El 1 de octubre de 2000 fue una jornada histórica que reflejó para el mundo la catolicidad de la Iglesia: Juan Pablo II canonizaba a ciento veinte mártires de China -entre ellos varios misioneros españoles, como española es la primera santa vasca, Santa María Josefa del Corazón de Jesús (18 de mayo), a una africana, Josefina Bakhita (8 de febrero), y a Catalina María Drexel, de los Estados Unidos de América. Sin embargo, el reflejo de la catolicidad quedó nublado por las sombras de infundadas intenciones del Vaticano contra China, que los medios informativos airearon ampliamente. Y el mundo apenas se enteró de las palabras que el papa Juan Pablo II pronunció sobre esta santa americana:
«La madre Catalina María Drexel nació en una familia acomodada de Filadelfia, en los Estados Unidos. Pero aprendió de sus padres que los bienes familiares no eran sólo para ellos, sino que debían compartirlos con los menos favorecidos por la fortuna. Cuando ya era joven, quedó profundamente impresionada por la pobreza y la condición desesperada de muchos nativos americanos y afroamericanos. Y entonces comenzó a destinar sus bienes a tareas misionales y educativas entre las capas más pobres de la sociedad. Más tarde vio que se necesitaba más, y con increíble valentía y confianza en la gracia de Dios, decidió no dar sólo sus bienes, sino dar su vida entera al servicio total de Dios.
»A su comunidad religiosa, la de las Hermanas del Santísimo Sacramento, le enseñó una espiritualidad basada en la unión orante con el Señor en la Eucaristía, y en un servicio alegre a los pobres y a las víctimas de la discriminación racial. Su apostolado contribuyó a crear una mayor conciencia de la necesidad de combatir toda forma de racismo mediante la educación y los servicios sociales. Catalina Drexel constituye un excelente ejemplo de esa caridad práctica y de solidaridad generosa para con los menos afortunados, que desde hace mucho tiempo ha sido el signo distintivo de los católicos estadounidenses».
Hija de banquero, huérfana de madre
Catalina nació en Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos de América), el 26 de noviembre de 1858, hija del rico banquero Francisco Drexel, pero no conoció a su madre, que murió cuando la niña sólo tenía un mes. El padre contrajo segundas nupcias con Emma Bouvier, que hizo de verdadera madre de Catalina. La familia era rica, pero el dinero no era su mayor riqueza: por encima de los bienes materiales, en aquella casa estaba la religión católica y la caridad cristiana. De hecho, Francisco Drexel presidía varias instituciones sociales católicas a favor de los pobres. Y el apelativo de matrona de bondad, que la gente dedicó a Emma Bouvier, define bien el talante de la que, más que madrastra con toda la carga negativa de la palabra, fue madre y maestra de Catalina. Emma abandonaba con frecuencia la alta sociedad para acudir a socorrer a los marginados en sus barracones de los suburbios. Y Catalina, como sus dos hermanas, que acompañaban a Emma en sus visitas a los pobres, conocieron así la miseria en que vivían hombres, mujeres y niños, y aprendieron el significado de las palabras de Jesús: Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis. lasobras de caridad, junto con la enseñanza de la religión, serán dos constantes en la vida de Catalina.
Entrega total a Dios y a los pobres
La vida de piedad, la frecuencia de los sacramentos y el ejercicio de la caridad ayudaron decididamente a que Catalina hiciera grandes progresos en su vida espiritual. Vivía en la abundancia, y no es fácil renunciar a un alto nivel de vida para abrazar otro género de vida más pobre y austero. A la joven Catalina le parecía lo más normal, a la vista del estilo de vida que Jesús eligió para sí y para su familia de Nazaret. Y comunicó a su director espiritual, padre James O’Connor, su intención de consagrarse a Dios en la vida religiosa. El padre O’Connor, ca-librando las dificultades que aquella decisión podrían ofrecer a la joven, le sugirió la conveniencia de permanecer en el mundo: fuera del convento también podría hacer muchísimo bien a los más necesitados, y ayudar mucho a las misiones de indios y negros, que tanto le preocupaban.
Catalina, en principio, obedeció a su director espiritual. Por el momento continuaría viviendo fuera del convento, pero estaba tan segura de que, antes o después, se consagraría plena-mente a Dios, que hizo voto de virginidad. De este modo garantizaba la consagración de su vida a Dios y aseguraba su dedicación plena a los pobres y marginados. De momento, había descubierto que, además de alimentos y vestido, los indios y los negros tenían una apremiante necesidad para salir de su situación marginal: la formación integral. Y Catalina no dudó en poner remedio, abriendo docenas de escuelas.
Religiosa y fundadora
La joven estaba contenta con aquella obra educadora que había puesto en marcha. Pero no bastaba con construir las escuelas. Hacían falta maestros y educadores en la fe católica. Y, con esa inquietud solicitó audiencia al papa León XIII. Fue a Roma y pidó al papa que enviara misioneros católicos a los Estados Unidos. El gran papa de la Rerum novarum, tan sensible a los problemas sociales de su tiempo, escuchó complacido las inquietudes de aquella joven americana. Y su respuesta, la que en aquel momento pudo darle, fue ésta: Usted puede ser misionera.
Para Catalina, la voz del papa era la mejor pista para conocer el camino que Dios le señalaba. Ella iba a ser misionera. Y, a su regreso a Filadelfia, solicitó el ingreso en las Hermanas de la Misericordia de Pittsburgh: por encima de su director espiritual estaba la autoridad del papa. Y en 1899, a sus treinta y un años, inició su año de noviciado.
No llegaron a dos años los que Catalina permaneció en las Hermanas de la Misericordia. El 12 de febrero de 1891, acompañada de algunas hermanas que compartían sus mismas inquietudes, iniciaba lo que llegaría a ser una nueva congregación religiosa. El nombre original es la mejor síntesis de lo que desde muy joven había sentido Catalina Drexel: Sisters of the Blessed Sacrament for Indians and Colored People (Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y los Negros). Como en tantas ocasiones en la historia de la Iglesia, intentaba compaginar, por una parte, la contemplación -en su caso, concretado en la adoración al Santísimo Sacramento-, y por otra, la acción, dirigida especial-mente a los indios y negros de los Estados Unidos.
El proyecto fundacional fue bien acogido, en principio, por las autoridades eclesiásticas de Filadelfia, y por la Santa Sede cuando acababan de cumplirse los seis años de la fecha fundacional: el 16 de febrero de 1897. El Decretum laudis de Roma era la inicial aceptación oficial. Luego debería presentar el libro de las Constituciones para su aprobación, que fue en 1907. Y, finalmente, el 25 de mayo de 1913 quedaba definitivamente aprobada por la Iglesia la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y Negros.
Larga vida de acción y de contemplación
La madre Catalina María sabía muy bien que se encontraba en un país de misión, en el que miles de indígenas y de negros permanecían alejados de la mesa común del pan y de la cultura. Y para ellos fundó su congregación.
Como era de esperar, a la muerte de su padre fue mucha la parte de herencia que le correspondió. Y todo lo dedicó a continuar –ahora de un modo estable y comunitario, y contando con maestras y catequistas– la obra de su juventud: pudo fundar sesenta colegios, tres casas de asistencia social y un centro misional. Pero los niños crecían y no siempre podían continuar su educación en las universidades estatales de aquel tiempo. Nueva necesidad y nueva respuesta: creó la Universidad Xavier de Nueva Orleáns, especialmente destinada para la formación superior de jóvenes negros, marginados por el color de su piel.
Durante cuarenta y seis años, la madre Catalina María gobernó la congregación, manteniendo encendido el fuego sagrado del carisma fundacional, y procuró visitar y estar al corriente del funcionamiento de todos y cada uno de sus colegios e instituciones.
A sus setenta y nueve años ya podía pasar el testigo a otras manos. En 1937, renunció al gobierno de la congregación y determinó dedicarse más a lo que tanto deseaba y no siempre pudo dedicar todo el tiempo que hubiera querido: la oración, la contemplación, la adoración al Santísimo Sacramento, de donde había sacado cada día las fuerzas necesarias para las grandes empresas que llevó a cabo. En una intensa vida de oración, esperaría vigilante la llegada del Señor para entrar con él a las bodas eternas: esto ocurrió el 3 de marzo de 1955. Catalina tenía noventa y seis años de edad: una muy larga vida de oración y contemplación.
El 20 de noviembre de 1988 era beatificada por Juan Pablo II, quien antes de que se cumplieran los dos años de la beatificación, el 1 de octubre de 2000, año del gran Jubileo, canonizaba a la Beata Catalina Maria Drexel, la santa norteamericana defensora de los derechos de los indios y de los negros. Para el hombre del siglo XXI ahí queda el mensaje de la santa del siglo XX: el amor cristiano es incompatible con el racismo y la xenofobia.
Ángela vino al mundo a mediados del siglo XIII, probablemente hacia el año 1249. La posteridad quiso inmortalizar con su nombre el de la bella ciudad que la vio nacer y que sesenta años después, en 1309, había de ser también el lugar de su sepultura. Si bien es cierto que los santos, ya en vida, son más moradores del cielo que de la tierra, no pueden, sin embargo, al igual que todos los mortales sacudir del todo el lastre que los hace hijos de su tiempo y de su ambiente. La época en que vivió la Beata Ángela presenta rasgos singulares, ricos en contrastes, como acontece siempre en toda época de transición.
Las grandes ideas características de la Edad Media brillan ya en la mitad del siglo XIII con luces de atardecer. Todos los sucesos de la sociedad de entonces nos hacen pensar en el ocaso, diríamos con Hizinga, en el otoño del medievo. La unidad de la «república christiana», que naciera del consorcio del sacerdocio y del imperio, quedaba gravemente lesionada y prácticamente destruida, con Federico II, en lucha constante con el papado. Al lado del imperio pululaban en Alemania las ciudades libres, y en Italia los comunes, que luchaban unas veces contra la Iglesia en favor del emperador, y otras contra éste aliados con la Iglesia, según fuera su distintivo de gibelinos o güelfos. La fe operante y entusiasta que tantos cruzados empujara hacia el Oriente languidecía con el postrer suspiro San Luis; mientras las grandes síntesis escolásticas, expresión a la vez de la unidad y universalidad medievales, estaban perdiendo a sus geniales forjadores Alejandro de Halés, Santo Tomás y San Buenaventura. En 1308, un año antes que la Beata Ángela, muere Juan Duns Escoto, último gran escolástico. Pero entre las sombras crepusculares del medievo, se dibujan ya las luces del Renacimiento, con distintos cánones y nuevas ideas, que el Dante presiente y saluda en su Vita nuova. El geocentrismo, antropocentrismo e individualismo de la nueva era que nace, suplantan al teocentrismo y universalismo de la Edad Medía que fenece. El pujante nacionalismo deshace en jirones la vieja túnica del Imperio. El Petrarca, tenido por muchos como el primer hombre moderno, canta las bellezas de su patria italiana y se inspira en la naturaleza y en el Paisaje.
Ángela tuvo que vivir, pues, en una época fronteriza. Y en el drama de su vida, pecadora en un principio, santa después, no es difícil descubrir las huellas del ambiente en que se movió. De elevada posición, poseía riquezas, castillos, joyas y fincas. Se casó en temprana edad, y tuvo varios hijos. Tanto en sus años juveniles, como después en su estado de esposa y de madre, apuró pródiga la copa de los placeres que el mundo le brindaba. Ella misma confesará más tarde una y muchas veces sus graves desvaríos. Sin que nos veamos precisados a creer al pie de la letra la exactitud de estas confesiones, fruto mas del arrepentimiento que de la verdad objetiva, no se pueden descartar tampoco los hechos que, por otra parte, están en conformidad con las circunstancias históricas que los rodean. En efecto; la cuna de Ángela fue mecida por aíres nada .saturados de clericalismo. Foligno, ciudad obstinadamente ligada al emperador, estaba siempre dispuesta a ponerse en pie de guerra contra cualquier pretensión del Papa. Pero la suerte de las armas muchas veces le era adversa, y uno de aquellos años sufrió una aplastante e ignominiosa derrota por parte de las fuerzas pontificias de Asís y de Perusa. ¿Quién duda de que entre la distinguida estirpe de Ángela no se encontrarían entonces rabiosos gibelinos. para quienes los nombres de curas, papas y frailes venían resultando sinónimos de declarados enemigos políticos? Nos dirá Ángela más tarde que en su madre encontraba gran obstáculo para la conversión.
Pero la gracia de Dios iba obrando en lo profundo de su alma. Las circunstancias han cambiado con el tiempo. Es hacia el año 1285. Foligno es ahora una ciudad súbdita del Papa y protegida por él. Ángela anda en sus treinta y cinco. Sus pecados de la juventud comienzan a producirle cierto escozor en la conciencia. Le llega también la prueba. En breve tiempo pierde a su madre, a su marido y a sus hijos. Huérfana de sus seres queridos, comienza a practicar la religión, pero en un principio sin apartarse del todo del pecado. Por eso hace comuniones sacrílegas, por no confesar sinceramente sus pecados. Es la hora de los confusos sentimientos; la lucha entre el espíritu y el cuerpo. Se halla sin luz, como Saulo en el camino de Damasco.
Pero allí cerca estaba Asís. «Oriente diré, que no Asís», cantó el Dante. El ejemplo de Francisco continuaba fascinando a muchas almas desde hacía casi un siglo. Para Ángela constituyó también un faro en esta noche oscura del espíritu. Un día en que se encontraba atormentada por remordimientos de conciencia, pidió a San Francisco que le sacara de aquellas torturas. Poco después entró en la iglesia de San Feliciano, donde predicaba a la sazón un religioso franciscano; se sintió tan conmovida que. al bajar predicador, se postró ante su confesionario, y, con grande compunción, hizo confesión general de toda su vida, quedando muy consolada.
El fraile se llamaba Arnaldo, cuya vida, al igual que la nuestra de Beata, no ha podido ser hasta ahora suficientemente estudiada, por falta de datos. Parece ser, sin embargo, que pertenecía a la comunidad de Asís, y que en la Orden seguía la corriente de los llamados «Espirituales», grupo que hicieron célebre, entre otros, los nombres de Pedro Juan Olivi, Angel Clareno, Hubertino de Casale y el mismo Juan de Parma, general que fue de toda la Orden. Lo que si sabemos ciertamente de fray Arnaldo es que, a partir de la conversión de Ángela, pasó a ser su confesor, su director y su confidente espiritual. Gracias a sus ruego y a su pluma de amanuense, la posteridad puede saborear la Autobiografía de la Beata Ángela, conocida también con el nombre de Memorial de fray Arnaldo, verdadero tesoro de teología espiritual; donde se encierran las inefables experiencias místicas de esta alma, desde su conversión, en 1285, hasta el año 1296, en que se consuman sus admirables ascensiones hasta la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad.
Pasman los prodigios que la divina gracia, en tan breve tiempo, ha obrado en esta alma privilegiada. Su trato íntimo con la divinidad, sus éxtasis escalofriantes, los secretos celestiales que en ellos se le confiaban, son más para admirados que para descritos. L. Leclève no duda en afirmar que Ángela de Foligno, por el crecido número de sus visiones, solamente admite parangón con Teresa de Ávila; y a ambas llama reinas de la teología mística.
Nuestra pobre fraseología humana resulta inadecuada para captar los misteriosos coloquios entre Ángela y la divinidad. La misma Beata sufría y se lamentaba, porque después de escuchar la lectura de lo que acababa de dicta a fray Arnaldo, le parecía que allí no se contenían más que blasfemias y burlas. Así son de mezquinos nuestros conceptos humanos cuando se los quiere hacer pasar por vehículos de realidades divinas.
Si estas dificultades encuentran los santos para exteriorizar sus propias experiencias. ¿qué pasará cuando los hombres se afanan por querer clasificarlas y analizarlas desde afuera y a distancia? Dejemos a los santos saborear dulcemente las inefables dulzuras nacidas del contacto intimo con la divinidad. Las flores de la vida mística crecen como las estrellas alpinas. en las cumbres de las altas montañas, y no a todos es dado llegar a esas alturas para disfrutar de su aroma. Unos habrán de contentarse con acampar muy cerca de la cima; otros, a la mitad; algunos, tal vez los más, apenas si habrán caminado unos pasos hacia la cúspide de a montaña espiritual; diríase con otras palabras, todos están llamados a ejercitarse en la vida ascética, mediante la práctica de la perfección, rastreando los senderos, a veces tortuosos y empinados, que conducen a las recónditas alturas de la mística. En efecto, estas dos vías, ascética y mística, no se desenvuelven a manera de dos paralelas, sino que constituyen, en el pensamiento de la Beata Ángela, las dos mitades, inicial y terminal respectivamente. de una misma vida espiritual. Así, pues. si no todos los cristianos podrán tocar con sus manos el termino de esa línea ascendente, todos, sin embargo, están ob1igaos a no desistir de lanzarse a la carrera espiritual. «Y que nadie se excuse – les advierte la Beata – con que no tiene ni puede hallar la divina gracia, pues Dios, que es liberalísimo, con mano igualmente pródiga la da a todos cuanto la buscan y desean».
Cosas admirables sobre la perfección ha dejado escritas la beata Ángela. En dieciocho etapas va describiendo, en el primer capítulo de su autobiografía, el laborioso producto de su conversión, desde que comenzó a sentir la gravedad de sus pecados y el miedo de condenarse hasta el momento en que al oír hablar de Dios se sentía presa de tal estremecimiento de amor, que aun cuando alguien suspendiera sobre su cabeza una espada, no podía evitar los movimientos. A la Beata Ángela se le atribuyen. además de la autobiografía de fray Arnaldo, unas exhortaciones, algunas epístolas y un testamento espiritual, que han merecido a su autora el ser considerada por algunos nada menos que como magistra theologorum. ,Sin ocultar el tono de exageración que el cariño de los discípulos ha puesto en este elogia hacia la madre espiritual, hay que reconocer que los discípulos de la Beata Ángela recogen lo mejor que de teología ascética que habían escrito los grandes maestros de la y escolástica; y colocada además providencialmente en los umbrales de una época nueva, logra transvasar a las odres del Renacimiento los vinos añejos de la espiritualidad del siglo XIII. Los aires renacentistas de acercamiento al hombre, a lo individual y concreto, la mueven a abrazar el pensamiento Franciscano, que coloca a Cristo, Hombre – Dios, por centro de toda vida espiritual, ejemplar de todas las virtudes y única vía para caminar hacia la perfección a cuya Tercera Orden de Penitencia se incorporó desde los primeros días de su conversión, e inspirada en el pensamiento bonaventuriano, la Beata Ángela es a gran mística de la humanidad de Cristo. La imitación de Cristo – Hombre, mediante el ejercicio de las virtudes, es la meta de la ascética, así como la unión con Dios, por medio de Cristo, es a consumación y remate de la mística.
Pero la espiritualidad de nuestra Beata recibe modalidades nuevas, dentro de lo franciscano; pues mientras el cristocentrismo de la escuela franciscana, en general, se orienta hacia la Encarnación, hay que reconocer que para la Beata Ángela todo gira en torno a la cruz. La pasión y muerte de Cristo es la demostración más grande de amor que el Hijo de Dios ha podido dar a los hombres. Cristo desde la cruz es el Libro de la Vida, como lo llama ella, en el cual debe leer todo aquel que quiera encontrar a Dios. Era tal la devoción que sentía hacia la cruz que, si le cuadraba contemplar una estampa o un cuadro en que se representaba alguna escena de la pasión, se apoderaba de sus miembros la fiebre y caía enferma. Por eso la compañera procuraba esconderle las representaciones de la pasión, para que no las viese. Sus opúsculos fueron editados varias veces, en siglos pasados, con el título significativo de Theologia Crucis. En la meditación de la pasión era donde conocía con más viveza la gravedad de sus pecados pasados, y los lloraba con mayor dolor. Aquí es donde se decide a tomar resoluciones que dan nuevo rumbo a su vida. «En esta contemplación de la cruz – refiere ella – ardía en tal fuego de amor y de compasión que, estando junto a. cruz, tomé el propósito de despojarme de todas las cosa, y me consagré enteramente a Cristo.» La pobreza, la estricta pobreza de espíritu, era la contraseña que ella exigía para distinguir los verdaderos discípulos de Cristo. Muchos se profesan de palabra seguidores de Cristo; pero en realidad y de hecho abominan de Cristo y de su pobreza. En las páginas de sus opúsculos el amante de la historia podrá descubrir las inquietudes en torno a la pobreza de Cristo que convivieron los espirituales franciscanos y nuestra Beata de Foligno.
Junto a la cruz, la Beata Ángela aprendió a ser la gran confidente del Sagrado Corazón de Jesús, muchos siglos antes que Santa Margarita María recibiera los divinos mensajes. «Un día en que yo contemplaba un crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura decible de aquel abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús.» Otras veces se le aparecía el Sagrado Corazón para invitarla a que acercase los labios a su costado y bebiese de la sangre que de él manaba. Abrasada en esta hoguera de amor, nada tiene de extrañó que se derritiese en ardientes deseos de padecer martirio por Cristo.
El amor que Cristo nos demostró en la cruz, se perpetúa a través de los siglos de una manera real en el sacramento de nuestros altares. La devoción a la Eucaristía, tan característica de los tiempos modernos, tiene una eminente precursora en la Beata Ángela. Fueron muchas las visiones, con que el Señor la recreó en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada hostia. Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en este sacramento se encierran. El cristiano debe acercarse con frecuencia a este sacramento, seguro de que, si medita en el grande amor que en él se contiene, sentirá inmediatamente transformada su alma en ese mismo divino amor. La Beata exhorta, sin embargo, a cada cristiano a que se haga. a modo de preparación. las siguientes consideraciones: ¿A quién se acerca? ¿Quién es el que se acerca? ¿En qué condiciones y por qué motivos se acerca?
Abrazada con Cristo en la Cruz, arrimada a su costado y confortada con el Pan de Vida, la Beata Ángela recibió la visita de la hermana muerte. Eran las últimas horas del día 4 de enero de 1309 cuando esta privilegiada mujer, rodeada de un gran coro de hijos espirituales, entregaba plácidamente su alma al redentor. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento franciscano de Foligno. Sobre su sepulcro comenzó Dios a obrar en seguida muchos milagros. El papa Clemente XI aprobó el culto, que se le tributó constante, el día 30 de abril de 1707.
Juan 3, 22-30. 12 de enero. Sábado después de Epifanía. Juan vuelve a insistir a sus discípulos que es Jesús quien tiene que crecer y no él.
Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido metido en la cárcel. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Fueron, pues, donde Juan y le dijeron: «Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él.» Juan respondió: «Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo.
Vosotros mismos me sois testigos de que dije: ´Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos.
Reflexión
El último testimonio de Juan sobre Jesús subraya nuevamente no sólo la superioridad de la misión de Jesús frente a la de Juan, sino el sentido mesiánico de la obra de Jesús. Jesús hace posible y realiza una nueva relación entre el ser humano y Dios, fundada en la gracia del Espíritu y la verdad de su Palabra.
La fe de Juan Bautista es ejemplar para el discípulo cristiano; un modelo a seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a los seres humanos al Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos egoístas.
El austero predicador del desierto que se había presentado como testigo del Mesías, en este texto aparece como ejemplo para todos los que seguimos a Jesús y lo anunciamos entre los seres humanos. Juan no ha dudado ni un momento en disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Él, Jesús el Mesías, crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros.