Evangelio del día: La esperanza de una nueva vida

Evangelio del día: La esperanza de una nueva vida

Lucas 21, 25-28. 34-36. Primer  I Domingo del Tiempo de Adviento. [Cominenza el nuevo Año Litúrgico. Ciclo C]. Jesucristo es nuestro Pastor y nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios.

Dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 33, 14-16

Salmo: Sal 25(24), 4-5.8-10.14

Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses, 1 Tes 3, 12; 4, 2

Oración introductoria

Señor, creo y espero en Ti, te amo. Creo en el valor que tiene mi lucha y mi sacrifico si está unido al tuyo. Que esta meditación me dé la gracia de saber aceptar con prontitud las inspiraciones de tu Espíritu para poder llegar al cielo cuando me llegue mi tiempo

Petición

Dame la sabiduría para poder amar y seguir tu voluntad, así como el don del entendimiento para comprender con profundidad las verdades de mi fe.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.

¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas»» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).

Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.

Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!

El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.

Santo Padre Francisco

Ángelus del I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, para vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, para recorrer dentro de la historia del mundo, a fin de abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera del retorno de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

«¡Velad!». Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: «¡Velad!» (Mc 13, 37). Es una exhortación saludable que nos recuerda que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

Del mismo modo, Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una apremiante oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en cierto momento dice: «Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa» (Is 64, 6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo posmoderno: las ciudades donde la vida resulta anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y, a veces, en este mundo que se presenta casi perfecto, suceden cosas desconcertantes, en la naturaleza o en la sociedad, por las que pensamos que Dios se ha retirado, que, por así decir, nos ha abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero «señor» del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos» (Mc 13, 35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto, para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un «señor», sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. «Señor, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (Is 64, 7).

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelsus del I domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2011

Propósito

¡Atrevámonos a esperar y pidámosle a nuestro Señor esta gracia, y nuestro espíritu rejuvenecerá!

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me enseñas que quien tiene esperanza vive de manera distinta, porque no hay sombra, por más grande que sea, que pueda oscurecer la luz de tu amor. Ayúdame a confiar cuando se presente la angustia o la tristeza. Dame la fuerza para realizar la misión que has querido encomendarme y que mi testimonio propague esta esperanza cristiana en mi familia y en mi medio ambiente.

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

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La transmisión de la fe en la familia, artículo 5

La transmisión de la fe en la familia, artículo 5

La oración en familia: un método infalible

Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. Que la oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro.

Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios.

SS Francisco, Audiencia general del 26 de agosto de 2015.

Sumario

1.  La oración de Jesús en el hogar de Nazaret

2. La oración en familia según la Sagrada Escritura.

3. La oración en familia en la enseñanza de los Papas.

4. El niño ora como ve orar a sus padres.

5. La oración en familia requiere un clima peculiar de libertad y responsabilidad

6. Algunas sugerencias para la oración en familia.

7. Un posible esquema para la oración en familia

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1.  La oración de Jesús en el hogar de Nazaret

familia05-02No sabemos casi nada de cómo era la oración de Jesús durante su infancia. Solamente conocemos el episodio del templo cuando tenía doce años. El evangelio de san Lucas nos cuenta la peregrinación que hicieron a Jerusalén José y María con Jesús para la fiesta de la Pascua cuando el niño cumplió doce años (Lc 2, 41-50). Jesús rezaría en el templo en esos días junto a María y a José.

La respuesta que dio Jesús a sus padres —“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”— deja entrever “el misterio de la consagración total de Jesús a una misión derivada de su filiación divina” (CCE, 534).

Sabemos también que, al retornar a Nazaret, María meditada todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51). Y, por supuesto, Jesús oraba en todo momento: durante su trabajo en el taller elevaría con frecuencia la mente y el corazón a su Padre celestial para ofrecerle aquella tarea redentora. Y al atardecer se apartaría a algún lugar solitario, como le vemos hacer de adulto, para hablar con su Padre del cielo.

Antes, siendo más pequeño, rezaría con sus padres en el hogar de Nazaret, como se hacía en cualquier familia hebrea. “¡Qué grato es representarse a María ayudando a Jesús a balbucir sus primeras oraciones, enseñándole a leer algunos salmos, contándole los principales episodios de la historia de Israel…!” (Fillion). Junto a José y a María rezaría la famosa oración del “Shemá” y algunos Salmos y, quizás, cuando leían en familia alguna profecía mesiánica, el silencio y recogimiento de la oración se haría más intenso. ¡Qué contraste entre esta oración fundamentada en las Sagradas Escrituras y la de nuestro tiempo en el que su conocimiento es tan escaso!

(dibujo de la Sagrada Familia haciendo un rato de lectura de la Biblia en su casa de Nazaret. José lee, la Virgen cose y el Niño –de unos 8 años— escucha atentamente)

Nada más comenzar su vida pública, vemos a Jesús orando con mucha frecuencia. Toda su vida pública aparece en los evangelios como una vida de oración.

Benedicto XVI nos dijo: “la oración no es algo accesorio u opcional (en la vida de un cristiano o de una familia cristiana), sino una cuestión de vida o muerte”. “Solo quien ora puede entrar en la vida eterna”. “La verdadera oración consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios”. Estas verdades cristianas esenciales deberían ser percibidas por los hijos, desde muy pequeños, al ver rezar a sus padres. Y, en cualquier caso, la Sagrada Escritura, debería ser el principal punto de referencia para la oración familiar.

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2. La oración en familia según la Sagrada Escritura

Veíamos en el capítulo 2 los estragos que está causando el secularismo en la sociedad actual, sobre todo en occidente. ¿Cómo pueden las familias cristianas responder a este cambio de época que parece dar la espalda a Dios? ¿Cómo pueden sostenerse los valores cristianos en un ambiente tan adverso? Sólo hay una respuesta: la oración en familia. Nos lo ha dicho el mismo Dios en la Sagrada Escritura, concretamente en la célebre oración llamada “Shemá”, que el Señor mandó recitar al pueblo de Israel:

“iEscucha, Israel. El Señor es nuestro Dios, Él es Único. iAmarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas!”

Y enseguida añade:

«¡Que estas palabras que te dicto hoy estén siempre en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas cuando estés sentado en casa y al ir de camino, al acostarte y al levantarte!» (Dt 6, 4-9).

“Grabad bien estas palabras en vuestro corazón y en vuestras almas. Atadlas como una señal en vuestra mano, y sirvan como un recordatorio ante vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos; háblales de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas” (Dt 11, 18-20).

El «Shemá» es la oración fundamental del pueblo de Israel. Este texto bíblico, que ha mantenido unido al pueblo hebreo a lo largo de los siglos, nos ayuda a entender la importancia que tiene que los padres transmitan personalmente la fe a sus hijos; es un mandamiento divino que ha dado Dios a los padres y estos no lo deben delegar fácilmente en otras personas.

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Sin embargo, son muchos los padres católicos que han decidido poner en manos de otras personas la decisiva tarea de enseñar la fe a sus hijos. Unas veces, la han confiado a la catequesis parroquial, otras, a un colegio de ideario católico. Y después, “cuando los hijos han ido a la universidad, esos padres cristianos se asombran de que sus hijos hayan perdido la fe” (Kico Argüello).

Entre los primeros cristianos la transmisión de la fe a los hijos, por medio de las Sagradas Escrituras cumplidas en Jesucristo, era una misión fundamental que asumían gozosamente los padres. Conocemos el testimonio en la segunda carta de San Pablo a Timoteo: «Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3,14-15).

Es de vital importancia que esa tradición que se ha venido manteniendo a lo largo de tantos siglos en las familias cristianas se mantenga viva también en nuestros días. De ello depende la supervivencia del cristianismo en occidente.

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3. La oración en familia en la enseñanza de los Papas

Los Papas del siglo XX y del XXI han insistido unánimemente en que la familia cristiana es el ámbito más eficaz para educar la fe de los hijos y para enseñarles a orar. Analicemos algunas de sus enseñanzas:

familia05-03Pablo VI (hablando a matrimonios cristianos): “¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Les preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, para recibir los sacramentos de la primera edad: confesión, eucaristía, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen María y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? Vuestro ejemplo, vale una lección de vida… Recordad: así edificáis la Iglesia” (citado por Juan Pablo II en FC, n. 60)

famicrisis_005Juan Pablo II: “Elemento fundamental e insustituible para la educación de la oración es el ejemplo y el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas profundas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar” (FC, n. 60).

“Los padres son los primeros mensajeros del Evangelio ante sus hijos. Es más, rezando con los hijos (…) llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de la vida corporal, sino de aquella que brota de la Cruz y Resurrección de Cristo” (FC, n. 39).

famicrisis_006Benedicto XVI: “Queridos amigos: La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres… Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia (Audiencia 29-12-2012).

famicrisis_007Francisco: Al culminar la Misa celebrada en la Plaza San Pedro ante 200.000 personas de movimientos familiares cristianos, elevó al cielo una plegaria por las familias ante la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret:

(…) Sagrada Familia de Nazaret,
fiel custodia del ministerio de la salvación:
haz de nuestras familias círculos de oración
y conviértelas en pequeñas Iglesias domésticas (…) (28-X-2013).

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4. El niño ora como ve orar a sus padres.

La oración que hacen los padres junto con sus hijos tiene una enorme importancia para su formación humana y cristiana. Por eso, cuando los padres no oran en familia descuidan el medio principal de transmitir la fe a sus hijos. Jesús nos animó a orar en familia cuando dijo: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre (para orar), allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y con más razón si los que se reúnen para rezar son los miembros de una familia, los padres con los hijos.

Los niños necesitan sentir y vivir desde muy pequeños sus primeras experiencias de oración en familia. Los padres serán sus mejores guías, ya que la vida de oración de los adultos, en especial de los padres, impacta a los niños de tal manera que, enseguida, desean imitar y compartir los gestos y fórmulas de los mayores. Juan Pablo II comentaba que nunca había olvidado la imagen de su padre puesto de rodillas, rezando, en su hogar de Wadovice. Le bastaba su ejemplo para desear imitar su piedad y su sentido del deber.

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Lo más importante es que el niño vea rezar sus padres. Si ve a sus padres rezar sin prisas, leer y meditar en silencio un texto del Evangelio, cerrar los ojos para hablar con el Señor, o desgranar las cuentas del Rosario, el niño que observa, percibe la presencia de Dios en el hogar como algo bueno, santo, y aquellas palabras y aquellos signos quedarán grabados para siempre en su memoria y en su experiencia religiosa. “En el fondo —se preguntaba el papa Pabo VI— ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?” (EN, n. 46).

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Nada puede sustituir a esta experiencia en el seno del hogar. Por eso, recomendamos a los padres que hagan a sus hijos, desde pequeños, partícipes de su oración; que así puedan aprender de ellos a repetir algunas fórmulas sencillas, algún signo, algún pequeño canto o a estar en silencio hablando Dios. El niño ora como ve orar a sus padres. Cuando se ha vivido esta experiencia, el niño llega a captar la oración como algo que pertenece a la vida de la familia, como el hablar, el reír, el comer juntos, el discutir o el pasar un rato divertido.

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5. La oración en familia requiere un clima peculiar de libertad y de responsabilidad

A los niños muy pequeños (0 a 3 años) hay que enseñarles a repetir alguna jaculatoria muy sencilla, “echar besos” a Jesús y a la Virgen María, alguna oración infantil en forma de poesía (hay varias muy conocidas: “Jesús, José y María…”; “Angel de mi guarda…”), etc.

Cuando el niño tiene 4 ó 5 años y ha visto rezar a sus padres, no es difícil que quiera unirse a ellos si estos le invitan a rezar con ellos un ratito de oración breve y dinámico, por ejemplo: leer un ratito el Evangelio, un breve silencio para pensar lo que se ha leído y una jaculatoria para terminar. En total unos 3 minutos. Y esto no todos los días, sino cuando se vea que la situación es favorable. No lo sería, si el niño está metido de lleno en un juego que vamos a cortar para ponerle a rezar. Usando un poco de sentido común todo suele ir bien.

El problema suele aparecer cuando los niños se van haciendo más mayores. Pero es necesario sembrar en la infancia. Cuando llegan a los 11-12 años será el momento de hablar a solas con ellos para animarles a seguir rezando como buenos cristianos, si quieren con sus padres y, si lo prefieren, a solas. Que no vean la oración familiar como algo impuesto. Si quieren venir, ya vendrán. Lo han de hacer de modo voluntario.

En todo caso, habrá que fomentar siempre un ambiente positivo de amor a la libertad y a la responsabilidad. Ellos necesitan ver a sus padres viviendo una atmósfera de paz, equilibrio y serenidad, un ambiente en el que habrá alguna vez preocupaciones, pero sin complicaciones. Un clima de piedad presidido por la confianza en Dios y el poder de la oración.

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6. Algunas sugerencias para la oración en familia

Sin duda, hay muchos modos de orar en familia. Muchas veces dependerá de lo que se haya aprendido de los padres, de los consejos de un sacerdote o de un grupo de formación cristiana que se frecuenta. Y, por supuesto, de la edad de los hijos.

familia05-06No obstante, y dejando a salvo la gran diversidad de experiencias, enunciamos algunas orientaciones para la oración en familia.

Reunirse para rezar en familia

El primer requisito es decidir el padre y la madre en qué momento van a rezar junto a sus hijos, porque, como enseña Benedicto XVI “la familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos” (Valencia, 9-VII-2006).

Las oraciones de la noche

¿Qué prácticas espirituales se pueden rezar cuándo lo niños son pequeños? A esta pregunta san Josemaría Escrivá respondía a un grupo de padres: “Enséñales a rezar a la Virgen, por la noche, una oración muy corta: un Avemaría, o a lo más, tres; aunque con una bastaría. Y al Ángel Custodio. Tú verás. Lo que a ti te enseñó tu madre (…). No les obliguéis a grandes rezos: poquitos, pero todos los días (…). La piedad que dejáis en vuestros hijos es como una semilla en tierra fecunda” (Tertulia con padres en Sao Paulo, 4-VI-1974). Y en otra ocasión les decía: “Que vuestros hijos no se vayan a dormir como perritos (Tertulia en el colegio El Prado, Madrid, 18-X-1972).

La lectura de la Biblia en familia

Los últimos Papas están insistiendo mucho en la lectura de la Biblia en familia. “Los esposos son los primeros anunciadores de la Palabra de Dios ante sus propios hijos… Por eso, el Sínodo desea que cada casa tenga su Biblia y la custodie de manera que se la pueda leer y utilizar para la oración” (Benedicto XVI, VD, 85). Lógicamente, esta lectura se podrá hacer junto a los hijos cuando estos tengan una cierta edad, por ejemplo, a partir de los 5 ó 6 años y usando para estas edades una edición dirigida a los pequeños, que habrá que seleccionar muy bien. A partir de los 7 u 8 años se puede usar una edición completa de la Biblia, escogiendo pasajes adecuados, sobre todo de la vida de Jesús.

El rezo del Santo Rosario

El Rosario es una oración muy grata al Señor y a la Virgen María. Es como una corona de rosas que ofrecemos a la Virgen María. También se compara con un Evangelio en pequeño, ya que en los misterios del Rosario se van recordando las escenas de la vida del Señor y de su Madre Santísima. Pero a los niños pequeños no se les debe cansar con muchos rezos. Cuando los niños son pequeños (4-6 años) basta que vean que sus padres practican esta devoción y que luego rezan algunas Avemarías con ellos. Cuando son más mayorcitos se les puede invitar a rezar algún misterio, según las edades, y que ellos mismos propongan la intención o intenciones por las que lo ofrecemos a la Virgen.

Asistir juntos a la Eucaristía del Domingo

Los padres deben considerar la Santa Misa como la principal oración familiar en el día del Señor que llamamos Domingo. La celebración de la Eucaristía es el centro y cima de la vida cristiana. Esta es una verdad que los padres católicos han de procurar vivir y enseñar a sus hijos, poco o poco, desde que son pequeños. Lo conseguirán si, además de actuar movidos por la fe, lo enseñan mediante una pedagogía adecuada. No es fácil, pero se puede conseguir o por lo menos se puede intentar. Pero de este tema trataremos con más amplitud en otro capítulo.

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Se podría seguir hablando de otras formas de oración en familia, pero estas son probablemente las principales.

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Apéndice: Un posible esquema para la oración en familia

El siguiente esquema podría ser útil para un rato de oración en familia (con niños entre 5 y 7 años) que puede durar unos 5 ó 6 minutos.

  1. Comenzamos haciendo la señal de la cruz.
  2. El padre o la madre pueden leer unos versículos del Evangelio (unas breves líneas bien seleccionadas). Si parece conveniente se pueden tomar del Evangelio de la Misa de ese día o del día siguiente. Algunos días, si parece más oportuno, se puede leer unos párrafos bien seleccionados de una breve semblanza de un santo (hay libros para niños muy ilustrativos y que, además, les resultan amenos).
  3. El padre o la madre pueden hacer un breve comentario a la lectura. En la medida que parezca conveniente pueden intervenir alguno de los hijos (con libertad y espontaneidad).
  4. En presencia de Dios, repasamos el día haciendo unas breves pausas:
    1) ¿Qué hice hoy bien?
    2) ¿Qué hice mal?
    3) ¿Qué puedo hacer mañana mejor?
    Decimos todos: “Jesús, ayúdame. Virgen María, ruega por mi”.
  5. Terminamos rezando un Avemaría a la Virgen ofrecida por alguna necesidad concreta.

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Índice de artículos

«Aprendo a ser testigo del Señor»: Itinerario de vida cristiana hacia la Confirmación

«Aprendo a ser testigo del Señor»: Itinerario de vida cristiana hacia la Confirmación

Aprendo a ser testigo del Señor son tres cuadernos para los encuentros de catequesis con el Catecismo Testigos del Señor, cuyos autores son Pedro de la Herrán y Guillermo Mirecki, ideados para un trabajo variado y ordenado de los contenidos. La Conferencia Episcopal Española publicó este catecismo, Testigos del Señor, segundo para la iniciación cristiana y destinado a las catequesis para la etapa de 10 a 14 años.

Las actividades de los cuadernos Aprendo a ser testigo del Señor y los recursos de su página web ayudarán a desarrollar de modo pedagógico los contenidos del Catecismo de la Conferencia Episcopal.

Los recursos de esta página:

Aprendo a ser testigo del señor

  • Ayudarán a párrocos, catequistas, niños y adolescentes a utilizar con eficacia el Catecismo Testigos del Señor.
  • Ofrecen numerosas actividades y recursos audiovisuales para dinamizar los encuentros de catequesis.
  • Cuentan con la web de apoyo www.catequesisenfamilia.org que contiene vídeos, canciones, juegos, celebraciones de la Palabra, testimonios de vidas ejemplares…
  • Implican a toda la familia en el proceso de la catequesis.

 

Organigrama

Cuaderno 1

aprendo-testigos-01Edición 2015

JESUCRISTO ES LA LUZ

1. El Señor es mi luz y mi salvación

2. Este es el día que hizo el Señor.

3. Venid, aclamemos al Señor.

4. Jesucristo es la Palabra.

JESUCRISTO ES LA PALABRA

5. El don de la fe

6. Una gran historia de amor

7. Dios, fuente de la vida, crea el mundo

8. Dios crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza

9. Dios nos ama a pesar del pecado

10. Dios elige a Abrahán para que su amor llegue a todos

11. Dios llama a Moisés y libera al pueblo de la esclavitud

12. Dios hace una Alianza con el pueblo de Israel

13. Dios elige a David para ser rey de su pueblo

14. Dios invita a la conversión por medio de los Profetas

15. Dios consuela a su pueblo y promete una Alianza nueva

16. Dios educa a su pueblo por medio de los Sabios

17. Juan el Bautista, un hombre enviado por Dios

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Enlace a la presentación e índice general de recursos

Enlace a la Guía del catequista

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Cuaderno 2

aprendo-testigos-02Edición 2016

JESUCRISTO ES LA VERDAD

18. El Hijo de Dios se hizo hombre

19. Jesús nació de santa María Virgen

20. Jesús es el Hijo unigénito de Dios

21. Jesús es el Mesías, el Cristo

22. Jesús es el Señor

23. Jesús promete y envía al Espíritu Santo

JESUCRISTO ES LA VIDA

24. El Espíritu Santo da vida a la Iglesia

25. Sois Pueblo de Dios

26. Pedro, apóstol de Jesucristo

27. Llamados a la conversión

28. Bautizados en el nombre de Cristo.

29. Fortalecidos por el don del Espíritu Santo.

30. Fuente y culmen de la vida cristiana.

31. En nombre de Jesucristo, levántate y anda.

32. Acudían enfermos y todos eran curados.

33. Se fi o de mí y me confió este ministerio.

34. Ya no son dos, sino una sola carne.

35. Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva

36. Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia

Cuaderno 3

aprendo-testigos-03Edición 2016

JESUCRISTO ES EL CAMINO

37. Pablo, escogido para anunciar el Evangelio de Dios

38. Tened los sentimientos de Cristo Jesús

39. Estáis salvados por pura gracia

40. Ya no eres esclavo, sino hijo.

41. Obedeced a vuestros padres en el Señor.

42. Dios da la vida.

43. Vivid en el amor.

44. No pongáis la confianza en las riquezas.

45. Goza con la verdad.

46. ¿Cómo piensa un cristiano?

47. ¿Cómo vive un cristiano?

48. ¿Cómo actúa un cristiano?

49. ¿Cómo reza un cristiano?

50. Sed siempre testigos del Señor.

 

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Los mártires de Indochina

Los mártires de Indochina

Indudablemente hay muchos detalles legendarios en las relaciones de los martirios de la primitiva Iglesia, según han llegado a nuestras manos. Al leer la multitud de tormentos y la brutal crueldad que en ellos se manifiesta, recibimos la impresión de que todo aquello es pura invención de los escritores medievales. Sin embargo, en los tiempos modernos y casi en nuestros días, comprobados con multitud de testimonios completamente seguros y verídicos, se han repetido innumerables excesos de crueldad en los mártires de Indochina, de mediados del siglo XIX.

De ello se deduce que los instintos de crueldad son ingénitos en la naturaleza humana, y en los momentos de apasionamiento salen al exterior en la forma más brutal y repugnante; recordemos, aún en nuestros días, los extremos de crueldad y barbarie cometidos por los comunistas con multitud de católicos. Indirectamente, esto prueba con toda suficiencia que no hay que rechazar tan fácilmente aquellas actas de mártires solamente por el motivo de lo inverosímil que resulta la multitud y la crueldad de los tormentos.

El día de hoy se celebra de un modo especial la conmemoráción de los Beatos Jerónimo Hermosilla y sus dos compañeros mártires, pertenecientes a la Orden de Predicadores, sacrificados por Cristo en 1861 en la región del Tonkín. Pero, al mismo tiempo, se celebra la fiesta de otros mártires de Indochina que dieron su sangre por Cristo durante estos años de la más horrible persecución. Algunos fueron beatificados en 1900, 1906 y 1907, y recientemente otros veinticinco fueron elevados a los altares por Pío XII en 1951.

He aquí algunos datos más importantes de los principales entre ellos.

El Beato Jerónimo Hermosilla, insigne dominico y misionero español, era vicario apostólico en el oriente del Tonkin, y al estallar la persecución fue apresado por el mandarín Nguyen. Pero, habiendo logrado escapar de la prisión, continuó en secreto su actividad apostólica entre los naturales, hasta que, por la traición de un soldado, fue encarcelado de nuevo juntamente con otros dos misioneros dominicos, los Beatos Valentín Berrio-Ochoa, vicario general del Tonkín central, y Pedro Almato. Berrio-Ochoa era vasco de nacimiento y de noble familia; pero, habiendo ésta venido a menos, se dedicó algún tiempo al oficio de carpintero-ebanista hasta que ingresó en el seminario y luego en la Orden de Santo Domingo. En 1856 vió al fin realizadas sus ansias de ir a la Indochina, donde, nombrado bien pronto vicario general, llevaba una vida oculta en medio de los mayores peligros a causa de la persecución, cuando fue descubierto por un apóstata.

El padre Almato era catalán, que hacía seis años realizaba una ímproba labor en la misión dominicana del Tonkín, a pesar del deplorable estado de su salud. El padre Hermosillo intentó pasar a la China juntamente con el padre Almato; pero era ya tarde.

Apresados, pues, los tres insignes misioneros de la Orden dominicana, dieron generosamente su sangre por Cristo, siendo decapitados. Es interesante, a este propósito, el plan que, según consta por muchos documentos fidedignos, seguían aquellos sanguinarios enemigos del cristianismo. Como se dice en una de sus proclamas, «todos los cristianos deben ser concentrados en las poblaciones no cristianas, las mujeres separadas de sus esposos y los niños de sus padres. Las pueblos cristianos deben ser destruidos, y sus propiedades distribuidas entre otros. Todo cristiano debe ser marcado en su frente con la expresión falsa religión«.

Entre los más insignes mártires de esta persecución, debe ser considerado el Beato Teófanes Vénard, de origen francés, quien ya en su juventud había soñado en el martirio, que al fin sufrió en Tonkín a los treinta y un años de edad, víctima, él y sus compañeros, de las más horribles crueldades, tan típicas de esta persecución.

Ordenado de subdiácono en 1850, entró en el colegio de las Misiones Extranjeras ‘e París, y poco después escribía a una hermana suya estas conmovedoras palabras: «Conocía perfectamente el dolor que mi decisión causaría a toda mi familia y particularmente a ti, mi querida pequeña. ¿Pero no pensáis que también a mí me ha costado lágrimas de sangre el dar este paso y el causaros esta pena? ¿Quién ha tenido más cariño que yo a la casa paterna y a la vida familiar? Toda mi felicidad aquí abajo estaba concentrada en ella. Pero Dios, que nos ha unido a todos con los lazos del más tierno afecto, ha querido separarme para sí».

Su salud delicadísima retrasó su ordenación sacerdotal; pero, apenas realizada ésta en 1852, partió Teófanes para Hong-Konk, y después de dedicarse quince meses al aprendizaje de la lengua, pasó en 1854 al Tonkín. Más de cinco años trabajó con un celo incansable, luchando a la vez con su mala salud y con los horrores de la más implacable persecución. Hasta qué punto llegó la crueldad de los perseguidores, se expresa en estas palabras que escribía él mismo: «Se ha dado la orden de aprisionar a todos los cristianos y de martirizarlos por el sistema denominado lang-tri, consistente en una tortura lenta, cortándoles primero los pies hasta los tobillos; luego hasta las rodillas; luego los dedos, luego hasta los antebrazos y siguiendo de este modo hasta que no les quede más que un tronco enteramente mutilado».

Son interesantes los datos que comunica sobre los sufrimientos a que se veían sometidos y la situación desesperada en que se encontraban, todo lo cual es la más elocuente prueba del elevado espíritu que a todos les animaba. «Tres misioneros, dice, entre los cuales hay un obispo, yacen ya uno al lado de otro, día y noche, en un espacio de una vara y media cuadrada. No tenemos más luz ni más aire para respirar que tres agujeros del grosor de un dedo, practicados en la. pared, que nuestra anciana sirvienta se ve obligada a ocultar por medio de unos manojos de leña tirados por fuera.»

En noviembre de 1860 fue apresado y metido durante dos meses en una caja, semejante al calabozo descrito anteriormente. Pero él se industrió para escribir desde allí: «Estos días los he pasado tranquilamente. Todos los que me rodean son respetuosos conmigo y me quieren… No he sido sometido a tortura, como mis hermanos. Sin embargo, debido a la brutalidad del verdugo, al ser decapitado, se cometió con él un espectáculo horripilante, después de lo cual, según lo describe uno de los testigos, «una gran turba de gente se abalanzó sobre el cadáver con el fin de empapar lienzos de lino y pañuelos de papel en la sangre del mártir». Esto sucedió el 2 de febrero de 1861.

En 1851 y 1852 fueron decapitados otros dos misioneros de las Misiones Extranjeras de París, los Beatos Auqusto Schöffler y Juan Luis Bonnard. Schöffler, al estallar la persecución el año 1851, fue apresado y tuvo que sufrir horriblemente en la cárcel, con el gran marco de madera que la agarrotaba el cuello y los pesados grillos que apresaban sus miembros, además de la suciedad y de la compañía que lo rodeaba.

Entre los demás mártires de esta horrible persecución, citemos al Beato Esteban Teodoro Guénot, quien por su dignidad de obispo y sus relevantes méritos merece ser destacado de un modo especial.

Ingresado en el seminario de Misiones Extranjeras de París, llegó, en 1829, a Annam. Dedicado de lleno al trabajo misionero, al estallar en este territorio la persecución en 1833, se refugió en Siam junto con algunos seminaristas indígenas; pero, no obstante todas las contrariedades que se sucedieron, se acreditó de tal modo por su intrepidez y abrasado celo, que en 1835 fue consagrado obispo auxiliar de Mgr. Taberd. Entretanto continuaba la persecución devastando las cristiandades del Annam; sin embargo, Mgr. Guénot se arriesgó a entrar en aquel territorio, procurando desde sus escondrijos sostener a los cristianos indígenas e instruir y alentar a los catequistas.

Quince años duró este trabajo agotador de Mgr. Guénot, con el cual logró organizar tres vicariatos apostólicos separados en la Cochinchina, cada uno de los cuales servido por unos veinte sacerdotes, siendo así que al llegar no había más que una docena para todo el territorio. A los veinticinco años de episcopado, durante los cuales no había cesado la persecución, se desencadenó una nueva racha de fanatismo en la provincia de Binh-Dinh, que hasta entonces había gozado de una relativa paz.

En estas circunstancias, el obispo Guénot se ocultó en la casa de un cristiano, donde tuvo que sufrir horriblemente, hasta que, exhausto de fuerzas, fue apresado por los emisarios del mandarín. Arrojado en un estrecho calabozo, donde apenas podía respirar, fue conducido luego al lugar principal del distrito, donde al poco tiempo murió en la cárcel por efecto de tantos sufrimientos. Su muerte ocurrió el 14 de noviembre de 1862. Dos años antes habían sufrido el martirio otros dos obispos.

Los veinticinco mártires del Tonkín, beatificados en 1951 por el papa Pío XII, sufrieron el martirio entre 1857 y 1862 durante la persecución de Yu-Duk. A su cabeza van los obispos españoles Beatos José Sanjurjo y Melchor Sampedro. Poco antes de morir por Cristo, escribía el primero: «Estoy sin casa, sin libros, sin ropa. No tengo nada. Pero estoy tranquilo y soy feliz por verme digno de parecerme un poco a Nuestro Señor, que dijo que el Hijo del hombre no tenia dónde reclinar su cabeza». Los demás eran indigenas indochinos, y excepto cuatro, todos eran laicos.

El ejemplo de tan heroicos mártires, tan próximos a nosotros, es particularmente apto para alentar a los cristianos de nuestros días en medio de los combates que nos exija el cumplimiento de nuestros deberes profesionales y religiosos.

Enlace al artículo original.

Innsólita canonización o el cirineo nuestro de cada día

Innsólita canonización o el cirineo nuestro de cada día

«Entonces llamaron a uno que pasaba, un cierto Simón de Cirene, que venía de trabajar en el campo, padre de Alejandro y de Rufo, y le obligaron a llevar la cruz…»

Marcos 15, 21

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El viejo Santiagón tenía una casa en las afueras del pueblo, con un banco de carpintero y un colchón de virutas en el que dormía. Comer no era problema, con un poco de pan y queso se las arreglaba; el problema era beber. Porque Santiagón acababa borracho todas las tardes. Una vez hizo un negocio excepcional, cuando murió la vieja que vivía en el primer piso de la casa de enfrente de la suya. La buena mujer le encargó que distribuyera todo lo que tenía entre sus nietos y sobrinos. Santiagón lo hizo, y al final sólo quedó un gran crucifijo de madera de casi metro y medio de altura.

—¿Y qué hacemos con eso?, dijo uno de los herederos a Santiagón señalando el crucifijo.

—Yo creía que tú lo querías.

—No sabría dónde meterlo —dijo el heredero—. Mira a ver qué puedes hacer con él, parece muy antiguo…

Santiagón había visto muy pocos crucifijos en su vida, pero de cualquier manera estaba dispuesto a jurar que aquel era el más feo que había visto nunca. Se lo echó a la espalda y fue de casa en casa, pero nadie lo quería. Así que se lo quiso devolver al heredero, pero éste se lo quitó de encima diciendo:

—Quédate tú con él, yo no quiero saber nada. Si te dan algo por él mejor para ti.

Santiagón dejó el crucifijo en el taller, y en la primera ocasión en que se quedó sin un duro volvió a ir de casa en casa con el crucifijo, a ver si le daban algo por él. Entró en la taberna y lo dejó en una esquina. Al tabernero, que le pedía que le pagase todo lo que le debía, le mintió: Una señora rica me ha dado palabra de comprármelo. En cuanto cobre, te lo pago todo.

Borracho, Santiagón volvió a su casa con el crucifijo a cuestas. Y así, un día tras otro, en que iba de taberna en taberna. Hasta que, viendo que no lo vendía, se puso en camino de peregrinación a Roma con el Cristo a cuestas. Nadie le negaba un poco de pan y de vino. En un pueblo celebraban un banquete de bodas, y Santiagón se coló y se puso ciego de vino. Cuando empezó a despertar de la borrachera, salió a los caminos con el crucifijo a cuestas. Pero empezó a caer una nevada tremenda y, cuando se quiso dar cuenta, no sabía dónde estaba, se había perdido. Miró al Cristo, apoyado en una roca, y le dijo:

En menudo lío os he metido, y estáis todo desnudo, con la que está cayendo…

Se quitó el pañuelo del cuello y limpió la nieve que caía sobre el crucifijo. Luego, se quitó su tabardo y se lo puso al Cristo.

A la mañana siguiente encontraron a Santiagón, que dormía el sueño eterno, acurrucado a los pies de Cristo. Y la gente no entendía cómo era que Santiagón se había quitado su tabardo para cubrir al crucificado. El viejo cura de la aldea se estuvo largo rato mirando aquella estampa, luego hizo sepultar a Santiagón y mandó grabar sobre una piedra estas palabras: Aquí yace un cristiano y no sabemos su nombre, pero Dios lo sabe, porque está escrito en el libro de los bienaventurados…

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Este cuento apareció publicado en Alfa y Omega el 19/04/2001 y se reproduce aquí por cortesía del semanario a quien se agradece su autorización. El cuento pertenece al libro de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro titulado Don Camillo, il Vangelo dei semplici, editado en italiano por la editorial Áncora Editrice. El cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, comenta este relato bajo el título «Insólita canonización», y escribe: No debemos olvidarlo jamás: a pesar de la alergia religiosa de la cultura dominante, entre todo lo real, lo más real es Dios. Nada tiene de extraño que descubramos en este relato fulgores teológicos dignos de los más profundos pensadores cristianos: al comienzo, el Cristo —el más horroroso crucifijo del universo— es para Santiagón sólo un objeto inesperado y molesto. Luego, poco a poco, se va convirtiendo en Alguien, en una persona concreta y viva, con la que se riñe, y a la que se le acaba poniendo el propio abrigo. Al final, Cristo no es sólo un amigo, es un hermano al que ayudar, defender, y amar.

La transmisión de la fe en la familia, artículo 4

La transmisión de la fe en la familia, artículo 4

¿Cómo remontar la crisis de la familia?

Es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad.

SS Francisco, Audiencia con obispos de la Conferencia Episcopal de la República Dominicana, 28 de mayo de 2015

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Sumario

1. Tobías y Sara.

2. Deterioro actual del matrimonio y la familia.

3. Hay que volver al proyecto inicial de Dios.

4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio.

5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy.

6. El matrimonio es una vocación a la santidad.

7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera.

ApéndiceCómo la Iglesia salvó mi matrimonio

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La transmisión de la fe en la familia, artículo 41. Tobías y Sara

La Biblia cuenta la historia de dos jóvenes, Tobías y Sara, que se conocieron y se enamoraron. En su noche de bodas, dirigieron sus corazones a Dios con gratitud y confianza. Tobías declaró en su oración que tomaba a Sara como esposa no por mero placer, sino por amor, con rectitud de intención. Y terminó diciendo: «Ten misericordia de ella y de mí, para que alcancemos juntos la ancianidad». Después dijeron ambos: «¡Amén, amén!»

Esta antigua historia se actualiza cada vez que un hombre y una mujer, primero ante el altar y más tarde ante el lecho nupcial, celebran libremente el Sacramento del Matrimonio para entregarse mutuamente por amor hasta que la muerte los separe.

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La transmisión de la fe en la familia, artículo 42. Deterioro actual del matrimonio y la familia

A lo largo de estas últimas décadas se ha ido deteriorando la imagen del matrimonio y de la familia. El papa Francisco afirmaba en una reciente Audiencia que la familia está siendo muy «baqueteada». ¿Qué quería decir con esta palabra? Si vamos al diccionario de la lengua española encontramos que «baquetear» equivale a sufrir el «castigo de baquetas», es decir ser golpeado con unas varas que usan los picadores para el manejo de los caballos. La familia de hoy está siendo baqueteada no con varas, pero sí por ciertas leyes y medios de comunicación.

En una de las primeras sesiones del Sínodo sobre la Familia (X-2015), el Cardenal Erdo –Arzobispo de Budapest y Relator del Sínodo- aseguró que los efectos de la globalización actual son causa de la disgregación de la familia porque están favoreciendo «un cambio antropológico: la persona, en la afirmación de su propia libertad, busca demasiado a menudo ser independiente de toda unión, de toda institución». Y esto, lógicamente, está teniendo consecuencias para la estabilidad matrimonial y para la educación de los hijos.

«Así parece explicarse -siguió diciendo- el número creciente de parejas que viven juntas establemente, pero no quieren contraer ningún tipo de matrimonio ni religioso ni civil». Además, «la fuga de las instituciones se encuentra también en el creciente porcentaje de divorcios».

También el arzobispo de Filadelfia, Mons. Chaput, denunció en el Sínodo que, en aras del desarrollo, los seres humanos «hemos contaminado nuestros océanos y el aire que respiramos, hemos envenenado el cuerpo humano con anticonceptivos y hemos tergiversado la comprensión de nuestra propia sexualidad».

Y el papa Francisco en la homilía de la Misa de Apertura del Sínodo (5-X-2015) hizo este diagnóstico: «Cada vez hay menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social». Parece bastante evidente que por este camino la familia normal –y por tanto la sociedad- no tiene mucho futuro.

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La transmisión de la fe en la familia, artículo 43. Hay que volver al proyecto inicial de Dios

El verdadero amor es mucho más que una emoción pasajera: supone la entrega de lo más íntimo del corazón. De hecho, el amor entre un hombre y una mujer es el reflejo del amor infinito que Dios nos tiene. De ahí su importancia y su belleza.

Todo matrimonio tiene su origen en la misma naturaleza humana. Podemos observar, por ejemplo, que las instituciones de gobierno o muchas leyes cambian con el tiempo: esto es posible porque solo son fruto de la creatividad del ser humano. Sin embargo, la unión del hombre y la mujer ha sido «proyectada» por Dios, pues Él es el autor del matrimonio (CEC, 1.603). En la Biblia se lee que Dios dijo al crear a Adán: No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él (Gn 2, 18). Y creó a la mujer.

De la entrega recíproca y complementariedad sexual de los esposos surge de forma natural el don de la fecundidad. Por esta razón el matrimonio es la base sobre la que se construye la familia. Dios ha establecido en su plan que los hijos nazcan del amor de los esposos (hombre y mujer) y ha querido que todos los seres humanos vengan al mundo arropados por este amor.

Y no solo eso. La familia, como antes se dijo, cumple también otra función crucial: la de ser el fundamento y la base sobre la que se construye toda la sociedad. Así, el bien de una nación depende de la estabilidad de las familias que la componen.

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4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio

La sociedad actual necesita recuperar y fortalecer las tres propiedades esenciales del matrimonio en conformidad con el plan de Dios: la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la vida.

  1. Unidad: el varón y la mujer (y solo ellos) se unen para formar una comunidad de vida y de amor de manera que ya no son dos, sino una sola carne (Gn 2, 24 y Mt 19, 6). Ningún poeta ha definido mejor esta clase de unidad. La unidad no tiene partes y, por tanto, no se puede descomponer ni disolver.
  2. Indisolubilidad: significa que cuando los esposos se unen libremente, Dios sella su vínculo y ni «la Iglesia tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina» (CEC, 1.640). El bien de los esposos —que se han entregado el uno al otro— y el de los hijos así lo exige. El verdadero matrimonio es «uno con una y para siempre». El divorcio atenta de lleno contra esta propiedad fundamental del matrimonio y perjudica especialmente a los hijos.
  3. Apertura a la vida: el amor conyugal tiende, por sí mismo, a la generación de los hijos. Dios, inmediatamente después de crear a Adán y Eva, les dijo: Procread y multiplicaos, y llenad la tierra (Gn 1, 28). La Iglesia enseña que «el acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (Humanae Vitae, 12). El aborto y la anticoncepción atacan esta propiedad esencial del matrimonio y tratan al ser humano como si fuera un animal. La mentalidad y la práctica anticonceptiva que hoy impera se oponen radicalmente a una verdadera vida de fe y de amor en el matrimonio cristiano. Por eso, es muy difícil que un matrimonio que utilice prácticas anticonceptivas pueda transmitir la fe a sus hijos.

La transmisión de la fe en la familia, artículo 4La aceptación generosa de los hijos como un don de Dios es la culminación natural del matrimonio. Sin embargo, aquellos esposos que no pueden tener hijos también están llamados a vivir santamente su matrimonio confiando en la Providencia amorosa de Dios y colaborando generosamente en el bien de la sociedad y de la Iglesia.

Es curioso comprobar que, al comienzo de su vida pública, Jesús asistió a una boda (Jn 2, 1-11). En efecto, en Caná de Galilea Jesús santificó el matrimonio con su presencia y realizó allí su primer milagro al convertir el agua en vino. Algunos antiguos Padres de la Iglesia vieron en este milagro la elevación de matrimonio natural al matrimonio-sacramento, fuente de gracias para los contrayentes y para su vida familiar. El matrimonio sacramental es el mismo matrimonio natural cuando se contrae válidamente por dos bautizados en la Iglesia.

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5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy

Scott Hahn en su libro La evangelización de los católicos afirma que los cristianos deben recuperar una visión de la familia como «iglesia doméstica», según la expresión de san Pablo, que equivales a decir «iglesia familiar». Ante el reto de la crisis de la familia y de la descristianización, es necesario que se ayude a las familias cristianas, especialmente a las «familias jóvenes», a convertir sus hogares en lugares donde la fe se hace visible y real y donde se transmite a las nuevas generaciones. Y esta no es misión solamente de la madre, como tantas veces se aceptó en el pasado, sino de ambos cónyuges, si los dos se han comprometido a educar cristianamente a sus hijos. De este modo colaboran activamente en la nueva evangelización.

Para llevar a cabo esta misión evangelizadora como «iglesia doméstica», se requiere que marido y mujer asuman los siguientes objetivos:

  1. Ser consecuentes con los compromisos adquiridos y con las propiedades esenciales del matrimonio.
  2. Asumir la misión de ser los principales evangelizadores de sus hijos.
  3. Esforzarse en hacer de su familia sea un «lugar de oración».
  4. Tratar de que la Misa dominical ocupe un lugar central en la vida familiar.
  5. Esforzarte a diario para que la familia sea un remanso de paz y de caridad.
  6. Y un lugar que irradie amor y misericordia hacia fuera («Iglesia en salida»).

Estos objetivos los iremos desarrollando en los capítulos siguientes.

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6. El matrimonio es una vocación a la santidad

El matrimonio cristiano es un camino de santidad, una vocación. Mucha gente piensa que la palabra «vocación» se aplica exclusivamente al ámbito religioso: vocación sacerdotal, vocación a la vida religiosa, etc. Y no es así. La palabra vocación se usa principalmente como «la inspiración con que Dios llama a algún estado». Dios llama a la mayoría de los bautizados a la vida matrimonial y familiar y da a los esposos las gracias necesarias para que se ayuden mutuamente en su santificación.

La vida conyugal, siguiendo el espíritu evangélico, supone muchos beneficios para los esposos:

  1. Contribuye a combatir el egoísmo y la búsqueda del propio interés.
  2. Impulsa a entregarse generosamente al otro cónyuge y a los hijos.

Desde sus orígenes, la vida de la Iglesia ha estado muy unida a la institución familiar. En los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros años de la Iglesia, leemos varias veces la conversión de familias enteras, familias que eran verdaderos oasis de vida cristiana en medio de un mundo pagano, familias que se sentían llamadas a santificarse en medio del mundo y a imitar el ejemplo de la Sagrada Familia en la vida ordinaria.

La situación entonces no era muy diferente ni más fácil que la que vivimos ahora. También hoy la familia cristiana tiene que superar numerosos obstáculos y, en medio de ellos, está llamada a crecer como comunidad de fe y oración en la que se transmite la fe de padres a hijos.

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7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera

El papa Francisco en la audiencia del 7-X-2015 afirmó que «un vistazo atento a la vida diaria de los hombres y mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay en todas partes de una robusta inyección de «espíritu familiar».

El Papa manifestó que «se podría decir que el ‘espíritu familiar’ es la carta magna de la Iglesia: así el cristianismo debe mostrarse y así debe ser». El Santo Padre, refiriéndose a las relaciones humanas que predominan en la sociedad, señaló que «el estilo de las relaciones parece muy racional, formal, organizado, pero también muy ‘deshidratado’, árido y anónimo». «La familia introduce la necesidad de lazos de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en relaciones de confianza, también en condiciones difíciles». «Todos somos conscientes de lo insustituible de la atención familiar a los miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, e incluso más desastrosos en las conductas de su vida». La familia «libera de las aguas maliciosas del abandono y de la indiferencia, que ahogan a muchos seres humanos en el mar de la soledad». «Las familias saben bien qué es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extranjeros, o solo un número del carné de identidad». «De la familia, Jesús retoma su paso entre los seres humanos para persuadirlos de que Dios no los ha olvidado».

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Apéndice: Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio

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Índice de artículos

Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio

Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio

Rachael Marie Collins lleva siete años casada y tiene tres hijos. Aunque no faltan los problemas, ahora su matrimonio es estable y feliz. Pero tuvo que superar una profunda crisis al año y medio de casarse. Según explica en una carta dirigida a los padres sinodales, publicada en First Things, tras un noviazgo romántico y una boda extraordinaria, al principio la convivencia fue una «pesadilla». «Aunque nos queríamos –aclara–, ninguno de los dos estábamos preparados para las renuncias, los acuerdos y los com-promisos diarios que exige la vida matrimonial».

Collins y su marido querían salvar su matrimonio y buscaron apoyo y ayuda. No les faltaba buena voluntad y pusieron todos los medios que estaban a su alcance. Acudie-ron incluso a terapias de pareja. Sin embargo, el consejo que recibían eran siempre el mismo: la única salida posible era la separación. «Nuestro terapeuta dijo a mi marido que lo mejor era que dejáramos nuestra relación (…) Las cosas no iba a cambiar», de modo que si continuaban con su matrimonio el fracaso estaba asegurado.

Solo en la Iglesia encontraron el apoyo necesario para seguir adelante. De hecho, según Collins, la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio fue lo que salvó su amor. Justamente cuando los amigos y familiares, los terapeutas y los expertos les sugerían desistir de su compromiso, en la Iglesia encontraron el acicate necesario para perseverar.

«La enseñanza de la Iglesia sobre la indisolubilidad y el apoyo en la práctica (no solo doctrinal) que ofrece a los matrimonios en crisis fortaleció nuestra relación. No nos dejaba más elección que la de intentarlo una y otra vez hasta que la situación mejora-ra».

La Iglesia, animándoles a confiar en Dios y a asistir asiduamente a los sacramentos, enseñándoles a vivir paulatinamente las virtudes indispensables para la convivencia, como la paciencia o el perdón, y acompañándoles en sus luchas diarias, revitalizó su amor. Fue muy importante en este proceso tanto el acompañamiento espiritual de los sacerdotes como el ejemplo de otros matrimonios católicos, que les mostraba que la lucha por salvar su matrimonio tenía sentido.

«No sé si nuestro matrimonio hubiera sobrevivido si el mensaje de la Iglesia hubiera sido menos exigente o nos hubiera ofrecida la falsa esperanza de una salida ‘más misericordiosa’ a nuestra relación». Collins cree que las exigencias de la Iglesia no buscan endurecer o dificultar la vida matrimonial, sino defender el compromiso matrimonial y ayudar a las parejas a ser fieles a él. «Justamente porque nos obligó a perseverar –concluye–, la Iglesia nos enseñó a amarnos».

(Publicado en ACEPRENSA, 12-X-2015)

San Alonso Rodríguez: el fraile obediente

San Alonso Rodríguez: el fraile obediente

Desaparecida su partida de bautismo, discuten los modernos biógrafos del Santo la fecha de su nacimiento, pareciendo casi seguro que éste tuvo lugar en Segovia el año 1533. Fue hijo de Diego Rodríguez y de María Gómez, dedicados al comercio de paños, y fue el segundo de los once hijos, siete varones y cuatro hembras, nacidos de este matrimonio. Cuando Alonso tenía doce años llegaron a Segovia dos de los primeros jesuitas, que se hospedaron en casa de Diego Rodríguez y, después de practicar su apostolado en la ciudad, se retiraron a una casa de campo. Durante todo el tiempo que estuvieron en Segovia tuvo el niño Alonso verdadera intimidad y trato con ellos, y los padres le enseñaron la doctrina cristiana, a rezar el rosario, a ayudar a misa y a confesarse.

Uno de estos padres era nada menos que el padre Fabro, y, aunque San Alonso olvidó sus nombres, recordó toda su vida y evocaba en su ancianidad estas enseñanzas recibidas en la niñez. Su padre envió a Alonso y a su hermano mayor a estudiar a Alcalá en el colegio de jesuitas allí fundado por el padre Francisco Villanueva, amigo de la familia, y a quien fueron encomendados los dos hermanos. No estuvo allí Alonso mas que un año, pues, fallecido su padre, la madre decidió que el primogénito continuase los estudios y Alonso regresase a Segovia para ponerse al frente del negocio paterno. Parece que el Santo no reunía grandes condiciones para el comercio, y el negocio iba cada día peor. Por consejo de su madre se casó con una joven montañosa llamada María Juárez, que poseía algunos bienes de fortuna. De este matrimonio nacieron dos hijos, pero la desgracia perseguía a Alonso, que perdió primeramente a uno de los hijos y a su mujer. Ya viudo, se murieron el otro hijo y la madre del Santo, que así quedó solo.

Se produce entonces en su alma una profunda crisis, decidiendo entregarse a una nueva vida, que inicia con una confesión general hecha con el padre Juan Bautista Martínez, predicador de la Compañía. Después pasó tres años de rigurosa penitencia con disciplinas cotidianas, cilicio, ayunos, cuatro horas y media diarias de oración y comunión cada ocho días. En una de sus memorias escrita en 1604 (Obras, t. l pp. 15-17) nos explica el Santo cómo en esta época fue ascendiendo de la oración vocal a la oración extraordinaria y sobrenatural, iniciándose ya las visitas de Jesucristo y la Virgen, tan constantes durante el resto de su vida. Después de seis años de esta vida hace en 1569 cesión a sus hermanas de sus bienes y se va a Valencia en busca de su confesor, el padre Luis Santander, rector del colegio de la Compañía en esta ciudad, y con el propósito de ingresar en la misma. Para esto se presentaron dificultades casi insuperables: su edad, su falta de estudios, su poca salud.

El padre Santander lo colocó primero en casa de un comerciante, después de ayo de un hijo de la marquesa de Terranova. Vistas las dificultades para ingresar en la Compañía, y obedeciendo a la sugestión de un conocido en quien el Santo creía ver después una influencia diabólica, formó el propóstio de dedicarse a la vida eremítica. Se produce entonces una crisis decisiva para su futura vida espiritual, pues, cuando dió cuenta al padre Santander de su proyecto, éste le dijo: «Me temo, hijo, que os perdéis, porque veo que queréis hacer vuestra voluntad». Ante estas palabras la conmoción de Alonso fue extraordinaria, haciendo allí mismo firme propósito de no realizar nunca su voluntad en los restantes dias de su vida. Esto explica una de las notas características de la espiritualidad del Santo: la obediencia ciega y absoluta.

Finalmente, todas las dificultades para el ingreso de Alonso en la Compañía fueron vencidas por la decisión del padre Antonio Cordeses, uno de los grandes espirituales jesuítas y provincial a la sazón, que dijo que «quería recibir a Alonso Rodríguez en la Compañía para que fuese en ella un santo y con sus oraciones y penitencias ayudase y sirviese a todos». Fue admitido en 31 de enero de 1571. En este mismo año, el 10 de agosto, llegaron a Palma, enviados desde Valencia para ingresar en el colegio de Monte Sión, dos padres y un hermano. Era éste el hermano Alonso Rodríguez, que desde este momento residió en Monte Sión, desarrollándose allí todos los acontecimientos de su vida religiosa. En 5 de abril pronunció sus votos del bienio o votos simples. Doce años más tarde, en 1585. también en 5 de abril, hizo sus últimos votos de coad jutor.

En este lapso de tiempo entre los dos votos hay que situar el periodo más duro y doloroso de su vida espiritual: los siete años llenos de sufrimiento y de terribles tentaciones, que el Santo nos relata en sus escritos. A partir de 1572 se hizo cargo del puesto de portero, que desempeñó sin interrupción durante más de treinta años, hasta mediados de 1603. Según nos relata el padre Colín, habiendo pasado ya de los setenta y dos años, «consumida su salud con la lucha perpetua de su carne y espiritu, y quebrantadas las fuerzas…, advirtiendo los superiores que no tenia sujeto para tanto trabajo ni pies para tantos pasos, habiéndole eximido primero de subir escaleras y otras cargas pesadas del oficio, se lo hubieron finalmente de quitar todo y encomendaron otros más llevaderos… Y esto hasta el año 1610, que los siete restantes ni para esto estuvo».

Un conjunto de enfermedades le obligó en el año 1617 a guardar cama, no levantándose ya más, falleciendo en medio de acerbos sufrimientos en 31 de octubre de 1617 con el nombre de su amado Jesus en los labios.

En la manuscrita Historia de Monte Síón se nos cuenta cómo desde 1635 se inició con limosnas la construcción de una capilla de traza y arquitectura «curiosa y magnífica» para, además de a otros servicios religiosos, destinarla a guardar en ella el cuerpo del venerable hermano Alonso Rodríguez. Esto no se realizó sino mucho después. Hasta 1760 no declaró Clemente XIII heroicas sus virtudes. La causa de beatificación del hermano Alonso fue interrumpida en razón de las vicisitudes sufridas en esta época por la Compañía con las persecuciones, que culminaron en la supresión, llevada a cabo por el papa Clemente XIV. El proceso se activó cuando en 1816 Pío VII restableció la Compañía y los padres volvieron al colegio de Palma en 1823. El 25 de mayo de 1825 León Xll le proclamaba Beato y, finalmente, León XIII, en 15 de enero de 1888, canonizó al Beato Alonso Rodríguez al mismo tiempo que a su amado discípulo San Pedro Claver, el apóstol de los negros esclavos.

El conjunto de los opúsculos de San Alonso no obedece a un plan sistemático: pero pueden clasificarse en tres grupos, conforme a los fines para que fueron escritos: a) consejos espirituales, que el Santo daba por escrito, unas veces espontáneamente, otras atendiendo peticiones, y estos papeles fueron tan solicitados que los superiores llegaron a prohibir su salida del convento sin su autorización; b) notas en las que el Santo recogía sus inspiraciones para tenerlas presentes y conseguir su progreso espiritual, denominándolas Avisos para mucho medrar; c) la cuenta de conciencia, que, obedeciendo a sus superiores, debía dar periódicamente por escrito, de las gracias recibidas de Dios, de su espíritu, de sus sentimientos. Así se formó su Memorial o Autobiografía, que, empezada en mayo de 1604, llega hasta junio de 1616. El conjunto de los escritos reproducidos en la edición del padre Nonell está constituido por trece cartapacios en cuarto y cinco en octavo. Los elementos antes indicados están agrupados formando algunos trataditos. Por ejemplo: Tratadito de la oración, Tratado de la humildad…, Amor a Dios…, Contemplación y devoción a la Virgen, Avisos para imitar a Cristo, etc. Si a esto añadimos las cartas, tenemos el panorama de la producción literaria del Santo. La manera de escribir, que hemos indicado, dió ocasión a numerosas repeticiones de conceptos e ideas, como puede comprobarse en la copiosa edición del padre Nonell. Para remediar este inconveniente elaboró el padre Borrós su Tesoro ascético, donde en solas 183 páginas recoge lo fundamental de la producción del Santo. Finalmente, su doctrina ha sido plenamente sistematizada en la obra del padre Tarragó.

San Alonso, que escribió por estricta obediencia sus confesiones más íntimas, nunca habla de sí, refiriéndose siempre a una cierta persona, cuyas vicisitudes espirituales se relatan. Dentro de la Compañía la obra de San Alonso puede ser considerada como el símbolo y modelo de la espiritualidad de los hermanos coadjutores, que, alcanzando la santidad con sus trabajos humildes y obscuros, representan una especial faceta del apostolado y espiritualidad del organismo a que pertenecen.

Aunque ningún aspecto de las etapas y manifestaciones de la vida espiritual dejan de tener su representación en el conjunto doctrinal de los escritos del Santo, creo que tres notas principales se destacan como las más caracteristicas y personales de esta espiritualidad: el ejercicio permanente para lograr la constante y auténtica familiaridad con Dios, la ciega obediencia y profunda abnegación de sí mismo, el amor y deseo de la tribulación, que el Santo consideraba el mayor bien que se puede recibir de Dios. Desde aquella promesa que hizo al confesarse en Valencia con el padre Santander, el Santo consideró la ciega obediencia como el primer deber. Él mismo, hablando de sí dice: «Lo que le pasa a esta persona con Dios sobre esta materia de la obediencia es que era tan cuidadosa en obedecer a ciegas que un padre le dijo que obedecía a lo asno». Se cuentan de él sucedidos que recuerdan por su ingenua simplicidad los relatos referentes a los humildes compañeros de San Francisco de Asís. En una ocasión, hallándose enfermo, el enfermero le lleva la comida, ordenándole de parte del superior que coma todo el plato. Cuando regresa el enfermero le encuentra deshaciendo el plato y comiéndoselo pulverizado.

Los beneficios de la tribulación los expuso San Alonso en un encantador escrito titulado Juegos de Dios y el alma. Un breve texto nos explica las ganancias del alma beneficiándose con la tribulación. «Y el juego es de esta manera: que juega Dios con el alma, su regalada y querida, y el alma con su Dios, al cual ama con amor verdedero, y juega con Él a la ganapierde. Y es que, perdiendo en esta vida, según el uso del mundo, gana ella; y es que permitiendo Dios que sea maltratada, perdiendo, gana, callando y sufriendo el mal tratamiento, no se vengando, como se venga el mundo.»

«Pasa adelante el juego, y es que el alma va siempre perdiendo de su derecho, según su carne y el mundo le enseña; y así, perdiendo, gana, porque, si ganase según el mundo y la carne le enseña, quedaría perdida. ¡Oh juego enseñado por Dios al alma, cuan digno sois de ser ejercitado!»

El Santo escribe en el sabroso castellano popular y corriente de la época y sin pretensiones literarias. A veces logra páginas de verdadera belleza, cuando expone doctrinas por las que siente apasionado entusiasmo: tal ocurre al explicar los frutos que se obtienen con el Ejercicio de la presencia de Dios: «Pues así como todas las plantas y criaturas de la tierra, con la comunicación y presencía del sol reciben de él gran virtud y las causa que crezcan y den fruto, así las almas que andan siempre en la presencia de Dios reciben de este Señor gran virtud y es causa que crezcan y den gran fruto de virtudes y buenas obras, enseñándolas grandes cosas de perfección. Y si las flores, y rosas, y los árboles reciben de parte del sol con su presencia y comunicación tanta hermosura y lindeza, y si él les faltase pondrían luto, como si fuesen sensibles. Como se ve en algunos géneros de rosas o flores, que cuando el sol quiere salir dan muestra de alegría descubriendo su hermosura y belleza con la venida y presencia del sol, que parece que le salen a recibir alegres; y cuando el sol se va de su presencia parece que ponen luto, porque luego cubren su hermosura, que parece a nuestra tristeza, por su ausencia, hasta que vuelva y le salgan a recibir con su acostumbrada hermosura y alegría; así, ni más ni menos, el alma que no reside y anda delante de su Dios, ¿cómo vivirá con tanta tristeza? ¿Quién alegrará su corazón? ¿Quién dará luz a su entendimiento? ¿Quién la encenderá en el amor divino?» (Obras, III p. 493).

Pero la verdadera influencia espiritual no la ejerció San Alonso Rodríguez con sus obras, que permanecieron inéditas hasta el siglo XIX. El humilde y santo portero de Monte Sión fue durante su vida un foco radiante de espiritualidad. Dentro del convento los superiores, so pretexto de poner a prueba su obediencia, le obligaban a pronunciar pláticas en el refectorio y a contestar a consultas sobre temas arduos de doctrina, que eran siempre esclarecidos por la luminosa experiencia de su vida espiritual. Mediante su correspondencia con personalidades de Palma y de España entera ejerció un verdadero magisterio: pero aún sería mas importante la lista de cuantos recibieron directamente su enseñanza, desde los padres superiores del colegio hasta los novicios que por él pasaban.

Representativa de esta influencia del humilde portero es la gran figura de San Pedro Claver. Cuando Ilegó como novicio tuvo San Alonso la revelación de que aquel joven había de ser santo por los merecimientos de su apostolado en las Indias. Es uno de los episodios más conmovedores de la historia de la espiritualidad española esta profunda y tierna intimidad entre los dos santos. Cuando el joven Pedro Claver partió de Monte Sión consiguió licencia para poder llevarse el cuadernito de avisos espirituales que le había dado el hermano portero Alonso. Estas hojas, que hoy se conservan piadosamente en el Archivo de Loyola, acompañaron al Santo en todas las tremendas vicisitudes de su vida. Su última gran alegría fue recibir en Cartagena de Indias, poco antes de su muerte, la Vida de San Alonso Rodríquez, publicada por el padre Colín. Paralítico y clavado en un sillón escuchaba la lectura de este libro, que evocaría en su mente recuerdos de su juventud en el colegio de Monte Sión, haciéndole sentir la nostalgia de aquellas tierras y de aquellos mares impregnados del recuerdo de Raimundo Lulio, que marcó a la cristiandad aquella ruta de apostolado heroico en cuya práctica consumió su vida abnegada el santo apóstol de los negros esclavos.

Finalmente San Alonso Rodríguez es uno de los grandes santos de ia Compañía de Jesús. Hombre de pocas letras, aunque muy dado a piadosas lecturas, su doctrina no es producto de una cultura libresca, sino el resultado de una experiencia espiritual, que logró elevarse a las más altas cimas de la vida mística. Como hemos visto, por circunstancias que parecen providenciales, toda su formación estuvo vinculada desde la niñez a la Compañía de Jesús, viniendo a ser este humilde hermano portero una de las pruebas vivientes de que se equivocan los que sostienen que la espiritualidad jesuítica es casi exclusivamente ascética.

Evangelio del día: Signos de los tiempos

Evangelio del día: Signos de los tiempos

Marcos 13, 24-32. Trigésimo tercer domingo del Tiempo ordinario. Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.

En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.»

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Daniel, Dan 12, 1-3

Salmo: Sal 15, 5.8-11

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 10, 11-14.18

Oración introductoria

Señor, me acerco hoy a Ti con fe, sabiendo que eres el Señor de la vida y de la historia. Consciente de mis debilidades y caídas, pongo mi confianza en Ti, porque Tú siempre cumples tus promesas. Mientras contemplo tu amor que se convierte en fidelidad, yo deseo también corresponder con mi fidelidad. Estoy ante Ti en esta oración para escucharte y, descubrir tu voluntad en este día.

Petición

Espíritu Santo, concédeme estar atento a tus inspiraciones y fortalece mi voluntad para poder seguirlas.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En este penúltimo domingo del año litúrgico, se proclama, en la redacción de San Marcos, una parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos (cf. Mc 13, 24-32). Este discurso se encuentra, con algunas variaciones, también en Mateo y Lucas, y es probablemente el texto más difícil del Evangelio. Tal dificultad deriva tanto del contenido como del lenguaje: se habla de un porvenir que supera nuestras categorías, y por esto Jesús utiliza imágenes y palabras tomadas del Antiguo Testamento, pero sobre todo introduce un nuevo centro, que es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección. También el pasaje de hoy se abre con algunas imágenes cósmicas de género apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (v. 24-25); pero este elemento se relativiza por cuanto le sigue: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria» (v. 26). El «Hijo del hombre» es Jesús mismo, que une el presente y el futuro; las antiguas palabras de los profetas por fin han hallado un centro en la persona del Mesías nazareno: es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable.

Ello se confirma con otra expresión del Evangelio del día. Jesús afirma: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v. 31). En efecto, sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios está en el origen de la creación: todas las criaturas, empezando por los elementos cósmicos —sol, luna, firmamento—, obedecen a la Palabra de Dios, existen en cuanto que son «llamados» por ella. Esta potencia creadora de la Palabra divina se ha concentrado en Jesucristo, Verbo hecho carne, y pasa también a través de sus palabras humanas, que son el verdadero «firmamento» que orienta el pensamiento y el camino del hombre en la tierra. Por esto Jesús no describe el fin del mundo, y cuando utiliza imágenes apocalípticas, no se comporta como un «vidente». Al contrario, Él quiere apartar a sus discípulos —de toda época— de la curiosidad por las fechas, las previsiones, y desea en cambio darles una clave de lectura profunda, esencial, y sobre todo indicar el sendero justo sobre el cual caminar, hoy y mañana, para entrar en la vida eterna. Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.

Queridos amigos: tampoco en nuestros tiempos faltan calamidades naturales, y lamentablemente ni siquiera guerras y violencias. Hoy necesitamos también un fundamento estable para nuestra vida y nuestra esperanza, tanto más a causa del relativismo en el que estamos inmersos. Que la Virgen María nos ayude a acoger este centro en la Persona de Cristo y en su Palabra.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 18 de noviembre de 2012

Propósito

Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza: «Aprended de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a la puerta». ¡Cristo está para llegar! Entonces, ¡qué dicha debe invadir nuestra alma! Está comenzando la primavera. Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer. No se está acabando el mundo. En realidad, está naciendo uno nuevo; ¡está llegando otra primavera del espíritu!

Diálogo con Cristo

¿Qué signos de esperanza descubo Señor, en la Iglesia y el mundo de hoy? Meditaré en esta pregunta, contemplando la higuera, y encontraré muchísimos brotes de vida.

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