Vivimos este «tiempo ordinario» alimentándonos de la Palabra de Dios; del gozo de saber que, Jesucristo Resucitado de entre los muertos, vive para siempre; que su Amor es verdadero porque es la única realidad que sostiene nuestro peregrinar por este mundo; sí en verdad ponemos nuestra fe en Él.
Hermanos, la mejor noticia que hemos recibido jamás, es precisamente, la del Amor de Dios; Amor que llevó a Jesús, su Divino Hijo, al Sacrificio Redentor, por el cual, ya no estamos perdidos, ni solos, ni abandonados a nuestra suerte, estamos unidos a Dios, porque hemos sido liberados del mal y de la muerte; el Amor de Dios ha triunfado y nosotros hemos sido salvados, para gozar no solo de la eternidad en el futuro, sino desde hoy mismo, de la Vida Nueva, basada en el amor, la justicia y la paz, que provienen de Dios.
Pero, ¿cómo puede ser esto, nos atrevemos a pensar, sí vivimos una realidad distinta; un mundo que se mueve entre el odio, la violencia, la guerra, la inmoralidad, el engaño, la injusticia y la corrupción?
Confesémoslo, esta situación nos desalienta y muchas veces dudamos del amor de Dios; y dudamos, hermanos, porque no conocemos, realmente, a Jesús; porque, queremos vivir según nuestra voluntad, y no, según la voluntad de Dios; porque, confiamos mejor en el dinero, en el placer o en el poder, que en Jesucristo Resucitado; porque, en suma, no creemos, no conocemos y mucho menos, vivimos, el amor de Dios, manifestado en Jesús.
Pero, el AMOR existe, Jesús es el Amor; y aunque nuestra fe vacile, no podemos ocultar la verdad, de tantos hombres y mujeres que han vivido de ese Amor, por más de 2000 años.
Uno de estos hombres, fue SAN CHARBEL MAJLUF, quien gracias a la fe sencilla y sólida de sus padres, supo encarnar en su persona, el Evangelio, que hoy hemos escuchado.
San Charbel vivió el Amor de Dios; amor que, a lo largo de su vida, se fue haciendo más y más profundo, hasta alcanzar, las altas cimas de la contemplación, es decir, de la unión con su Creador y Redentor. Y no vayamos a creer, que esto se dio de un momento para otro, como un acto de magia; ¡No!, san Charbel siguió el mandamiento de Jesús, que todos conocemos, alimentándose de la Palabra de Dios en el santo Evangelio; renunciando a todo aquello que le apartara del Amor a Jesucristo Resucitado; para lo cual, él puso toda su voluntad, inteligencia y entendimiento al servicio de la Verdad; permaneciendo, para siempre, unido a Jesús, como «el sarmiento a la Vid».
El firme propósito de san Charbel fue el de conocer a Jesús, cada vez más, para servirle mejor; para que su fe, se incrementara, y así pudiera escuchar la voz de Dios, para poder cumplir con su voluntad y vivir de su amor. Este fue el trabajo de san Charbel durante toda su vida mortal, hacer vida el mandamiento del Señor: «ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12).
San Charbel, hermanos, como todo hombre, que viene a este mundo, fue llamado por Dios a una vocación, particular, que Jesús le fue desvelando, a lo largo de su vida; fue llamado primero a la vida consagrada, y allí, como religioso, expresó su amor a Dios, viviendo las virtudes de: pobreza, castidad y obediencia; más adelante, Jesús llamó a nuestro santo al Sacerdocio, en el que san Charbel amó a Jesucristo, «Sumo y Eterno Sacerdote», administrando a sus hermanos el alimento de la Palabra y la gracia de los Sacramentos, siendo además, ejemplo de humildad, fe, paciencia, piedad y sacrificio, para todos sus hermanos; finalmente, san Charbel fue llamado por Jesús, a la soledad, el silencio y el desamparo del Calvario y de la Cruz, san Charbel se entregó, íntegramente, al designio del Señor y su amor llegó al extremo, de acompañar a su adorable salvador, durante más de 20 años en una Ermita, donde su vida estuvo dedicada a la oración, a la penitencia, al sacrificio del silencio, a la mortificación de su cuerpo, al ayuno y a la contemplación y adoración de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía; así la vida de san Charbel, como podemos apreciar, fue un «holocausto de amor» a través, del cual, no solo amó a Dios con un corazón indiviso, sino que sirvió y sigue sirviendo al prójimo, por «amor a Aquel, que es el Amor».
Así, la vida de san Charbel, no es otra cosa, que el cumplimiento fiel de su vocación: religiosa, sacerdotal y de Ermitaño; la GRACIA Y EL AMOR de Jesús no fueron estériles en san Charbel, quien realizó en su vida, el ideal, que todos quisiéramos alcanzar: el de amar y ser amado.
Hoy, san Charbel, aquel humilde campesino y pastor goza eternamente del Amor de Dios, porque el supo vivir de su amor, dejándonos con su vida oculta, un ejemplo de lo que Dios puede, en todo aquel que le ama y permanece en Él.
Hermanos, nos consta que, san Charbel ha recibido la corona de la gloria, por la que han amado y luchado, todos los santos; nos consta que el amor de Jesús, se sigue derramando, a través de él, por todos los beneficios y bendiciones, que hemos recibido, sus devotos, gracias a su poderosa intercesión; nos consta también que, san Charbel sigue y seguirá siendo un «testimonio imperecedero del amor de Dios» y un ejemplo de las virtudes y dones, que el supo trabajar durante su vida, siguiendo el Mandamiento de Cristo: «ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS, COMO YO LOS HE AMADO» (Jn 15, 12).
Pidamos a la siempre Virgen María, nuestra dulce y santa Madre, durante este mes, las gracias necesarias para vivir el AMOR DE DIOS, como lo vivió san Charbel.
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San Charbel: una vida ejemplar
Mons. Georges M. Saad Abi Younes
Obispo Maronita de México