
Dos hombres eran vecinos y cada uno tenía una mujer, varios hijos y sólo su trabajo para vivir. Uno de ellos se inquietaba mucho diciendo: «Si llego a morir o me enfermo, ¿qué será de mi mujer y de mis hijos?».
Y este pensamiento se le clavaba en el corazón como un gusano que roe la fruta donde se esconde.
El otro padre, aunque le asaltaba el mismo pensamiento no se paraba con él, pues se decía: «Dios, que conoce todas las criaturas y vela por ellas, velará también por mi mujer y mis hijos». Y vivía tranquilo, mientras el primero no tenía un instante de reposo y de alegría.