El Santísimo Nombre de Jesús

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El Santísimo Nombre de Jesús, invocado por los fieles desde los comienzos de la Iglesia, comenzó a ser venerado en las celebraciones litúrgicas en el siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús: «Yahweh es salvación» con el monograma del Santo Nombre: IHS (abreviación del nombre de Jesús en Griego, ιησουσ, y añadiendo el nombre de Jesús al Ave María. Como fiesta litúrgica fue introducida en el siglo XVI. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por vez primera a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.

 

El fundamento de la fe es el Nombre de Jesús,

mediante el cual somos constituidos hijos de Dios.

 

Este es aquel santísimo nombre anhelado por los

patriarcas, esperado con ansiedad , demandado con

gemidos, invocado con suspiros, requerido con

lagrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia.

 

No pienses en un nombre de poder, menos en uno

de venganza, sino de salvación. Su nombre es

misericordia, es perdón. Que el nombre de Jesús

resuene en mis oídos, porque su voz es dulce y su

rostro bello.

 

No dudes, el nombre de Jesús es fundamento de la

fe, mediante le cual somos constituidos hijos de

Dios. La fe de la religión católica consiste en el

conocimiento de Cristo Jesús y de su persona, que

el luz del alma, franquicia de la vida, piedra de

salvación eterna. Quien no llegó a conocerle o le

abandonó camina por la vida en tinieblas, y va a

ciegas con inminente riesgo de caer en el precipicio,

y cuanto más se apoye en la humana inteligencia,

tanto más se servirá de un lazarillo también ciego,

al pretender escalar los recónditos secretos

celestiales con sólo la sabiduría del propio

entendimiento, y no será difícil que le acontezca,

por descuidar los materiales sólidos, construir la

casa en vano, y, por olvidar la puerta de entrada,

pretenda luego entra a ella por el tejado.

 

No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y

puerta, guía de los descarriados, lumbrera de la fe

para todos los hombres, único medio para encontrar

de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado,

fiarse de él; y poseído, disfrutarle. Esta base

sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre de

Jesús.

 

El nombre de Jesús es el brillo de los predicadores,

porque de Él les viene la claridad luminosa, la

validez de su mensaje y la aceptación de su palabra

por los demás. ¿De dónde piensas que procede tanto

esplendor y que tan rápidamente se haya propagado

la fe por todo el mundo, sino por haber predicado a

Jesús? ¿Acaso no por la luz y dulzura de este

nombre, por el que Dios nos llamó y condujo a su

gloria? Con razón el Apóstol, a los elegidos y

predestinados por este nombre luminoso, les dice:

en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz

en el Señor. Caminad como hijo de la luz.

 

¡Oh nombre glorioso, nombre regalado, nombre

amoroso y santo! Por ti las culpas se borran, los

enemigos huyen vencidos, los enfermos sanan, los

atribulados y tentados se robustecen, y se sienten

gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, tú

el maestro de los predicadores, tú la fuerza de los

que trabajan, tú el valor de los débiles. Con el fuego

de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos,

crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas

contemplativas se extasían; por ti, en definitiva,

todos los bienaventurados del cielo son

glorificados.

 

Haz, dulcísimo Jesús, que también nosotros

reinemos con ello por la fuerza de tu santísimo

nombre.

San Bernardino de Siena

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