por Catequesis en Familia | 27 Feb, 2017 | La Biblia
Mateo 9, 14-15. Viernes después del Miércoles de Ceniza. Tiempo de Cuaresma. Hay necesidad de «cristianos de acción y de verdad» cuya vida esté «fundada sobre la roca de Jesús».
Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?». Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 58, 1-9a
Salmo: Sal 51(50), 3-6.18-19
Oración introductoria
Señor, dame la gracia de caminar esta Cuaresma por la senda de una fe viva, operante y luminosa que me permita iluminar todos los acontecimientos de mi vida con tu luz, y me ayude a ser fiel y perseverante en mis propósito de acompañarte en la cruz con amor y generosidad.
Petición
Señor, dame la gracia de renunciar, por amor, a algo lícito y placentero, para que este sacrificio sea el medio para reparar y purificarme de mis debilidades.
Meditación del Santo Padre Francisco
De estos cristianos hay muchos. No son cristianos, se disfrazan como cristianos. No saben quién es el Señor, no saben lo que es la roca, no tienen la libertad de los cristianos. Y, para decirlo de un modo simple, no tienen alegría: los primeros tienen una cierta «alegría» superficial. Los otros viven en una continua vigilia fúnebre, pero no saben lo que es la alegría cristiana. No saben cómo disfrutar de la vida que Jesús nos da, porque no saben hablar con Jesús. No se afirman sobre Jesús, con la firmeza que da la presencia de Jesús. Y no solo no tienen alegría: no tienen libertad. Son esclavos de la superficialidad, de esta vida generalizada, y estos son los esclavos de la rigidez, no son libres. En su vida, el Espíritu Santo no tiene cabida. ¡Es el Espíritu quien nos da la libertad! El Señor hoy nos invita a construir nuestra vida cristiana en Él, la roca, Aquel que nos da la libertad, que nos envía el Espíritu, que te hace ir adelante con alegría, en su camino, en sus propuestas.
Santo Padre Francisco: Cristianos de acción y de verdad
Homilía del jueves, 27 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. Los fieles cristianos laicos
897 «Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su manera de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo» (LG 31).
La vocación de los laicos
898 «Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios […] A ellos de manera especial corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor» (LG 31).
899 La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia:
«Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Romano Pontífice, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia» (Pío XII, Discurso a los cardenales recién creados, 20 de febrero de 1946; citado por Juan Pablo II en CL 9).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del Bautismo y de la Confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
901 «Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf 1P 2, 5), que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios» (LG 34; cf. LG 10).
902 De manera particular, los padres participan de la misión de santificación «impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos» (CIC, can. 835, 4).
903 Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de acólito (cf. CIC, can. 230, 1). «Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el Bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho» (CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética de Cristo
904 «Cristo […] realiza su función profética no sólo a través de la jerarquía […] sino también por medio de los laicos. Él los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra» (LG 35).
«Enseñar a alguien […] para traerlo a la fe […] es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente (Santo Tomás de Aquino, S. Th. 3, q. 71, a.4, ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con «el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra». En los laicos, «esta evangelización […] adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo» (LG 35):
«Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes […] como a los fieles» (AA 6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su colaboración en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776, 780), en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC, can. 229), en los medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 «Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas» (CIC, can. 212, 3).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, «para que vencieran en sí mismos, con la apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado» (LG 36):
«El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable» (San Ambrosio, Expositio psalmi CXVIII, 14, 30: PL 15, 1476).
909 «Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas» (LG 36).
910 «Los seglares […] también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles» (EN 73).
911 En la Iglesia, en el ejercicio de la potestad de régimen «los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho» (CIC, can. 129, 2). Así, con su presencia en los concilios particulares (can. 443, 4), los sínodos diocesanos (can. 463, 1 y 2), los consejos pastorales (can. 511; 536); en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia (can. 517, 2); la colaboración en los consejos de los asuntos económicos (can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales eclesiásticos (can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de «aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios» (LG 36).
913 «Así, todo laico, por el simple hecho de haber recibido sus dones, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'» (LG 33).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Mortificar mi egoísmo haciendo, por amor, un acto de caridad con alguien cercano a mí.
Diálogo con Cristo
Señor, dame el gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es el medio que me acerca a Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la cruz para salvarme, yo, para corresponderte, quiero ayunar más de mí mismo y de mis cosas, no quiero escatimar nada para colaborar contigo en la salvación de los hombres mis hermanos.
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por Catequesis en Familia | 14 Ene, 2017 | La Biblia
Marcos 2, 18-22. Lunes de la 2.ª semana del Tiempo Ordinario. Cuando está el esposo no se puede ayunar, no se puede estar triste.
Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?». Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta a los Hebreos, Heb 5, 1-10
Salmo: Sal 110(109), 1-4
Oración introductoria
Ayúdame, Señor, a crecer espiritual y apostólicamente para poder ofrecerte una vida nueva, marcada por el amor a Ti y a mis hermanos. Que tu Espíritu Santo, santificador, guíe esta meditación para orar con una absoluta confianza en tu providencia infinita.
Petición
Jesús, dame la sabiduría para saber ayunar de todo aquello que pueda disminuir mi fidelidad y la totalidad de mi entrega a la misión que me has encomendado.
Meditación del Santo Padre Francisco
«Cuando está el esposo no se puede ayunar, no se puede estar triste», el Señor vuelve a menudo sobre esta imagen del esposo. Jesús porque nos hace ver la relación entre Él y la Iglesia como una boda.
Pienso que este es precisamente el motivo más profundo por el que la Iglesia custodia tanto el sacramento del matrimonio y lo llama Sacramento grande, porque es precisamente la imagen de la unión de Cristo con la Iglesia.
El cristiano debería tener siempre una actitud de alegría, porque su fe es una gran fiesta. El cristianismo es fundamentalmente alegre. Y por esto al final del Evangelio, cuando llevan el vino, me hace pensar en las bodas de Caná: y por esto Jesús ha hecho ese milagro, por eso la Virgen, cuando se ha dado cuenta que no había más vino, porque si no hay vino no hay fiesta… Imaginaba terminar las bodas, bebiendo el té o el zumo: no funciona…. es fiesta y la Virgen pide el milagro. Y así es la vida cristiana. La vida cristiana tiene esta actitud alegre, alegre de corazón.
Del mismo modo, hay momentos de cruz, momentos de dolor, pero siempre hay esa paz profunda de la alegría, porque la vida cristiana se vive como fiesta, como las bodas de Jesús con la Iglesia.
Santo Padre Francisco: La gracia de la alegría
Homilía del viernes, 6 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
V. Diversas formas de penitencia en la vida cristiana
1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad «que cubre multitud de pecados» (1 P 4,8).
1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; «es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales» (Concilio de Trento: DS 1638).
1437 La lectura de la sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada «del hijo pródigo», cuyo centro es «el padre misericordioso» (Lc15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Pedir a la Virgen María que interceda por mí, para que sepa conservar y aumentar mi fe. Con ánimo renovado, tener más comprensión y tolerancia con los demás.
Diálogo con Cristo
Señor, hoy me invitas a dejar lo viejo, lo desgastado, la rutina. Me propones desprenderme del espíritu deteriorado y débil con el que a veces vivo mi fe. Me llamas a más, a estar en pie de lucha con un amor y un fervor renovado. Para que mi amor sea nuevo cada día debe alimentarse en la oración y en los sacramentos, por eso pido la intercesión de tu santísima Madre, para me ayude a renovar hoy mi amor por ti, para que me ayude a buscar continuamente mi renovación interior.
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Evangelio del día en «Evangelio del día»
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por Catequesis en Familia | 12 Ago, 2016 | La Biblia
Lucas 5, 33-39. Viernes de la 22.ª semana del Tiempo Ordinario. El auténtico sentido del ayuno es preocuparse por la vida del hermano.
En aquel tiempo los escribas y fariseos le dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben». Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar». Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor».
Sagrada Escritura del portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 4, 1-5
Salmo: Sal 37(36), 3-6.27-28.39-40
Oración introductoria
Señor Dios, aparta de mi oración esa actitud farisaica que me impide ver las maravillas de las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Soy culpable de ese juicio severo que tiende a ver solo lo negativo. La oración es un don tuyo, concédemelo. Dame la gracia de orar con un corazón contrito que auténticamente busque renovarse espiritualmente.
Petición
Te pido el don de la humildad, para disponerme a recibir gratuitamente el don de la oración.
Meditación del Santo Padre Francisco
El «fantasma de la hipocresía» nos hace olvidar cómo se acaricia a un enfermo, a un niño o a un anciano. Y no nos hace mirar a los ojos a la persona a quien damos apresuradamente la limosna retirando inmediatamente la mano para no ensuciarnos. Es un llamamiento a «no avergonzarnos» nunca de la «carne del hermano», dirigido por el Papa Francisco […].
[…] la Iglesia, explicó el Pontífice, propone una meditación sobre el verdadero significado del ayuno. Y lo hace a través de dos lecturas incisivas, tomadas del libro del profeta Isaías (58, 1-9a) y del Evangelio de Mateo (9, 14-15). «Detrás de las lecturas de hoy —afirmó inmediatamente el Pontífice— está el fantasma de la hipocresía, de la formalidad en cumplir los mandamientos, en este caso el ayuno». Por lo tanto «Jesús vuelve al tema de la hipocresía muchas veces cuando ve que los doctores de la ley piensan que son perfectos: cumplen todo lo que está en los mandamientos como si fuese una formalidad».
Y aquí, advirtió el Papa, hay «un problema de memoria», que se refiere «a esta doble cara al ir por el camino de la vida». Los hipócritas, en efecto, «han olvidado que fueron elegidos por Dios en un pueblo, no individualmente. Han olvidado la historia de su pueblo, la historia de salvación, de elección, de alianza, de promesa» que viene directamente del Señor.
Y actuando así, continuó, «han reducido esa historia a una ética. La vida religiosa era para ellos una ética». Así «se explica que en el tiempo de Jesús, dicen los teólogos, había trescientos mandamientos más o menos» que cumplir. Pero «recibir del Señor el amor de un padre, recibir del Señor la identidad de un pueblo y luego transformarla en una ética» significa «rechazar ese don de amor». Por lo demás, precisó, los hipócritas «son personas buenas, hacen todo lo que se debe hacer, parecen buenas». Pero «son moralistas, moralistas sin bondad, porque han perdido el sentido de pertenencia a un pueblo».
«El Señor da la salvación —explicó el Pontífice—dentro de un pueblo, en la pertenencia a un pueblo». Y «así se comprende cómo el profeta Isaías nos habla del ayuno, de la penitencia: ¿cuál es el ayuno que quiere el Señor? El ayuno que tiene una relación con el pueblo, pueblo al que nosotros pertenecemos: nuestro pueblo, en el que hemos sido llamados, del cual formamos parte».
El Papa Francisco releyó, en especial, este pasaje del libro de Isaías: «Éste es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos».
He aquí, por lo tanto, el sentido del auténtico «ayuno que —reafirmó el obispo de Roma— se preocupa de la vida del hermano, que no se avergüenza de la carne del hermano, como dice Isaías mismo». En efecto, «nuestra perfección, nuestra santidad va adelante con nuestro pueblo, en el cual somos elegidos e introducidos». Y «nuestro acto de santidad más grande es precisamente en la carne del hermano y en la carne de Jesucristo».
Así, subrayó, incluso «el acto de santidad de hoy —nosotros aquí en el altar— no es un ayuno hipócrita. Es no avergonzarse de la carne de Cristo que viene hoy aquí: es el misterio del cuerpo y de la sangre de Cristo. Es ir a partir el pan con el hambriento, asistir a los enfermos, a los ancianos, a quienes no pueden darnos nada a cambio: eso es no avergonzarse de la carne».
«La salvación de Dios —reafirmó el Pontífice— está en un pueblo. Un pueblo que sigue adelante, un pueblo de hermanos que no se avergüenzan unos de otros». Pero precisamente esto, advirtió, «es el ayuno más difícil: el ayuno de la bondad. La bondad nos conduce a esto». Y «tal vez —explicó citando el Evangelio— el sacerdote que pasó cerca de ese hombre herido pensó», refiriéndose a los mandamientos de la época: «Pero si yo toco esa sangre, esa carne herida, quedo impuro y no puedo celebrar el sábado. Y se avergonzó de la carne de ese hombre. ¡Ésta es la hipocresía!». En cambio, destacó el Santo Padre, «ese pecador pasó y lo vio: vio la carne de su hermano, la carne de un hombre de su pueblo, hijo de Dios como él. Y no se avergonzó».
«La propuesta de la Iglesia hoy» sugiere, por ello, un auténtico examen de conciencia que el Papa planteó a los presentes a través de una serie de preguntas: «¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana? Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, ¿lo hago de prisa?», preguntó haciendo el gesto de quien se lava las manos. Y dijo: «Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana? Cuando sé que una persona está enferma, ¿voy a visitarla? ¿La saludo con ternura?».
Para completar este examen de conciencia, precisó el Papa, «hay un signo que tal vez nos ayudará». Se trata de «una pregunta: ¿sé acariciar a los enfermos, a los ancianos, a los niños? ¿O he perdido el sentido de la caricia?». Los hipócritas, continuó, no saben acariciar, olvidaron cómo se hace. He aquí, entonces, la recomendación de «no avergonzarse de la carne de nuestro hermano: es nuestra carne». Y «seremos juzgados», concluyó el Pontífice, precisamente sobre nuestro comportamiento hacia «este hermano, esta hermana» y no ciertamente «sobre el ayuno hipócrita».
Santo Padre Francisco: El fantasma de la hipocresía
Homilía del viernes, 7 de marzo de 2014
Propósito
Mortificar mi egoísmo haciendo, por amor, un acto de caridad con alguien cercano a mí.
Diálogo con Cristo
Señor, que aprenda a olvidarme de mí, para escucharte y entender Tu Voluntad. El ayuno no es sólo algo externo como lo veían los fariseos. El ayuno va al interior del hombre. Consiste en cumplir lo que Tú me pides y amarte con todo el corazón.
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por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 10 Nov, 2013 | Postcomunión Vida de los Santos
Continuando nuestro camino entre los padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan a lo lejos, en el encuentro de hoy nos acercamos a la figura de un Papa que, en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de san León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes pontífices que han honrado la Sede de Roma, ofreciendo una gran contribución a reforzar su autoridad y prestigio. Primer obispo de Roma en llevar el nombre de León, adoptado después por otros doce sumos pontífices, es también el primer Papa del que nos ha llegado su predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones. Viene a la mente espontáneamente su recuerdo en el contexto de las actuales audiencias generales del miércoles, citas que se han convertido para el obispo de Roma en una acostumbrada forma de encuentro con los fieles y con los visitantes procedentes de todas las partes del mundo.
León había nacido en Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado llevó en el año 440 a Gala Placidia, que en ese momento regía el Imperio de Occidente, a enviarle a Galia para subsanar la difícil situación. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor, falleció y fue elegido como su sucesor León, quien recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en Galia.
Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Iniciaba de este modo su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de san Pedro. Sus reliquias siguen custodiadas en uno de los altares de la Basílica vaticana.
El Papa León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento en Occidente de la autoridad imperial, y una larga crisis social habían obligado al obispo de Roma —como sucedería con más claridad todavía un siglo y medio después, durante el pontificado de Gregorio Magno— a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana. Es famoso un episodio de la vida de León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al paso de Atila, el jefe de los hunos, para convencerle de que no continuara la guerra de invasión con la que había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península.
Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz desempeñada por el pontífice. No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy sorprende: en la primavera del año 455, León no logró impedir que los vándalos de Genserico, al llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al paso del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, de San Pablo y de San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.
XXXXX Conocemos bien la acción del Papa León gracias a sus hermosísimos sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el pontífice se presenta en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, como teólogo y pastor. León Magno, constantemente requerido por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como un auténtico heredero del apóstol Pedro: los numerosos obispos, en buena parte orientales, reunidos en el Concilio de Calcedonia, demostraron que eran sumamente conscientes de esto.
Celebrado en el año 451, con 350 obispos participantes, este Concilio se convirtió en la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos precedentes: el de Nicea del año 325, el de Constantinopla del año 381 y el de Éfeso del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que hay que «acoger y venerar, como los cuatro libros del santo Evangelio, los cuatro concilios», porque, como sigue explicando Gregorio, sobre ellos «se edifica la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la auténtica naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.
Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, era afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron unidos los padres conciliares. A partir de aquella intervención y de otras pronunciadas durante la controversia cristológica de aquellos años, se hace evidente que el Papa experimentaba con particular urgencia las responsabilidades del sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apostolado se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo (83,2). Y el pontífice supo ejercer estas responsabilidades, tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y de sus legados. Mostraba de este modo cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.
Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que tenía lugar, en un período de profunda crisis, de la Roma pagana a la cristiana, León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Alentó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y la pobreza. Afrontó las supersticiones paganas y la acción de los grupos maniqueos. Enlazó la liturgia a la vida cotidiana de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y con la limosna, sobre todo con motivo de las Quattro tempora, que caracterizan en el transcurso del año el cambio de las estaciones. En particular, León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada quien. Lo subraya en un sermón (64,1-2) hablando de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre plasmado en el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo a través de la nueva vida de la gracia.
Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al Concilio de Calcedonia, ofreció una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese Concilio, lo que dijo san Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser Dios y Hombre al mismo tiempo, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (Cf. Serm ón 64). En la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. De esta manera nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Aprendamos, por tanto, con san León Magno a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Catequesis sobre san León Magno, Doctor de la Iglesia
Audiencia General del miércoles, 5 de marzo de 2008
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Meditación sobre el texto de «San León Magno» A imagen de Dios (Homilía 12 sobre el ayuno, 1-2;4)
www.catolicosfirmesensufe.org
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por San Juan Pablo II | 16 Feb, 2010 | Catequesis Artículos
La práctica del ayuno y la abstinencia en la Cuaresma es tan antigua como la propia Iglesia. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día (con desayuno y cena suave o líquida, una «frugal colación») y la abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia todos los viernes de Cuaresma, y de ayuno y abstinencia, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
A continuación añadimos una catequesis de SS Juan Pablo II, titulada «El ayuno penitencial».
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