por Catequesis en Familia | 19 May, 2017 | La Biblia
Mateo 9, 1-8. Jueves de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. Este es el gran milagro de Jesús: a nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres,
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o «Levántate y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados —dijo al paralítico— levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 22, 1-19
Salmo: Sal 115(114)
Oración introductoria
Jesús, me acerco a Ti, en este rato de oración, como el paralitico del Evangelio que fue llevado a tu presencia. Soy como un inválido, sin tu gracia estoy imposibilitado para realizar cualquier obra buena. Rompe, Señor, con todas mis parálisis, hazme ponerme en marcha para predicar la Buena Nueva de tu amor.
Petición
Señor, estoy dispuesto a dejarme sanar por Ti, creo que tienes el poder para cambiarme por dentro, cúrame Jesús.
Meditación del Santo Padre Francisco
Si existiera un «documento de identidad» para los cristianos, ciertamente la libertad sería un rasgo característico. La libertad de los hijos de Dios —explicó el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada el [día de hoy], por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae— es el fruto de la reconciliación con el Padre obrada por Jesús, quien asumió sobre sí los pecados de todos los hombres y redimió el mundo con su muerte en la cruz. Nadie —destacó el Pontífice— nos puede privar de esta identidad.
La reflexión del Santo Padre se basó en el pasaje del Evangelio de Mateo (9, 1-8) que narra el milagro de la curación del paralítico. El Papa se detuvo en los sentimientos experimentados por el hombre inválido cuando, transportado en una camilla, escuchó a Jesús que le decía: «ánimo hijo, tus pecados te son perdonados».
Los que estaban cerca de Jesús y escucharon sus palabras «dijeron: «Éste blasfemia, sólo Dios puede perdonar los pecados». Y Jesús para hacerles comprender bien les preguntó: «¿Qué es más fácil perdonar los pecados o curar? Y lo curó».
«Pero Jesús —prosiguió el Obispo de Roma— cuando curaba a un enfermo no era sólo alguien que curaba. Cuando enseñaba a la gente, pensemos en las Bienaventuranzas, no era sólo un catequista, un predicador de moral… No, estas cosas que hacía Jesús —la curación, la enseñanza— eran sólo un signo, un signo de algo más que Jesús estaba haciendo: perdonar los pecados».
Reconciliar el mundo en Cristo en nombre del Padre: «ésta es la misión de Jesús», y todo lo demás son sólo signos del «milagro más profundo que es la re-creación del mundo». La reconciliación es, por lo tanto, la re-creación del mundo; y la misión más profunda de Jesús es la redención de todos nosotros, pecadores. Y «Jesús —agregó el Papa— no hace esto con palabras, no lo hace con gestos… ¡No! Lo hace con su carne». Él tomó sobre sí todo el pecado. «Esta es la nueva creación», es «Jesús que desciende de la gloria y se abaja hasta la muerte y muerte de cruz. Esa es su gloria y esta es nuestra salvación».
«Este es el gran milagro de Jesús —agregó el Papa—. A nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres», nos curó. «Nos hará bien pensar en esto —añadió—. Jesús nos abrió las puertas de casa, nosotros ahora estamos en casa. Ahora se comprende esta palabra de Jesús: «ánimo hijo, tus pecados están perdonados». Esa es la raíz de nuestra valentía: soy libre, soy hijo, el Padre me ama y yo amo al Padre. Pidamos al Señor la gracia de comprender bien esta obra suya».
Santo Padre Francisco: La libertad de los hijos de Dios
Meditación del jueves, 4 de julio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La misericordia y el pecado
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
1847 Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Incluir en mi agenda de actividades del mes mi próxima confesión.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, el paralitico, y quienes lo llevaban, buscan el alivio físico, no el espiritual, que primero les ofreces, por ser lo que realmente importa. Frecuentemente mi oración se centra en pedirte bienes o soluciones a problemas que nada tienen que ver con mi bien espiritual, personal o de mi familia. Sólo contigo puedo levantarme para ver lo que realmente importa en esta vida, sólo con tu gracia y misericordia puedo liberarme del pecado, ayúdame a vivir la abnegación y a ver en cada dificultad una oportunidad para santificarme.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
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por Catequesis en Familia | 10 Ene, 2017 | La Biblia
Marcos 2, 1-12. Viernes de la 1.ª semana del Tiempo Ordinario. Pedían la curación de su cuerpo y Jesús además, le curó el alma.
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios? Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: «Tus pecados te son perdonados», o «Levántate, toma tu camilla y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 4, 1-5.11
Salmo: Sal 78(79), 3.4bc.6c.7-8
Oración introductoria
Padre y Señor mío, bien conoces mi fragilidad y lo difícil que me es guardar silencio y apartarme de las distracciones durante mi meditación. Permite que tu Espíritu Santo me lleve ante Ti, como lo logró el paralítico, y que sepa ser dócil a tu gracia.
Petición
Señor, ¡sáname!, para que sea tu discípulo y misionero.
Meditación del Santo Padre Francisco
Jesús al comienzo le dice: «¡Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados!». Tal vez, dijo, esta persona quedó un poco «sorprendida» porque quería sanarse físicamente. Luego, frente a las críticas de los escribas, que entre sí lo acusaban de blasfemia, «porque solo Dios puede perdonar los pecados», Jesús lo cura también en el cuerpo.
De hecho las curaciones, la enseñanza, las palabras fuertes contra la hipocresía, eran solo un signo, un signo de algo más que Jesús estaba haciendo, es decir, el perdón de los pecados, porque es en Jesús en quien el mundo viene reconciliado con Dios, este es el «milagro más profundo»: Esta reconciliación es la recreación del mundo: se trata de la misión más profunda de Jesús. La redención de todos nosotros los pecadores; y Jesús hace esto no con palabras, no con gestos, no andando por el camino, ¡no! ¡Lo hace con su carne! Es el mismo Dios, quien se convierte en uno de nosotros, hombre, para sanarnos desde el interior, a nosotros los pecadores.
Santo Padre Francisco: La libertad de los hijos de Dios
Homilía del jueves, 4 de julio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
IV. Efectos de la celebración de este sacramento
1520 Un don particular del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es un gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Concilio de Florencia: DS 1325). Además, «si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,15; cf Concilio de Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús.
1522 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, «uniéndose libremente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios» (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
1523 Una preparación para el último tránsito. Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón «a los que están a punto de salir de esta vida» (in exitu viae constituti; Concilio de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también sacramentum exeuntium («sacramento de los que parten»; ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un escudo para defenderse en los últimos combates antes entrar en la Casa del Padre (cf ibid.: DS 1694).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
En mi oración, pedir a Dios que aumente mi fe.
Diálogo con Cristo
Sólo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener tu perdón! Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos…
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por Catequesis en Familia | 2 Dic, 2016 | La Biblia
Lucas 5, 17-26. Lunes de la Segunda Semana del Tiempo de Adviento. Cristo vence las parálisis de la humanidad con el poder de la misericordia divina que perdona y cancela todo pecado cuando encuentra una fe auténtica.
Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presente algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar. Llegaron entonces unas personas transportando a una paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús. Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados». Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?». Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados están perdonados», o «Levántate y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa». Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 35, 1-10
Salmo: Sal 85(84), 9-14
Oración introductoria
Señor, qué gran fe tenían esos hombres del Evangelio que supieron encontrar los medios para tener un encuentro contigo. ¡Dame una fe así de grande! Ilumina, guía mi oración para que sea el medio para creer, esperar y crecer en el amor.
Petición
Jesucristo, acrecienta mi fe en Ti para que no haya obstáculo que me impida crecer en el amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura, el profeta Isaías (cf. 35, 1-10) ha despertado en nuestro corazón la espera del retorno glorioso del Señor. El aliento «a los extraviados de corazón» lo sentimos dirigido a quienes en vuestra amada tierra egipcia experimentan inseguridad y violencia, algunas veces con motivo de la fe cristiana. «¡Ánimo: no temáis!»: he aquí las consoladoras palabras que encuentran confirmación en la fraterna solidaridad. Doy gracias a Dios por este encuentro que me da ocasión para reforzar vuestra y nuestra esperanza, porque es la misma: «…la tierra quemada …y el suelo sediento —en efecto— se convertirá en manantial» y se abrirá finalmente la «vía sacra», el camino de la alegría y de la felicidad, «y huirán la pena y la aflicción». Ésta es nuestra esperanza, la esperanza común de nuestras dos Iglesias.
El Evangelio (cf. Lc 5, 17-26) nos presenta a Cristo que vence las parálisis de la humanidad. Describe el poder de la misericordia divina que perdona y cancela todo pecado cuando encuentra una fe auténtica. Las parálisis de las conciencias son contagiosas. Con la complicidad de las pobrezas de la historia, y de nuestro pecado, pueden extenderse y entrar en las estructuras sociales y en las comunidades, hasta asediar a pueblos enteros. Pero el mandato de Cristo puede dar un vuelco a la situación: «¡Levántate, camina!». Oremos con confianza para que en Tierra Santa y en todo el Oriente Medio la paz pueda volver a levantarse siempre de las treguas demasiado reiteradas y algunas veces dramáticas. Que se detengan para siempre, en cambio, la enemistad y las divisiones. Que se retomen con rapidez los acuerdos de paz a menudo paralizados por intereses opuestos y oscuros. Que se den finalmente garantías reales de libertad religiosa a todos, junto con el derecho para los cristianos de vivir con serenidad allí donde han nacido, en la patria que aman como ciudadanos desde hace dos mil años, para contribuir como siempre al bien de todos. Que el Señor Jesús, que experimentó el exilio con la Sagrada Familia y fue acogido en vuestra tierra generosa, vele por los egipcios que por los caminos del mundo buscan dignidad y seguridad. Y sigamos siempre adelante, buscando al Señor, buscando nuevos caminos, nuevas sendas para acercarnos al Señor. Y si fuese necesario abrir un agujero en el techo para acercarnos todos al Señor, que nuestra imaginación creativa de la caridad nos conduzca a esto: a encontrar y abrir caminos de encuentro, sendas de fraternidad, sendas de paz.
Por nuestra parte deseamos «glorificar a Dios», sustituyendo el temor por el asombro: incluso hoy podemos ver «cosas prodigiosas». El prodigio de la Encarnación del Verbo y, por ello, de la absoluta cercanía de Dios a la humanidad, en el que siempre nos sitúa el misterio del Adviento. Que vuestro gran padre Atanasio, ubicado tan cerca de la Cátedra de Pedro en la basílica vaticana, interceda por nosotros, con san Marcos y san Pedro, y sobre todo con la Inmaculada y toda santa Madre de Dios, nos alcancen del Señor la alegría del Evangelio, donada en abundancia a los discípulos y a los testigos. Así sea.
Santo Padre Francisco
Homilía del lunes, 9 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
¿No dijo Cristo primeramente al paralítico: «Tus pecados están perdonados» y luego, «ponte en pie»? […] Los cristianos están marcados por el espíritu y las costumbres de su época y de su ambiente. Por la gracia del bautismo, están invitados a renunciar a las tendencias nocivas dominantes e ir contracorriente. Esto exige un compromiso decidido para «una conversión continua hacia el Padre, fuente de toda verdadera vida, el único capaz de liberarnos del mal, de toda tentación y mantenernos en su Espíritu, en un mismo combate contra las fuerzas del mal». La conversión sólo es posible apoyándose en convicciones de fe consolidadas por una catequesis auténtica. Conviene pues «mantener una relación viva entre el catecismo aprendido de memoria y el catecismo vivido, para llegar a una conversión de vida profunda y permanente». La conversión se vive de manera especial en el Sacramento de la Reconciliación, al que se prestará una atención particular para que sea una verdadera «escuela del corazón».
Santo Padre Benedicto XVI
Exhortación apostólica post sinodal Africae munus, n. 31 y 32
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
«CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS»
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ponerme al lado de los que sufren, pidiendo a Dios que pueda ser un testigo de su bondad.
Diálogo con Cristo
Señor, gracias por mostrarme en esta oración el tipo de fe que puede transformar mi vida. Una fe humilde que reconozca mi fragilidad y te busque. Una fe fuerte que me mantenga siempre unido a Ti. Una fe operante que me lleve a buscar los medios para purificar mis actitudes, como sería una buena confesión.
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