
Un templo hecho de ladrillos y cemento. La puerta abierta incita a entrar. Una campana suena llamando a misa, y el recuerdo de mi niñez que siempre vuelve.
De pequeña deseaba conocer una iglesia por dentro. Cuando el avance de mi enfermedad se apaciguó, tuve la enorme alegría de poder hacerlo y poco a poco la casa de Dios llegó a ser como mi segundo hogar. Sentí el amor de una comunidad activa, desde el sacerdote que la guiaba hasta el maravilloso grupo apostólico que me invitaron a integrar.