Conociendo a nuestros hijos: 9 a 12 años

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Nos encontramos a mitad de camino entre lo que algunos autores denominan religiosidad participativa —8-10 años— y religiosidad convivencial —10-12 años— (véase Pedro Chico González: Psicología religiosa del niño y del adolescente, Valladolid 1995). Antes de que concluya esta etapa, ya se pueden establecer ciertas diferencias entre las niñas y los niños, toda vez que aquellas entran en el periodo de la preadolescencia casi dos años antes.

Se puede afirmar que, en torno a los diez años, el niño toma conciencia de sí mismo en los principales aspectos de su vida, incluido el religioso; ciertamente que todavía estamos hablando de una religiosidad que es más activa que interiorizada. El entorno familiar continúa influyendo, pero cada vez pesa más el entorno social.

Al concluir estos años, el niño deja de ser niño para adentrarse en la etapa de la preadolescencia. Este periodo también es conocido como el de la Infancia Adulta.


Rasgos psicológicos

Los rasgos psicológicos de este nivel nos dicen que:

  • El niño toma conciencia por sí mismo de lo que le conviene y de lo que puede perjudicarle (lo que no significa que siempre acierte en sus apreciaciones); aun manteniendo planteamientos intuitivos, cada vez se vuelve más reflexivo, pasando del método intuitivo al deductivo.
  • Es el momento del pensamiento operacional concreto. La imaginación dejará paso a lo racional, pues ya se encuentra en condiciones de sintetizar y estructurar sus conocimientos. Busca conocer el porqué y el para qué de las cosas.
  • Se desarrolla su capacidad de atención, al tiempo que la memoria se planifica. Su capacidad de trabajo le lleva a ganar en laboriosidad, sobre todo si ya tiene hábitos adquiridos en la anterior etapa.
  • Se plantea muchos objetivos, preferentemente si están vinculados con el grupo. Sus relaciones sociales se ensanchan, siendo firme en sus compromisos.
  • Aunque puede mostrarse desobediente aún no ha llegado el momento de la rebeldía, pues su relación con los adultos continúa siendo muy positiva.
  • Poco a poco irá desarrollando su propia individualidad e independencia. Le gusta sobresalir, al tiempo que se muestra muy sensible al aplauso o a la crítica.
  • Construye con naturalidad su propia escala de valores. Muchas situaciones intentará resolverlas por sí mismo, sin dejarlas traslucir a los adultos. Los padres han de ser conscientes de que se acerca el momento en el que el hijo aprenda a volar solo.
  • Periodo muy importante para que la conciencia se forme con criterios rectos, para aprender a valorar lo bueno y lo bello. Su religiosidad se espiritualiza, dejando atrás los planteamientos antropomórficos, más propios de la etapa infantil.


Orientaciones educativas

Aunque el niño de estas edades posee capacidad intelectual y afectiva para captar los hechos religiosos, aún sigue dependiendo del entorno inmediato: familia y grupo de amigos, por lo que no se puede considerar que sea autónomo en sus planteamientos religiosos. Necesita de apoyos y de ejemplos claros que le ayuden a consolidar unos hábitos que están en proceso de afianzamiento: la figura del adulto —firme y coherente en la fe— es para él de un gran valor y un estímulo para seguir por el camino recto.

Entre otras destacamos las siguientes líneas de desarrollo:

  • Es el momento de transmitir el mensaje cristiano en toda su integridad.
  • Fomentar el interés y el respeto por la Sagrada Escritura, animándoles a que se metan en los relatos evangélicos como un personaje más, aprendiendo a sacar conclusiones para su propia vida.
  • Interiorizar el conocimiento de la fe en el niño: llevar a través de la actividad personal a una experiencia de la fe y a una vida de fe. Convendrá profundizar en los hábitos de piedad ya iniciados en etapas anteriores, al tiempo que aprenden a sacrificarse y a exigirse. Es el momento para que entiendan la importancia del valor de la oración para tratar a Dios, sabiendo superar la estricta oración de petición.
  • Continuar con la profundización en la vida sacramental y con el sentido de pertenencia a la Iglesia. Es básico que consideren la Eucaristía como el principal alimento del alma y que vean en la Penitencia el encuentro con un Dios que perdona.
  • Dar un sentido positivo a la formación moral, reafirmando la importancia que tiene el hacer el bien, al tiempo que se subraya la fuerza y la belleza de la vida cristiana.
  • Para conseguir alcanzar estos objetivos continúa siendo muy necesario el contacto entre padres, profesores y catequistas.

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