
Fue la suya una vida en la que se manifestó la fuerza de la gracia de Dios en medio de enormes dificultades. El terror a que se vio sometida cuando todavía era una niña llegó a hacerle olvidar su procedencia y hasta su propio nombre. Se sabe que nació en el Sudán, en el África Nororiental, hacia 1869-1872. Sus padres eran oficialmente musulmanes, pero, de hecho, practicaban la religión animista. Cuando tenía unos seis o siete años de edad fue capturada por comerciantes de esclavos, como lo había sido tiempo antes una hermana, mayor que ella. Metida entre la multitud de esclavos no pudo recordar cómo se llamaba; por ironía o sarcasmo la llamaron Bakhita, que en el dialecto de sus raptores significaba Afortunada o Dichosa.