Aconteció el prodigioso suceso en 1640. Un mozo de 19 años, llamado Miguel Juan Pellicer, natural de Calanda, en Aragón, hijo de Miguel Pellicer, labrador pobre y de María Blasco, su mujer, se hallaba sirviendo en Castellón de la Plana a un tío suyo que se llamaba Jaime Blasco. Llevando el mozo un carro cargado de trigo, tuvo la desgracia de caerse del carro, y cogiéndole una rueda la pierna derecha, se la quebrantó...
Le condujeron al hospital general de Valencia, en donde no acertaron a curarle, y a instancias del enfermo, le trasladaron al hospital general de Nuestra Señora de Gracia, de Zaragoza. Al llegar a esta ciudad, pidió el doliente que le llevasen al templo del Pilar, en donde confesó y comulgó, suplicando a Nuestra Señora que le favoreciese en tan grande trabajo, y, después de haber recibido los santos Sacramentos, se encaminó al hospital. Allí pareció a los cirujanos y médicos que no había más remedio que amputarle la pierna, por estar ya gangrenada; y así lo ejecutó el Licenciado Juan Estanga, catedrático de cirugía de la Universidad de Zaragoza, y se la cortó por cuatro dedos más debajo de la rodilla. La pierna amputada se enterró en el cementerio del mismo hospital. Cicatrizada la herida, acomodaron al pobre mozo una pierna de madera, con la cual, y apoyado además, sobre dos muletas, se fue al santuario de la Virgen del Pilar a encomendarse de nuevo a Nuestra Señora.
Dos años pasó en Zaragoza pidiendo limosna a las puertas del templo del Pilar, visitando muchas veces a la Virgen y ungiéndose con aceite de lámparas la cicatriz de la pierna y no perdiendo jamás la esperanza de que, por el favor de la soberana Señora, había de verse algún día remediado.
Deseoso de saber de sus padres, y que ellos supiesen de su hijo, determinó pasar de Zaragoza a Calanda, su patria, lo cual hizo con gran trabajo en el año 1640; y encontró a sus padre vivos, los cuales le recibieron con grande gozo, aunque con la pena de verle tan estropeado y sin la pierna. Estaban los padres de nuestro Miguel tan pobres, que no sólo no tenían con qué sustentarle, pues apenas podían sustentarse a sí mismos; y así, hubo de buscar el buen hijo algún modo de socorrer la necesidad de todos; e ingeniándose, llegó a procurarse una jumentilla, y, montando en ella, iba por los lugares circunvecinos a pedir limosna.
Un día, que fue el 29 de marzo, estando por la noche calentándose a la lumbre con sus padres y otros vecinos, se quitó la pierna de palo, como acostumbraba a hacerlo para irse a acostar, y arrastrando como pudo ese entró en el aposento que tenía su pobre cama, la cual se componía de un serón de esparto y una capa de su padre que le servía de manta con que cubrirse. Encomendóse como solía, a la Virgen del Pialar de Zaragoza, y le acompañó en su oración su madre, que lastimada como siempre de ver a su hijo en aquel triste estado, imploraba con sentidas exclamaciones y plegarias el remedio del cielo. Después de haberse acostado, y entre las diez y las once de la noche, entró la madre casualmente en el aposento donde su hijo estaba ya bien dormido, y echó de ver la cosa más extraña que pudiera imaginar: vio que se descubrían dos piernas, las cuales estaban bien patentes, porque la capa que servía al mozo de manto era un tanto corta. Admirada de lo que veían sus ojos, salió con presteza y avisó a su marido de tan asombrosa novedad; el cual, no creyendo lo que oía decir a su mujer, fue con ella hasta el lecho de Miguel y se certificó de que allí estaba él solo, y de que estaba con dos piernas. Es imposible decir el asombro mezclado de regocijo que sacó como fuera de sí a aquellos padres. Porque, fue tan grande, que por largo rato no se pudieron hablar uno a otro, ni articular palabra alguna, hasta que recobrados trataron de despertar al hijo que estaba profundamente dormido; y habiéndolo despertado, el padre, aunque aún no acababa de creer lo que certificaban los ojos, lleno de admiración, le dijo:
—¿Qué es esto, hijo mío, que te vemos con dos piernas?
A lo que respondió el mozo:
—Yo, padre, no sé lo que me dice; lo que sé es que estaba durmiendo y soñaba que asistía en la santa capilla de Nuestra Señora del Pilar, y que me untaba con el aceite de sus lámparas.
—Hijo, da infinitas gracias a Nuestro Señor y a esta sagrada Reina, Madre suya, que ha sido tu abogada, porque esta Señora ya te ha curado y restituido la pierna.
Reconoció entonces Miguel el admirable prodigio, y al verse con dos piernas, comenzó a bendecir a Dios y a su Santísima Madre, y no cesaba de mirar y tocar la pierna que había recobrado sin saber cómo, ni de hacer gracias a la Virgen por tan incomparable y celestial beneficio. En aquel pobre albergue se sintió desde aquella hora una fragancia extraordinaria que duró aún después por espacio de muchos días.
Corrió al instante la voz y fama de tan soberano beneficio por todo el pueblo de Calanda; y todos los vecinos vinieron luego a ver con sus ojos lo que no acababan de creer; miraban y remiraban atentamente al mozo, y al verle con dos piernas y andando sin dificultad alguna, alababan el poderoso brazo de Dios.
Viniendo después Miguel a Zaragoza a visitar en su misma Capilla a su Madre piadosísima y celestial bienhechora, la Virgen del Pilar, se divulgó rápidamente por toda la capital de Aragón el maravillosos e inaudito acontecimiento; e innumerable gente concurrió para ver a Miguel y admirar el soberano prodigio que en él se habría obrado; pues, como por espacio de dos años había estado pidiendo limosna a la puerta del templo del Pilar, muchos le conocían bien, y reconocían que era el mismo que antes andaba con dos muletas y con pierna de palo; y se llenaban de admiración al ver el grande prodigio que en él había obrado Nuestra Señora.
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Noticias Cristianas: «Historias para amar a la virgen. IV Parte: Historia, n.º 11».
Historias para amar, páginas 69-71
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Nota:
Posiblemente se trata del milagro más y mejor documentado de la historia de la cristiandad y uno de los pocos relacionados con la resurrección de la carne. Si queréis conocer más sobre el milagro de Calanda...
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