
«Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda [1098-1179] profundizó en los secretos de la teologÃa, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la Redención y el Hombre.»
San Juan Pablo II
Décima y última hija de un matrimonio noble y próspero, de constitución débil y enfermiza, a los catorce años fue confiada para su educación a Jutta, hija del conde de Spanheim y reclusa en el monasterio de San Disibodo.
El monasterio habÃa sido fundado no mucho tiempo atrás por el arzobispo Willigis de Maguncia para albergar a doce clérigos que se encontraban bajo su cuidado, y en 1108 su sucesor Ruthardo llamó a los benedictinos de la abadÃa de San Jacobo para habitarlo, lo que obligó a construir un nuevo monasterio; la jovencita Hildegarda vivió esas tareas, circunstancias que pueden haber influido en la concepción arquitectónica de sus visiones, y en los trabajos de construcción de su propio monasterio en San Ruperto. Junto a la edificación para los monjes, y siguiendo una costumbre de época, se puso un claustro para las monjas, una de cuyas dos ventanas daba a la iglesia; desde allà participaban de la celebración del Oficio Divino –tan importante en la vida benedictina–, que conjugaba admirablemente palabra y música: otra influencia fundamental moldeaba asà desde temprano el espÃritu de Hildegarda. Entre 1112 y 1115 profesa con votos perpetuos y a la muerte de Jutta, en 1136, es elegida abadesa de una comunidad que cuenta con diez religiosas.