por Catequesis en Familia | 22 Mar, 2017 | La Biblia
Marcos 12, 28-34. Viernes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. El camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor… es un camino de fidelidad que nos impone descubrir y expulsar los ídolos ocultos en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir, los cuales nos hacen infieles en el amor.
Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Oseas, Os 14, 2-10
Salmo: Sal 81(80), 6-17
Oración introductoria
Hola, Jesús, aquí estoy para dialogar contigo. A mí me gusta estar a tu lado y agradarte. Y para hacerlo, quiero amarte más y vivir la caridad con mis próximos. Ya que Tú me pides que no sólo te ame a ti, sino que también ame a mi prójimo. Por eso, te doy las gracias, Jesús, amigo mío, porque me has hecho caer en la cuenta de la primacía que tiene el amor en mi vida: amor a ti y amor a mi prójimo. Sólo te pido que me enseñes a amar como Tú me has amado.
Petición
Enséñame a amar a mi prójimo y a tener una amistad con él, al igual que la tengo contigo.
Meditación del Santo Padre Francisco
Descubrir «los ídolos ocultos en los numerosos dobleces que tenemos en nuestra personalidad», «expulsar los ídolos de la mundanidad, que nos convierte en enemigos de Dios»: fue la invitación del Papa Francisco durante la misa matutina del [día de hoy], en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
La exhortación a emprender «el camino del amor a Dios», a ponerse en «camino para llegar» a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio de Marcos (12, 28-34), cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante de los mandamientos. La primera observación del Pontífice fue que Jesús no responde con una explicación, sino que usa la Palabra de Dios: «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor».
«La confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida; no basta decir —advirtió el Papa—: yo creo en Dios, el único»; sino que requiere preguntarse cómo se vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue «viviendo como si Él no fuera el único Dios» y como si existieran «otras divinidades a nuestra disposición». Es lo que el Papa Francisco define como «el peligro de la idolatría», la cual «llega a nosotros con el espíritu del mundo».
Pero ¿cómo desenmascarar estos ídolos? El Santo Padre ofreció un criterio de valoración: son los que llevan a contrariar el mandamiento «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor». Por ello «el camino del amor a Dios —amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma— es un camino de amor; es un camino de fidelidad». Hasta el punto de que «al Señor le complace hacer la comparación de este camino con el amor nupcial». Y esta fidelidad nos impone «expulsar los ídolos, descubrirlos», porque existen y están bien «ocultos, en nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir»; y nos hacen infieles en el amor.
Jesús propone «un camino de fidelidad», según una expresión que el Papa Francisco encuentra en una de las cartas del apóstol Pablo a Timoteo: «Si no eres fiel al Señor, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Él es la fidelidad plena. Él no puede ser infiel. Tanto es el amor que tiene por nosotros». Mientras que nosotros, «con las pequeñas o no tan pequeñas idolatrías que tenemos, con el amor al espíritu del mundo», podemos llegar a ser infieles. La fidelidad es la esencia de Dios que nos ama.
Santo Padre Francisco: Desenmascarando ídolos ocultos
Meditación del jueves, 6 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc10, 27: “…y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hoy viviré la caridad con mi prójimo y rezaré un Padrenuestro por todos los que buscan ser amados por Dios para que Él los cuide.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, después de meditar a tu lado cómo puedo amarte a través de mi prójimo, te doy gracias por enseñarme a amar, sabiendo que no sólo necesito amar a aquella persona que menos quiero, sino que también puedo amar al que lo necesita.
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No basta con que digamos: Yo amo a Dios pero no amo a mi prójimo.
Santa Madre Teresa de Calcuta
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por Catequesis en Familia | 27 Jul, 2016 | La Biblia
Mateo 22, 34-40. Viernes de la 20.ª semana del Tiempo Ordinario. Ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 37, 1-14
Salmo: Sal 107(106), 2-9
Oración introductoria
Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.
Petición
Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hipocresía e idolatría «son pecados grandes» que tienen orígenes históricos, pero que todavía hoy se repiten con frecuencia, también entre los cristianos. Superarlos «es muy difícil»: para hacerlo «necesitamos de la gracia de Dios». Es la reflexión sugerida por el Papa Francisco de las lecturas de la misa que celebró el 15 de octubre.
«El Señor —recordó— nos ha dicho que el primer mandamiento es adorar a Dios, amar a Dios. El segundo es amar al prójimo como a uno mismo. La liturgia hoy nos habla de dos vicios contra estos mandamientos», que en realidad es uno solo: amar a Dios y al prójimo. Y los vicios de los que se habla efectivamente «son pecados grandes: la idolatría y la hipocresía». El apóstol Pablo —observó el Pontífice— no ahorra palabras para describir la idolatría. Es «fogoso», «fuerte» y dice: «la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad, porque la idolatría es una impiedad, es una falta de pietas. Es una falta de ese sentido de adorar a Dios que todos nosotros tenemos dentro. Y la ira de Dios se revela contra toda impiedad, contra los hombres que sofocan la verdad en la injusticia». Ellos sofocan la verdad de la fe, de aquella fe «que nos es dada en Jesucristo, en la cual se revela la justicia de Dios». Es —prosiguió el Papa— como un camino de fe en fe «como decía a menudo Juan: gracia sobre gracia, de fe en fe. El camino de la fe». Pero todos nosotros «tenemos necesidad de adorar, porque tenemos la huella de Dios dentro de nosotros» y «cuando no adoramos a Dios, adoramos a las criaturas» y éste es «el paso de la fe a la idolatría».
Los idólatras «no tienen ningún motivo de excusa. Aun habiendo conocido a Dios —subrayó el Obispo de Roma— no le han glorificado, ni le han dado gracias como Dios». ¿Pero cuál es el camino de los idólatras? Lo dice muy claramente san Pablo a los romanos. Es un camino que lleva a extraviarse: «se han perdido en sus vanos razonamientos y su mente obtusa se ha entenebrecido». A esto conduce «el egoísmo del propio pensamiento, el pensamiento omnipotente» que dice que «lo que yo pienso es verdad, yo pienso la verdad, yo hago la verdad con mi pensamiento». Y precisamente mientras se declaraban sabios, los hombres de los que habla san Pablo «se hicieron necios. Y cambiaron la gloria de Dios incorruptible con una imagen y una figura de hombre corruptible, de pájaros, de cuadrúpedos, de reptiles».
Se podría pensar —advirtió el Papa— que se trata de actitudes del pasado: «hoy ninguno de nosotros va por las calles adorando estatuas». Pero no es así, porque «también hoy —dijo— hay muchos ídolos y también hoy hay muchos idólatras. Muchos que se creen sabios, también entre nosotros, entre los cristianos». Y añadió inmediatamente: «No hablo de quienes no son cristianos; les respeto. Pero entre nosotros hablamos en familia». Muchos cristianos, de hecho, «se creen sabios, saben todo», pero al final «se hacen necios y cambian la gloria de Dios, incorruptible, con una imagen: el propio yo», con las propias ideas, con la propia comodidad. Y no es algo de otros tiempos porque «también hoy —evidenció el Pontífice— por las calles existen ídolos».
Pero hay más —añadió—: «todos nosotros tenemos dentro algún ídolo oculto. Y podemos preguntarnos ante Dios cuál es mi ídolo oculto, el que ocupa el lugar del Señor. Un escritor francés, muy religioso, se enfadaba fácilmente. Era su defecto, se enfadaba fácilmente y a menudo. Decía: quien no reza a Dios, reza al diablo. Si tú no adoras a Dios, adoras a un ídolo, ¡siempre!». La necesidad del hombre de adorar a Dios, que nace del hecho de llevar impresa dentro de nosotros su «huella», es tal «que si no existe el Dios viviente, estarán estos ídolos». Y concluyendo, de modo casi provocador, el Papa pidió a todos que hicieran un examen de conciencia con la pregunta: «¿cuál es mi ídolo?».
El otro pecado «contra el primer mandamiento del que habla la liturgia de hoy es la hipocresía», prosiguió el Santo Padre. El punto de partida para esta ulterior reflexión lo ofreció el relato de Lucas que habla de «aquel hombre que invita a Jesús a comer y se escandaliza porque no se lava las manos» y piensa que Jesús es un «injusto» porque «no realiza lo que debe cumplirse». Y así «como Pablo no ahorra palabras contra los idólatras —notó el Santo Padre—, así Jesús no ahorra palabras contra los hipócritas: vosotros fariseos limpiáis el exterior del vaso y del plato, pero vuestro interior está lleno de avidez y maldad. ¡Es clarísimo! Sois ávidos y malos, necios». Usa «la misma palabra que Pablo dice de los idólatras: se han hecho necios, necios. ¿Y qué consejo da Jesús? Dad más bien en limosna lo que está dentro del plato y he aquí que para vosotros todo será más puro».
Jesús aconseja por lo tanto «no mirar las apariencias», sino ir al corazón de la verdad: «el plato es el plato, pero es más importante lo que está dentro del plato: el alimento. Pero si tú eres un vanidoso, si tú eres un carrierista, si tú eres un ambicioso, si tú eres una persona que siempre se vanagloria de sí misma o a quien gusta jactarse, porque te crees perfecto, da un poco de limosna y ella curará tu hipocresía».
«He aquí el camino del Señor —concluyó el Papa—: adorar a Dios, amar a Dios por encima de todo, y amar al prójimo. Es muy sencillo, pero muy difícil. Se puede hacer sólo con la gracia. Pidamos la gracia».
Santo Padre Francisco
Amor a Dios y al prójimo para vencer los pecados de la idolatría y de la hipocresía
Meditación del martes, 15 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).
En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).
La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía del domingo, 26 de octubre de 2008
Propósito
Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.
Diálogo con Cristo
No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 23 Oct, 2014 | La Biblia
Mateo 22, 34-40. Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario. Ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Éxodo, Éx 22, 20-26
Salmo: Sal 18(17), 2-3a.3bc-4.47.51a-51b
Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, Tes 1, 5c-10
Oración introductoria
Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.
Petición
Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).
En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).
La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del domingo, 26 de octubre de 2008
Propósito
Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.
Diálogo con Cristo
No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.
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por Santo Padre Francisco | 20 Feb, 2014 | Catequesis Magisterio, Novios Magisterio
Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla»» (Gn 1,28).
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1604
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Audiencia del Santo Padre a los novios con motivo de San Valentín
También podéis visionar el vídeo oficial de Radio Vaticana.
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Preguntas al Santo Padre Francisco
El miedo al «para siempre»
Su Santidad, son muchos los que hoy día piensan que prometerse lealtad para toda la vida es una tarea muy difícil; muchos creen que el reto de vivir juntos para siempre es hermoso, encantador, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pediría su palabra para que nos ilumine sobre esto.
Gracias por su testimonio y por su pregunta. Me han enviado sus preguntas por adelantado, así que he tenido la oportunidad de reflexionar y pensar una respuesta un poco más sólida.
Es importante preguntarnos si es posible amarnos unos a otros «para siempre». Esta es una pregunta que tenemos que hacernos: ¿Se puede amar a los demás «para siempre»? Hoy día muchas personas tienen miedo de tomar decisiones. Un niño dijo a su obispo: «Quiero ser sacerdote, pero sólo durante diez años». Tenía miedo de tomar una decisión definitiva. Pero es un temor general, de nuestra propia cultura. Tomar decisiones para toda la vida parece imposible.
Hoy todo está cambiando rápidamente, nada dura para siempre… Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio diciendo, «hemos estado juntos tanto tiempo como el amor», ¿y luego qué? ¿saludos y nos vemos?… Y así termina el matrimonio. Pero, ¿qué entendemos por «amor»? ¿sólo un sentimiento, una condición física o mental? Claro, si sólo es eso, es imposible construir algo sólido. Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que está creciendo, y también podemos decir a modo de ejemplo que se construye como una casa. Y la casa construida en conjunto —no está solo el edificio— aquí significa estimular y ayudar al crecimiento.
Queridos novios, que se están preparando para crecer juntos, para construir esta casa, para vivir juntos para siempre. No quiero que se fundamenten en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero: el amor que viene de la familia de Dios viene de este proyecto de amor que quiere crecer a medida que construye una casa que es un lugar de afecto, ayuda, esperanza y apoyo. Como también el amor de Dios es permanente y para siempre, por lo que el amor que fundó la familia quiere que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la «cultura de la provisional». !Esta cultura que nos invade hoy, esta cultura de la provisional. Esto está mal!
Así que, ¿cuál es la manera de curar el miedo del «para siempre»? Preocuparnos cada día, confiando en el Señor Jesús, en una vida que se convierta en un viaje espiritual diario compuesto por pasos —pasos pequeños—, pasos de crecimiento mutuo en los que se comprometan a ser hombres y mujeres maduros de la fe. ¿Por qué, queridos amantes, el «para siempre» es sólo una cuestión de tiempo? Un matrimonio no sólo tiene éxito si dura, también es importante su calidad. Estar juntos y saber cómo aman para siempre es el desafío de los esposos cristianos. Esto me recuerda el milagro de los panes: para ti, el Señor puede multiplicar su amor y donartelo fresco y bueno todos los días. Cuenta con un suministro sin fin. Él te da el amor que es el fundamento de su matrimonio y cada día se renueva, fortalece. Esto hace que sea aún más grande cuando la familia crece con los niños. En este camino es importante la oración, es necesaria siempre. Él, para ella, para él y para ella los dos juntos. Pídanle a Jesús que multiplique su amor. En el Padrenuestro decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día». La novia y el novio pueden aprender a orar: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días», porque el amor de los esposos es el pan de cada día, el verdadero pan del alma, aquello que los apoya para seguir adelante. ¿Podemos hacer la prueba para saber si lo ponemos? «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días». ¡Todos juntos! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días»]. ¡Otra vez! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días»]. Esta es la oración de las parejas y recién casados que participan. ¡Enséñanos a amar, a amar a los demás! Cuanto más se confía a Él, más su amor será «para siempre», capaz de renovarse, y ganar cada dificultad. Eso es lo que pensé que quería decirles en respuesta a su pregunta.
¡Gracias!
¿Existe un «estilo de vida» en el matrimonio?
Santidad, dice que vivir juntos todos los días es agradable, da alegría; pero es un reto. Debemos aprender a amarnos unos a otros porque hay un «estilo» de la vida matrimonial, una espiritualidad de la vida cotidiana que queremos aprender… ¿Nos puede ayudar en esto, el Santo Padre?
La convivencia es un arte, un camino paciente, bello y encantador. Pero no termina cuando se ha conquistado el uno al otro… De hecho, es precisamente entonces cuando comienza. Este viaje diario tiene reglas que se pueden resumir en estas tres palabras —palabras que he repetido muchas veces a las familias—: «permiso», «gracias» y «lo siento».
«Permiso» (pedir permiso – ¿puedo?). Es el tipo de solicitud se puede obtener en la vida de otra persona con respeto y cuidado . Tenemos que aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? Al igual que: ¿podríamos educar a nuestros hijos de esta manera? ¿Quieres que te vaya a buscar esta tarde?… En pocas palabras, significa ser capaz de pedir permiso para entrar en la vida de otros con cortesía. Pero escucha: ser capaz de entrar en la vida de otros con cortesía no es fácil… no es fácil . A veces, en lugar de utilizar los modales, somos pesados como unas botas de senderismo. El verdadero amor no se impone por la dureza y la agresividad. En las Florecillas de San Francisco dice la expresión: «Sepan que la cortesía es una de las propiedades de Dios … y la cortesía es la hermana de la caridad, que apaga el odio y mantiene el amor» ( Cap. 37 ). Sí , la cortesía conserva el amor. Y hoy día en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, necesitamos mucha más cortesía. Y esta cortesía puede comenzar en casa.
«Gracias». Parece fácil de decir la palabra «gracias», pero sabemos que no es así; sin embargo, es importante enseñar a los niños porque luego se olvidan. ¡La gratitud es un sentimiento importante! Una anciana me dijo una vez en Buenos Aires: «la gratitud es una flor que crece en la tierra noble». Y es necesaria la nobleza del alma para hacer crecer esta flor. Recuerden que en el Evangelio según san Lucas Jesús sana a diez enfermos de lepra y luego sólo uno de ellos vuelve para dar las gracias al Señor. Jesús dice: «y los otros nueve, ¿dónde están?». Esto también es cierto para nosotros: ¿damos gracias? En vuestra relación, y en el futuro en la vida matrimonial, es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y los dones de Dios son para dar las gracias. Y en esta actitud interior la pareja tiene que dar las gracias unos a otros por todo. No es una palabra buena para usar con los extraños, excepto para ser educados. Tenéis que saber cómo dar y decir «gracias», para llevaros bien y manteneros juntos en la vida matrimonial.
«Lo siento». En la vida cometemos muchos errores… ¡tantas equivocaciones! Todos las cometemos. Pero, ¿tal vez hay alguien aquí que nunca ha cometido un error? Levanten la mano si hay alguien, una persona que nunca ha cometido un error… ¡Todos los cometemos! ¡Todos! Tal vez hay días en los que no comentemos un error… La Biblia dice que el hombre más justo peca siete veces al día. He aquí, pues, la necesidad de utilizar esta palabra simple: «lo siento». En general, cada uno de nosotros está dispuesto a acusar a otros y justificarse. Esto comenzó desde nuestro padre Adán cuando Dios le preguntó: «¿Adán, tú has comido de ese fruto?» «¿Yo? ¡No! Ella me lo dio». Acusándose mutuamente en ver de decir «lo siento», «perdón». Es una vieja historia. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres . Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir disculpas: «Lo siento si te levanté la voz hoy», «Lo siento si me fui sin decir adiós», «lo siento si llego tarde», «si he estado tan callada esta semana», «si hablo demasiado sin escuchar», «perdón, se me olvidó», «estaba enfadado y lo siento por haberla tomado contigo»… Así que tenemos muchos «lo siento» para decir a lo largo del día… Así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no hay familia perfecta, e incluso el marido perfecto o la mujer perfecta. No hablemos de la suegra perfecta… Vivimos para nosotros, que somos pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseñó un secreto: nunca terminar un día sin pedir perdón, sin traer la paz de vuelta a nuestra casa, a nuestra familia. Hoy día las peleas entre marido y mujer son habituales, siempre hay algún motivo para pelear… tal vez estaba enojado, tal vez voló un plato… pero por favor, recuerden esto: ¡nunca acabar el día sin paz ! ¡Nunca, nunca, nunca! Este es el secreto para mantener el amor y para tener paz. No es necesario hacer un hermoso discurso… A veces, un gesto, etc… es suficiente para que se haga la paz, así de repente. Nunca terminarán los problemas en la casa si no hay paz al final del día… porque si al final del día no se hace la paz, lo que tienes dentro, al día siguiente, es frío y duro y es más difícil hacer la paz que el día anterior. Recuerden bien: ¡nunca acabar el día sin paz! Si aprendemos a pedir perdón y a perdonar a los demás, el matrimonio va a durar, va a ir adelante.
Consejos para la celebración del matrimonio
Su Santidad, en los últimos meses estamos haciendo muchos preparativos para nuestra boda; ¿puede dar algunos buenos consejos para celebrar nuestro matrimonio?
Asegúrense de que es un verdadero placer, porque la boda es una celebración, una fiesta cristiana. La razón más profunda de la alegría la indica el Evangelio según san Juan: recordar el milagro de las bodas de Caná. En cierto momento se pierde el vino y la ceremonia parece estar en ruinas. ¡Imagínense terminar los festejos bebiendo Té! ¡No, no te vayas! ¡Sin vino no hay fiesta! A sugerencia de María, que es cuando Jesús se revela por primera vez y le da una señal, convierte el agua en vino y, al hacerlo, se convierte en una excepcional fiesta de bodas. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años sucede en realidad en cada boda: lo que va a hacer plena y profundamente cierta su boda será la presencia del Señor que se revela y da su gracia. Es su presencia la que ofrece «el buen vino». Él es el secreto de la alegría plena, quien realmente alimenta mi corazón. ¡No es el «espíritu del mundo», no! ¡Es el Señor, cuando el Señor está ahí!
Al mismo tiempo, sin embargo, es bueno que su matrimonio sea sobrio y hacer que se destaque lo que es realmente importante. Algunos están más preocupados por los signos externos del banquete: fotografías, ropa y flores… Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de señalar la verdadera razón de su alegría: la bendición de Dios en su amor. Asegúrese de que, como el vino de Caná, los signos externos de su celebración revelan la presencia del Señor, que ello sea la razón de su alegría.
Pero hay algo que usted dijo y quiero tomar el vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El matrimonio es también un trabajo de todos los días, es como el trabajo de un orfebre, porque el marido tiene la obligación de hacer más mujer a su esposa y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer en humanidad, como hombre y como mujer. Esto se llama crecer juntos. ¡Esto no se hace solo por sí mismo! El Señor lo bendice, pero viene de sus acciones, de sus actitudes, la forma en que vivimos, la forma de amar… ¡Crezcamos! Asegúrense siempre de que el otro va a crecer. ¡Trabajen para esto!
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Santo Padre Francisco
Discurso a las parejas que se están preparando para el matrimonio
Plaza de san Pedro el viernes, 14 de febrero de 2014
por Humberto Gaytán | Catholic.net | 2 Nov, 2012 | La Biblia
Marcos 12, 28 – 34. Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario. No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio.
En aquel tiempo se acercó a Jesús un letrado y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Oración introductoria
Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.
Petición
Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.
Meditación del Papa
La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas». Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás.
Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.
Reflexión
«Y, acercándose uno de los escribas, le preguntó: Maestro, ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Qué pregunta tan comprometedora, pero al mismo tiempo tan esencial en la vida de todo cristiano, de todo católico.
¿Qué buscaría este escriba al preguntar una cosa así? ¿Por qué lo habría hecho? Y pensando un poco lo que buscaba no era otra cosa que saber qué es lo fundamental en esta vida; es decir, lo que buscamos todos para ser felices: el AMOR.
Cristo responde con claridad a ese vacío interior que sufren las personas que no conocen y no aman a Dios. Y la respuesta compromete a toda la persona humana: «Amar a Dios con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Allí está la clave para ser feliz, para llegar a ser santo, para ser buen cristiano. No hay otro camino: amar a Dios.
Pero no sólo se reduce a un amor meramente sentimental e ilusorio, sino que baja a lo concreto de la vida. El cómo, Cristo lo clarifica con el segundo mandamiento: «Amar al prójimo como a ti mismo».
Qué mejor camino para amar a Dios, que amar con hechos y obras a mi prójimo, como lo demuestra la parábola del Buen Samaritano. Amar a mi prójimo es dedicarle tiempo, es asistirle en sus necesidades, es colaborar con sus ilusiones, es apoyarle en los momentos de dificultad, en definitiva es DONACIÓN. Porque no hay amor más grande y más heroico que dar la vida por el amigo. Vivir así es acercarse cada día más al Reino de los cielos.
Propósito
Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.
Diálogo con Cristo
No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.