por Santa María Bernarda Soubirous | 17 Feb, 2016 | Confirmación Taller de oración
Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio… te doy gracias, Jesús.
Te doy las gracias, Dios mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del padre Peyremale…
No sabré cómo agradecerte, si no es en el paraíso, por los días en que viniste, María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas; por aquellos que me tenían por loca, y por aquellos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un negocio…, te doy las gracias, Madre.
Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias.
Te doy las gracias porque, si hubiese existido en la tierra un niño más ignorante y estúpido, tú lo hubieses elegido…
Porque mi madre haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre, en vez de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó «hermana María Bernarda»…, te doy las gracias.
Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y sensible, y que me colmaste de amargura…
Porque la madre Josefa anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la madre maestra, por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de la humillación… te doy gracias.
Gracias por haber sido como soy, porque la madre Teresa pudiese decir de mí: » Jamás le cedáis lo suficiente»…
Doy las gracias por haber sido una privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: «Qué suerte que no soy Bernardita»…
Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel porque te vi a ti, Madre… Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: «¿Esa cosa es ella?» la Bernardita que la gente miraba como si fuese el animal más exótico…
Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto… por mi enfermedad, que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento… te doy las gracias, Dios mío.
Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por tus noches y por tus relámpagos, por tus rayos… por todo. Por ti mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste… te doy las gracias, Jesús.
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Em português
Pela pobreza de meu pai e pela ruína do moinho, pelas ovelhas doentes, graças vos dou, Senhor. Pelos meninos acudidos, pelas ovelhas que tomáveis conta, graças vos dou, Senhor! Graças, ó meu Deus, pelo Procurador, pelo comissário, pelos policiais, pelas duras palavras de Dom Peyramale. Por aqueles dias em que Vós me aparecestes, ó Virgem Maria. E por aqueles dias em que Vós não aparecestes. Eu não vos saberia agradecer de outra maneira a não ser agradecendo-vos no Paraíso.
Pelas bofetadas recebidas, pelos debiques, pelas injúrias e pelos ultrajes. Por aqueles que me mandaram prender como louca. Pela cólera que tiveram contra mim, por aqueles que me tomaram como interesseira… graças vos dou, Senhora! Pela ortografia que eu jamais consegui aprender, pela memória que eu jamais tive. Pela minha ignorância e por toda a minha estupidez, graças vos dou, Senhora!
Eu vos dou Graças, muitas graças porque se houvesse sobre a terra uma menina mais ignorante e mais estúpida do que eu Vós a teríeis escolhido para aparecer.
Graças por ter me dessedentado de amarguras a esse coração por demais tenro que Vós me destes. Pelos sarcasmos da madre mestra de noviças, por sua voz dura, pelas injustiças, pelas ironias, pelo pão da humilhação, muito obrigado! Graças por ter sido aquela privilegiada de ofensas, de quem as irmãs diziam: ‘Que sorte não ser como Bernadette!
Graças por ter sido a Bernadette ameaçada de prisão porque tinha visto a Virgem Maria. Olhada pelas pessoas como um animal raro.
Por esse corpo miserável que Vós me destes. Pelas minhas carnes em putrefação, pelos meus ossos com cáries, pelos meus suores, pela minha febre, pelas minhas dores surdas e agudas. Graças ó meu Deus! E por esse anseio que Vós me destes para o deserto da aridez interior. Pela vossa noite e pelos vossos relâmpagos, pelos vossos silêncios, mais uma vez, graças por tudo! Por Vós ausente e presente, graças, ó Jesus
por MERCABA.ORG | 17 Feb, 2016 | Primera comunión Vida de los Santos
Nació en Lourdes (Francia) en 1844. Hija de padres supremamente pobres. En el bautismo le pusieron por nombre María Bernarda (nombre que ella empleará después cuando sea religiosa) pero todos la llamaban Bernardita.
Era la mayor de varios hermanos. Sus padres vivían en un sótano húmedo y miserable, y el papá tenía por oficio botar la basura del hospital. La niña tuvo siempre muy débil salud a causa de la falta de alimentación suficiente, y del estado lamentablemente pobre de la habitación donde moraba. En los primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó sumamente debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en invierno, en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez años la enfermedad del asma, que al comprimir los bronquios produce continuos ahogos y falta de respiración.
Esta enfermedad la acompañará y la atormentará toda su vida. Al final de su existencia sufrirá también de tuberculosis. En ella se cumplieron aquellas palabras de Jesús:
«Mi Padre, el árbol que más quiere, más lo poda (con sufrimientos) para que produzca más frutos» (Jn 15).
En Bernardita se cumplió aquello que dijo San Pablo: «Dios escoge a lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir las vanidades del mundo».
Bernardita a los 14 años no sabía leer ni escribir ni había hecho la Primera Comunión porque no había logrado aprenderse el catecismo. Pero tenía unas grandes cualidades: rezaba mucho a la Virgen y jamás decía una mentira. Un día ve unas ovejas con una mancha verde sobre la lana y pregunta al papá:
—¿Por qué tienen esa mancha verde?
El papá queriendo chancearse, le responde:
—Es que se indigestaron por comer demasiado pasto.
La muchachita se pone a llorar y exclama:
—Pobres ovejas, se van a reventar.
Y entonces el señor Soubirous le dice que era una mentirilla. Una compañera le dice:
—Es necesario ser muy tonta para creer que eso que le dijo su padre era verdad.
Y Bernardita le responde:
—¡Es que como yo jamás he dicho una mentira, me imaginé que los demás tampoco las decían nunca!
Desde el 11 de febrero de 1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Sma. Virgen se le aparece 18 veces a Bernardita. Las apariciones las podemos leer en detalle en el día 11 de febrero. Nuestra Señora le dijo:
—No te voy a hacer feliz en esta vida, pero sí en la otra.
Y así sucedió. La vida de la jovencita, después de las apariciones estuvo llena de enfermedades, penalidades y humillaciones, pero con todo esto fue adquiriendo un grado de santidad tan grande que se ganó enorme premio para el cielo.
Las gentes le llevaban dinero, después de que supieron que la Virgen Santísima se le había aparecido, pero ella jamás quiso recibir nada. Nuestra Señora le había contado tres secretos, que ella jamás quiso contar a nadie. Probablemente uno de estos secretos era que no debería recibir dineros ni regalos de nadie y el otro, que no hiciera nunca nada que atrajera hacia ella las miradas. Por eso se conservó siempre muy pobre y apartada de toda exhibición. Ella no era hermosa, pero después de las apariciones, sus ojos tenían un brillo que admiraba a todos.
Le costaba mucho salir a recibir visitas porque todos le preguntaban siempre lo mismo y hasta algunos declaraban que no creían en lo que ella había visto. Cuando la mamá la llamaba a atender alguna visita, ella se estremecía y a veces se echaba a llorar.
—Vaya, le decía la señora, ¡tenga valor!
Y la jovencita se secaba las lágrimas y salía a atender a los visitantes demostrando alegría y mucha paciencia, como si aquello no le costara ningún sacrificio.
Para burlarse de ella porque la Virgen le había dicho que masticara unas hierbas amargas, como sacrificio, el sr. alcalde le dijo:
—¿Es que la confundieron con una ternera?
Y la niña le respondió:
—¿Señor alcalde, a usted si le sirven lechugas en el almuerzo?
—Claro que sí.
—¿Y es que lo confunden con un ternero?
Todos rieron y se dieron cuenta de que era humilde pero no era tonta.
Bernardita pidió ser admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers. Demoraron en admitirla porque su salud era muy débil. Pero al fin la admitieron. A los 4 meses de estar en la comunidad estuvo a punto de morir por un ataque de asma, y le recibieron sus votos religiosos, pero enseguida curó.
En la comunidad hizo de enfermera y de sacristana, y después por nueve años estuvo sufriendo una muy dolorosa enfermedad. Cuando le llegaban los más terribles ataques exclamaba:
«Lo que le pido a Nuestro Señor no es que me conceda la salud, sino que me conceda valor y fortaleza para soportar con paciencia mi enfermedad. Para cumplir lo que recomendó la Sma. Virgen, ofrezco mis sufrimientos como penitencia por la conversión de los pecadores».
Uno de los medios que Dios tiene para que las personas santas lleguen a un altísimo grado de perfección, consiste en permitir que les llegue la incomprensión, y muchas veces de parte de personas que están en altos puestos y que al hacerles la persecución piensan que con esto están haciendo una obra buena.
Bernardita tuvo por superiora durante los primeros años de religiosa a una mujer que le tenía una antipatía total y casi todo lo que ella hacía lo juzgaba negativamente. Así, por ejemplo, a causa de un fuerte y continuo dolor que la joven sufría en una rodilla, tenía que cojear un poco. Pues bien, la superiora decía que Bernardita cojeaba para que la gente al ver las religiosas pudiera distinguir desde lejos cuál era la que había visto a la Virgen. Y así en un sinnúmero de detalles desagradables la hacía sufrir. Y ella jamás se quejaba ni se disgustaba por todo esto. Recordaba muy bien la noticia que le había dado la Madre de Dios: «No te haré feliz en esta vida, pero sí en la otra».
Duró quince años de religiosa. Los primeros 6 años estuvo trabajando, pero fue tratada con mucha indiferencia por las superioras. Después los otros 9 años padeció noche y día de dos terribles enfermedades: el asma y la tuberculosis. Cuando llegaba el invierno, con un frío de varios grados bajo cero, se ahogaba continuamente y su vida era un continuo sufrir.
Deseaba mucho volver a Lourdes, pero desde el día en que fue a visitar la Gruta por última vez para irse de religiosa, jamás volvió por allí. Ella repetía:
«Ah quién pudiera ir hasta allá, sin ser vista. Cuando se ha visto una vez a la Santísima Virgen, se estaría dispuesto a cualquier sacrificio con tal de volverla a ver. Tan bella es».
Al llegar a la Comunidad reunieron a las religiosas y le pidieron que les contara cómo habían sido las apariciones de la Virgen. Luego le prohibieron volver a hablar de esto, y en los 15 años de religiosa ya no se le permitió tratar este tema. Son sacrificios que a los santos les preparan altísimo puesto en el cielo.
Cuando ya le faltaba poco para morir, llegó un obispo a visitarla y le dijo que iba camino de Roma, que le escribiera una carta al Santo Padre para que le enviara una bendición, y que él la llevaría personalmente. Bernardita, con mano temblorosa, escribe:
«Santo Padre, qué atrevimiento, que yo una pobre hermanita le escriba al Sumo Pontífice. Pero el Sr. Obispo me ha mandado que lo haga. Le pido una bendición especial para esta pobre enferma».
A vuelta del viaje el Sr. Obispo le trajo una bendición especialísima del Papa y un crucifijo de plata que le enviaba de regalo el Santo Padre.
El 16 de abril de 1879, exclamó emocionada:
«Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que hermosa era!
Y después de unos momentos de silencio exclamó emocionada:
«Ruega Señora por esta pobre pecadora»,
y apretando el crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35 años.
A los funerales de Bernardita asistió una muchedumbre inmensa. Y ella empezó a conseguir milagros de Dios en favor de los que le pedían su ayuda. Y el 8 de diciembre de 1933, el Santo Padre Pío Once la declaró santa.
Bernardita: tú que tuviste la dicha de ver a la Santísima Virgen aquí en la tierra, haz que nosotros tengamos la dicha de verla y acompañarla para siempre en el cielo.
Fuente: mercaba.org