¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.
Meditaciones de san Juan Pablo II, quien , siendo todavía cardenal, en marzo de 1976, las predicó durante unos ejercicios espirituales en el Vaticano. Asistía, entre otros, el entonces pontífice Pablo VI. Esta meditaciones de Karol Wojtyla sobre el Via Crucis fueron publicados en Signo de Contradicción (BAC, Madrid, 1978).
En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «Calavera», Gólgota en hebreo (Jn 19, 17). Hoy día este camino es visitado por los peregrinos que de todo el mundo acuden a Tierra Santa.
También Su Santidad lo recorrió, rodeado de una enorme muchedumbre de habitantes de Jerusalén y de peregrinos. El Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo está históricamente vinculado a los sitios que El hubo de recorrer. Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles del divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios, como en el que recordábamos en días anteriores, el Calvario de Zebrzydowska, la devoción de los fieles a la Pasión ha reconstruido el Vía Crucis con estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo Sepulcro. Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando el misterio de Cristo cargado con la cruz.
I. Estación: Jesús condenado a muerte
La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Mc 15, 13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran sólo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19, 16), así como su verdad del reino (Jn 18, 36-37), debía de afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3, 16).
También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
II. Estación: Jesús carga con la cruz
Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53, 12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce Homo! (Jn 19, 5). En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 5). Está también presente en Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19, 5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!» En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!»
Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce Homo!
Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19, 17). Ha empezado la ejecución.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
III. Estación: Jesús cae por primera vez
Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26, 53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14, 36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo eso? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24, 21). «Si eres el Hijo de Dios…» (Mt 27, 40), le provocarán los miembros del Sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15, 31; Mt 27, 42), gritará la gente.
Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esta afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14, 36, etc. ).
Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
IV. Estación: Jesús encuentra a su Madre
La Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de Él es su cruz, la humillación de Él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así lo capta su corazón: «… y una espada atravesará tu alma» (Lc 2, 35). Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!
«¡Oh tú que has padecido junto con Él!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
V. Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús
Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15, 21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. Le han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15, 21). Le han llamado, le han obligado.
¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso» (cf. Mt 25, 35-36), llevaba la cruz… ¿La llevaste conmigo?… ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?
No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a San Pedro (cf. Rom 16, 13).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VI. Estación: La Verónica limpia su rostro
La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que –aunque, como mujer, no cargara físicamente con la cruz y no se la obligara a ello– llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles. Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VII. Estación: Jesús cae por segunda vez
«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (Sal 22, 7): las palabras del Salmista-profeta encuentran su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del Salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.
Y Él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del Profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?» (Mt 26, 54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22, 7); por tanto, ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19, 5); menos aún, peor todavía.
El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre.
Remordimiento por esta segunda caída.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VIII. Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén
Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloren a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23, 28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.
Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25) y siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos –dice: «No lloréis»–; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es El el que lleva la cruz.
Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
IX. Estación: Tercera caída
«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.
Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53, 6).
Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes…
¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 6-8).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
X. Estación: Jesús, despojado de sus vestidos
Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15, 24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52 ,14). El misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt 1, 23; Lc 1, 26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda… pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40, 8-7; Heb 10, 5). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el amor al Padre: «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Sal 40, 9; Heb 10, 7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8, 29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas, en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad profanada.
El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.
En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XI. Estación: Jesús clavado en la cruz
«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22, 17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el Hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula, todo en máxima tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12, 32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos: terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la cruz, va a ser aniquilado hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí (cf. Jn 12, 32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.
Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del Crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba» (Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XII. Estación: Jesús muere
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (cf. Mc 15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30); «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5, 17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El… vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17, 28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.
El misterio de la Redención.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XIII. Estación: Jesús en brazos de su Madre
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-33). María sólo dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.
En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos con un Don de lo alto (Sant 1, 17) y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; Act 20, 28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.
A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 35).
También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!
Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2, 16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2, 14), en Nazaret (cf. Lc 2, 39-40).
La Piedad.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XIV. Estación: Entierro de Jesús
Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gén 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.
En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27, 60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15, 42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19, 31), que empezaba en el crepúsculo.
Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!» (1 antif. Laudes del Sábado santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6, 51).
Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gén 3, 19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Aceptación de la muerte
Señor, Dios mío, ya desde ahora acepto de buena voluntad, como venida de tu mano, cualquier género de muerte que quieras enviarme, con todas sus angustias, penas y dolores.
«Vía crucis» son dos palabras latinas cuyo significado puede traducirse como ‘camino de la cruz’, por ello la oración del Santo Vía crucis se llama también el Camino de la Cruz, las Estaciones de la Cruz, y la Vía Dolorosa.
Tiene su origen en la Tierra Santa. En Jerusalén, desde los comienzos del cristianismo, fue marcado el camino que siguió Jesús hasta el Calvario, así el Vía crucis representa esa peregrinación por aquellos lugares sagrados impregnados por el amor y por el dolor de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, por lo que se ha convertido en una de las devociones cristianas más populares.
Según la tradición, la Virgen María visitaba los lugares de la Pasión de su Hijo, por lo que podría ser considerada como una de las fundadoras del Vía crucis.
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¿En qué consiste?
Consiste en seguir espiritualmente el camino recorrido por Jesús desde su condena a muerte hasta su sepultura, deteniéndose ante 14 escenas o estaciones para meditar sus sufrimientos y unirse interiormente con El; por ello para los cristianos es un ejercicio de piedad lleno de contenido evangélico, de agradecimiento y de amor. El Vía crucis se reza sobre todo durante la Cuaresma, aunque es muy beneficioso hacerlo con mayor asiduidad, no en vano decía San Buenaventura que «no hay otro ejercicio más a propósito para santificar un alma que la meditación asidua de los padecimientos de Cristo».
Hay varias formas de rezar el Santo Vía crucis, se diferencian fundamentalmente en que las estaciones tradicionales incluyen escenas tomadas de la tradición cristiana, y el Vía crucis evangélico, propuesto por el Papa Juan Pablo II, toma las estaciones de los relatos bíblicos de los Evangelios comenzando desde la oración en el huerto y la traición de Judas. También hay otro Vía crucis en el que se incluye una décimo quinta estación que hace referencia a la Resurrección del Señor.
Dicen los Evangelios en (1 Jn, 3,16): «En esto conocemos el amor que Dios nos tiene, en que el Señor dio su vida por nosotros», y es verdad que aunque conocemos de la grandeza de Dios por su creación, sabemos de la grandeza de su amor por la pasión voluntaria de su amado Hijo. Jesucristo derrama tanta bondad y tanto amor que no hay quien contemple sus grandes sufrimientos sin sentirse amado y atraído a amarle, por ello dijo El mismo: «Cuando yo sea levantado en alto, todo lo atraeré hacia mí». (Jn. 12, 32).
La meditación, en ese sufrimiento con amor, de la Vía Dolorosa, es un camino que nos conduce a la perfección del amor de Dios.
¿Cuál es su estructura?
El Santo Vía crucis se compone tradicionalmente de 14 estaciones o escenas que hacen referencia a la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Estas escenas están todas tomadas de pasajes de los Evangelios en el Vía crucis moderno, y en el tradicional contiene también algunos momentos tomados de la tradición cristiana.
Ya desde la última cena con los discípulos, se va acercando el momento de la pasión, traiciones, soledad, negación, sufrimientos que ya estaban escritos por los profetas. La oración en el huerto de Getsemaní, la prisión de Jesús conducida por la traición de Judas, las negaciones de Pedro, injurias, burlas y maltratos, todo ello aceptado voluntariamente y sabiendo que le espera la clase de muerte que se daba a los malhechores, la muerte en la cruz que quedó dignificada por su amor.
I ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Jesús, Hijo de Dios y por tanto Dios mismo, es condenado a muerte por hombres pecadores. Es el mayor sacrificio que puede hacer Dios para salvar a la humanidad y hacer que vuelva de nuevo a El. Primero le condenan los propios representantes de la religión, ante el Sanedrín, cuando Jesús reivindica su carácter mesiánico de un modo claro: «Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios. Díjole Jesús: Tú lo has dicho…. Ellos respondieron: Reo es de muerte». (Mt. 26, 63-66); después le condena el poder civil representado por Pilato, ante la petición del propio pueblo, a pesar de saber que su decisión no era justa: «Dijo el procurador: ¿y qué mal ha hecho?. Ellos gritaron más diciendo: ¡Crucifícale!. Viendo, pues, Pilato que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis…. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que le crucificaran». (Mt. 27, 23-26).
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II ESTACIÓN: JESÚS SALE CON LA CRUZ A CUESTAS
Después de haber sido, condenado, azotado, escarnecido, Jesús tiene que cargar con un pesado madero para dirigirse al Calvario donde va a ser crucificado. Las espaldas llagadas, cubierto de heridas, con un haz de espinas sobre la cabeza, atado del cuello como oveja que va al matadero, sin apenas fuerzas para tenerse en pie: «Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario,…». (Jn. 19, 16-17). Jesús carga con una cruz que no es suya, porque es la cruz de nuestros silencios, de nuestros desprecios, de nuestros pecados.
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III ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Jesús apenas puede andar, el dolor de las heridas y del peso de la cruz hacen que caiga al suelo empujado por el verdugo que le lleva atado del cuello. Así dice el profeta: «Voy encorvado y encogido; todo el día camino sombrío; tengo las espaldas ardiendo; no hay parte ilesa en mi carne» (Salmo 37, 7-8).
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IV ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE
La Virgen María conocía las Escrituras, guardaba todo en su corazón. Ella sabía la horrible muerte que iba a tener su amadísimo Hijo: «… y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones». (Lc. 2, 35).
¿Alguien es capaz de imaginar tanto dolor en lo más profundo del alma de María?, ¿Alguien puede comprender lo que sintió Jesús al ver sufrimiento de su Madre?.
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V ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
Jesús, condenado a llevar su propia cruz, está ya tan exhausto, que los esbirros pudieron pensar que moría en el camino y cogen a Simón el cireneo que venía de los trabajos del campo y estaba mirando entre la muchedumbre para que le ayuda a llevar la cruz: «Echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron con la cruz, para que la llevase detrás de Jesús» (Lc. 23, 26).
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VI ESTACIÓN: LA PIADOSA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
La corona de espinas le producen dolorosas heridas; la sangre corre por su rostro y se le mete en los ojos mezclada con el polvo y el sudor. Dice la tradición que una valiente mujer llamada Verónica se apiada de El viéndole en tal estado y limpia con su pañuelo el rostro de Jesús cuya imagen queda impresa en el pañuelo.
«… muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano». (Isaías 52, 14).
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VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Jesús extenuado, apenas puede tenerse en pie; tropieza y cae otra vez entre las burlas de los soldados y los judíos, aquellos que pidieron su crucifixión. con la cruz a cuestas camino del Calvario. – La cruz que Tú me mandes. Y la lleva para que la nuestra sea menos pesada. Nos encontramos con la cruz y la rechazamos, a veces con arrogancia, sin darnos cuenta de que Jesús la ha santificado, y quiere que sea nuestra santificación.
«Fue, El, ciertamente, quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras nosotros le tuvimos por castigado, herido de Dios y abatido». Isaías 53, 4).
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VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». (Lc 23, 28). El Señor nos dice: no llores por Mí, llora más bien por tí. Yo acepto la voluntad de mi Padre y muero por amor. Yo abrazo la muerte para que tengas vida, ¿hasta cuando vas a despreciar mi misericordia?.
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IX ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Jesús, exhausto, cae en tierra por tercera vez poco antes de llegar a donde ha de ser crucificado, entre insultos le obligan a levantarse y seguir caminando. «Siento palpitar mi corazón; me abandonan las fuerzas y me falta hasta la luz de mis ojos». (Salmo 37, 11). Señor que ofreces tu rostros misericordioso a quienes te matan, y todo por amor, por darnos un espíritu nuevo, como dice el profeta Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne».
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X ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
«Se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para ver que se llevaba cada uno» (Mc. 15, 24). Más dolor aún, al arrancarle las vestiduras pegadas a las heridas y dejarle desnudo ante el populacho. Dice el Salmo 22: «Yo soy un gusano, y ya no un hombre; vergüenza de los hombres y basura del pueblo. Mis huesos se han descoyuntado, mi corazón se derrite como cera. Se reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica se juegan a los dados». ¡Qué dolor tan inmenso sentiría tu Madre al verte de aquella manera!.
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XI ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Jesús es tendido en la cruz, y atraviesan sus manos y sus pies, miembros llenos de nervios, músculos y venas, que son los más sensibles al dolor, con gruesos clavos produciéndole un inmenso dolor. «Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron» (Lc. 23, 33). En el monte Calvario crucifican a Jesús, como un malhechor, como un bandido. Es el precio de nuestra redención. Abre sus brazos y quiere estrechar con ellos a todos los hombres, para decirles hasta dónde llega el amor de Dios.
* * *
XII ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
«Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la región hasta las tres de la tarde. El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio. Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: Padre, a tus manos confío mi espíritu. Y dicho esto, expiró». (Lc. 23, 44-46). Todo se ha cumplido. Si el grano no cae en tierra y muere, no da fruto. Acepto la muerte que quieras enviarme; sea para tu gloria Señor, y que rendido a tu voluntad, con el último latido de mi corazón te ame.
* * *
XIII ESTACIÓN: JESÚS EN BRAZOS DE SU MADRE
José de Arimatea y Nicodemo le bajan de la cruz y le ponen en brazos de su Madre; la Virgen María lo abraza con inmenso amor. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», dice el Señor; pero a aquellos que más ama les presenta más duro el camino y más silenciosa la verdad. Aunque Ella sabe muy bien que los judíos no le quitaron la vida sin el propio consentimiento, pues recordaría las palabras de su Hijo: «Yo doy mi vida; nadie me la quita sino que Yo mismo la doy de mi propia voluntad…» (Jn. 10, 18), y Ella acepta que la entregue voluntariamente aunque eso le causa un inmenso sufrimiento. Pero ese dolor, Santísima María, se tornará en poder, y esas lágrimas en dones. Ruega por nosotros Madre nuestra.
* * *
XIV ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
«… tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro…» (Mt. 27, 59). Pagaste por nuestros pecados. A precio de cruz nos compraste el cielo. Jesús es enterrado y la tumba sellada. Todo se ha consumado. Terminó tu sufrimiento; y tus enemigos pensaron que con ello habían acabado con Jesús definitivamente… ¡Pero Jesús resucitó! … y la oscuridad del sepulcro se convirtió en la luz del universo… y la sombra de la Cruz llena el mundo entero… con su muerte real, Jesús nos da vida real… ¡y eterna!, alabado sea Dios. De tu muerte ha nacido la resurrección y la gloria, y ese camino de la cruz que Tú recorriste en el primer Viernes Santo del mundo, seguirá siendo recorrido hasta el fin de los siglos.
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).
En el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo.
ACTO PENITENCIAL
Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén.
ORACIÓN
Señor Jesús, que tienes a todos los niños entre tus predilectos, vamos a recorrer y a meditar sobre tu camino de dolor, no tanto el que viviste hace siglos, sino el que sigues viviendo hoy especialmente en los niños que sufren. Tú te has identificado con nosotros los cristianos, pero también, de manera especial con todos los hombres que sufren. Tú sigues sangrando en las heridas de los hombres y de las mujeres de hoy. Todos somos víctimas del sufrimiento pero también somos culpables de que muchos sufran. Ayúdanos a reconocer nuestros errores y sembrar amor en nuestro corazón. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
La historia de la Pasión y muerte de Jesús comienza en el tribunal de Poncio Pilato, que era el Procurador Romano… El pueblo, azuzado por los sacerdotes grita exigiendo la muerte de Cristo, porque había dicho que Él era el Hijo de Dios. Finalmente, Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen; les dice: “¡He aquí el hombre! ”.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús fue condenado injustamente; y yo también muchas veces he sido regañado o castigado injustamente. Pero yo mismo he juzgado y rechazado a los demás también en muchas ocasiones. Pediré perdón a Dios.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús siempre dijo la verdad e hizo el bien.
“No juzgueis, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que vosotros juzguéis se os juzgará, y la medida con que midáis se usará para vosotros. ” (Mateo 7, 1-2)
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú aceptaste morir por mí para que yo tenga vida eterna y me haga hijo de Dios. Enséñame a apreciar siempre tu sacrificio.
Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
* * *
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS CARGA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS
Había la costumbre de dar muerte a los bandidos colgándolos de una cruz; y con esa muerte quisieron los judíos aniquilar a Jesús. Le cargan la cruz sobre los hombros y, entre burlas y golpes, lo hacen dirigirse al monte Calvario.
MENSAJE PARA MÍ:
En la carga de la cruz iban representados todos nuestros pecados. Cristo nos salva a todos, y quiere que yo sea su discípulo, siguiendo paso a paso el camino que Él ha recorrido, o sea, cargando sin debilidad la “cruz” de mis deberes y trabajos.
PARA REFLEXIONAR:
A partir del pecado original el hombre había perdido la amistad de Dios y Cristo vino a devolvérnosla. Con su Pasión y Muerte produjo méritos infinitos, que satisfacen los pecados de la humanidad.
“… pero donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Romanos 5, 20).
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú has escogido una muerte muy triste en la cruz. Has pagado un gran precio por mi redención. Haz que siempre lo recuerde.
Señor, te ofrezco el esfuerzo de mis tareas.
* * *
TERCERA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
El peso de la cruz es insoportable para el cuerpo fatigado y herido de Jesús, que cae por primera vez, dando a entender que los pecados de la humanidad, significados en la cruz, eran muy graves.
MENSAJE PARA MÍ:
Como cristiano, debo tomar mis “cruces” de cada día. Pero muchas veces me escapo y dejo mis clases, mis tareas, mis trabajos. Pediré al Señor su gracia para tomar mi cruz y cuando caiga por haber cometido una falta, levantarme animoso.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús nos salvó haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y resucitando de entre los muertos. Quiso padecer y morir por amor a nosotros, para reconciliarnos con Dios y llevarnos al cielo.
Con nuestras mentiras, desobediencias, malas palabras, pleitos y otros pecados con los que ofendemos a Dios, hacemos más pesada su Cruz. Pidamos perdón por ello.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu dolorosa caída bajo la cruz y el rápido levantamiento, me enseñan a arrepentirme y levantarme lo más pronto posible. Hazme fuerte para vencer mis malas inclinaciones.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. ¡Ten piedad de nosotros!
* * *
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE
Entre los gritos furiosos de la turba y los gemidos de las mujeres, Jesús puede sentir los suspiros de su Madre, la Virgen María, que es testigo de los tormentos de su Hijo.
MENSAJE PARA MÍ:
La Virgen María quería mucho a su Hijo, como todas las mamás del mundo aman a sus hijos. Por eso sigue a Jesús en la Pasión. Ella quiere cooperar en la salvación de todos los hombres. Me pone el ejemplo para tener buen corazón con las personas necesitadas: los pobres, los tristes y los enfermos.
PARA REFLEXIONAR:
La Virgen María tiene un lugar muy importante en la Iglesia, Ella es Modelo, Madre, Maestra, y Reina de la humanidad. Ella es el mejor camino que nos lleva a Jesús. Después de Dios, Ella es quien más merece nuestro amor.
A Jesús por María.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu afligida Madre se resignó a tu Pasión porque es también mi Madre, y desea ver que me porte como hijo de Dios. Jesús, quiero amar mucho a tu Santísima Madre.
Virgen María, Madre de Jesús, santifícame.
* * *
QUINTA ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO A CARGAR LA CRUZ
Viendo a Jesús malherido, los soldados comienzan a temer que se muera antes de llegar al monte Calvario. Obligan, pues, a un hombre de Cirene, llamado Simeón, a que le ayude con la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuando ayudo a los afligidos, a los enfermos, a los pobres y necesitados, es a Jesús a quien ayudo a llevar su cruz.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús es nuestro hermano porque Él es el Hijo de Dios y nosotros por el Bautismo también somos hijos de Dios. Cristo derramó su sangre por todos, para que juntos formemos una sola familia. Debemos amar a nuestros semejantes, porque son nuestros hermanos.
MI ORACIÓN:
Jesús, Simón te ayudó a llevar la cruz. Por eso hazme comprender el valor de mis trabajos para que me acerquen más a ti.
Te alabo, Señor, con mis hermanos.
* * *
SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Una mujer, llamada Verónica, tiene compasión de Jesús, viendo su aspecto desfallecido y maltratado, lleno de sangre y sudor. Quiere aliviarlo un poco enjugándole la cara con un paño limpio; en el paño queda impreso el rostro de Jesús.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús le agradece a la Verónica su caridad. Cuántas personas me ayudan, como mis papás, mis maestros y mis amigos; no seré ingrato y orgulloso con ellos, sino agradecido.
PARA REFLEXIONAR:
La Verónica fue una mujer buena que limpió el rostro herido de Jesús. Él le dio como premio la imagen de su rostro estampada en aquella tela.
Al igual que la Verónica, también yo debo poner atención a las necesidades de los demás.
“Haz con el prójimo lo que quieras que él haga contigo” (Mateo 7, 12)
MI ORACIÓN:
Jesús, cuán generosamente recompensaste a esta mujer. Cuando yo lucho contra el pecado y ayudo a los más necesitados, Tú me recompensas viniendo a mi corazón.
Jesús, enséñame a amar a los demás y que se cumpla lo que Tú has dicho: “Cualquier cosa que hagas con uno de esos pobres, conmigo lo haces” (Mateo 25, 40).
* * *
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
El camino hacia el Calvario parece inacabable. Jesús se agota cada vez más y cae de nuevo, bajo el enorme peso de la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Una y otra vez puedo caer, por egoísmo, soberbia o debilidad, no soy fuerte. Pediré al Señor que me ayude para vencer las dificultades y no caer.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús me da ejemplo de levantarme lo más pronto posible. Se necesita reparar el mal hecho y acercarse al sacramento de la Confesión.
MI ORACIÓN:
Jesús, hago muchos propósitos y caigo, pero Tú me ayudas a levantarme para seguirte. Ayúdame, Jesús, robustece mi voluntad para procurar siempre el bien y evitar el mal.
* * *
OCTAVA ESTACIÓN: LAS MUJERES LLORAN AL VER A JESÚS
Al pasar por un sitio conocido como “Calle de la Amargura”, Jesús escucha las lamentaciones de un grupo de mujeres, que lloran por Él. Sacando fuerzas de entre su debilidad, Jesús les dice: “No lloreis por mí, sino por vosotros, y por vuestros hijos”.
MENSAJE PARA MÍ:
Como Jesús, debo tener tristeza por los pecados de todo el mundo; yo mismo procuraré hacer sufrir menos a Jesús evitando el mal.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios.
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú enseñaste a estas mujeres a llorar más bien por los pecados que por el dolor físico. Aumenta la fe en mi salvación, quiero ayudar a todos con alegría.
* * *
NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Cualquier piedra y hoyo en el camino es un obstáculo para Jesús, que camina terriblemente herido, chorreando sangre, con la vista nublada. De esta forma, cae por tercera vez, insistiendo en que pesan mucho nuestros pecados.
MENSAJE PARA MÍ:
Cristo ha caído, está en tierra, tirado por tanto dolor. ¿Hay alguien que le quiera ayudar? Todos lo han abandonado. Se levanta por sí solo y prosigue otra vez el camino del Calvario. Hoy Jesús sigue tirado en los enfermos, en los pobres, en los huérfanos y ancianos abandonados.
PARA REFLEXIONAR:
En nuestras penas y desalientos Cristo nos dice que se las encomendemos a Él y Él nos animará.
“Venid a mí todos los que estais afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. ” (Mateo 11, 28)
“Estad prevenidos y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. ” (Mateo 26, 41)
MI ORACIÓN:
Jesús, yo te veo inclinado hasta la tierra sufriendo por mí. Perdóname, Jesús, por las muchas veces que te he ofendido. Levántame por tu gran misericordia. Agradezco, Señor, tus obras.
* * *
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Por fin llega Jesús al monte Calvario. Descansa su hombro, pero la turba comienza a maltratarlo de nuevo, rasgándole la ropa, hasta despojarlo de sus vestiduras. Los soldados se sortean la túnica.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuántas veces yo mismo he maltratado a Jesús con mi comportamiento,, empujando o golpeando a mis hermanos, compañeros o amigos… Intentaré mejorar.
PARA REFLEXIONAR:
No fue fácil para Jesús, como hombre, aceptar su Pasión y Muerte, también sintió angustia y dolor. En la Oración del Huerto, cuando sudó sangre le pidió al Padre celestial que, de ser posible, lo salvara de esos tormentos, sin embargo, se sometió totalmente a Su voluntad.
MI ORACIÓN:
Jesús, te despojan de tus vestidos. Haz que yo me despoje de todo lo que es malo, para poder seguirte generosamente. Perdón, Señor, porque he pecado contra Ti.
* * *
UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Antes del mediodía, los soldados comienzan a clavar en la cruz a Jesús, traspasándole las manos y los pies. La gente, mientras tanto, está ansiosa por verlo morir.
MENSAJE PARA MÍ:
Yo no puedo hacer nada para defender a Jesús, pero sí puedo hacer mucho por mis hermanos, por mis compañeros y vecinos; en todos ellos cuando sufren vuelve a ser crucificado Jesús. Nunca tendré deseos de venganza; siempre amaré a los demás, pues así lo quiere Dios.
PARA REFLEXIONAR:
La Cruz para el cristiano significa salvación, amor de Dios, victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En la Cruz de Cristo se cumplieron las promesas de Dios, que nos daría un Redentor, para la salvación de nuestras almas.
MI ORACIÓN:
Jesús, te clavan en la cruz por mí. ¿Cómo puedo quejarme de tus mandatos que son para mí la salvación? Jesús, quiero estar contigo en la cruz.
Gracias, Padre, por darnos a tan gran Redentor. Gracias Jesús por reconciliarnos con Dios.
* * *
DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Una vez clavado en la cruz, Jesús es elevado, para agonizar penosamente y morir a eso de las tres de la tarde. Sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ”, hacen vibrar la tierra, mientras la gente se llena de miedo y las cortinas del templo se rasgan de arriba hacia abajo. ¡Ha muerto el Hijo de Dios!
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús muere. Así cumple la voluntad del Padre eterno: darnos a todos la salvación y la vida eterna. La muerte de Jesús es el camino de la Resurrección, y es el camino que yo debo recorrer: muerte al pecado para resucitar un día en el Cielo.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús muere por nosotros porque es el Buen Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. ” (Juan 10, 11). Jesús vence a la muerte resucitando glorioso, al tercer día, para nunca más morir.
MI ORACIÓN:
Jesús, has muerto en la cruz, y me enseñas el amor y el perdón. Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.
* * *
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: LA VIRGEN MARÍA RECIBE EL CUERPO DE SU HIJO
Al atardecer, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús y lo entregan a la Virgen María, que sufre inconsolable.
MENSAJE PARA MÍ:
También la Virgen María sufre por mis faltas, pues cuando me porto mal vuelvo a renovar la muerte de su Hijo Jesús.
PARA REFLEXIONAR:
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. ” (Juan 19, 26-27)
Jesús, en la persona del apóstol San Juan, nos dejó a María como Madre de todos los hombres.
MI ORACIÓN:
Jesús, una espada de dolor atravesó el corazón de tu Santísima Madre cuando fuiste puesto sin vida en sus brazos. Ayúdame a ser hijo leal de María, mi Madre.
Madre llena de dolores, haz Tú que cuando expiremos, entreguemos nuestras almas por tus manos al Señor.
* * *
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús hay un huerto con un sepulcro nuevo. Ahí colocan a Jesús. La Virgen María y los Discípulos esperan que finalmente resucite, para vencer a la muerte y al pecado, como El habia dicho.
MENSAJE PARA MÍ:
Pienso en mi bautismo, que es una muerte al pecado. He sido sepultado con Cristo, para resucitar a una nueva vida con Él.
PARA REFLEXIONAR:
Participamos en la muerte y resurrección de Jesucristo, apartándonos del pecado y viviendo en gracia para poder un día resucitar con Él.
Para fomentar más mi fe de cristiano debo creer en la Resurrección y practicar la vida que Jesús nos puso como ejemplo en sus obras y palabras.
MI ORACIÓN:
Jesús, tus enemigos han triunfado al sellar tu tumba. Pero tu triunfo eterno comenzó la mañana de Pascua con tu Resurrección. Ayúdame, Jesús, a confiar en la Resurrección de mi alma.
Si morimos contigo, creemos que resucitaremos contigo. Tú eres nuestra salvación y nuestra gloria para siempre.
La historia de la Pasión y muerte de Jesús comienza en el tribunal de Poncio Pilato, que era el Procurador Romano… El pueblo, azuzado por los sacerdotes grita exigiendo la muerte de Cristo, porque había dicho que Él era el Hijo de Dios. Finalmente, Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen; les dice: “¡He aquí el hombre! ”.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús fue condenado injustamente; y yo también muchas veces he sido regañado o castigado injustamente. Pero yo mismo he juzgado y rechazado a los demás también en muchas ocasiones. Pediré perdón a Dios.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús siempre dijo la verdad e hizo el bien.
“No juzgueis, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que vosotros juzguéis se os juzgará, y la medida con que midáis se usará para vosotros. ” (Mateo 7, 1-2)
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú aceptaste morir por mí para que yo tenga vida eterna y me haga hijo de Dios. Enséñame a apreciar siempre tu sacrificio.
Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
SEGUNDA ESTACIÓN:
JESÚS CARGA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS.
Había la costumbre de dar muerte a los bandidos colgándolos de una cruz; y con esa muerte quisieron los judíos aniquilar a Jesús. Le cargan la cruz sobre los hombros y, entre burlas y golpes, lo hacen dirigirse al monte Calvario.
MENSAJE PARA MÍ:
En la carga de la cruz iban representados todos nuestros pecados. Cristo nos salva a todos, y quiere que yo sea su discípulo, siguiendo paso a paso el camino que Él ha recorrido, o sea, cargando sin debilidad la “cruz” de mis deberes y trabajos.
PARA REFLEXIONAR:
A partir del pecado original el hombre había perdido la amistad de Dios y Cristo vino a devolvérnosla. Con su Pasión y Muerte produjo méritos infinitos, que satisfacen los pecados de la humanidad.
“… pero donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Romanos 5, 20).
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú has escogido una muerte muy triste en la cruz. Has pagado un gran precio por mi redención. Haz que siempre lo recuerde.
Señor, te ofrezco el esfuerzo de mis tareas.
TERCERA ESTACIÓN:
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
El peso de la cruz es insoportable para el cuerpo fatigado y herido de Jesús, que cae por primera vez, dando a entender que los pecados de la humanidad, significados en la cruz, eran muy graves.
MENSAJE PARA MÍ:
Como cristiano, debo tomar mis “cruces” de cada día. Pero muchas veces me escapo y dejo mis clases, mis tareas, mis trabajos. Pediré al Señor su gracia para tomar mi cruz y cuando caiga por haber cometido una falta, levantarme animoso.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús nos salvó haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y resucitando de entre los muertos. Quiso padecer y morir por amor a nosotros, para reconciliarnos con Dios y llevarnos al cielo.
Con nuestras mentiras, desobediencias, malas palabras, pleitos y otros pecados con los que ofendemos a Dios, hacemos más pesada su Cruz. Pidamos perdón por ello.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu dolorosa caída bajo la cruz y el rápido levantamiento, me enseñan a arrepentirme y levantarme lo más pronto posible. Hazme fuerte para vencer mis malas inclinaciones.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. ¡Ten piedad de nosotros!
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE.
Entre los gritos furiosos de la turba y los gemidos de las mujeres, Jesús puede sentir los suspiros de su Madre, la Virgen María, que es testigo de los tormentos de su Hijo.
MENSAJE PARA MÍ:
La Virgen María quería mucho a su Hijo, como todas las mamás del mundo aman a sus hijos. Por eso sigue a Jesús en la Pasión. Ella quiere cooperar en la salvación de todos los hombres. Me pone el ejemplo para tener buen corazón con las personas necesitadas: los pobres, los tristes y los enfermos.
PARA REFLEXIONAR:
La Virgen María tiene un lugar muy importante en la Iglesia, Ella es Modelo, Madre, Maestra, y Reina de la humanidad. Ella es el mejor camino que nos lleva a Jesús. Después de Dios, Ella es quien más merece nuestro amor.
A Jesús por María.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu afligida Madre se resignó a tu Pasión porque es también mi Madre, y desea ver que me porte como hijo de Dios. Jesús, quiero amar mucho a tu Santísima Madre.
Virgen María, Madre de Jesús, santifícame.
QUINTA ESTACIÓN:
JESÚS ES AYUDADO A CARGAR LA CRUZ
Viendo a Jesús malherido, los soldados comienzan a temer que se muera antes de llegar al monte Calvario. Obligan, pues, a un hombre de Cirene, llamado Simeón, a que le ayude con la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuando ayudo a los afligidos, a los enfermos, a los pobres y necesitados, es a Jesús a quien ayudo a llevar su cruz.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús es nuestro hermano porque Él es el Hijo de Dios y nosotros por el Bautismo también somos hijos de Dios. Cristo derramó su sangre por todos, para que juntos formemos una sola familia. Debemos amar a nuestros semejantes, porque son nuestros hermanos.
MI ORACIÓN:
Jesús, Simón te ayudó a llevar la cruz. Por eso hazme comprender el valor de mis trabajos para que me acerquen más a ti.
Te alabo, Señor, con mis hermanos.
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS.
Una mujer, llamada Verónica, tiene compasión de Jesús, viendo su aspecto desfallecido y maltratado, lleno de sangre y sudor. Quiere aliviarlo un poco enjugándole la cara con un paño limpio; en el paño queda impreso el rostro de Jesús.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús le agradece a la Verónica su caridad. Cuántas personas me ayudan, como mis papás, mis maestros y mis amigos; no seré ingrato y orgulloso con ellos, sino agradecido.
PARA REFLEXIONAR:
La Verónica fue una mujer buena que limpió el rostro herido de Jesús. Él le dio como premio la imagen de su rostro estampada en aquella tela.
Al igual que la Verónica, también yo debo poner atención a las necesidades de los demás.
“Haz con el prójimo lo que quieras que él haga contigo” (Mateo 7, 12)
MI ORACIÓN:
Jesús, cuán generosamente recompensaste a esta mujer. Cuando yo lucho contra el pecado y ayudo a los más necesitados, Tú me recompensas viniendo a mi corazón.
Jesús, enséñame a amar a los demás y que se cumpla lo que Tú has dicho: “Cualquier cosa que hagas con uno de esos pobres, conmigo lo haces” (Mateo 25, 40).
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
El camino hacia el Calvario parece inacabable. Jesús se agota cada vez más y cae de nuevo, bajo el enorme peso de la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Una y otra vez puedo caer, por egoísmo, soberbia o debilidad, no soy fuerte. Pediré al Señor que me ayude para vencer las dificultades y no caer.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús me da ejemplo de levantarme lo más pronto posible. Se necesita reparar el mal hecho y acercarse al sacramento de la Confesión.
MI ORACIÓN:
Jesús, hago muchos propósitos y caigo, pero Tú me ayudas a levantarme para seguirte. Ayúdame, Jesús, robustece mi voluntad para procurar siempre el bien y evitar el mal.
LAS MUJERES LLORAN AL VER A JESÚS.
Al pasar por un sitio conocido como “Calle de la Amargura”, Jesús escucha las lamentaciones de un grupo de mujeres, que lloran por Él. Sacando fuerzas de entre su debilidad, Jesús les dice: “No lloreis por mí, sino por vosotros, y por vuestros hijos”.
MENSAJE PARA MÍ:
Como Jesús, debo tener tristeza por los pecados de todo el mundo; yo mismo procuraré hacer sufrir menos a Jesús evitando el mal.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios.
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú enseñaste a estas mujeres a llorar más bien por los pecados que por el dolor físico. Aumenta la fe en mi salvación, quiero ayudar a todos con alegría.
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
Cualquier piedra y hoyo en el camino es un obstáculo para Jesús, que camina terriblemente herido, chorreando sangre, con la vista nublada. De esta forma, cae por tercera vez, insistiendo en que pesan mucho nuestros pecados.
MENSAJE PARA MÍ:
Cristo ha caído, está en tierra, tirado por tanto dolor. ¿Hay alguien que le quiera ayudar? Todos lo han abandonado. Se levanta por sí solo y prosigue otra vez el camino del Calvario. Hoy Jesús sigue tirado en los enfermos, en los pobres, en los huérfanos y ancianos abandonados.
PARA REFLEXIONAR:
En nuestras penas y desalientos Cristo nos dice que se las encomendemos a Él y Él nos animará.
“Venid a mí todos los que estais afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. ” (Mateo 11, 28)
“Estad prevenidos y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. ” (Mateo 26, 41)
MI ORACIÓN:
Jesús, yo te veo inclinado hasta la tierra sufriendo por mí. Perdóname, Jesús, por las muchas veces que te he ofendido. Levántame por tu gran misericordia. Agradezco, Señor, tus obras.
DÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
Por fin llega Jesús al monte Calvario. Descansa su hombro, pero la turba comienza a maltratarlo de nuevo, rasgándole la ropa, hasta despojarlo de sus vestiduras. Los soldados se sortean la túnica.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuántas veces yo mismo he maltratado a Jesús con mi comportamiento,, empujando o golpeando a mis hermanos, compañeros o amigos… Intentaré mejorar.
PARA REFLEXIONAR:
No fue fácil para Jesús, como hombre, aceptar su Pasión y Muerte, también sintió angustia y dolor. En la Oración del Huerto, cuando sudó sangre le pidió al Padre celestial que, de ser posible, lo salvara de esos tormentos, sin embargo, se sometió totalmente a Su voluntad.
MI ORACIÓN:
Jesús, te despojan de tus vestidos. Haz que yo me despoje de todo lo que es malo, para poder seguirte generosamente. Perdón, Señor, porque he pecado contra Ti.
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ.
Antes del mediodía, los soldados comienzan a clavar en la cruz a Jesús, traspasándole las manos y los pies. La gente, mientras tanto, está ansiosa por verlo morir.
MENSAJE PARA MÍ:
Yo no puedo hacer nada para defender a Jesús, pero sí puedo hacer mucho por mis hermanos, por mis compañeros y vecinos; en todos ellos cuando sufren vuelve a ser crucificado Jesús. Nunca tendré deseos de venganza; siempre amaré a los demás, pues así lo quiere Dios.
PARA REFLEXIONAR:
La Cruz para el cristiano significa salvación, amor de Dios, victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En la Cruz de Cristo se cumplieron las promesas de Dios, que nos daría un Redentor, para la salvación de nuestras almas.
MI ORACIÓN:
Jesús, te clavan en la cruz por mí. ¿Cómo puedo quejarme de tus mandatos que son para mí la salvación? Jesús, quiero estar contigo en la cruz.
Gracias, Padre, por darnos a tan gran Redentor. Gracias Jesús por reconciliarnos con Dios.
DUODÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
Una vez clavado en la cruz, Jesús es elevado, para agonizar penosamente y morir a eso de las tres de la tarde. Sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ”, hacen vibrar la tierra, mientras la gente se llena de miedo y las cortinas del templo se rasgan de arriba hacia abajo. ¡Ha muerto el Hijo de Dios!
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús muere. Así cumple la voluntad del Padre eterno: darnos a todos la salvación y la vida eterna. La muerte de Jesús es el camino de la Resurrección, y es el camino que yo debo recorrer: muerte al pecado para resucitar un día en el Cielo.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús muere por nosotros porque es el Buen Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. ” (Juan 10, 11). Jesús vence a la muerte resucitando glorioso, al tercer día, para nunca más morir.
MI ORACIÓN:
Jesús, has muerto en la cruz, y me enseñas el amor y el perdón. Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: LA VIRGEN MARÍA RECIBE EL CUERPO DE SU HIJO.
Al atardecer, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús y lo entregan a la Virgen María, que sufre inconsolable.
MENSAJE PARA MÍ:
También la Virgen María sufre por mis faltas, pues cuando me porto mal vuelvo a renovar la muerte de su Hijo Jesús.
PARA REFLEXIONAR:
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. ” (Juan 19, 26-27)
Jesús, en la persona del apóstol San Juan, nos dejó a María como Madre de todos los hombres.
MI ORACIÓN:
Jesús, una espada de dolor atravesó el corazón de tu Santísima Madre cuando fuiste puesto sin vida en sus brazos. Ayúdame a ser hijo leal de María, mi Madre.
Madre llena de dolores, haz Tú que cuando expiremos, entreguemos nuestras almas por tus manos al Señor.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN:
JESÚS ES SEPULTADO.
Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús hay un huerto con un sepulcro nuevo. Ahí colocan a Jesús. La Virgen María y los Discípulos esperan que finalmente resucite, para vencer a la muerte y al pecado, como El habia dicho.
MENSAJE PARA MÍ:
Pienso en mi bautismo, que es una muerte al pecado. He sido sepultado con Cristo, para resucitar a una nueva vida con Él.
PARA REFLEXIONAR:
Participamos en la muerte y resurrección de Jesucristo, apartándonos del pecado y viviendo en gracia para poder un día resucitar con Él.
Para fomentar más mi fe de cristiano debo creer en la Resurrección y practicar la vida que Jesús nos puso como ejemplo en sus obras y palabras.
MI ORACIÓN:
Jesús, tus enemigos han triunfado al sellar tu tumba. Pero tu triunfo eterno comenzó la mañana de Pascua con tu Resurrección. Ayúdame, Jesús, a confiar en la Resurrección de mi alma.
Si morimos contigo, creemos que resucitaremos contigo. Tú eres nuestra salvación y nuestra gloria para siempre.
Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?». La respuesta de Jesús fue: «Voy a Roma para ser crucificado de nuevo». En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes víctimas del incendio en la ciudad de Santa María a principios de este año. Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
Os presentamos el Vía Crucis de la Madre Teresa de Calcuta, compuesto para los jóvenes con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico Internacional de 1976. Un recorrido por la Pasión de Cristo, de ayer y de hoy…
* * *
Oración de inicio
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida.
Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti.
Haznos capaces de permanecer con paciencia y ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda.
Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos contigo, podemos resucitar contigo.
Amén.
I. Jesús es condenado a muerte
Llegada la mañana todos los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo, tuvieron consejo contra Jesús para matarlo, y atado lo llevaron al procurador Pilato.
Mt 27, 1-2.
El pequeño niño que tiene hambre, que se come su pan pedacito a pedacito porque teme que se termine demasiado pronto y tenga otra vez hambre. Esta es la primera estación del calvario.
II. Jesús carga con la cruz
Entonces se lo entregó para que lo crucificasen. Tomaron, pues, a Jesús, que llevando la cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota.
Jn 19, 16-17.
¿No tengo razón? ¡Muchas veces miramos pero no vemos nada! Todos nosotros tenemos que llevar la cruz y tenemos que seguir a Cristo al Calvario si queremos reencontrarnos con Él. Yo creo que Jesucristo, antes de su muerte, nos ha dado su Cuerpo y su Sangre para que nosotros podamos vivir y tengamos bastante ánimo para llevar la cruz y seguirle, paso a paso.
III. Jesús cae por primera vez
Dijo Jesús: El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame, pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida, ese la salvará.
Mt 16, 24.
En nuestras estaciones del Via Crucis vemos que caen los pobres y los que tienen hambre, como se ha caído Cristo. ¿Estamos presentes para ayudarle a Él? ¿Lo estamos con nuestro sacrificio, nuestro verdadero pan? Hay miles y miles de personas que morirían por un bocadito de amor, por un pequeño bocadito de aprecio. Esta es una estación del Via Crucis donde Jesús se cae de hambre.
IV. Jesús encuentra a su Madre
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí.
Lc 1, 45-49.
Nosotros conocemos la cuarta estación del Vía Crucis en la que Jesús encuentra a su Madre. ¿Somos nosotros los que sufrimos las penas de una madre? ¿Una madre llena de amor y de comprensión? ¿Estamos aquí para comprender a nuestra juventud si se cae? ¿Si está sola? ¿Si no se siente deseada? ¿Estamos entonces presentes?
V. El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Cuando le llevaban a crucificar, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que venía del campo y le obligaron a ayudarle a llevar la cruz.
Lc 23, 26.
Simón de Cirene tomaba la cruz y seguía a Jesús, le ayudaba a llevar su cruz. Con lo que habéis dado durante el año, como signo de amor a la juventud, los miles y millones de cosas que habéis hecho a Cristo en los pobres, habéis sido Simón de Cirene en cada uno de vuestros hechos.
VI. La Verónica limpia el rostro de Jesús
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me distéis de beber.
Mt 25, 35.
Con respecto a los pobres, los abandonados, los no deseados… ¿somos como la Verónica? ¿Estamos presentes para quitar sus preocupaciones y compartir sus penas? ¿O somos parte de los orgullosos que pasan y no pueden ver?
VII. Jesús cae por segunda vez
¿Quiénes son mi madre y mis parientes? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos dijo Jesús: he aquí a mi madre y a mis parientes quienquiera que haga la voluntad de mi Padre.
Mt 12, 48-50.
Jesús cae de nuevo. ¿Hemos recogido a personas de la calle que han vivido como animales y se murieron entonces como ángeles? ¿Estamos presentes para levantarlos? También en vuestro país podéis ver a gente en el parque que están solos, no deseados, no cuidados, sentados, miserables. Nosotros los rechazamos con la palabra alcoholizados. No nos importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras manos para limpiar sus caras. ¿Podéis hacerlo? o ¿pasaréis sin mirar?
VIII. Jesús consuela a las mujeres
Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se lamentaban y lloraban por Él. Vuelto hacia ellas les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos.
Lc 23, 27-28.
Padre Santo, yo rezo por ellas para que se consagren a tu santo nombre, santificadas por Ti; para que se entreguen a tu servicio, se te entreguen en el sacrificio. Para eso me consagro yo también y me entrego como sacrificio con Cristo.
IX. Jesús cae por tercera vez
Os he dicho esto para que tengáis paz conmigo. En el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad: yo he vencido al mundo.
Jn 16, 33.
Jesús cae de nuevo para ti y para mí. Se le quitan sus vestidos. Hoy se le roba a los pequeños el amor antes del nacimiento. Ellos tienen que morir porque nosotros no deseamos a estos niños. Estos niños deben quedarse desnudos, porque nosotros no los deseamos, y Jesús toma este grave sufrimiento. El no nacido toma este sufrimiento porque no tiene más remedio de desearle, de amarle, de quedarme con mi hermano, con mi hermana.
X. Jesús es despojado de sus vestiduras
Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado y la túnica.
Jn 19, 23.
¡Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas, fatigas y torturas de la vida diaria, para que logremos siempre una más grande y creativa abundancia de vida!
XI. Jesús es clavado en la cruz
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí con dos malhechores Jesús decía: padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
Lc 23, 33.
Jesús es crucificado. ¡Cuántos disminuidos psíquicos, retrasados mentales llenan las clínicas! ¡Cuántos hay en nuestra propia patria! ¿Les visitamos? ¿Compartimos con ellos este calvario? ¿Sabemos algo de ellos? Jesús nos ha dicho: Si vosotros queréis ser mis discípulos, tomad la cruz y seguidme y Él opina que nosotros hemos de coger la cruz y que le demos de comer a Él en los que tienen hambre, que visitemos a los desnudos y los recibamos por Él en nuestra casa y que hagamos de ella su hogar.
XII. Jesús muere en la cruz
Después de probar el vinagre, Jesús dijo: Todo está cumplido, e inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Jn 19, 30.
¡Empecemos las estaciones de nuestro vía crucis personal con ánimo y con gran alegría, pues tenemos a Jesús en la sagrada Comunión, que es el Pan de la Vida que nos da vida y fuerza! Su sufrimiento es nuestra energía, nuestra alegría, nuestra pureza. Sin Él no podemos hacer nada.
XIII. Jesús es bajado de la cruz
Al caer la tarde vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era discípulo de Jesús tomó su cuerpo y lo envolvió en una sábana limpia.
Mt 27, 57-59.
¡Vosotros jóvenes, llenos de amor y de energía, no desperdiciéis vuestras fuerzas en cosas sin sentido!
XIV. Jesús es sepultado
Había un huerto cerca del sitio donde fue crucificado Jesús, y en él un sepulcro nuevo, en el cual aún nadie había sido enterrado y pusieron allí a Jesús.
Jn 19, 41-42.
¡Mirad a vuestro alrededor y ved! Mirad a vuestros hermanos y hermanas, no sólo en vuestro país, sino en todas las partes donde hay personas con hambre que os esperan. Desnudos que no tienen patria. ¡Todos os miran! ¡No les volváis la espalda, pues ellos son el mismo Cristo!
Qué aburrido! –piensa Dalma, la nieta adolescente; pero, al recordar que están en Semana Santa, decide ir.
–¡Vamos! –grita Matías, de ocho, que ve en la invitación una ocasión para atrapar palomas en el campanario.
Es una tarde fría. El cielo está nublado.
Llegan a la Iglesia. Un candado avisa que está cerrada. La abuela les indica ir por el lateral; seguro que, la puerta estará abierta.
Entran por la parte trasera. No hay nadie adentro…
–¿Qué les parece si rezamos el Vía Crucis?
–¿Qué es eso? –pregunta Matías .
–Es recorrer, siguiendo estos cuadritos, el camino que hizo Jesús llevando la Cruz, hasta su muerte –responde su hermana.
El niño se para frente al primer cuadro y lee: «Jesús es con–de–na–do». Mira a las mujeres y con picardía pide una explicación.
La nona hace un gesto de complicidad y comienza con el relato:
«Eso fue en la mañana del viernes. El gobernador sabía que era inocente. Y, buscando excusas para liberarlo, les dio a elegir al gentío entre Cristo y Barrabás, un asesino que nadie quería.
«La muchedumbre pidió a gritos que liberen al delincuente; y que crucifiquen a Jesús. ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’, gritaban enfurecidos.
–Pero… ¿no era bueno? –comentó Matías.
–Buenísimo. Él los había curado, les había dado de comer, les había enseñado las cosas de Dios, como en la catequesis –dijo la mujer acariciando la cabecita del pequeño y prosiguió con el relato.
«Entonces, para que la gente se calmase, el gobernador mandó azotar al Nazareno.
–Eso es lo más impresionante de la película… –comentó Dalma– …cuando le arrancan la carne a latigazos.
«Después –continuó la abuela– lo abofetearon y le clavaron una corona de espinas.
«Pero aún faltaba lo peor: la humillación de llevar la cruz hasta la cima del monte Calvario, donde sería crucificado.
«Jesús carga con la Cruz. Apenas sale a la calle, la gente se amontona. Algunos aprovechan para insultarlo y escupirlo. Otros, para demostrarle a los soldados que no estaban de su lado, le gritan groserías.
«Entre ellos está uno de los que había curado la lepra, está la madre de una niña que había resucitado… Cristo los reconoce. Podría llamarlos por su nombre. Los mira. Ellos prefieren bajar la cabeza.
Dalma se imagina entre la gente. Se siente parte del relato.
«Se escuchan ruidos de metales. Son los soldados que vienen a exigirle que se apure. Al día siguiente es feriado y quieren terminar temprano. Uno le da un empujón. Jesús cae por primera vez.
–Acá está el dibujo –dice Matías, señalando la tercera estación.
–¿Alguna vez te caíste?
El niño recuerda cuando se cayó de la bicicleta. Le había sangrado el codo y se había raspado las rodillas. Lo peor había sido cuando su mamá le lavó las heridas con agua y jabón.
–¡Ay! –exclamó al comprender. La nona siguió contando.
«Los soldados se enfurecieron porque demoraba en ponerse de pie. Uno le tiraba de los pelos, otro lo azotaba.
«Gritó tan fuerte que María, que estaba lejos, lo escuchó.
«Luego se abrió paso entre la multitud.
«Por fin, Jesús se encuentra con su Madre». Pero está tan desfigurado que ella no lo reconoce. Lo mira a los ojos y consigue ver en ellos, al pequeño que había crecido entre sus brazos.
«Se contemplan durante unos instantes. El ambiente se llena de ternura. La gente, emocionada, los contempla sin hablar, hasta que otro latigazo obliga a Cristo a separarse de su mamá.
«La Virgen se queda sola.»
Los niños sienten compasión por la Madre de Dios.
Caminan unos pasos y se detienen en la quinta estación.
–¿Quién es ese hombre?
–Simón de Cirene carga con la Cruz –lee la joven, a modo de respuesta.
«Cristo no tiene más fuerzas para continuar. Entonces, los soldados buscan a un hombre para que le ayude a cargar con los maderos.
«Lleno de miedo, Simón se niega. Se siente poca cosa para estar al lado de Cristo. Éste lo mira y le infunde confianza. El cireneo vence el miedo y le ayuda con la Cruz.
«Es un aporte ínfimo entre tanto dolor, pero significa mucho para Cristo que recibe agradecido el favor de su nuevo amigo.
–Cuando sea grande, yo le voy a ayudar –agrega el pequeño.
–No hace falta que crezcas. Ahora podés hacerlo: siendo obediente, haciendo las tareas, no peleando… Eso hace muy feliz a Jesús.
Se detienen en la sexta estación. La abuela se inclina hacia la nieta y en la intimidad le comenta:
«Entre la muchedumbre hay una mujer que simpatizaba con su mensaje y con el grupo de mujeres que lo seguía; pero, por tímida, no se había comprometido a seguirlo.
«Obligan a Cristo a tomar un atajo y, sin esperarlo, pasa delante de ella. Al verlo tan cerca, la mujer rompe con su timidez, arranca un lienzo de su vestido y, cuidadosamente, Verónica enjuaga el rostro del Señor.
Dalma, recuerda cuando por «timidez», no defendió el mensaje de la Iglesia entre sus compañeras… y se avergüenza.
La abuela teme que la joven esté aburrida y quiera regresar a casa.
–Seguí contando –dijo el mocoso.
La joven toca el brazo de la abuela con gesto indeciso y también le pide que siga con el relato.
Miran hacia atrás. Las puertas estaban abiertas. Había muchas personas recorriendo el Vía Crucis. Algunos rezaban el Rosario. Otros, en fila, esperaban para confesarse.
En la casa, no ha dejado de sonar el teléfono. Son las adolescentes que preguntan por su amiga.
«Salió con la abuela» –responde la mamá una y otra vez. Al pasar por la habitación del niño sonríe: no está con los jueguitos de la computadora.
–Si quieren que sigamos, tenemos que cruzar del otro lado.
Los niños aceptan, buscan la séptima estación y se detienen frente a ella.
«Estaba muy cansado, sus pasos eran cada vez más cortos y torpes. De pronto, topa con una piedra y cae por segunda vez.
La abuela piensa en las caídas del alma que suelen ser más dolorosas que las otras. Recuerda las veces que prometió no volver a caer y que igual tropezó con la misma piedra.
Admite que su carácter, sus caprichos y su egoísmo, terminan siendo las piedras con las que tropieza Cristo. Obstáculos que traicionan el camino espiritual.
–Abuela: ¿quiénes son estas señoras? –la interrumpe en su reflexión, Matías.
–Son un grupo de mujeres que, afligidas por lo que está pasando, lloran sin consuelo. Cristo se detiene ante ellas y les dice: «No lloren por mí, sino por sus pecados y por sus hijos.
«Les explica que causan más sufrimiento las faltas de caridad y la indiferencia de su hijos, que los latigazos de los romanos. Así, Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
–Voy a pedirte una cosa, –le dijo a Matías que, como a todo niño, le gusta que le hagan encargos importantes–. Quiero que en tus oraciones pidas perdón por las ofensas de los hombres que no rezan, que no van a Misa y que blasfeman.
–Que rece por los ateos también –agrega Dalma.
–No solamente por ellos sino también por los bautizados que se han ido a otras iglesias, por los que sólo acuden a Dios en los momentos malos y después se olvidan…
«Por las mujeres que abortan y por las que no transmiten la fe a sus hijos –concluye la abuela y vuelve al Via Crucis:
«Le duele más el corazón que el cuerpo. Es tanta la amargura de su alma, que no resiste más… y cae por tercera vez.
«Sabe que con su sacrificio está pagando el rescate de todos los hombres que somos rehenes del pecado.
–Como los secuestros que aparecen en la tele.
–Algo parecido –responde la mujer con una leve sonrisa.
–Y acá… ¿qué pasó? –pregunta el niño.
«Llegaron al lugar de la crucifixión. Los soldados le quitan la ropa y se la sortean.
«Cristo, permanece en silencio, no se queja ni está enojado.
«Lo acuestan encima del madero que está en el suelo. Toman sus brazos y, traspasándolos a golpe de martillo, lo clavan en la Cruz. Toman sus pies y hacen lo mismo.
«Una vez clavado, lo elevan junto a dos malhechores. Allí lo dejan: con las heridas, la sangre y los brazos extendidos.
«Todo es desolación y misterio. María no puede creer lo que han hecho con su hijo. Desde la Cruz, Él la consuela con la mirada y le regala una tenue sonrisa.
«Luego llama a su amigo Juan, que estaba junto a María, y le pide que en adelante cuide de su mamá, que no la deje sola.
«María también se acerca para escuchar de labios de su hijo la última petición: «quiero que seas la Madre de todos».
«El cielo se oscurece. Tiembla la Tierra. Los ángeles lloran en el momento en que Cristo muere en la Cruz.
«Aquel niño nacido en un pesebre, aquel joven que había llorado y reído junto a sus amigos, aquel mismo que había sanado a tantos… estaba muerto.
«La reflexión ganó el corazón de todos. Al ver que habían clavado a un inocente, comenzaron a marcharse. Algunos soldados sintieron el sabor amargo del arrepentimiento; otros, el de la culpa.
«Lejos quedaron los días de gloria: el milagro de Caná, la pesca milagrosa, la resurrección de Lázaro, la entrada en Jerusalén.
«Hay dos seguidores: José de Arimatea y Nicodemo, que no habían participado de estos momentos pero que estuvieron presente cuando el Señor más los necesitó.
Piden permiso a Pilatos y bajan su cuerpo de la Cruz.
«Su madre lo toma entre sus brazos. Se renueva el dolor al comprobar que el cuerpo de su hijo estaba muerto.
«La tarde llega a su fin. Es de noche, cuando dan sepultura al cuerpo de Jesús. Lo ponen en una cueva cavada en roca y dejan caer una gran piedra sobre el ingreso.
«Todo hace pensar que sus enemigos tenían razón: Cristo no era más que un gran hombre, un magnífico profeta… pero no era Dios.
«El día sábado, ya muchos se habían olvidado del Maestro, ya nadie hablaba del Nazareno. Todos estaban ocupados en los preparativos de las fiestas.
La nona los invita a sentarse.
«El domingo, antes de que amaneciera, un grupo de mujeres fue a llevarle flores y perfumes. Durante el camino se preguntaron quién movería la piedra. Ellas no tenían tanta fuerza.
«Cerca del lugar, observaron que la piedra estaba corrida. Corrieron y, al entrar al sepulcro, vieron que no estaba el cuerpo. Pensaron que lo habían robado. En su lugar, había dos ángeles vestidos de blanco.
«Uno de ellos les dice: ‘¿por qué buscan entre los muertos al que ha resucitado? ¡Cristo está vivo y vivirá por siempre!’, agrega con una amplia sonrisa entre los labios.
«Es tanta la alegría de las mujeres que tiran las flores al suelo y salen corriendo para contar a los discípulos lo que ha pasado.
Una vecina se acerca para saludar a la abuela, sin embargo, al ver a la adolescente rezando de rodillas, se detiene.
La abuela acomoda a Matías, que está dormido, en su falda. Con tiernas caricias sobre su cabecita da por finalizado el relato.
Dalma mira la imagen del Cristo en la cruz y, emocionada, le anuncia que se anotará en el grupo juvenil de la Parroquia.
Le brillan los ojos de sólo imaginarse enseñando la catequesis a los niños del barrio. Sueña con el campamento de verano. Se imagina misionando, llevando la alegría cristiana a los más necesitados. Sonríe.
En tanto, Matías sueña con que defiende al Señor con su espada de juguete. Le asegura a la Virgen que, en adelante, no estará más sola. Él será su protector.
Mientras los nietos imaginan ese porvenir, la abuela recuerda los viernes santos de su época: cuando las mujeres iban vestidas de luto, cubriendo los rostros con mantillas negras.
Recuerda a su abuela de tez blanca y ojos oscuros que, con la voz clara y temblorosa de las mujeres valientes que hablan en público, decía:
También en familia, en los momentos más difíciles hay que recordar siempre que el amor de Dios lo puede todo.
Un Via Crucis para salvar el hogar: estos son los 14 consejos del matrimonio Zanzucchi
Tienen 91 y 83 años, medio siglo juntos, y Benedicto XVI les confió a ellos las meditaciones del Viernes Santo en el Coliseo.
La Iglesia ya no puede dejar más claro hasta qué punto considera la familia como el sostén de la vida cristiana y el eje de la nueva evangelización. Por si no lo reiterasen el Papa y los obispos a cada ocasión, Benedicto XVI quiso simbolizarlo ese año encargando a un matrimonio en las bodas de oro, el que conforman los focolares Danillo y Anna María, el matrimonio Zanzucchi, las meditaciones que acompañaron este Viernes Santo a las catorce estaciones del Via Crucis en el Coliseo.
Lo presidió el Papa y portaron la cruz, alternativamente, el cardenal Agostino Vallini, vicario general de la diócesis de Roma, frailes venidos de Tierra Santa y familias de Italia, Irlanda, Burkina Fasso y Perú.
Estas son las ideas principales que transmitieron los Zanzucchi concernientes a la familia. También podéis leer el documento completo.
Primera estación
Muchas de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado?
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad que se había creado en nuestra pareja,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora
que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo
que nos unía, en el don total de nosotros mismos.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir, por amor de esas criaturas
que me esperan en casa
y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Segunda estación
Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros, esposos, y nuestras familias.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio,
seguimos prestando atención a nuestra soberbia,
queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado,
incluso a quien ha unido su propia vida a la nuestra.
Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste:
«Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
Así dijiste precisamente: «A mí».
Tercera estación
Habíamos prometido seguir a Jesús, respetar y cuidar a las personas que ha puesto a nuestro lado. Sí, en realidad las queremos, o al menos así nos parece. Si faltaran sufriríamos mucho. Pero, después cedemos en las situaciones concretas de cada día.
¡Cuántas caídas en nuestras familias!
¡Cuántas separaciones, cuántas traiciones!
Y después, los divorcios, los abortos, los abandonos.
Jesús, ayúdanos a entender qué es el amor,
enséñanos a pedir perdón.
Cuarta estación
Para todos los hombres y mujeres de este mundo, pero en particular para nosotros, familias, el encuentro de Jesús con la madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre actual. Jesús se ha privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros –también nosotros esposos– tuviéramos una madre siempre disponible y presente. Por desgracia, a veces nos olvidamos. Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra vida de familia muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado en los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros hijos, le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una protección moral!
Quinta estación
Tú nos amas con amor infinito.
Más que el padre, la madre, los hermanos,
la mujer, el esposo, los hijos.
Nos amas con un amor que ve más lejos,
un amor que, por encima de todo,
aun de nuestra miseria,
nos quiere salvos, felices, contigo, para siempre.
También en familia, en los momentos más difíciles, cuando se debe tomar una decisión importante, si la paz habita en el corazón, si se está atento a percibir lo que Dios quiere de nosotros, somos iluminados por una luz que nos ayuda a discernir y a llevar nuestra cruz.
El Cirineo nos recuerda también los rostros de tantas personas que nos han acompañado cuando una cruz muy pesada se ha abatido sobre nosotros o nuestra familia.
Sexta estación
Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos
de que en cada uno de nuestros hermanos necesitados
te escondes tú, Hijo de Dios.
¡Qué distinta sería nuestra vida
si lo recordáramos!
Poco a poco tomaríamos conciencia de la dignidad
de cada hombre que vive en la Tierra.
Toda persona, bonita o fea, capaz o no,
desde el primer instante en el vientre de la madre
o tal vez ya anciana, te representa, Jesús.
No sólo. Cada hermano eres tú.
Mirándote, reducido a bien poca cosa allí en el Calvario,
entenderemos con la Verónica
que en toda criatura humana podemos reconocerte.
Séptima estación
Nuestros pecados, que has cargado sobre ti,
te aplastan, pero tu misericordia
es infinitamente más grande que nuestras miserias.
Sí, Jesús, gracias a ti nos levantamos.
Nos hemos equivocado.
Nos hemos dejado vencer por las tentaciones del mundo,
quizá por espejismos de satisfacción,
por querer escuchar que alguien todavía nos desea,
porque alguien dice que nos quiere, incluso que nos ama.
Nos cuesta a veces hasta mantener
el compromiso adquirido en nuestra fidelidad de esposos.
Ya no tenemos la frescura y el dinamismo de una vez.
Todo se hace repetitivo, cada acto parece una carga,
vienen ganas de evadirnos.
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús,
sin caer en la más grande de las tentaciones:
la de no creer que tu amor lo puede todo.
Octava estación
Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia,
por egoísmo o temor,
cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad.
Sobre todo, no nos implicamos personalmente,
no nos comprometemos en la participación profunda y activa
en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y lejanos.
Continuamos a vivir cómodamente,
reprobamos el mal y quien lo hace,
pero no cambiamos nuestra vida
y no arriesgamos personalmente para que las cosas cambien,
el mal sea abatido y se haga justicia.
Con frecuencia las situaciones no mejoran porque no nos esforzamos en hacerlas cambiar. Nos hemos retirado sin hacer mal a nadie, pero también quizás sin hacer el bien que habríamos podido y debido hacer. Y tal vez alguno paga por nosotros, por nuestro abandono.
Novena estación
Con estos hermanos nuestros en el corazón, queremos ofrecer nuestra vida, nuestra fragilidad, nuestra miseria, nuestras pequeñas y grandes penas cotidianas. Vivimos con frecuencia anestesiados por el bienestar, sin comprometernos con todas las fuerzas en levantarnos de nuevo y levantar a la humanidad. Pero podemos volver a ponernos en pie, porque Jesús ha encontrado la fuerza de volverse a alzar y reemprender el camino.
También nuestras familias son parte de este tejido deshilachado, están sujetas a un estado de bienestar que se convierte en la meta misma de la vida. Nuestros hijos crecen. Intentemos habituarles a la sobriedad, al sacrificio, a la renuncia. Tratemos de darles una vida social satisfactoria en el ámbito deportivo, asociativo y recreativo, pero sin que estas actividades sean sólo un modo para llenar la jornada y tener todo lo que se desea.
Décima estación
Cuántos han sufrido y sufren por esta falta de respeto por la persona humana, por la propia intimidad. Puede que a veces tampoco nosotros tengamos el respeto debido a la dignidad personal de quien está a nuestro lado, «poseyendo» a quien está a nuestro lado, hijo, marido, esposa, pariente, conocido o desconocido. En nombre de nuestra supuesta libertad herimos la de los demás: cuánto descuido, cuánta dejadez en los comportamientos y en el modo de presentarnos el uno al otro.
Jesús, que se deja mostrar así a los ojos del mundo de entonces y de la humanidad de siempre, nos recuerda la grandeza de la persona humana, la dignidad que Dios ha dado a cada hombre, a cada mujer, y que nada ni nadie debería violar, porque están plasmados a imagen de Dios. A nosotros se nos confía la tarea de promover el respeto de la persona humana y de su cuerpo. En particular a nosotros, los esposos, la tarea de conjugar estas dos realidades fundamentales e inseparables: la dignidad y el don total de sí mismo.
Undécima estación
Es la ley del amor lo que lleva a dar la propia vida por el bien del otro. Lo confirman esas madres que han afrontado incluso la muerte para dar a luz a sus hijos. O los padres que han perdido un hijo en la guerra o en atentados terroristas y que no desean vengarse.
Jesús, en el Calvario nos representas a todos,
a todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana.
Sobre la cruz nos has enseñado a amar.
Ahora comenzamos a comprender el secreto de aquella alegría perfecta
de la que hablabas a los discípulos en la última cena.
Has tenido que bajar del cielo, hacerte niño,
después adulto y entonces padecer en el Calvario
para decirnos con tu vida lo que es el verdadero amor.
Mirándote allí arriba en la cruz, también nosotros, como familia, esposos, padres e hijos estamos aprendiendo a amarnos y a amar, a cultivar entre nosotros esa acogida que se da a sí misma y que sabe ser aceptada con reconocimiento. Que sabe sufrir, que sabe trasformar el sufrimiento en amor.
Duodécima estación
Un misterio nos envuelve
al revivir cada paso de tu pasión.
Jesús, tú no guardas celoso el tesoro
de tu ser igual a Dios,
sino que te haces pobre de todo para enriquecernos.
«En tus manos entrego mi espíritu».
¿Cómo has hecho, Jesús, en aquel abismo de desolación,
para confiarte al amor del Padre,
para abandonarte a él, para morir en él?
Sólo mirándote a ti, sólo contigo,
podemos afrontar las tragedias, el sufrimiento de los inocentes,
las humillaciones, los ultrajes, la muerte.
Jesús vive su muerte como don para mí, para nosotros, para nuestra familia, para cada persona, para cada familia, para cada pueblo, la humanidad entera. En aquel acto renace la vida.
Decimotercera estación
Jesús y María, he aquí una familia que, sobre el Calvario, vive y sufre la suprema separación. La muerte los aleja, o por lo menos así parece, a una madre y a un hijo con un lazo al mismo tiempo humano y divino inimaginable. Lo ofrecen por amor. Juntos se abandonan a la voluntad de Dios.
En la grieta abierta en el corazón de María entra otro hijo, que representa a la humanidad entera. Y el amor de María por cada uno de nosotros es la prolongación del amor que ella ha tenido por Jesús. Sí, porque verá su rostro en los discípulos. Y vivirá para ellos, para sostenerlos, ayudarlos, animarlos, llevarlos a reconocer el Amor de Dios, y que en su libertad se dirijan al Padre.
¿Qué me dicen, qué nos dicen, qué les dicen a nuestras familias esa Madre y ese Hijo en el Calvario? Uno sólo se puede parar, atónito, ante esta escena. Se intuye que esta Madre, este Hijo nos están dando un don único, irrepetible. En efecto, en ellos encontramos la capacidad de ensanchar nuestro corazón y abrir nuestro horizonte a la dimensión universal.
Decimocuarta estación
Allí comienzan a ser Iglesia, en espera de la Resurrección y de la efusión del Espíritu Santo. Con ellos esta la madre de Jesús, María, que el Hijo había confiado a Juan. Se reúnen con ella, alrededor de ella. En espera. A la espera de que el Señor se manifieste.
Sabemos que aquel cuerpo después de tres días ha resucitado. Así, Jesús vive por siempre y nos acompaña, él personalmente, en nuestro viaje terreno entre alegrías y tribulaciones.
Jesús, haz que nos amemos mutuamente.
Para tenerte de nuevo entre nosotros,
cada día, como tu mismo has prometido:
«donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos».
Las palabras del Papa
Al término del Via Crucis, el Papa ilustró las implicaciones del sufrimiento en la vida familiar: «La experiencia del sufrimiento marca a la humanidad, marca también a la familia. ¡Cuántas veces el camino se hace cansado y difícil! Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, disgustos de todo tipo… Una situación agravada en nuestro tiempo por la precariedad laboral y otras consecuencias negativas de la crisis económica».
Pero ante todo esto, dijo Benedicto XVI, «el camino del Via Crucis que hemos recorrido espiritualmente esta noche es una invitación a todos nosotros, especialmente a las familias, a contemplar a Cristo crucificado para encontrar la fuerza de superar las dificultades. La Cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios a todos los hombres, es la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada».
«Cuando somos probados, cuando nuestras familia se encuentran frente al dolor o la tribulación, miremos hacia la Cruz de Cristo. En ella encontramos el coraje para seguir caminando. En ella podemos repetir con firme esperanza las palabras de San Pablo…: ´Venceremos gracias a quien nos ha amado´ «, concluyó.