
El P. Damián no se contentaba con convertir almas, decir misa, predicar. También construía, curaba y cuidaba de aquellos desgraciados. Hacía surgir ante ellos un mundo nuevo. Fueron muchos los leprosos que abandonaron definitivamente sus borracheras y su desesperación para hacerse católicos y rodear al P. Damián. En pocos días desapareció casi totalmente aquella monstruosidad de la muerte desnuda y terrible, la muerte sin consuelo, simbolizada en aquella carretilla que se llevaba hasta el acantilado para volcar al mar su contenido.