El bandolero y el escritor

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En las puertas del infierno comparecieron a la misma hora, para ser juzgados y condenados dos hombres; un bandolero que, tras haber ejercido su profesión en los despoblados y en los cruces de los caminos, había merecido morir en el patíbulo y un escritor que había muerto aureolado de gloria, después de haber predicado la impiedad más descarada y la corrupción más abyecta.

En las regiones infernales los procesos jurídicos son rápidos y expeditivos: en un abrir y cerrar de ojos fue pronunciada y cumplida la sentencia para ambos.

De dos grandes cadenas de hierro se colgaron dos enormes calderas, y en ellas fueron echados los dos culpables.

Bajo la caldera del bandolero se preparó un gran montón de leña. Un diablo la encendió y a los pocos instantes fueron las llamas tan devoradoras e imponentes que quemaron y rompieron las piedras de la bóveda infernal.

Tormentos en el infiernoAl parecer, el tribunal se mostró menos severo con el escritor, bajo cuya caldera empezó a centellear una llamita, pero que fue aumentando con el paso de los siglos, sin disminuir nunca en intensidad. Hacía ya mucho tiempo que la hoguera del ladrón se había apagado, mientras que el fuego del escritor se tornaba cada día más ardiente. El desgraciado empezó a protestar de la justicia de ultratumba. Una de las tres furias infernales se dirigió hacia él con la cabellera desgreñada, silbando como una serpiente y armada la mano con unos azotes ensangrentados y le gritó:

—¡Desgraciado! ¿Cómo te atreves a quejarte de la divina justicia? ¿Cómo osas compararte con un simple asesino? Sus culpas son nada al lado de tus delitos. Fue ciertamente cruel y malvado, pero solo hizo daño durante su vida. Mientras que no hay un solo día en que tú, aún siendo ya polvo tus huesos, no contamines algún alma con el veneno de tus libros. Lejos de disminuir y cesar en su eficacia, con el correr de los siglos, este veneno se hace cada día más mortífero y corrosivo. Sufre, pues, que bien te los has ganado: tus penas son proporcionadas a tus culpas.

El bandolero y el escritor

En las puertas del infierno comparecieron a la misma hora, para ser juzgados y condenados dos hombres; un bandolero que, tras haber ejercido su profesión en los despoblados y en los cruces de los caminos, había merecido morir en el patíbulo y un escritor que había muerto aureolado de gloria, después de haber predicado la impiedad más descarada y la corrupción más abyecta.

En las regiones infernales los procesos jurídicos son rápidos y expeditivos: en un abrir y cerrar de ojos fue pronunciada y cumplida la sentencia para ambos.

De dos grandes cadenas de hierro se colgaron dos enormes calderas, y en ellas fueron echados los dos culpables.

Bajo la caldera del bandolero se preparó un gran montón de leña. Un diablo la encendió y a los pocos instantes fueron las llamas tan devoradoras e imponentes que quemaron y rompieron las piedras de la bóveda infernal.

Al parecer, el tribunal se mostró menos severo con el escritor, bajo cuya caldera empezó a centellear una llamita, pero que fue aumentando con el paso de los siglos, sin disminuir nunca en intensidad. Hacía ya mucho tiempo que la hoguera del ladrón se había apagado, mientras que el fuego del escritor se tornaba cada día más ardiente. El desgraciado empezó a protestar de la justicia de ultratumba. Una de las tres furias infernales se dirigió hacia él con la cabellera desgreñada, silbando como una serpiente y armada la mano con unos azotes ensangrentados y le gritó:

—¡Desgraciado! ¿Cómo te atreves a quejarte de la divina justicia? ¿Cómo osas compararte con un simple asesino? Sus culpas son nada al lado de tus delitos. Fue ciertamente cruel y malvado, pero solo hizo daño durante su vida. Mientras que no hay un solo día en que tú, aún siendo ya polvo tus huesos, no contamines algún alma con el veneno de tus libros. Lejos de disminuir y cesar en su eficacia, con el correr de los siglos, este veneno se hace cada día más mortífero y corrosivo. Sufre, pues, que bien te los has ganado: tus penas son proporcionadas a tus culpas.

Noticias Cristianas: «Historias para amar a Dios n.º 1» en Historias para amar, pp. 13-14.

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