por Catequesis en Familia | 18 May, 2017 | La Biblia
Mateo 8, 5-17. Sábado de la 12.ª semana del Tiempo Ordinario. Debemos encontrar al Señor, pero más importante es dejarnos encontrar por Él, porque cuando nos dejamos encontrar por Cristo, es Él quien entra dentro de nosotros y nos renueva completamente.
Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar los dientes». Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has creído». Y el sirviente se curó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: «El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 18, 1-15
Salmo (tomado del Evangelio según san Lucas): Lc 1, 46-55
Oración introductoria
Señor, yo tampoco soy digno de que entres en mi casa, por eso te suplico que esta oración me disponga para tu venida. Quiero que encuentres en mí un alma vacía de apegos y de preocupaciones superficiales, que esté abierta a acogerte y a vivir conforme a tu voluntad.
Petición
¡Ven Señor y renueva mi corazón!
Meditación del Santo Padre Francisco
Dejémonos encontrar por Jesús «con la guardia baja, abiertos», para que Él pueda renovarnos desde lo profundo de nuestra alma. Es la invitación del Papa Francisco al inicio del tiempo de Adviento, durante la misa celebrada [el día de hoy].
El camino que comenzamos en estos días, exhortó, es «un nuevo camino de Iglesia, un camino del pueblo de Dios, hacia la Navidad. Y caminamos al encuentro del Señor». La Navidad es, en efecto, un encuentro: no sólo «una celebración temporal o bien —indicó el Pontífice— un recuerdo de algo bonito. La Navidad es algo más. Nosotros vamos por este camino para encontrar al Señor». Por lo tanto, en el período de Adviento «caminamos para encontrarlo. Encontrarlo con el corazón, con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe».
En verdad, no es «fácil vivir con fe», destacó el Obispo de Roma. Y recordó el episodio del centurión que, según el relato del Evangelio de Mateo (8, 5-11), se postra ante Jesús para pedirle que cure a su siervo. «El Señor, en la palabra que hemos escuchado —explicó el Papa—, se maravilló de este centurión. Se maravilló de la fe que tenía. Había hecho un camino para encontrar al Señor. Pero lo había hecho con fe. Por ello no sólo encontró al Señor, sino que sintió la alegría de haber sido encontrado por el Señor. Y éste es precisamente el encuentro que nosotros queremos, el encuentro de la fe. Encontrar al Señor, pero dejarnos encontrar por Él. ¡Es muy importante!».
Cuando sólo nos limitamos a encontrar al Señor, subrayó, «somos nosotros —pero esto digámoslo entre comillas— los «dueños» de este encuentro». Cuando, en cambio, «nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra dentro de nosotros» y nos renueva completamente. «Esto —reafirmó el Papa— es lo que significa que venga Cristo: rehacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino».
En este período del año litúrgico, por lo tanto, estamos en camino para encontrar al Señor, pero también y sobre todo «para dejarnos encontrar por Él». Y debemos hacerlo con corazón abierto, «para que Él me encuentre, me diga lo que quiere decirme, que no es siempre lo que quiero que Él me diga». No olvidemos entonces que «Él es el Señor y me dirá lo que tiene para mí», para cada uno de nosotros, porque «el Señor —indicó el Pontífice— no nos mira en conjunto, como a una masa: ¡no, no! Él nos mira uno por uno, a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor abstracto, sino un amor concreto. Persona por persona. El Señor, persona, me mira a mí, persona». He aquí por qué dejarnos encontrar por el Señor significa, en definitiva, «dejarse amar por el Señor».
«En la oración al inicio de la misa —recordó el Pontífice— hemos pedido la gracia de hacer este camino con algunas actitudes que nos ayuden. La perseverancia en la oración: rezar más. La laboriosidad en la caridad fraterna: acercarnos un poco más a quienes tienen necesidad. Y la alegría en la alabanza al Señor». Por lo tanto, «comenzamos este camino con la oración, la caridad y la alabanza, a corazón abierto, para que el Señor nos encuentre». Pero, pidió el Papa como conclusión, «por favor, que nos encuentre con la guardia baja, abiertos».
Santo Padre Francisco: Con la guardia baja al encuentro de Jesús
Homilía del lunes, 2 de diciembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. Señor
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios [«Señor»]. Señorse convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título «Señor» para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: «Señor mío y Dios mío» (Jn20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque Él es de «condición divina» (Flp 2, 6) y porque el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el «Señor» (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). » La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro» (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título «Señor», ya sea en la invitación a la oración «el Señor esté con vosotros», o en su conclusión «por Jesucristo nuestro Señor» o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha («¡el Señor viene!») o Marana tha («¡Ven, Señor!») (1 Co 16, 22): «¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Es hora de renovar nuestra conciencia y nuestra respuesta a Cristo. Nada de lo que digamos o hagamos es indiferente ante Él. La fe es capaz de mover montañas… Si fuera auténtica sería capaz de mover hasta al mismo Dios… ¿A qué estamos esperando?
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por este tiempo privilegiado para prepararnos a celebrar el acontecimiento que marcó la Historia… y mi historia. Dios mismo se encarna en su Hijo Jesús para curar nuestra herida original: esa desobediencia, esa soberbia que aparta del amor. Que este Adviento sea mi oportunidad para llevar a Cristo a los que tengo más cerca.
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por Catequesis en Familia | 27 Nov, 2016 | La Biblia
Mateo 8, 5-11. Lunes de la Primera Semana del Tiempo de Adviento. Debemos encontrar al Señor, pero más importante es dejarnos encontrar por Él, porque cuando nos dejamos encontrar por Cristo, es Él quien entra dentro de nosotros y nos renueva completamente.
Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 4, 2-6
Salmo: Sal 122(121), 1-9
Oración introductoria
Señor, yo tampoco soy digno de que entres en mi casa, por eso te suplico que esta oración me disponga para tu venida. Quiero que encuentres en mí un alma vacía de apegos y de preocupaciones superficiales, que esté abierta a acogerte y a vivir conforme a tu voluntad.
Petición
¡Ven Señor y renueva mi corazón!
Meditación del Santo Padre Francisco
Dejémonos encontrar por Jesús «con la guardia baja, abiertos», para que Él pueda renovarnos desde lo profundo de nuestra alma. Es la invitación del Papa Francisco al inicio del tiempo de Adviento, durante la misa celebrada [el día de hoy].
El camino que comenzamos en estos días, exhortó, es «un nuevo camino de Iglesia, un camino del pueblo de Dios, hacia la Navidad. Y caminamos al encuentro del Señor». La Navidad es, en efecto, un encuentro: no sólo «una celebración temporal o bien —indicó el Pontífice— un recuerdo de algo bonito. La Navidad es algo más. Nosotros vamos por este camino para encontrar al Señor». Por lo tanto, en el período de Adviento «caminamos para encontrarlo. Encontrarlo con el corazón, con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe».
En verdad, no es «fácil vivir con fe», destacó el Obispo de Roma. Y recordó el episodio del centurión que, según el relato del Evangelio de Mateo (8, 5-11), se postra ante Jesús para pedirle que cure a su siervo. «El Señor, en la palabra que hemos escuchado —explicó el Papa—, se maravilló de este centurión. Se maravilló de la fe que tenía. Había hecho un camino para encontrar al Señor. Pero lo había hecho con fe. Por ello no sólo encontró al Señor, sino que sintió la alegría de haber sido encontrado por el Señor. Y éste es precisamente el encuentro que nosotros queremos, el encuentro de la fe. Encontrar al Señor, pero dejarnos encontrar por Él. ¡Es muy importante!».
Cuando sólo nos limitamos a encontrar al Señor, subrayó, «somos nosotros —pero esto digámoslo entre comillas— los «dueños» de este encuentro». Cuando, en cambio, «nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra dentro de nosotros» y nos renueva completamente. «Esto —reafirmó el Papa— es lo que significa que venga Cristo: rehacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino».
En este período del año litúrgico, por lo tanto, estamos en camino para encontrar al Señor, pero también y sobre todo «para dejarnos encontrar por Él». Y debemos hacerlo con corazón abierto, «para que Él me encuentre, me diga lo que quiere decirme, que no es siempre lo que quiero que Él me diga». No olvidemos entonces que «Él es el Señor y me dirá lo que tiene para mí», para cada uno de nosotros, porque «el Señor —indicó el Pontífice— no nos mira en conjunto, como a una masa: ¡no, no! Él nos mira uno por uno, a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor abstracto, sino un amor concreto. Persona por persona. El Señor, persona, me mira a mí, persona». He aquí por qué dejarnos encontrar por el Señor significa, en definitiva, «dejarse amar por el Señor».
«En la oración al inicio de la misa —recordó el Pontífice— hemos pedido la gracia de hacer este camino con algunas actitudes que nos ayuden. La perseverancia en la oración: rezar más. La laboriosidad en la caridad fraterna: acercarnos un poco más a quienes tienen necesidad. Y la alegría en la alabanza al Señor». Por lo tanto, «comenzamos este camino con la oración, la caridad y la alabanza, a corazón abierto, para que el Señor nos encuentre». Pero, pidió el Papa como conclusión, «por favor, que nos encuentre con la guardia baja, abiertos».
Santo Padre Francisco: Con la guardia baja al encuentro de Jesús
Homilía del lunes, 2 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el «hacer». ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos «arrollan».
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor! Escribir —por decirlo así— un «diario interior» de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como «visita», como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del sábado, 28 de noviembre de 2009
Celebración de las primeras vísperas de Adviento
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Es hora de renovar nuestra conciencia y nuestra respuesta a Cristo. Nada de lo que digamos o hagamos es indiferente ante Él. La fe es capaz de mover montañas… Si fuera auténtica sería capaz de mover hasta al mismo Dios… ¿A qué estamos esperando?
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por este tiempo privilegiado para prepararnos a celebrar el acontecimiento que marcó la Historia… y mi historia. Dios mismo se encarna en su Hijo Jesús para curar nuestra herida original: esa desobediencia, esa soberbia que aparta del amor. Que este Adviento sea mi oportunidad para llevar a Cristo a los que tengo más cerca.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Catequesis en Familia | 11 Sep, 2016 | La Biblia
Lucas 7, 1-10. Lunes de la 24ª. semana del Tiempo Ordinario. La política es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común; por lo tanto, los cristianos no podemos desentendernos, sino que debemos hacer algo.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga». Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo hace». Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguí, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe». Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 11,17-26.33
Salmo: Sal 40(39), 7-10.17
Oración introductoria
Señor, yo tampoco soy digno de que entres en mi casa, por eso te suplico que esta oración me disponga para tu venida. Quiero que encuentres en mí un alma vacía de apegos y de preocupaciones superficiales, que esté abierta a acogerte y a vivir conforme a tu voluntad.
Petición
¡Ven Señor y renueva mi corazón!
Meditación del Santo Padre Francisco
Un buen cristiano participa activamente en la vida política y reza para que los políticos amen a su pueblo y le sirvan con humildad. Es la reflexión que propuso el Papa Francisco en la Eucaristía del lunes, 16 de septiembre.
Comentando el pasaje del Evangelio de Lucas (7, 1-10), donde se narra la curación, por obra de Jesús, del siervo del centurión en Cafarnaún, el Pontífice subrayó «dos actitudes del gobernante». Él debe ante todo «amar a su pueblo. Los ancianos judíos dicen a Jesús: merece lo que pide porque ama a nuestro pueblo. Un gobernante que no ama no puede gobernar. Como mucho puede poner un poco de orden, pero no gobernar». Y para explicar el significado del amor que el gobernante debe a su pueblo, el Santo Padre recordó el ejemplo de David que desobedece a las reglas del censo sancionadas por la ley mosaica para subrayar la pertenencia de la vida de cada hombre al Señor (cf. Éxodo 30, 11-12). Pero David, una vez comprendido su pecado, hizo lo posible para evitar el castigo a su pueblo. Y ello porque, si bien era pecador, amaba a su pueblo.
Para el Papa Francisco el gobernante debe ser también humilde como el centurión del Evangelio, que habría podido aprovecharse de su poder si hubiera pedido a Jesús que fuera adonde él, pero «era un hombre humilde y dijo al Señor: no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo. Y con humildad: di una palabra y mi siervo quedará sano. Estas son las dos virtudes de un gobernante, así como nos hace pensar la palabra de Dios: amor al pueblo y humildad».
Así que «cada hombre y cada mujer que asume responsabilidades de gobierno debe hacerse estas dos preguntas: ¿yo amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Y soy humilde para oír las opiniones de los demás a fin de elegir el mejor camino?». Si ellos —subrayó el Pontífice— «no se hacen estas preguntas, su gobierno no será bueno».
Pero también los gobernantes deben tomar sus opciones para llevarlas a cabo. ¿Entonces qué hay que hacer? Tras observar que nosotros «como pueblo tenemos muchos gobernantes», el Papa recordó una frase de san Pablo tomada de la primera carta a Timoteo (2, 1-8): «Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto».
Esto significa —puntualizó el Papa Francisco— que «ninguno de nosotros puede decir: pero yo no tengo que ver, son ellos quienes gobiernan. No; yo soy responsable de su gobierno y debo hacer lo mejor de mi parte para que ellos gobiernen bien, participando en la política como puedo. La política, dice la doctrina social de la Iglesia, es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común. Y yo no puedo lavarme las manos: cada uno de nosotros debe hacer algo. Pero ya tenemos la costumbre de pensar que de los gobernantes se debe sólo parlotear, hablar mal de ellos y de las cosas que no van bien».
Al respecto el Santo Padre notó que en la televisión y en los periódicos se recurre sobre todo a «bastonazos» para los políticos; difícilmente se hallan observaciones como que «este gobernante en esto ha actuado bien; este gobernante tiene esta virtud; ha errado en esto, en esto y en esto, pero esto otro lo ha hecho bien». De los políticos en cambio se habla «siempre mal y siempre en su contra. Tal vez el gobernante es un pecador, como lo era David. Pero yo debo colaborar, con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección: no estoy de acuerdo por esto y por esto. Debemos participar en el bien común. A veces hemos oído decir: un buen católico no se interesa en la política. Pero no es verdad: un buen católico toma parte en política ofreciendo lo mejor de sí para que el gobernante pueda gobernar».
¿Qué es entonces «lo mejor que podemos ofrecer» a los gobernantes? «Es la oración», respondió el Pontífice, explicando: «Es lo que san Pablo dice: orad por los reyes y por todos los constituidos en autoridad». Pero «se dirá: ese es una mala persona, debe ir al infierno. No; reza por él, reza por ella, para que pueda gobernar bien, para que ame a su pueblo, para que sea humilde. Un cristiano que no reza por los gobernantes no es un buen cristiano. Hay que orar. Y esto —precisó— no lo digo yo. Lo dice san Pablo. Que los gobernantes sean humildes y amen a su pueblo. Ésta es la condición. Nosotros, los gobernados, damos lo mejor. Sobre todo la oración».
«Roguemos por los gobernantes —concluyó el Papa Francisco—, para que nos gobiernen bien. Para que lleven a nuestra patria, a nuestra nación, adelante, y también al mundo; y que exista la paz y el bien común. Que esta Palabra de Dios nos ayude a participar mejor en la vida común de un pueblo: los que gobiernan, con el servicio de la humildad y con el amor; los gobernados, con la participación y sobre todo con la oración».
Santo Padre Francisco: Oremos para que los políticos nos gobiernen bien
Meditación del lunes, 16 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA SOCIAL
I. La autoridad
1897 “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país” (PT 46).
Se llama “autoridad” la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.
1898 “Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf León XIII, Carta enc.Diuturnum illud; Carta enc. Inmortale Dei). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad.
1899 La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación” (Rm 13, 1-2; cf 1 P 2, 13-17).
1900 El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene como autor a san Clemente Romano (cf ya 1Tm 2, 1-2):
“Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio” (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 61, 1-2).
1901 Si bien la autoridad responde a un orden fijado por Dios, “la determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos” (GS74, 3).
La diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal que promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común de las naciones en las que se han impuesto.
1902 La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una “fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido” (GS 74, 2).
«La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 93, a. 3 ad 2).
1903 La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. “En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa” (PT 51).
1904 “Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del «Estado de derecho» en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (CA 44)
II. El bien común
1905 Conforme a la naturaleza social del hombre, el bien de cada cual está necesariamente relacionado con el bien común. Este sólo puede ser definido con referencia a la persona humana:
«No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común» (Epistula Pseudo Barnabae, 4, 10).
1906 Por bien común, es preciso entender “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (GS 26, 1; cf GS 74, 1). El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres elementos esenciales:
1907 Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: “derecho a actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa” (cf GS 26, 2).
1908 En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc. (cf GS 26, 2).
1909 El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridadde la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva.
1910 Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias.
1911 Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal. Este requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de “[proveer] a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida social, a los que pertenecen la alimentación, la salud, la educación […], como en no pocas situaciones particulares que pueden surgir en algunas partes, como son […] socorrer en sus sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias” (GS 84, 2).
1912 El bien común está siempre orientado hacia el progreso de las personas: “El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario” (GS 26, 3). Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor.
III. Responsabilidad y participación
1913 La participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales. Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La participación se realiza ante todo con la dedicación a las tareas cuya responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a la educación de su familia, por la responsabilidad en su trabajo, el hombre participa en el bien de los demás y de la sociedad (cf CA 43).
1915 Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública. Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a otro o de una cultura a otra. “Es de alabar la conducta de las naciones en las que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con verdadera libertad en la vida pública” (GS 31).
1916 La participación de todos en la promoción del bien común implica, como todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana (cf GS 30).
1917. Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al servicio de sus semejantes. La participación comienza por la educación y la cultura. “Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar” (GS 31).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Es hora de renovar nuestra conciencia y nuestra respuesta a Cristo. Nada de lo que digamos o hagamos es indiferente ante Él. La fe es capaz de mover montañas… Si fuera auténtica sería capaz de mover hasta al mismo Dios… ¿A qué estamos esperando?
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por este tiempo privilegiado para prepararnos a celebrar el acontecimiento que marcó la Historia… y mi historia. Dios mismo se encarna en su Hijo Jesús para curar nuestra herida original: esa desobediencia, esa soberbia que aparta del amor. Que este Adviento sea mi oportunidad para llevar a Cristo a los que tengo más cerca.
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