente aquel o aquella elegida por el Señor para llegar a ser su esposa durante toda la vida y madre de sus hijos.
Este cuidado, como hicimos presente en las catequesis de los años pasados, es tarea «prioritaria» de los padres (todos los demás: catequistas, presbíteros… pueden ofrecer ayudas importantes pero siempre ayudas «subsidiarias»); se hace particularmente necesaria también por lo que concierne al fenómeno cada vez más difundido de matrimonios mixtos, si no de matrimonio con disparidad de culto. Los criterios pastorales que la Iglesia ofrece en estos casos, se pueden aplicar en modo análogo también a los matrimonios de hijos del Camino con chicos o chicas que no están en el Camino, o que se profesan ateos o agnósticos.
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