Santa Ángela de Foligno. esposa y madre

Santa Ángela de Foligno. esposa y madre

Ángela vino al mundo a mediados del siglo XIII, probablemente hacia el año 1249. La posteridad quiso inmortalizar con su nombre el de la bella ciudad que la vio nacer y que sesenta años después, en 1309, había de ser también el lugar de su sepultura. Si bien es cierto que los santos, ya en vida, son más moradores del cielo que de la tierra, no pueden, sin embargo, al igual que todos los mortales sacudir del todo el lastre que los hace hijos de su tiempo y de su ambiente. La época en que vivió la Beata Ángela presenta rasgos singulares, ricos en contrastes, como acontece siempre en toda época de transición.

Las grandes ideas características de la Edad Media brillan ya en la mitad del siglo XIII con luces de atardecer. Todos los sucesos de la sociedad de entonces nos hacen pensar en el ocaso, diríamos con Hizinga, en el otoño del medievo. La unidad de la «república christiana», que naciera del consorcio del sacerdocio y del imperio, quedaba gravemente lesionada y prácticamente destruida, con Federico II, en lucha constante con el papado. Al lado del imperio pululaban en Alemania las ciudades libres, y en Italia los comunes, que luchaban unas veces contra la Iglesia en favor del emperador, y otras contra éste aliados con la Iglesia, según fuera su distintivo de gibelinos o güelfos. La fe operante y entusiasta que tantos cruzados empujara hacia el Oriente languidecía con el postrer suspiro San Luis; mientras las grandes síntesis escolásticas, expresión a la vez de la unidad y universalidad medievales, estaban perdiendo a sus geniales forjadores Alejandro de Halés, Santo Tomás y San Buenaventura. En 1308, un año antes que la Beata Ángela, muere Juan Duns Escoto, último gran escolástico. Pero entre las sombras crepusculares del medievo, se dibujan ya las luces del Renacimiento, con distintos cánones y nuevas ideas, que el Dante presiente y saluda en su Vita nuova. El geocentrismo, antropocentrismo e individualismo de la nueva era que nace, suplantan al teocentrismo y universalismo de la Edad Medía que fenece. El pujante nacionalismo deshace en jirones la vieja túnica del Imperio. El Petrarca, tenido por muchos como el primer hombre moderno, canta las bellezas de su patria italiana y se inspira en la naturaleza y en el Paisaje.

Ángela tuvo que vivir, pues, en una época fronteriza. Y en el drama de su vida, pecadora en un principio, santa después, no es difícil descubrir las huellas del ambiente en que se movió. De elevada posición, poseía riquezas, castillos, joyas y fincas. Se casó en temprana edad, y tuvo varios hijos. Tanto en sus años juveniles, como después en su estado de esposa y de madre, apuró pródiga la copa de los placeres que el mundo le brindaba. Ella misma confesará más tarde una y muchas veces sus graves desvaríos. Sin que nos veamos precisados a creer al pie de la letra la exactitud de estas confesiones, fruto mas del arrepentimiento que de la verdad objetiva, no se pueden descartar tampoco los hechos que, por otra parte, están en conformidad con las circunstancias históricas que los rodean. En efecto; la cuna de Ángela fue mecida por aíres nada .saturados de clericalismo. Foligno, ciudad obstinadamente ligada al emperador, estaba siempre dispuesta a ponerse en pie de guerra contra cualquier pretensión del Papa. Pero la suerte de las armas muchas veces le era adversa, y uno de aquellos años sufrió una aplastante e ignominiosa derrota por parte de las fuerzas pontificias de Asís y de Perusa. ¿Quién duda de que entre la distinguida estirpe de Ángela no se encontrarían entonces rabiosos gibelinos. para quienes los nombres de curas, papas y frailes venían resultando sinónimos de declarados enemigos políticos? Nos dirá Ángela más tarde que en su madre encontraba gran obstáculo para la conversión.

Pero la gracia de Dios iba obrando en lo profundo de su alma. Las circunstancias han cambiado con el tiempo. Es hacia el año 1285. Foligno es ahora una ciudad súbdita del Papa y protegida por él. Ángela anda en sus treinta y cinco. Sus pecados de la juventud comienzan a producirle cierto escozor en la conciencia. Le llega también la prueba. En breve tiempo pierde a su madre, a su marido y a sus hijos. Huérfana de sus seres queridos, comienza a practicar la religión, pero en un principio sin apartarse del todo del pecado. Por eso hace comuniones sacrílegas, por no confesar sinceramente sus pecados. Es la hora de los confusos sentimientos; la lucha entre el espíritu y el cuerpo. Se halla sin luz, como Saulo en el camino de Damasco.

Pero allí cerca estaba Asís. «Oriente diré, que no Asís», cantó el Dante. El ejemplo de Francisco continuaba fascinando a muchas almas desde hacía casi un siglo. Para Ángela constituyó también un faro en esta noche oscura del espíritu. Un día en que se encontraba atormentada por remordimientos de conciencia, pidió a San Francisco que le sacara de aquellas torturas. Poco después entró en la iglesia de San Feliciano, donde predicaba a la sazón un religioso franciscano; se sintió tan conmovida que. al bajar predicador, se postró ante su confesionario, y, con grande compunción, hizo confesión general de toda su vida, quedando muy consolada.

El fraile se llamaba Arnaldo, cuya vida, al igual que la nuestra de Beata, no ha podido ser hasta ahora suficientemente estudiada, por falta de datos. Parece ser, sin embargo, que pertenecía a la comunidad de Asís, y que en la Orden seguía la corriente de los llamados «Espirituales», grupo que hicieron célebre, entre otros, los nombres de Pedro Juan Olivi, Angel Clareno, Hubertino de Casale y el mismo Juan de Parma, general que fue de toda la Orden. Lo que si sabemos ciertamente de fray Arnaldo es que, a partir de la conversión de Ángela, pasó a ser su confesor, su director y su confidente espiritual. Gracias a sus ruego y a su pluma de amanuense, la posteridad puede saborear la Autobiografía de la Beata Ángela, conocida también con el nombre de Memorial de fray Arnaldo, verdadero tesoro de teología espiritual; donde se encierran las inefables experiencias místicas de esta alma, desde su conversión, en 1285, hasta el año 1296, en que se consuman sus admirables ascensiones hasta la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad.

Pasman los prodigios que la divina gracia, en tan breve tiempo, ha obrado en esta alma privilegiada. Su trato íntimo con la divinidad, sus éxtasis escalofriantes, los secretos celestiales que en ellos se le confiaban, son más para admirados que para descritos. L. Leclève no duda en afirmar que Ángela de Foligno, por el crecido número de sus visiones, solamente admite parangón con Teresa de Ávila; y a ambas llama reinas de la teología mística.

Nuestra pobre fraseología humana resulta inadecuada para captar los misteriosos coloquios entre Ángela y la divinidad. La misma Beata sufría y se lamentaba, porque después de escuchar la lectura de lo que acababa de dicta a fray Arnaldo, le parecía que allí no se contenían más que blasfemias y burlas. Así son de mezquinos nuestros conceptos humanos cuando se los quiere hacer pasar por vehículos de realidades divinas.

Si estas dificultades encuentran los santos para exteriorizar sus propias experiencias. ¿qué pasará cuando los hombres se afanan por querer clasificarlas y analizarlas desde afuera y a distancia? Dejemos a los santos saborear dulcemente las inefables dulzuras nacidas del contacto intimo con la divinidad. Las flores de la vida mística crecen como las estrellas alpinas. en las cumbres de las altas montañas, y no a todos es dado llegar a esas alturas para disfrutar de su aroma. Unos habrán de contentarse con acampar muy cerca de la cima; otros, a la mitad; algunos, tal vez los más, apenas si habrán caminado unos pasos hacia la cúspide de a montaña espiritual; diríase con otras palabras, todos están llamados a ejercitarse en la vida ascética, mediante la práctica de la perfección, rastreando los senderos, a veces tortuosos y empinados, que conducen a las recónditas alturas de la mística. En efecto, estas dos vías, ascética y mística, no se desenvuelven a manera de dos paralelas, sino que constituyen, en el pensamiento de la Beata Ángela, las dos mitades, inicial y terminal respectivamente. de una misma vida espiritual. Así, pues. si no todos los cristianos podrán tocar con sus manos el termino de esa línea ascendente, todos, sin embargo, están ob1igaos a no desistir de lanzarse a la carrera espiritual. «Y que nadie se excuse – les advierte la Beata – con que no tiene ni puede hallar la divina gracia, pues Dios, que es liberalísimo, con mano igualmente pródiga la da a todos cuanto la buscan y desean».

Cosas admirables sobre la perfección ha dejado escritas la beata Ángela. En dieciocho etapas va describiendo, en el primer capítulo de su autobiografía, el laborioso producto de su conversión, desde que comenzó a sentir la gravedad de sus pecados y el miedo de condenarse hasta el momento en que al oír hablar de Dios se sentía presa de tal estremecimiento de amor, que aun cuando alguien suspendiera sobre su cabeza una espada, no podía evitar los movimientos. A la Beata Ángela se le atribuyen. además de la autobiografía de fray Arnaldo, unas exhortaciones, algunas epístolas y un testamento espiritual, que han merecido a su autora el ser considerada por algunos nada menos que como magistra theologorum. ,Sin ocultar el tono de exageración que el cariño de los discípulos ha puesto en este elogia hacia la madre espiritual, hay que reconocer que los discípulos de la Beata Ángela recogen lo mejor que de teología ascética que habían escrito los grandes maestros de la y escolástica; y colocada además providencialmente en los umbrales de una época nueva, logra transvasar a las odres del Renacimiento los vinos añejos de la espiritualidad del siglo XIII. Los aires renacentistas de acercamiento al hombre, a lo individual y concreto, la mueven a abrazar el pensamiento Franciscano, que coloca a Cristo, Hombre – Dios, por centro de toda vida espiritual, ejemplar de todas las virtudes y única vía para caminar hacia la perfección a cuya Tercera Orden de Penitencia se incorporó desde los primeros días de su conversión, e inspirada en el pensamiento bonaventuriano, la Beata Ángela es a gran mística de la humanidad de Cristo. La imitación de Cristo – Hombre, mediante el ejercicio de las virtudes, es la meta de la ascética, así como la unión con Dios, por medio de Cristo, es a consumación y remate de la mística.

Pero la espiritualidad de nuestra Beata recibe modalidades nuevas, dentro de lo franciscano; pues mientras el cristocentrismo de la escuela franciscana, en general, se orienta hacia la Encarnación, hay que reconocer que para la Beata Ángela todo gira en torno a la cruz. La pasión y muerte de Cristo es la demostración más grande de amor que el Hijo de Dios ha podido dar a los hombres. Cristo desde la cruz es el Libro de la Vida, como lo llama ella, en el cual debe leer todo aquel que quiera encontrar a Dios. Era tal la devoción que sentía hacia la cruz que, si le cuadraba contemplar una estampa o un cuadro en que se representaba alguna escena de la pasión, se apoderaba de sus miembros la fiebre y caía enferma. Por eso la compañera procuraba esconderle las representaciones de la pasión, para que no las viese. Sus opúsculos fueron editados varias veces, en siglos pasados, con el título significativo de Theologia Crucis. En la meditación de la pasión era donde conocía con más viveza la gravedad de sus pecados pasados, y los lloraba con mayor dolor. Aquí es donde se decide a tomar resoluciones que dan nuevo rumbo a su vida. «En esta contemplación de la cruz – refiere ella – ardía en tal fuego de amor y de compasión que, estando junto a. cruz, tomé el propósito de despojarme de todas las cosa, y me consagré enteramente a Cristo.» La pobreza, la estricta pobreza de espíritu, era la contraseña que ella exigía para distinguir los verdaderos discípulos de Cristo. Muchos se profesan de palabra seguidores de Cristo; pero en realidad y de hecho abominan de Cristo y de su pobreza. En las páginas de sus opúsculos el amante de la historia podrá descubrir las inquietudes en torno a la pobreza de Cristo que convivieron los espirituales franciscanos y nuestra Beata de Foligno.

Junto a la cruz, la Beata Ángela aprendió a ser la gran confidente del Sagrado Corazón de Jesús, muchos siglos antes que Santa Margarita María recibiera los divinos mensajes. «Un día en que yo contemplaba un crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura decible de aquel abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús.» Otras veces se le aparecía el Sagrado Corazón para invitarla a que acercase los labios a su costado y bebiese de la sangre que de él manaba. Abrasada en esta hoguera de amor, nada tiene de extrañó que se derritiese en ardientes deseos de padecer martirio por Cristo.

El amor que Cristo nos demostró en la cruz, se perpetúa a través de los siglos de una manera real en el sacramento de nuestros altares. La devoción a la Eucaristía, tan característica de los tiempos modernos, tiene una eminente precursora en la Beata Ángela. Fueron muchas las visiones, con que el Señor la recreó en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada hostia. Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en este sacramento se encierran. El cristiano debe acercarse con frecuencia a este sacramento, seguro de que, si medita en el grande amor que en él se contiene, sentirá inmediatamente transformada su alma en ese mismo divino amor. La Beata exhorta, sin embargo, a cada cristiano a que se haga. a modo de preparación. las siguientes consideraciones: ¿A quién se acerca? ¿Quién es el que se acerca? ¿En qué condiciones y por qué motivos se acerca?

Abrazada con Cristo en la Cruz, arrimada a su costado y confortada con el Pan de Vida, la Beata Ángela recibió la visita de la hermana muerte. Eran las últimas horas del día 4 de enero de 1309 cuando esta privilegiada mujer, rodeada de un gran coro de hijos espirituales, entregaba plácidamente su alma al redentor. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento franciscano de Foligno. Sobre su sepulcro comenzó Dios a obrar en seguida muchos milagros. El papa Clemente XI aprobó el culto, que se le tributó constante, el día 30 de abril de 1707.

Santa Ángela de la Cruz: «Hay que hacerse pobre con los pobres»

Santa Ángela de la Cruz: «Hay que hacerse pobre con los pobres»

«De oración continua a imitación de los ángeles, que bajan del cielo para aliviar a sus hermanos los hombres sólo cuando Dios se lo manda. Silenciosas por las calles, lo único que debería distinguirlas es la modestia, compostura y dulzura con que habían de tratar a todos».

El 5 de noviembre, la Iglesia universal celebra la memoria de santa Ángela de la Cruz. 

Ángela Guerrero González, Sor Ángela de la Cruz, Madre de los pobres nació en Sevilla el 30 de enero de 1846. Hija de padres honrados y pobres. Su padre José Guerrero había venido a Sevilla, de Grazalema, pueblo de la serranía de Ronda, entre aquellas hondadas de emigrantes a las grandes ciudades en busca de mejor colocación, que suelen acompañar al desarrollo de la civilización industrial.

Casado en Sevilla con la joven Josefa González, cuyos padres eran procedentes de Sevilla (Arahal y Zafra). Los dos esposos llegaron a tener hasta catorce hijos, de los cuales solo seis, tres hijos y tres hijas, sobrevivieron hasta edad adulta. Ambos trabajaban para el convento de los Padres Trinitarios, poco distante de la calle Santa Lucía, 13 donde ellos tenían su casa cuando nació Angelita. El padre hacía de cocinero y la madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. La niña fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía, el 2 de febrero con el nombre de María de los Ángeles, pero para los que la conocen será siempre Angelita.

El padre, hombre aficionado a la lectura de libros piadosos, se hizo querer y respetar de sus hijos. En el barrio tenía buena estimación. Llevará consigo a la niña, aún pequeña, a los rosarios de la aurora. La madre bondadosa, vivaracha, imaginativa, como buena sevillana, trabajadora y limpia, tenia a su cuidado un altar de la parroquia, lo cual facilitará a la niña Angelita entrar con frecuencia en la iglesia y postrarse a los pies de la Virgen de la Salud, donde la encontraban de niña rezando de rodillas.

En su casa aprendió los buenos ejemplos de piedad, pero también el celo de su madre, que cuidaba con sus pocos recursos que fueren bautizados cuanto antes los niños pobres del barrio, haciendo de madrina de muchos. En una habitación de la casa ponía un altar a la Virgen en el mes de mayo, y allí se rezaba el rosario y se obsequiaba particularmente al Virgen.

Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegara a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz la llamaran con el dulce nombre de «la abuelita» y quedaran admiradas de las muchas virtudes que florecían en el jardín de su alma. Ella supo trasplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día, siendo aun muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: «Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas».

Angelita fue siempre bajita, vivaz y expresiva. A los ocho años hizo su primera comunión. A los nueve fue confirmada. asistiendo pocos años a la escuela, como era habitual por aquel entonces entre las niñas pertenecientes a su clase social, aprendió los elementos de gramática, cuentas, leer y escribir lo suficiente para comunicarse. Ángela, que crecía en un piadoso ambiente familiar, pronto daría cumplidas pruebas de bondad natural. Ya de joven, nadie osaba hablar mal o pronunciar blasfemias en su presencia. Si hablaban algo menos puro, al verla llegar, decían, cambiando de conversación: «Callad, que viene Angelita».

Llegada a la edad de poder trabajar sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería desde los 12 años para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida, con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La maestra de taller doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres Padilla, que tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban «el santero» por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero. Allí se organizaba el rezo del rosario entre las empleadas diariamente y se leían las vidas de santos.

Cuando Angelita conoció al Padre Torres Padilla tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como lega en el convento de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz. No la consideraron con la salud y energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento.

De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita.

Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del Padre Torres, de emplearse con generosa entrega la servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales de vecindad, las victimas más propicias de esa enfermedad. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de «meterse a monja».

Vocación

Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida religiosa aumentaban.

Bajo el consejo del Padre Torres intentó hacer el postulado en el hospital de las Hijas de la Caridad de Sevilla. Lo comenzó en el año 1868. Y, aunque su salud era precaria, las religiosas hicieron esfuerzos por conservarla, procurando enviarla a Cuenca y a Valencia para ver si se fortalecía.

Siendo novicia, tuvieron que enviarla a Sevilla para probar de nuevo con sus aires natales; pero todo fue inútil, sus vómitos frecuentes no le permitían retener la comida. Tuvo que salir del noviciado. Y, lo más doloroso para ella es que todo esto sucedía cuando su director, el Padre Torres, se encontraba en Roma, como consultor teólogo del Concilio Vaticano I.

En su casa la acogieron de nuevo con gran cariño, y en poco tiempo el señor permitió que recobrar su salud. También volvió al taller de zapatería.

Regresó pronto el Padre Torres, al tener que suspenderse el Concilio en 1870. también él la acogió con todo cariño y continuo guiándola por los caminos difíciles por los que dios quería conducirla. Ambos preveían que Dios la quería para algo que no adivinaban aún.

El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado , a los pies de Cristo en la Cruz, vivir conforme a los consejos evangélicos.

En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la Cruz, frente a Jesús, del modo más semejante posible a una criatura para ofrecerse víctima por la salvación de sus hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los caracteres específicos del Instituto que dios deseaba por su medio inaugurar en la Iglesia: La Compañía de las Hermanas de la Cruz.

Ella siguió trabajando en el taller como «zapaterita», a la vez que, por encargo de su padre espiritual, dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro Instituto, hasta que recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación.

Carisma

Viendo que no podía ser monja en el convento, se dijo a si misma: «Seré monja en el mundo» e hizo los Votos religiosos. Un billete de 1º de noviembre de 1871 nos revela que «María de los Ángeles Guerrero, a los pies de Cristo Crucificado» promete vivir conforme a los consejos evangélicos: Ya que le ha fallado ser monja en el convento, será monja fuera. Dos años más tarde, Ángela pone en manos del doctor Torres Padilla unas reflexiones personales en las que se propone, no vivir siguiendo a Jesús con la cruz de su vida, sino vivir permanentemente clavada en ella junto a Jesús.

De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz.

Ángela comienza a afirmarse en una idea que le ha venido con fuerza: «hay que hacerse pobre con los pobres».

Su alma caminó de claridad en claridad, a través de las pruebas interiores más terribles, apoyada en la clarividencia y firmeza de su director, hasta las cumbres del desposorio espiritual con Cristo. El 22 de marzo de 1873 comienza a descubrir con nitidez su carisma personal de ser ante Dios y la Iglesia Ángela de la Cruz.

Tuvo una visión del Calvario con dos cruces, una frente a la otra y muy cerca. En una estaba Jesús crucificado. Se sintió llamada por Él, en la otra: con unos deseos tan vivos y un ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me invitaba a subir a la cruz. De ahí en adelante, no volverá atrás en la dirección indicada por esa gracia: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno a imitación de san Francisco, y la santa humildad , característica más típica, traducida en humillación: Que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante, al que yo no pertenezca, y eso hasta después de su muerte.

Había encontrado el tesoro, que se le descubrirá como la voluntad de Dios, de crear un Instituto de victimas que se quieran unir a Jesús en la Cruz por la salvación de sus hermanos los pobres.

Las luces y gracias recibidas de Dios en ese tiempo, le fueron descubriendo no sólo el espíritu del nuevo Instituto, sino también, con luces y energías espirituales extraordinarias, en la historia de la espiritualidad, los caracteres que convenían a sus casas, a sus capillas, portería, dormitorio y hasta la distribución ordinaria del tiempo en sus comunidades.

Se le descubría la necesidad de rebatir con la vida de estas nuevas religiosas la corrupción de su siglo. Los librepensadores del tiempo piensan en las religiosas como en gente que no quiere trabajar y buscan una vida cómoda; y de las que se dedican a la caridad, no saben sino mandar sin que a ellas les falte nada. La regla de estas religiosas había de demostrar con el ejemplo que por sólo amor de Dios, se abrazan con todo lo contrario.

Había de reunir en una sola vida: la penitencia de los Padres del desierto con la caridad de san Vicente de Paul; la contemplación y pobreza de la más oculta religiosa con la vida laboriosa de quien trabaja para aumentar el socorro de los pobres.

Pensaba en jóvenes, desprendidas de todo lo terreno hasta de ellas mismas, sin nada terreno más que la ropa puesta y ésta de limosna: sin flores ni estampas ni ninguna clase de animalitos, para que en nada pueda apegarse el corazón; ocultas y desconocidas y sin ninguna apariencia que las haga especiales; una comunidad de vida extraordinaria por su penitencia, obediencia y mortificación en todo.

«De oración continua a imitación de los ángeles, que bajan del cielo para aliviar a sus hermanos los hombres sólo cuando Dios se lo manda. Silenciosas por las calles, lo único que debería distinguirlas es la modestia, compostura y dulzura con que habían de tratar a todos». El Instituto ayer y hoy.

En la casa había de reinar un profundo silencio, con sus paredes blancas y toda muy limpia. En el corredor ningún mueble más que de trecho en trecho un cuadrito sencillo con la estación del Vía Crucis.

El ajuar basto y limpio. Todo había de ayudar y convidar a la oración, la desprendimiento de todo, sugerir la limpieza de cuerpo y de espíritu, predicar la pobreza con solo su estilo y el seguimiento de Cristo crucificado.

Veía a las Hermanas como ángeles volar con diligencia a la asistencia de los pobres enfermos a domicilio, para evitarles el desconsuelo de verse abandonados, o apartados de la familia, porque no tienen quien se ocupe de ellos.

En invierno de 1873 Ángela formula votos perpetuos fuera del claustro, y por el voto de obediencia queda unida al padre Torres. Pero su mente y su corazón inquietos comienzan a «reinar» en una idea que continuamente le asalta: formar la «Compañía de la Cruz». Obstinada en su empeño el 17 de enero de 1875 comienza a trazar su proyecto, que, como toda obra noble, se verá colmado por el éxito, más ante los ojos de Dios que ante los ojos de los hombres.

Últimos días

A los 85 años de edad, en junio de 1931, se presentaron los primeros síntomas de su última enfermedad.

Tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la cruz, la muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida hecha dulzura, milagro cotidiano de luz. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de 1932, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu ya estaba desde hace tiempo en las manos del señor.

Sus hijas espirituales se han transmitido como testamento sus últimas palabras que habían sido:

«No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera……»

Pero hacía ya tiempo que había escrito para sí misma con toda autenticidad:

La nada calla, la nada no se disgusta , la nada todo lo sufre… la nada no se impone, la nada no manda con autoridad, la nada en fin en la criatura es la humildad práctica

Había vivido particularmente iluminada como maestra en la práctica de la virtud.

Personas de todas las clases sociales rindieron homenaje a la hoy Santa, por privilegio del Gobierno de la Segunda República Española, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre en Sevilla. Dos días después el Ayuntamiento republicano de la ciudad de Sevilla, presidido por el alcalde don José González Fernández de Lavandera, decidió por unanimidad que constase en acta el sentimiento de la Corporación por la muerte de la religiosa y decidió se rotulase con su nombre la entonces llamada calle Alcázares, donde estaba y continúa el convento. Esta decisión tiene gran importancia, si tenemos en cuenta las ideas anticlericales imperantes en la época.

Artículo original en www.santaangeladelacruz.es