«Aunque Dios nos lo quitase todo, nunca nos dejaría sin Él, mientras lo deseemos así. Pero, aún hay más: todas nuestras pérdidas y separaciones solo son por breve plazo».
San Francisco de Sales
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¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica al respecto?
La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio» (Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2 Cor. 5, 10).
Al fin del mundo tendrá lugar el «juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
- Al Cielo: las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a El, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible «Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
- Al Infierno: quienes hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
- Al Purgatorio: finalmente, los que en vida hayan servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: «Nada impuro entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)» (Ap. 21, 27).
Aquí surge espontánea una pregunta cuya respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.
¿Qué acontece, entonces, con los que mueren?
Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre católicos y evangélicos.
Pero, ¿qué ocurre con los que mueren en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar nada que sea manchado o pecaminoso. (…) En cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.
Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina.
(…) No obstante, como que en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar «por el alma más necesitada del Purgatorio».
La oración por los difuntos
Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.
(…) Los católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.
Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.
Ente los católicos la tradición es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
Dice la Liturgia: «dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna»
Y san Agustín dijo: «Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios».
Extractado de P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá: Para dar razón de nuestra esperanza, sepa defender su fe, Tema 33.
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Algunas oraciones por los difuntos
A nuestros difuntos
Si para recobrar lo recobrado,
debí perder primero lo perdido.
Si para conseguir lo conseguido,
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado,
fue menester haber estado herido.
Tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado,
que no se goza bien de lo gozado,
sino después de haber padecido.
Porque después de todo he comprendido,
que lo que el árbol tiene de florido,
viene de lo que tiene sepultado».
Santa Teresa de Lisieux
Oración por nuestros seres queridos
Oh, buen Jesús, que durante toda tu vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con misericordia las almas de nuestros seres queridos que están en el Purgatorio.
Oh, Jesús, que amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te hacemos y por tu Misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro hogar el gozar del eterno descanso en el seno de tu infinito Amor. Amén.
Concédeles, Señor, el descanso eterno y que les ilumine tu Luz perpetua.
Que las almas de los fieles difuntos, por la Misericordia de Dios descansen en paz.
Amén.
Oración por un padre o una madre fallecidos
Cuando pensabas que no te veía, te escuché pedirle al Ser Supremo salud y trabajo para nosotros, y aprendí que existía Alguien con quien yo podría conversar en el futuro.
Cuando pensabas que no te veía, te ví preocuparte por los sanos y por los enfermos, y así aprendí que todos debemos ayudarnos y cuidarnos unos a otros.
Cuando pensabas que no te veía, te ví dar tu tiempo y dinero para ayudar a personas que nada tenían, y aprendí que aquellos que tienen, debemos compartirlo con quienes no tienen.
Cuando pensabas que no te veía, te sentí darme un beso por la noche y me sentí amado y seguro.
Cuando pensabas que no te veía, te vi atender la casa y a todos los que vivimos en ella, y aprendí a cuidar lo que es dado.
Cuando pensabas que no te veía, vi como cumplías con tus responsabilidades, aún cuando no te sentías bien, y aprendí que debo ser responsable cuando crezca.
Cuando pensabas que no te veía, vi tus lágrimas , y entonces aprendí que a veces las cosas duelen, y que está bien llorar.
Cuando pensabas que no te veía, vi que te importaba y quise ser todo lo que puedo llegar a ser.
Cuando pensabas que no te veía, aprendí casi todas las lecciones de la vida que necesito saber para ser una buena persona y también productiva cuando crezca.
Cuando pensabas que no te veía, te vi y quise decir: ¡gracias por todas las cosas que vi, cuando pensabas que no te veía! Y, cuando tal vez no quisiste que te viera, también te vi morir como siempre viviste: mirando a Dios.
Nosotros, tu familia.
Oración por un niño fallecido
Un ángel llamado… (nombre)
Te escapas de la familia que vio nacer tu frágil cuerpo
a los cielos que hoy, en puertas abiertas, te saben acoger
¡Alas!, (nombre)… ¡alas a los cuatro vientos!
Son tus brazos sin apenas, en esfuerzo y tiempo,
haber sido abrazados.
Diamantes, (nombre)… ¡diamantes son tus ojos!
Sin rasgo de impureza ni maldad
más limpios que el agua salida de un recién estrenado manantial.
Asciendes sin haber sentido los azotes de un mundo turbulento
sin tiempo para la felicidad
sin días para haber recorrido las calles de los mil juegos
con tus compañeros y amigos.
Te vas, (nombre)…, con la sonrisa en el rostro
preguntando, tal vez, mil porqués
con el silencio de quien sabe que un gran hueco deja.
Marchas con el alma PURA y RADIANTE,
SANTA, INQUIETA, VIVA e INMACULADA.
Hoy el cielo está de enhorabuena
aún, cuando nosotros, estemos sumidos en el llanto y en la tristeza:
Entra en la ciudad de Dios un nuevo ángel llamado «(nombre)«.
Sonará su trompeta más afinada que ninguna otra,
sus alas resplandecerán como las de ningún otro en la corte angelical,
sus cantos serán los preferidos por Santa María la buena madre
su cuerpo… será mecido por los brazos
de los ángeles mayores que sabrán arrullarle a una sola voz.
Hoy… el cielo abre sus puertas de par en par
Y un nombre resuena con especial emoción : ¡(nombre)!
y Dios, que tiene mucho de Padre y sabe otro tanto del amor,
sabrá acogerlo y enseñarle las plazas y los rincones de su nueva casa,
los amigos y los hermanos… que son felices allá arriba aún sabiendo
que abajo dejaron llanto y dolor.
Naces….naces para el cielo, (nombre)…,
pero, que sepas, que quedas grabado en el corazón de
padres y abuelos, familiares y amigos
que hubieran dado el oro, la fortuna y el todo por ti.
Amén.
J. Leóz
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