por Catequesis en Familia | 28 Jun, 2016 | La Biblia
Juan 15, 1-8. Fiesta de santa Brígida, patrona de Europa. Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Gálatas, Gál 2, 18-20
Salmo: Sal 34(33), 2-11
Oración introductoria
Señor, Tú eres la vid que me sostiene, el dueño y guía de toda mi existencia. Sin Ti no puedo dar fruto. Poda todo aquello que estorbe mi crecimiento. Que esta oración me descubra lo que necesito purificar, mejorar y/o enmendar, para dar el fruto abundante que, con tu gracia, puedo dar.
Petición
Jesús, no permitas que me separe de Ti y me seque, porque entonces mi vida, no tendrá ningún sentido.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hoy la Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros, Pastores. También cuidar de la familia es una forma de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del Reino de Dios.
Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. […] ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia! ‘Pero padre, nosotros tenemos dos, tenemos tres’. ‘Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?’ La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios».
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 5 de octubre de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
«Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador»» (Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).
En el día de nuestro Bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el Misterio pascual de Jesús, en su propia Persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. «Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este «permanecer», que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 310). Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). En una carta escrita a Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hace la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles (cf. Ep 763: SC 468, París 2002, 206). El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico d’Igny: «Oh Señor Jesús…, sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia: SC 202, 1973, 522).
Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en él su principio y su realización.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Regina Caeli del domingo, 6 de mayo de 2012
Propósito
Confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida, el amor a Cristo y a su Iglesia.
Diálogo con Cristo
La Palabra de Dios es la verdad. «Pidan lo que quieran y se les concederá». Señor, ¿por qué conociendo tu Palabra no la hago vida? ¿Por qué mi meditación frecuentemente no es auténtica oración? Sin Ti, mi vida es incompleta, sin Ti, la vida no tiene un sentido pleno, sin Ti, no puedo dar fruto, por eso hoy te pido tu gracia para que mi oración me lleve a compartir con los demás la alegría de haberte encontrado.
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por Catequesis en Familia | 27 Jun, 2016 | La Biblia
Mateo 12, 46-50. 16 de julio. Fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Estrella del Mar, Flor del Carmelo. Patrona de Chile. Patrona de los marineros y de la Armada (España). La devoción a la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo es el modelo perfecto de oración, de contemplación y de entrega a Dios.
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Zacarías, Zac 2, 14-17
Salmo: Evangelio según san Lucas, Lc 1, 46-55
Oración introductoria
Señor, invoco a tu Santísima Madre para que me ayude a contemplar su ejemplo y virtudes; y ruego al Espíritu Santo que infunda en mí su luz y fortaleza para crecer en la caridad.
Petición
Señor, ayúdame a incrementar mi amor por Nuestra Señora del Carmen.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
El 16 de julio es el día en que la liturgia recuerda a Nuestra Señora la Virgen del Carmen.
El Carmelo, alto monte situado en la costa oriental del mar Mediterráneo, precisamente a la altura de Galilea, tiene en sus laderas numerosas grutas naturales, predilectas por los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, que en el siglo IX antes de Cristo defendió valerosamente contra la contaminación de los cultos idólatras la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose precisamente en la figura de Elías, surgió la Orden contemplativa de los «carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo Edith Stein). Los carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, indicándola como modelo de oración, de contemplación y de entrega a Dios.
En efecto, María, fue la primera que creyó y experimentó, de modo insuperable, que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente su Palabra, «llegó felizmente al santo monte» (cf. Oración colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo encomendar hoy a todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo y, de modo especial, a las de la Orden del Carmen, entre las cuales recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejos de aquí, que he visitado en estos días. Que María ayude a todos los cristianos a encontrar a Dios en el silencio de la oración.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 16 de julio de 2006
Propósito
Acudir al templo y pedir a Nuestra Señora la Virgen María —maestra de fe— que interceda ante Nuestro Señor Jesucristo para que me ayude en mi camino de santidad.
Diálogo con Cristo
Gracias Señor porque nos dejaste a tu madre como modelo de fe, esperanza y caridad para alcanzar la salvación del Reino de los cielos. En Ella me miraré para llegar a Ti.
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Oración a la Virgen del Carmelo
Madre del Carmelo:
Tengo mil dificultades, ayúdame.
De los enemigos del alma, sálvame.
En mis desaciertos, ilumíname.
En mis dudas y penas, confórtame.
En mis enfermedades, fortaléceme.
Cuando me desprecien, anímame.
En las tentaciones, defiéndeme.
En horas difíciles, consuélame.
Con tu corazón maternal, ámame.
Con tu inmenso poder, protégeme.
Y en tus brazos de Madre, al expirar, recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén.
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por Catequesis en Familia | 8 Feb, 2015 | La Biblia
Lucas 10, 1-9. Fiesta de san Cirilo y san Metodio, patrones de Europa. El cristiano es un discípulo del Señor que camina, que va siempre adelante. No se puede pensar en un cristiano quieto. Un cristiano que permanece quieto está enfermo en su identidad cristiana.
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles, Hch 13, 46-49
Salmo: Sal 117(116), 1-2
Oración introductoria
Dios mío, ayúdame a caminar tras el amor de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para santificar allí donde me encuentre. No permitas que me quede quieto.
Petición
Que san Cirilo y san Metodio intercedan para que Nuestro Señor Jesucristo nos ayude a mantenernos siempre en el camino de Dios, Padre Todopoderoso, en el camino del amor.
Meditación del Santo Padre Francisco
Caminar, seguir adelante, más allá de los obstáculos. Es ésta la actitud adecuada para el buen cristiano porque forma parte de su identidad. Es más, un cristiano que no camina, que no sigue adelante «está enfermo en su identidad». El Papa Francisco —durante la misa de [hoy]— volvió a repetir la invitación que a menudo dirige a los fieles que encuentra: «adelante, seguid adelante». Y lo hizo al recordar a los patronos de Europa, Cirilo y Metodio, de quienes se celebraba su memoria. Como discípulos, fueron enviados a llevar el mensaje y su caminar, destacó el Papa, «nos hace reflexionar sobre la identidad del discípulo».
Pero, se preguntó el Pontífice, «¿quién es el cristiano?», «¿cómo se comporta el cristiano?». Su respuesta fue: El cristiano «es un discípulo. Es un discípulo que es enviado. El Evangelio es claro: El Señor los envió, id, ¡seguid adelante! Esto significa que el cristiano es un discípulo del Señor que camina, que va siempre adelante. No se puede pensar en un cristiano quieto. Un cristiano que permanece quieto está enfermo en su identidad cristiana».
Sin embargo, caminar para el cristiano significa también «ir más allá de las dificultades». Para explicar esta afirmación el Papa Francisco hizo referencia a la lectura del día tomada de los Hechos de los Apóstoles (13, 46-49), en la que Pablo y Bernabé al ver que en Antioquía de Pisidia los judíos no les seguían «se marcharon con los gentiles: ¡adelante!». Por lo demás, prosiguió el Pontífice, también Jesús en las bodas «obró así, siguió adelante: los invitados no llegaron, todos encontraron un motivo para no ir. ¿Dice Jesús que no hagamos fiesta? No. Id a los cruces de los caminos, de las calles e invitad a todos, buenos y malos. Así dice el Evangelio. ¿Pero también a los malos? Incluso los malos. ¡A todos!».
Un segundo aspecto de la identidad del cristiano es que «debe permanecer siempre como un cordero». El Papa Francisco se refirió al pasaje del Evangelio de Lucas proclamado poco antes (10, 1-9) y dijo: «El cristiano es un cordero y debe conservar esta identidad de cordero: «¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos»». Es necesario, por lo tanto, permanecer como corderos y «no convertirse en lobos, porque a veces —precisó el Santo Padre— la tentación nos hace pensar: «esto es difícil, estos lobos son astutos y yo también seré más astuto que ellos»». Por lo tanto permanecer como «cordero, no como tonto, sino cordero. Cordero, con la astucia cristiana, pero siempre cordero. Porque si tú eres cordero Él te defiende. Pero si te sientes fuerte como el lobo, Él no te defiende, te deja solo. Y los lobos te comerán crudo».
«¿Cuál es el estilo del cristiano en este caminar como cordero?» se preguntó después el Papa ilustrando el tercer elemento que caracteriza la identidad cristiana. «La alegría», fue su respuesta. Y continuó: «La alegría es el estilo del cristiano. El cristiano no puede caminar sin alegría. No se puede caminar como corderos sin alegría». Una actitud que hay que mantener siempre, incluso ante los problemas, también «con los propios errores y pecados» porque «está la alegría de Jesús que siempre perdona y ayuda».
El Evangelio, repitió el obispo de Roma, debe ser llevado al mundo por estos corderos que caminan con alegría. «No hacen un favor al Señor en la Iglesia —advirtió— esos cristianos que tienen un tiempo de adagio quejumbroso, que viven siempre así, lamentándose de todo, tristes. Éste no es el estilo de un discípulo. San Agustín dice: ¡sigue, sigue adelante, canta y camina, con la alegría! Éste es el estilo del cristiano: anunciar el Evangelio con alegría». En cambio «demasiada tristeza y también amargura nos llevan a vivir un así llamado cristianismo sin Cristo». El cristiano no está nunca quieto: es un hombre, una mujer que camina siempre, que va más allá de las dificultades. Y lo hace con sus fuerzas y con alegría. «Que el Señor —concluyó— nos conceda la gracia de vivir como cristianos que caminan como corderos y con alegría».
Santo Padre Francisco: Adelante más allá de los obstáculos
Meditación del viernes, 14 de febrero de 2014
Propósito
Pedir a María, nuestra Madre, que lleve a Jesús todas nuestras intenciones de ser mejores portadores del Evangelio.
Diálogo con Cristo
Jesús, sólo llevándote en mi corazón podré transmite tu paz, tan necesaria en el mundo convulsionado por la violencia y la inseguridad. Por intercesión de san Cirilo y san Metodio, concédeme que todos mis pensamientos, palabras y obras siembren la paz, principalmente en mi propia familia.
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Evangelio del dïa: Orden de Predicadores
Evangelio en Evangelio del día
por Virgilio Bejarano | 21 Jul, 2014 | Postcomunión Vida de los Santos
Dios se mostró enojado y dijo: «Aquel a quien destiné esta obra de mis manos para gran gloria, me desprecia mucho. Esta alma, a quien le ofrecí mi amoroso cuidado, me hizo tres cosas: Desvió sus ojos de Mí y los volvió al enemigo. Fijó su voluntad en el mundo. Puso su confianza en él mismo, porque tenía la libertad de pecar contra mí. Por esta razón, porque no se molestó en tener ninguna consideración por mi, ejercí mi repentina justicia sobre él».
Segundo libro de las Revelaciones Celestiales a santa Brígida de Suecia
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Suecia es en la actualidad un país típicamente protestante: sus habitantes, en su inmensa mayoría, son luteranos, y la vida y la cultura de la nación están impregnadas del espíritu del protestantismo. La Reforma, que allí tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVI, favorecida por los nobles y por el poder real, acabó por completo con el catolicismo. Hoy día hay de nuevo católicos en Suecia, pero son muy poco numerosos, sin embargo, durante la Edad Media la cultura católica y la vida espiritual florecieron también en los países escandinavos, que llegaron a constituir un verdadero plantel de santos. Están, en primer lugar, los tres santos reyes mártires, patronos de los tres reinos escandinavos: San Canuto de Dinamarca, San Olao de Noruega y San Eric de Suecia, y después otros muchos más (sobre todo monjes y monjas, presbíteros y obispos), pero entre todos los santos de Escandinavia, la más célebre es Santa Brígida de Suecia.
Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa. Fiesta el día 23 de julio.
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Santa Brígida nació probablemente en 1303 en Finsta, en la región de Upland, núcleo originario del reino de Suecia. De su infancia no sabemos mucho; cuenta una piadosa leyenda que, al nacer, su madre se salvó milagrosamente del peligro de muerte en que se encontraba, y que, niña ya, si se intentaba castigarla, las varas se quebraban al ir a pegarle. Fueron sus padres, Birger Petersson e Ingeborg Bengtsdotter, ricos terratenientes; su padre era senador del reino y gobernador de Upland y, lo mismo que su madre, era de una profunda y piadosa religiosidad: ambos se confesaban todos los viernes, se mortificaban con rigurosos ayunos, practicaban la limosna, apacentaban su espíritu con lecturas piadosas y hacían largas peregrinaciones. En realidad, toda la familia de santa Brígida era muy devota y cristiana: tía suya era Ingrid de Skänninge, fundadora del primer convento de dominicas en Suecia, y un hermano de santa Brígida, cuyo nombre era Israel, se llamaba y consideraba caballerescamente «el novio de la Virgen». Santa Brígida quedó muy pronto huérfana de madre, y, sin salir del medio social de su cuna, se educó con una tía suya, esposa del gobernador de Östergötland, en un ambiente religioso y caballeresco.
A los catorce años (conforme a los usos de la época) fue casada con el noble caballero Ulf Gudmarsson, senador y gobernador de la región de Närke; fijaron su residencia en Ulvasa, en Östergötland, y en casi treinta años de matrimonio tuvieron ocho hijos (Marta, Carlos; Birger, Catalina, Benito, Gudmar, Ingeborg y Cecilia) de muy diverso carácter, pues mientras Carlos fue un príncipe ligero y mundano, Catalina (elevada también a los altares) sería la fiel continuadora de la obra de su madre, a quien profesó en vida una ejemplar devoción filial y de quien fue su mejor colaboradora.
Santa Brígida ayudaba a su marido en el gobierno de sus extensos dominios señoriales y le animaba a la lectura y al estudio, con el fin, sobre todo, de que conociera bien las leyes para juzgar con rectitud; mas no por ello desatendía la educación de sus hijos: asistía ella misma a las lecciones del clérigo encargado de la instrucción de los niños y juntamente con ellos empezó a aprender latín, velando al mismo tiempo por que se les infundiera el santo temor de Dios y se fortalecieran en la fe cristiana.
Después, Santa Brígida fue llamada a la corte, como dama de honor de la reina Blanca, esposa del rey Magnus Eriksson; hizo todo cuanto estuvo en su mano para que en la corte hubiera un ambiente menos mundano y los reyes llevaran una vida más profundamente religiosa, si bien sus desvelos no se vieron coronados por el éxito.
En 1341, siguiendo una tradición familiar, santa Brígida y su marido hicieron la peregrinación a Santiago de Compostela, viaje que duró dos años y que les permitió ver de cerca las dos más grandes calamidades del siglo: la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia y el destierro de los Papas en Aviñón (Francia). De vuelta del largo viaje a la remota España, Ulf Gudmarsson se encierra en el monasterio cisterciense de Alvastra, donde enferma y muere el 12 de febrero de 1344.
La muerte de su marido señala el comienzo de una mayor actividad por parte de Santa Brígida. La divina llamada de que entonces fue objeto se nos cuenta de esta manera en las Revelaciones extravagantes: «Pasados algunos días después dé la muerte de su marido, encontrándose santa Brígida muy preocupada acerca de su estado, vióse envuelta e inflamada por el espíritu del Señor; y arrebatada en espíritu vió una nube resplandeciente y oyó una voz que desde la nube le decía: ‘Yo soy tu Dios, que quiero hablar contigo’. Asustada, no sea que fuese engaño del enemigo, oyó por segunda vez: ‘No temas, pues Yo soy el Creador, no el engañador. Y has de saber que no hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos. Escucha, pues, lo que digo. Tú serás mi esposa y mi instrumento; oirás y verás cosas ocultas espirituales y celestes, y mi espíritu permanecerá contigo hasta la muerte. Cree, pues, firmemente que soy Yo mismo, que nací de la Virgen pura, que sufrí y padecí muerte de cruz por la salvación de todas las almas; que resucité de entre los muertos y subí a los cielos; que ahora, además, por mi Espíritu, hablo contigo».
Poco después, en 1345, iniciaba santa Brígida la construcción de un monasterio doble, para monjas y monjes, en Vadstena; a orillas del Vättern, siendo ayudada con dinero por el mismo rey, pero solamente al principio, porque después el monarca se opuso al proyecto y hasta ordenó la demolición de las obras comenzadas. Pero estas dificultades iniciales, lo mismo que otras mayores, que después le saldrían al paso, no arredraron a santa Brígida. En este tiempo escribe también santa Brígida la Regla para su proyectado monasterio, y recibe otra serie de revelaciones divinas con el encargo de dar a conocer su contenido, como así lo hace, una vez obtenida la oportuna licencia de los obispos suecos a quienes consultó. De conformidad con lo que se le había revelado, se dirigió amonestando a los monarcas, a los nobles y al mismo clero, para que llevaran una vida más de acuerdo con la moral cristiana; a los reyes de Inglaterra y de Francia, para que hicieran la paz; al Papa, para que abandonara la ciudad francesa de Aviñón y regresara a Roma, verdadera cabeza de la cristiandad.
Y a Roma y no a Aviñón se dirigió santa Brígida en 1349 con el doble propósito de conseguir del Papa la aprobación de la Regla, y de ganar el jubileo del Año Santo de 1350. Nuestra Santa tuvo en la Ciudad Eterna la revelación de esperar allí hasta que hubiera venido el Papa, y así lo hizo, reuniendo a su alrededor mientras esperaba, un grupo de personas, «los amigos de Dios», entre los cuales sobresalían su hija Catalina y los prelados suecos Pedro de Alvastra y Pedro de Skänninge; años después se unió a ellos el eremita Alfonso de Vadaterra, obispo de Jaén, buen teólogo y bien relacionado con la Curia y la nobleza de Roma, que protegería eficazmente a los ascetas escandinavos y que después sería el recopilador de la obra escrita de Santa Brígida. Después de casi veinte años de espera vino por fin a Roma el papa Urbano V, dando su aprobación a la Orden brigidina, si bien con tantas restricciones que desfiguraban substancialmente la imagen que de la misma había bosquejado la Santa. Por otra parte, el Papa se volvió a Francia, a pesar de las súplicas insistentes de Santa Brígida para que no lo hiciera. Santa Brígida hubo de continuar su estancia en Roma y no volvería ya a ver más su tierra.
Santa Brígida y el grupo reunido en torno a ella llevaban en Roma una vida de inusitada dureza en aquel mundano siglo XIV, siguiendo hasta donde les era posible las normas de la Regla que para su Orden había escrito. El grupo monacal estaba sometido a una estrecha pobreza voluntaria, ganándose todo el sustento con el trabajo manual y en muchos casos pidiendo, lo que no les impedía ejercer la caridad, bien mediante la limosna material, bien enseñando la doctrina cristiana a los pobres y extranjeros; las visitas a las iglesias y a las sepulturas de los mártires y las peregrinaciones a los más apartados santuarios de toda Italia eran otras de las actividades favoritas de nuestra Santa. Mientras tanto se disciplinaba con largos ayunos y rudas penitencias: por ejemplo, dormía siempre sobre el santo suelo. Santa Brígida, exigente consigo misma, también lo era con los demás; uno de los rasgos de su personalidad que más la dieron a conocer entre las gentes romanas era su actividad amonestadora, hasta el punto de haberle dado el remoquete de «bruja escandinava» todas aquellas personas a quienes molestaban sus constantes llamadas al orden y a la rectitud de vida, algo que brillaba por su ausencia en el ambiente agitado y anárquico de la Roma de aquellos tiempos.
Acompañada de su hija Catalina, de los dos Pedros y de Alfonso de Jaén, embarcándose en Nápoles y haciendo escala en Chipre, hizo también santa Brígida la peregrinación a Tierra Santa, viviendo medio año en la «tierra del Evangelio», donde Dios se sirvió dispensarle abundantes revelaciones relativas a la vida humana del Señor, en particular sobre su nacimiento y su pasión, revelaciones cuya notoria influencia en los artistas que después han representado tales misterios señalan con complacencia los biógrafos modernos de Santa Brígida. Poco después de haber regresado de esta larga peregrinación, moría nuestra Santa el 23 de julio de 1373 en Roma, en la que había sido su residencia romana, la que después se llamaría «Casa de Santa Brígida», que en los tiempos finales de la Edad Media y luego en los del Renacimiento iba a constituir algo así como el hogar escandinavo de la ciudad de los Papas.
Santa Brígida fue enterrada en la iglesia romana de San Lorenzo in Panisperma; pero sólo provisionalmente, pues poco después su hija Catalina, juntamente con su hermano Birger Ulfsson y los dos Pedros, trasladaron a Suecia los restos mortales de la Santa. El largo camino de Roma a Danzig lo hicieron pasando por Viena y por el celebérrimo santuario mariano de Czestochowa, en Polonia; en Danzig se embarcaron hasta la isla báltica de Öland, que atravesaron por tierra, para embarcarse de nuevo y, bordeando la costa, tocar tierra sueca en Sóderköping; desde aquí, hasta su definitivo reposo en su amado monasterio de Vadstena, los restos mortales de la Santa pasaron todavía por las populosas y para ella familiares ciudades de Skänninge y Linkóping. A su paso por los diversos países de Europa, el fúnebre cortejo iba cumpliendo una verdadera actividad misionera: santa Catalina dirigía a los pecadores saludables instrucciones, procuraba con sus hechos y palabras inspirar por doquier el santo temor de Dios, y al mismo tiempo daba a conocer las predicciones y revelaciones de Santa Brígida. Ya en Suecia, el recorrido con los restos mortales de Santa Brígida adquirió caracteres de una auténtica procesión triunfal; los milagros florecían a su paso y de todas partes acudían a saber las revelaciones brigidinas, a rogar y rezar ante sus despojos, y a oír los sermones de Pedro de Alvastra. Después de haber recorrido durante más de medio mes las tierras patrias que había dejado un cuarto de siglo antes y a las que en vida no había podido regresar, Santa Brígida fue enterrada en el monasterio de Vadstena el 4 de julio de 1374, viéndose honrado el sepelio con la asistencia de lo más florido de la nobleza y del clero de Suecia, así como de un pueblo abundante y devoto. Los milagros ante su tumba fueron numerosos y poco tiempo después, en 1375, su santa hija Catalina emprendía el largo viaje a Roma para conseguir la canonización de su amada madre y la aprobación definitiva de la Orden brigidina; Santa Catalina vió logrado el segundo objetivo, pero Santa Brígida no fue elevada a los altares sino por el papa Bonifacio IX en 1401 (cuando ya había fallecido Santa Catalina). La canonización fue confirmada en 1415 en el concilio de Constanza por el antipapa Juan XXIII, pero los reyes de Suecia querían una canonización absolutamente legítima para su Santa y pidieron y obtuvieron en 1419 la confirmación de la misma por el papa Martín V, Sumo Pontífice de toda la cristiandad. Su fiesta se celebraba el 7 de octubre, que sigue siendo el día de Santa Brígida en el calendario nacional sueco, hasta el siglo xviii, en que el papa Urbano VIII la trasladó al 8 de octubre para que no coincidiese con la fiesta del Rosario.
Orden del Santísimo Salvador
Además del ejemplo de su vida de santidad, de la extraordinaria y sorprendente actividad de Santa Brígida han llegado hasta nosotros dos frutos visibles y perdurables: sus obras literarias y la Orden del Santísimo Salvador.
La Orden brigidina (Ordo Sanctissimi Salvatoris) es una Orden contemplativa cuya finalidad primordial es alabar al Señor y a la Santísima Virgen y ofrecer reparación por las continuas ofensas que se cometen contra la divina Majestad; sus miembros han de llevar una vida perfecta para el honor de Dios y la salvación de las almas y tomar como base de su oración la meditación en la pasión del Señor. Su hábito y su manto es gris, y tanto en el hábito como en el número de sus miembros dejó su impronta el arraigado simbolismo medieval. Cada monasterio debía tener 60 monjas, 13 presbíteros, dos diáconos, dos subdiáconos y ocho hermanos legos, con lo cual el número total de 85 personas igualaría al de los 72 discípulos más los 13 apóstoles, incluyendo entre éstos a San Pablo. El carácter de Orden mixta fue una de las mayores dificultades que encontró nuestra Santa para su aprobación, aparte de la decisión, aún vigente en su época, del concilio de Letrán de 1215 de que no se crearan Ordenes nuevas. Realmente fue la hija de Santa Brígida, Santa Catalina, la que consiguió la aprobación definitiva de la Orden brigidina y quien organizó conforme a la Regla de la misma el monasterio de Vadstena. La Orden del Santísimo Salvador, por su celo apostólico, por su eficaz labor en la instrucción del pueblo y por su actividad cultural, significó un fuerte lazo de unión de los tres reinos escandinavos. Su actividad en el campo de la cultura fue muy grande a finales de la Edad Media: muchos brigidinos escandinavos fueron obispos y profesores de universidad; ellos tradujeron la Biblia a los idiomas escandinavos, y fueron los monjes de Vadstena los que tuvieron la primera imprenta de Suecia. La Orden del Santísimo Salvador se extendió por toda Europa, llegando a tener unos 80 florecientes monasterios; con la Reforma protestante, primero, y con la Revolución francesa, después, la Orden brigidina sufrió mucho, si bien consiguió sobrevivir en Europa en el monasterio bávaro de Altomünster. En el siglo xvi, una dama española, la Venerable Marina de Escobar, dió un gran impulso a la rama española de la Orden que ha perdurado en Méjico y en España. La Orden del Santísimo Salvador ha sido restaurada en nuestros días, siguiendo muy de cerca las huellas y el espíritu de Santa Brígida, merced al infatigable tesón de la madre Isabel Hesselblad, otra tenaz mujer sueca de nuestros días (falleció en 1957); y ha sido construido un nuevo monasterio en Vadstena, al lado mismo de la famosa «Iglesia Azul» (Blakyrka), la primera de la Orden brigidina.
Los escritos de nuestra Santa constituyen la obra capital de la literatura sueca medieval. El conjunto más importante lo forman las Revelaciones, en ocho libros, recogidas y ordenadas (aunque no muy sistemáticamente) por Alfonso de Vadaterra, y las llamadas Revelaciones extravagantes, no incluidas en la recensión hecha por el obispo de Jaén y recopiladas más tarde por Pedro de Alvastra; hay que añadir además la Regla del Santísimo Salvador y el Sermón angélico sobre la excelencia de la Virgen. Santa Brígida sabía y hablaba latín, pero su obra era dictada en sueco a sus secretarios (los dos Pedros), que la iban poniendo en latín; no en un latín con pretensiones clásicas, sino en el latín que era la lengua de la conversación de los hombres cultos de su siglo, es decir, la verdadera lengua europea de la época. El estar en latín fue sin duda un factor que contribuyó decisivamente a favorecer la difusión de los escritos brigidinos, sobre todo de las Revelaciones, que conocieron nada menos que nueve ediciones en menos de doscientos años. Las Revelaciones de Santa Brígida fueron, sin embargo, discutidas desde muy pronto, siendo eficazmente defendidas en el concilio de Basilea (1436) por el dominico, y más tarde cardenal, Juan de Torquemada, quien al mismo tiempo hizo un detenido estudio de las mismas y las clasificó en tres tipos: corporales, espirituales e intelectuales. Estas revelaciones fueron un mensaje que Santa Brígida debía llevar al mundo; el Señor le había dicho: «No hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos». Pero fueron también las revelaciones que iba recibiendo las que determinaban la actuación de Santa Brígida a lo largo de su vida.
Ya a los siete años se le apareció la Virgen María ofreciéndole una corona de espinas: «Ven y acércate, Brígida», le dijo. «¿Quieres esta corona?», «Sí», contestó nuestra Santa. Una corona blanca sobre la toca sería después el distintivo más característico del hábito brigidino. A los diez años se le apareció Cristo en la cruz, diciéndole: «Mira cómo estoy herido». «¿Quién te ha hecho eso, Señor?», «Los que me desprecian y se olvidan de mi amor me han hecho esto», le dijo el Señor. Pocos años más tarde se le apareció un diablo pestilente, que le dijo: «Nada puedo sin permiso del Crucificado». Todo ello determinaría la profunda devoción de Santa Brígida a Cristo crucificado. Obedeciendo a revelaciones recibidas hizo el viaje a Roma y allí permaneció esperando durante poco menos de veinticinco años el definitivo regresó del Papa; y por el mismo motivo tuvo siempre fe en el triunfo de su obra, es decir, en la definitiva aprobación de la Orden del Santísimo Salvador, cuya Regla había escrito nuestra Santa también por inspiración divina.
Santa Brígida tuvo también revelaciones sobre diversos acontecimientos: por una revelación divina supo, estando en Roma, al mismo tiempo de tener lugar en Suecia, la muerte de su yerno; y predijó también, para tan pronto como hubiese regresado a Aviñón; la muerte del papa Urbano V, quien, a pesar de las insistentes súplicas de la Santa para que no lo hiciera, no quiso quedarse en Roma cuando vino allí en 1367. «Por la gracia del Espíritu Santo —podemos leer en las Revelaciones extravagantes— tuvo este gran don la esposa de Cristo: que cuantas veces se le acercaban personas llenas de espíritu inmundo y soberbio, en seguida sentía un hedor tan grande y tenía en su boca un sabor tan amargo que apenas podía soportarlo». Otros muchos hechos milagrosos se cuentan de nuestra Santa, gran número de los cuales están recogidos en el Libro de los milagros de Santa Brígida de Suecia, pero ¿qué mayor milagro que el de la fundación y pervivencia de la Orden del Santísimo Salvador, fundada en medio de dificultades humanamente invencibles y perenne a pesar de las persecuciones de que ha sido objeto en Europa?
Los escritos de Santa Brígida, y en particular sus Revelaciones, nos permiten conocer muy bien su mundo de ideas y pensamientos, sus ideales, su carácter y hasta el desenvolvimiento de su propia espiritualidad. En ellos queda reflejado: su gozo ante la obediencia («La virginidad merece la corona —dice— , la viudedad acerca a Dios, el matrimonio no excluye del cielo; pero lo que lleva a la gloria es la obediencia); su devoción a la humanidad de Cristo (a la pasión sobre todo), a la Eucaristía (Santa Brígida comulgaba los domingos y días de fiesta, lo que entonces se consideraba comunión muy frecuente), al Corazón de Jesús («Cosa digna es —dice la Santa— que tu invicto Corazón, ¡oh Jesús!, sea siempre magnificado en el cielo y en la tierra e incesantemente alabado») y a la Santísima Virgen (en los escritos brigidinos se puede espigar una serie de afirmaciones que constituyen todo un tratado de mariología). También nos es dado seguir en ellos la lucha que, para conseguir una mayor perfección y llegar a la verdadera humildad, hubo de sostener contra diversas clases de tentaciones: tentaciones de orgullo y sensualidad; tentaciones contra la fe; sentimiento de verse abandonada por el Padre celestial y de considerarse, a veces, incapaz de orar. Pero también podemos ver allí su voluntad inquebrantable, su gusto siempre creciente por la austeridad, su deseo ferviente de apostolado, su afán de reformar las costumbres. Realmente es sombrío el cuadro que Santa Brígida traza en sus escritos al describir el estado de la cristiandad de su época; a laicos, Ordenes religiosas, presbíteros, obispos y papas: a todos llama a penitencia. Si no siempre tuvo éxito, consiguió muchas veces lo que se proponía. A su esposo, lo atrajo a una vida más piadosa; a su hija Catalina, la hizo entrar en el círculo de su actividad de fundación y santificación, y lo mismo sucedió con otras personas que con ella entraban en contacto. Por su carácter práctico y activo, por sus rasgos de simplificación espiritual, por su constante tendencia a la austeridad, se la ha considerado (sobre todo en su país) como una precursora de la Reforma; pero ésos son más bien rasgos de una auténtica reformadora hondamente católica, como lo prueba además su devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Mujer de carácter complejo y gran coraje, fue una infatigable luchadora, y (como ella misma nos dice, «la mensajera de un gran Señor»). Por eso Santa Brígida mereció que su muy amado Crucificado le dijera poco antes de morir: «Yo he hecho contigo como suele hacer el esposo, que se esconde de su esposa para ser de ella más ardientemente deseado. Así Yo no te he visitado con consuelos en este tiempo pasado porque era el tiempo de tu prueba. Pero ahora, una vez ya probada, ven a Mí».
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Artículo original en mercaba.org
por CeF | Fuentes varias | 12 Nov, 2013 | Postcomunión Vida de los Santos
«La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos»
(Tertuliano)
Josafat es una palabra hebrea que significa «Dios es mi juez».
La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice. Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que su país aceptara el catolicismo.
En 1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos ortodoxos se habían opuesto violentamente y se habían producido muchos desórdenes callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a trabajar y a sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la Iglesia Católica.
Cuando sus enemigos se lanzaron contra él, le atravesaron de un lanzazo, le pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo echaron al río Divina. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después los verdugos se convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su terrible crimen.
El Papa Juan Pablo II declaró a San Josafat patrono de los que trabajan por la unión de los cristianos.
Artículo orginal en Aciprensa.
Otras biografías de san Josafat
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Recursos audiovisuales
San Josafat de Lituania, mártir
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San Josafat de Lituania, por Encarni Llamas en DiócesisTV
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por Monasterio benedictino Santísima Trinidad de las Condes | 4 Jul, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
San Benito nació en el antiguo pueblo de Nursia en el año 480. Pertenecía a la noble familia Anicia. Tenía una hermana gemela, Escolástica, quien desde su infancia se había consagrado a Dios.
Fue enviado a Roma para su educación, acompañado de su nodriza, que había de ser, probablemente, su ama de casa. Benito, asqueado por la vida viciosa de la ciudad y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma. Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó. Se dirigieron al pueblo de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma. Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente una criba que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente roto.
Benito partió una vez más, solo, para remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco. En esta región se encontró con un monje llamado Romano, explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño. Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña. En la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba alimento al joven.
Cerca del lugar, vivían por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar. Al principio rehusó. Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno. Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino. Decidió después de este suceso, no quedarse por más tiempo entre ellos. El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Atraídos por su santidad, empezaron a reunirse a su alrededor, gran cantidad de discípulos. También acudían a él, padres, que venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y preparados para la vida monástica. San Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido y Mauro.
No se sabe cuánto tiempo permaneció el Santo en Subiaco. Su partida fue repentina. Vivía en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo. El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco. Se encaminó al territorio de MonteCassino. La población del lugar, habían vuelto al paganismo. Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte. San Benito procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado. Sobre las ruinas del templo, construyó un monasterio.
Tal vez fue durante ese período cuando comenzó su «Regla», de la que San Gregorio dice que da a entender «todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba». Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí «la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey».
El Santo que había anunciado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte. Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre. El 21 de marzo del año 543, Jueves Santo, recibió la comunión. Después, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido.
En 1964 Pablo VI declara a San Benito patrono principal de Europa.
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Fuente original: monasterio benedictino Santísima Trinidad de las Condes, Chile
por San Juan Pablo II | 13 Feb, 2011 | Confirmación Vida de los Santos
Carta Encíclica Slavorum Apostoli en memoria de la obra evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio después de once siglos.
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I. Introducción
1. Los apóstoles de los eslavos, santos Cirilo y Metodio, permanecen en la memoria de la Iglesia junto a la gran obra de evangelización que realizaron. Se puede afirmar más bien que su recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestros días.
Al considerar la veneración, plena de gratitud, de la que los santos hermanos de Salónica (la antigua Tesalónica) gozan desde hace siglos, especialmente en las naciones eslavas, y recordando la inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio del Evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada nación, con la Carta Apostólica Egregiae virtutis, del 31 de diciembre de 1980, proclamé a los santos Cirilo y Metodio compatronos de Europa. Continué así la línea trazada por mis Predecesores y, de modo particular, por León XIII, quien hace algo más de 100 años, el 30 de septiembre de 1880, extendió a toda la Iglesia el culto de los dos santos con la Carta Encíclica Grande munus, (2) y por Pablo VI, quien, con la Carta Apostólica Pacis nuntius, (3) proclamó a San Benito, patrón de Europa, el 24 de octubre de 1964.
2. El documento de hace cinco años quería avivar la conciencia ante estos solemnes actos de la Iglesia e intentaba llamar la atención de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad, que buscan el bien, la concordia y la unidad de Europa, a la actualidad siempre viva de las eminentes figuras de Benito, de Cirilo y Metodio, como modelos concretos y ayuda espiritual para los cristianos de nuestra época y, especialmente, para las naciones del continente europeo, que, desde hace ya tiempo, sobre todo gracias a la oración y a la labor de estos santos, se han arraigado consciente y originalmente en la Iglesia y en la tradición cristiana.
La publicación de mi citada Carta Apostólica, el año 1980, inspirada por la firme esperanza de una superación gradual en Europa y en el mundo de todo aquello que divide a las Iglesias, a las naciones y a los pueblos, se refería a tres circunstancias, que constituyeron objeto de mi oración y reflexión. La primera fue el XI centenario de la Carta pontificia Industriae tuae, (4) mediante la cual Juan VIII, en el año 880, aprobó el uso de la lengua eslava en la liturgia traducida por los dos santos hermanos. La segunda estaba representada por el primer centenario de la ya mencionada Carta encíclica Grande munus. La tercera fue el comienzo, precisamente el año 1980, del feliz y prometedor diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas en la isla de Patmos.
3. En este documento deseo hacer una mención particular de la citada Carta con la que León XIII quiso recordar a la Iglesia y al mundo los méritos apostólicos de ambos hermanos: no sólo de Metodio que, -según la tradición- terminó su vida en Velehrad, en la Gran Moravia el año 885, sino también de Cirilo, al que la muerte separó de su hermano el año 869 en Roma, ciudad que acogió y custodia todavía con conmovedora veneración sus reliquias en la antigua Basílica de san Clemente.
Al recordar la santa vida y los méritos apostólicos de los dos hermanos de Salónica, el papa León XIII fijó su fiesta litúrgica el día 7 de julio. Después del Concilio Vaticano II, como consecuencia de la reforma litúrgica, la fiesta fue trasladada al 14 de febrero, fecha que, desde el punto de vista histórico, indica el nacimiento al cielo de san Cirilo (5).
A más de un siglo de la publicación de la Carta de León XIII las nuevas circunstancias, en que se celebra el undécimo centenario de la gloriosa muerte de san Metodio, inducen a dar una renovada expresión al recuerdo que la Iglesia conserva de tan importante aniversario. Y se siente particularmente obligado a ello el primer Papa llamado a la sede de Pedro desde Polonia y, por lo tanto, de entre las naciones eslavas.
Los acontecimientos del último siglo y, especialmente, de los últimos decenios han contribuido a reavivar en la Iglesia, junto con el recuerdo religioso, el interés históricocultural por los dos santos hermanos, cuyos carismas particulares se han hecho aún más inteligibles ante las situaciones y las experiencias propias de nuestra época. A ello han contribuido muchos hechos que pertenecen, como auténticos signos de los tiempos, a la historia del siglo XX y, ante todo, a aquel gran acontecimiento que se ha verificado en la vida de la Iglesia con el Concilio Vaticano II. A la luz del Magisterio y de la orientación pastoral de este Concilio, podemos volver a mirar de un modo nuevo -más maduro y profundo- a estas dos santas figuras, de las que nos separan ya once siglos, y leer, además, en su vida y actividad apostólica los contenidos que la sapiente Providencia divina inscribió para que se revelaran con nueva plenitud en nuestra época y dieran nuevos frutos.
II. Referencia biográfica
4. Siguiendo el ejemplo ofrecido por la Carta Grande munus, deseo recordar la vida de san Metodio, sin omitir por esto las vicisitudes -que tan íntimamente le están unidas- de su hermano san Cirilo. Esto lo haré a grandes rasgos, dejando a la investigación histórica las precisiones y las discusiones sobre los puntos más concretos.
La ciudad, que vio nacer a los dos santos hermanos, es la actual Salónica, que en el siglo IX era un importante centro de vida comercial y política en el Imperio bizantino y ocupaba un lugar de notable importancia en la vida intelectual y social de aquella región de los Balcanes. Al estar situada en la frontera de los territorios eslavos, tenía por lo tanto un nombre eslavo: Solun.
Metodio era el hermano mayor y verosímilmente su nombre de pila era Miguel. Nace entre los años 815 y 820. Menor que él, Constantino -posteriormente más conocido con el nombre religioso de Cirilo- vino al mundo el año 827 u 828. Su padre era un alto funcionario de la administración imperial. La situación social de la familia abría a los dos hermanos una similar carrera, que, por lo demás,
Metodio emprendió, alcanzando el cargo de arconte, o sea de gobernador en una de las provincias fronterizas, en la que vivían muchos eslavos. Sin embargo, hacia el año 840 la abandona para retirarse a uno de los monasterios situados en la falda del monte Olimpo -en Bitinia-, conocido entonces bajo el nombre de Sagrada Montaña.
Su hermano Cirilo siguió con particular provecho los estudios en Bizancio, donde recibió las órdenes sagradas, después de haber rechazado decididamente un brillante porvenir político. Por sus excepcionales cualidades y conocimientos culturales y religiosos le fueron confiadas, siendo todavía joven, delicadas tareas eclesiásticas, como la de bibliotecario del Archivo contiguo a la gran iglesia de santa Sofía en Constantinopla y, a la vez, el prestigioso cargo de secretario del Patriarca de aquella misma ciudad. Bien pronto, sin embargo, dio a conocer que quería substraerse a tales funciones, para dedicarse al estudio y a la vida contemplativa, lejos de toda ambición. Y así, se refugió a escondidas en un monasterio en las costas del Mar Negro. Encontrado seis meses más tarde, fue convencido a aceptar la enseñanza de las disciplinas filosóficas en la Escuela Superior de Constantinopla, ganándose por la calidad de su saber el calificativo de Filósofo con el que todavía es conocido. Más tarde fue enviado por el Emperador y el Patriarca a realizar una misión ante los sarracenos. Finalizada con éxito dicha gestión, se retiró de la vida pública para reunirse con su hermano mayor Metodio y compartir con él la vida monástica. Pero nuevamente, y junto con él, fue incluido como experto religioso y cultural en una delegación de Bizancio enviada ante los Jázaros. Durante la permanencia en Crimea, en Cherson, creyeron localizar la iglesia en la que había sido sepultado antiguamente san Clemente, Papa romano y mártir exiliado en aquella lejana región; recogen y llevan consigo las reliquias, (6) que acompañarían después los dos santos hermanos en el sucesivo viaje misionero a Occidente, hasta el instante en que pudieran depositarlas solemnemente en Roma, entregándolas al papa Adriano II.
5. El hecho que debía decidir totalmente el curso de su vida, fue la petición hecha por el príncipe Rastislao de la Gran Moravia al Emperador Miguel III, para que enviara a sus pueblos «un Obispo y maestro, …que fuera capaz de explicarles la verdadera fe cristiana en su lengua». (7)
Son elegidos los santos Cirilo y Metodio, que rápidamente aceptan la misión. Seguidamente se ponen en viaje y llegan a la Gran Moravia -un Estado formado entonces por diversos pueblos eslavos de Europa Central, encrucijada de las influencias recíprocas entre Oriente y Occidente- probablemente hacia el año 863 comenzando en aquellos pueblos la misión, a la que ambos se dedican durante el resto de su vida, pasada entre viajes, privaciones, sufrimientos, hostilidades y persecuciones, que en el caso de Metodio llegan hasta una cruel prisión. Soportan todo ello con una gran fe y firme esperanza en Dios. En efecto, se habían preparado bien a la tarea que les había sido encomendada; llevaban consigo los textos de la Sagrada Escritura indispensables para la celebración de la sagrada liturgia, preparados y traducidos por ellos mismos a la lengua paleoeslava y escritos con un nuevo alfabeto, elaborado por Constantino Filósofo y perfectamente adaptado a los sonidos de tal lengua. La actividad misionera de los dos hermanos estuvo acompañada por un éxito notable, pero también por las comprensibles dificultades que la precedente e inicial cristianización, llevada por las Iglesias latinas lindantes, ponía a los nuevos misioneros.
Después de unos tres años, en el viaje a Roma se detienen en Panonia, donde el príncipe eslavo Kocel -huido del importante centro civil y religioso de Nitra- les ofrece una hospitalaria acogida. Desde aquí, algunos meses más tarde, continúan el viaje a Roma en compañía de sus discípulos para quienes desean conseguir las órdenes sagradas. Su itinerario pasa por Venecia, donde son sometidas a público debate las premisas innovadoras de la misión que están realizando. En Roma el Papa Adriano II, que ha sucedido mientras tanto a Nicolás I, les acoge con mucha benevolencia. Aprueba los libros litúrgicos eslavos, que ordena depositar sobre el altar de la iglesia de Santa María ad Praesepe, llamada en la actualidad Santa María la Mayor, y dispone que sus discípulos sean ordenados sacerdotes. Esta fase de sus trabajos se concluye de un modo muy favorable. Metodio, sin embargo, debe continuar solo la etapa sucesiva: pues su hermano menor, gravemente enfermo, apenas consigue emitir los votos religiosos y vestir el hábito monacal, pues muere poco tiempo después el 14 de febrero del 869 en Roma.
6. San Metodio fue fiel a las palabras que Cirilo le había dicho en su lecho de muerte: « He aquí, hermano, que hemos compartido la misma suerte ahondando el arado en el mismo surco; yo caigo ahora sobre el campo al término de mi jornada. Tú amas mucho -lo sé- tu Montaña; sin embargo, por la Montaña no abandones tu trabajo de enseñanza. En verdad, ¿dónde puedes salvarte mejor? (8)
Consagrado obispo para el territorio de la antigua diócesis de Panonia y nombrado legado pontificio «ad gentes » para los pueblos eslavos, toma el título eclesiástico de la restaurada sede episcopal de Sirmio. La actividad apostólica de Metodio se ve, sin embargo, interrumpida a consecuencia de complicaciones político religiosas que culminan con su encarcelamiento por un período de dos años, bajo la acusación de haber invadido una jurisdicción episcopal ajena. Es liberado sólo gracias a una intervención personal del papa Juan VIII. Finalmente, también el nuevo soberano de la Gran Moravia, el príncipe Svatopluk, se muestra contrario a la acción de Metodio, oponiéndose a la liturgia eslava e insinuando en Roma ciertas dudas sobre la ortodoxia del nuevo arzobispo. El año 880 Metodio es llamado ad limina Apostolorum, para presentar una vez más toda la cuestión personalmente a Juan VIII. En Roma, una vez absuelto de todas las acusaciones, obtiene del Papa la publicación de la bula Industriae tuae, (9) que, por lo menos en lo fundamental, restituía las prerrogativas reconocidas a la liturgia en lengua eslava por su predecesor Adriano II.
Análogo reconocimiento de perfecta legitimidad y ortodoxia obtiene Metodio de parte del Emperador bizantino y del Patriarca Focio, en aquel momento en plena comunión con la sede de Roma, cuando va a Constantinopla el año 881 u 882. Dedica los últimos años de su vida sobre todo a ulteriores traducciones de la Sagrada Escritura y de los libros litúrgicos, de las obras de los Padres de la Iglesia y también de una recopilación de las leyes eclesiásticas y civiles bizantinas, conocida bajo el nombre de Nomocanon. Preocupado por la supervivencia de la obra que había comenzado, designa como sucesor a su discípulo Gorazd. Muere el 6 de abril del año 885 al servicio de la Iglesia instaurada en los pueblos eslavos.
7. La acción previsora, la doctrina profunda y ortodoxa, el equilibrio, la lealtad, el celo apostólico, la magnanimidad intrépida le granjearon el reconocimiento y la confianza de Pontífices Romanos, de Patriarcas Constantinopolitanos, de Emperadores bizantinos y de diversos Príncipes de los nuevos pueblos eslavos.
Por todo ello, Metodio llegó a ser el guía y el pastor legítimo de la Iglesia, que en aquella época se arraigaba en aquellas naciones y es unánimemente venerado, junto con su hermano Constantino, como el heraldo del Evangelio y el Maestro « de parte de Dios y del Santo Apóstol Pedro » (10) y como fundamento de la unidad plena entre las Iglesias de reciente fundación y las más antiguas.Por esto « hombres y mujeres, humildes y poderosos, ricos y pobres, libres y siervos, viudas y huérfanos, extranjeros y gentes del lugar, sanos y enfermos » (11) formaban la muchedumbre que, entre lágrimas y cantos, acompañaban al sepulcro al buen Maestro y Pastor, que se había hecho «todo para todos para salvarlos a todos». (12)
En honor a la verdad, la obra de los santos hermanos, después de la muerte de Metodio sufrió una grave crisis, y la persecución contra sus discípulos se agudizó de tal modo, que se vieron obligados a abandonar su campo misional; no obstante esto, su siembra evangélica no cesó de producir frutos y su actitud pastoral, preocupada por llevar la verdad revelada a nuevos pueblos -respetando en todo momento su peculiaridad cultural-, sigue siendo un modelo vivo para la Iglesia y para los misioneros de todas las épocas.
III. Heraldos del Evangelio
8. Los hermanos Cirilo y Metodio, bizantinos de cultura, supieron hacerse apóstoles de los eslavos en el pleno sentido de la palabra. La separación de la patria que Dios exige a veces a los hombres elegidos, aceptada por la fe en su promesa, es siempre una misteriosa y fecunda condición para el desarrollo y el crecimiento del Pueblo de Dios en la tierra. El Señor dijo a Abrahán: «Salte de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré; yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una bendición». (13)
Durante la visión nocturna que san Pablo tuvo en Tróade en el Asia Menor, un varón macedonio, por lo tanto un habitante del continente europeo, se presentó ante él y le suplicó que se dirigiera a su país para anunciarles la Palabra de Dios: «Pasa a Macedonia y ayúdanos». (14)
La divina Providencia, que en el caso de los dos santos hermanos se manifestó a través de la voz y la autoridad del Emperador de Bizancio y del Patriarca de la Iglesia de Constantinopla, les exhortó de una manera semejante, cuando les pidió que se dirigieran en misión a los pueblos eslavos. Este encargo significaba para ellos abandonar no sólo un puesto de honor, sino también la vida contemplativa; significaba salir del ámbito del Imperio bizantino y emprender una larga peregrinación al servicio del Evangelio, entre unos pueblos que, bajo muchos aspectos, estaban lejos del sistema de convivencia civil basado en una organización avanzada del Estado y la cultura refinada de Bizancio, imbuida por principios cristianos. Análoga pregunta hizo por tres veces el Pontífice Romano a Metodio, cuando le envió como obispo entre los eslavos de la Gran Moravia, en las regiones eclesiásticas de la antigua diócesis de Panonia.
9. La Vida eslava de Metodio recoge con estas palabras la petición, hecha por el príncipe Rastislao al Emperador Miguel III a través de sus enviados: « Han llegado hasta nosotros numerosos maestros cristianos de Italia, de Grecia y de Alemania, que nos instruyen de diversas maneras. Pero nosotros los eslavos… no tenemos a nadie que nos guíe a la verdad y nos instruya de un modo comprensible ». (15) Entonces es cuando Constantino y Metodio fueron invitados a partir. Su respuesta profundamente cristiana a la invitación, en esta circunstancia y en todas las demás ocasiones, está expresada admirablemente en las palabras dirigidas por Constantino al Emperador: «A pesar de estar cansado y físicamente débil, iré con alegría a aquel país»; (16) «Yo marcho con alegría por la fe cristiana». (17)
La verdad y la fuerza de su mandato misional nacían del interior del misterio de la Redención, y su obra evangelizadora entre los pueblos eslavos debía constituir un eslabón importante en la misión confiada por el Salvador a la Iglesia Universal hasta el fin del mundo. Fue una realidad -en el tiempo y en las circunstancias concretas- de las palabras de Cristo, que mediante el poder de su Cruz y de su Resurrección mandó a los Apóstoles: «Predicad el Evangelio a toda creatura»; (18) «id pues; enseñad a todas las gentes». (19) Actuando así, los evangelizadores y maestros de los pueblos eslavos se dejaron guiar por el ideal apostólico de san Pablo: « Todos pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús ». (20)
Junto a un gran respeto por las personas y a la desinteresada solicitud por su verdadero bien, los dos santos hermanos tuvieron adecuados recursos de energía, de prudencia, de celo y de caridad, indispensables para llevar a los futuros creyentes la luz, y para indicarles, al mismo tiempo, el bien, ofreciendo una ayuda concreta para conseguirlo. Para tal fin quisieron hacerse semejantes en todo a los que llevaban el evangelio; quisieron ser parte de aquellos pueblos y compartir en todo su suerte.
10. Precisamente por tal motivo consideraron una cosa normal tomar una posición clara en todos los conflictos, que entonces perturbaban las sociedades eslavas en vías de organización, asumiendo como suyas las dificultades y los problemas, inevitables en unos pueblos que defendían la propia identidad bajo la presión militar y cultural del nuevo Imperio romanogermánico, e intentaban rechazar aquellas formas de vida que consideraban extrañas. Era a la vez el comienzo de unas divergencias más profundas, destinadas desgraciadamente a acrecentarse, entre la cristiandad oriental y la occidental, y los dos santos misioneros se encontraron personalmente implicados en ellas; pero supieron mantener siempre una recta ortodoxia y una atención coherente, tanto al depósito de la tradición como a las novedades del estilo de vida, propias de los pueblos evangelizados. A menudo las situaciones de contraste se impusieron con toda su ambigua y dolorosa complejidad; pero no por esto Constantino y Metodio intentaron apartarse de la prueba: la incomprensión, la manifiesta mala fe y, en el caso de Metodio, incluso las cadenas, aceptadas por amor de Cristo, no consiguieron hacer desistir a ninguno de los dos del tenaz propósito de ayudar y de servir a la justa causa de los pueblos eslavos y a la unidad de la Iglesia universal. Este fue el precio que debieron pagar por la causa de la difusión del Evangelio, por la empresa misionera, por la búsqueda esforzada de nuevas formas de vida y de vías eficaces con el fin de hacer llegar la Buena Nueva a las naciones eslavas que se estaban formando.
En la perspectiva de la evangelización -como indican sus biografías- los dos santos hermanos se dedicaron a la difícil tarea de traducir los textos de la Sagrada Escritura, conocidos por ellos en griego, a la lengua de aquella estirpe eslava que se había establecido hasta los confines de su región y de su ciudad natal. Sirviéndose del conocimiento de la propia lengua griega y de la propia cultura para esta obra ardua y singular, se prefijaron el cometido de comprender y penetrar la lengua, las costumbres y tradiciones propias de los pueblos eslavos, interpretando fielmente las aspiraciones y valores humanos que en ellos subsistían y se expresaban.
11. Para traducir las verdades evangélicas a una nueva lengua, ellos se preocuparon por conocer bien el mundo interior de aquellos a los que tenían intención de anunciar la Palabra de Dios con imágenes y conceptos que les resultaran familiares. Injertar correctamente las nociones de la Biblia y los conceptos de la teología griega en un con texto de experiencias históricas y de formas de pensar muy distintas, les pareció una condición indispensable para el éxito de su actividad misionera. Se trataba de un nuevo método de catequesis. Para defender su legitimidad y demostrar su bondad, san Metodio no dudó, primero con su hermano y luego solo, en acoger dócilmente las invitaciones a ir a Roma, recibidas tanto en el 867 del papa Nicolás I, como en el año 879 del papa Juan VIII, los cuales quisieron confrontar la doctrina que enseñaban en la Gran Moravia con la que los santos Apóstoles Pedro y Pablo habían dejado en la primera Cátedra episcopal de la Iglesia, junto con el trofeo glorioso de sus reliquias.
Anteriormente, Constantino y sus colaboradores se habían preocupado en crear un nuevo alfabeto, para que las verdades que había que anunciar y explicar pudieran ser escritas en la lengua eslava y resultaran de ese modo plenamente comprensibles y asimilables por sus destinatarios. Fue un esfuerzo verdaderamente digno de su espíritu misionero el de aprender la lengua y la mentalidad de los pueblos nuevos, a los que debían llevar la fe, como fue también ejemplar la determinación de asimilar y hacer propias todas las exigencias y aspiraciones de los pueblos eslavos. La opción generosa de identificarse con su misma vida y tradición, después de haberlas purificado e iluminado con la Revelación, hace de Cirilo y Metodio verdaderos modelos para todos los misioneros que en las diversas épocas han acogido la invitación de san Pablo de hacerse todo a todos para rescatar a todos y, en particular, para los misioneros que, desde la antigüedad hasta los tiempos modernos -desde Europa a Asia y hoy en todos los continentes- han trabajado para traducir a las lenguas vivas de los diversos pueblos la Biblia y los textos litúrgicos, a fin de reflejar en ellas la única Palabra de Dios, hecha accesible de este modo según las formas expresivas propias de cada civilización.
La perfecta comunión en el amor preserva a la Iglesia de cualquier forma de particularismo o de exclusivismo étnico o de prejuicio racial, así como de cualquier orgullo nacionalista. Tal comunión debe elevar y sublimar todo legítimo sentimiento puramente natural del corazón humano.
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por Ferisitos | parroquiaicm.wordpress.com | 17 Oct, 2010 | Confirmación Vida de los Santos
El 18 de octubre la Iglesia celebra la fiesta de san Lucas, compañero de san Pablo y autor del tercer evangelio. Tradicionalmente se le atribuye una especial relación con la Virgen María, de quien se afirma pintó su primer retrato, conservado en la Basílica de San Pedro, en Roma. Por ello es considerado patrono de los Artistas, pero también de los médicos y los dentistas, que era su profesión.
Breves notas en las Cartas de San Pablo son las únicas noticias que la Sagrada Escritura nos presenta sobre San Lucas, el solícito investigador de la buena noticia y autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Por sus apuntes de viaje, es decir, por las páginas de los Hechos en los que San Lucas habla en primera persona, podemos reconstruir parte de su actividad misionera. Fue compañero y discípulo de los apóstoles. El historiador Eusebio subraya: “… tuvo relaciones con todos los apóstoles, y fue muy solícito”. De esta sensibilidad y disponibilidad suyas hacia el prójimo nos da testimonio el mismo San Pablo, unido a él por grande amistad.
En la carta a los Colosenses leemos: “Os saluda Lucas, médico amado…”.
La profesión médica nos trace suponer que él se dedicó mucho tiempo al estudio. Su formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen. Hay que hacer otra consideración sobre su Evangelio, a más del hecho estilístico e historiográfico: Lucas es el evangelista que mejor que lo otros nos pintó la humana fisonomía del Redentor, su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y lo pecadores arrepentidos. Es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús. Es el evangelista de la Navidad. Los Hechos de los Apóstoles y el tercer Evangelio nos hacen ver el temperamento de San Lucas, hombre conciliador, discreto, dueño de sí mismo; suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún rector, con tal que esto no vaya en perjuicio de la verdad histórica.
Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel. En efecto, Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y buscó informaciones respecto de la vida de Jesús con los que fueron testigos oculares.
Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”. Recientes estudios concuerdan con esta versión.
Fuente: Comunidad Cristiana • n.º 2395, pp. 14 y 15
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San Lucas evangelista, el médico amado
Nace de padres paganos en Antioquia y es el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Es de cultura griega y dirigió su mensaje a gentiles cristianos. Posiblemente escribió entre 70 y 80.
Lucas recibió la fe alrededor del año 40. Habrá conocido a Pablo en Antioquía. Año tras año en intimidad de discípulo con el gran predicador de los gentiles, Lucas iba asimilando poco a poco el evangelio de Pablo. Su evangelio ofrecerá, por lo mismo, tantos puntos de contacto literarios y doctrinales con los escritos del apóstol que podrá hablarse de “Pablo iluminador de Lucas” en frase de Tertuliano. Ya antes de la muerte de Pablo, pudo correr de mano en mano, primero entre los cristianos de Roma y más tarde entre los de Acaya, Egipto, Macedonia el evangelio de Lucas.
Pablo lo describe como “Lucas, el médico querido” (Col 4,14). Desde su prisión de Roma Pablo dice a su discípulo Timoteo: “Sólo Lucas queda conmigo”. En los Hechos de los apóstoles, Lucas se incluye en los viajes de San Pablo: “fuimos a… navegamos a…” Según la tradición murió mártir en Acaya, colgado de un árbol. Sus reliquias se encuentran en la Basílica de Santa Justina, Padua, Italia.
Aunque lo dedique a Teófilo, Lucas apunta con su evangelio a un objetivo mucho más amplio que la simple formación cristiana. Con miras de universalismo, herencia de Pablo, Lucas compone su evangelio de cara al mundo gentil, cuyo movimiento en masa hacia el cristianismo se veía amenazado por las exigencias legales y sueños judíos, las fábulas de los herejes, la frivolidad peligrosa del ambiente pagano.
Resalta el aspecto universal de la redención. La predicación a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (Lc. 24, 46-47).
En su evangelio demuestra una gran estimación por la mujer y Jesús siempre les demuestra gran aprecio y verdadera comprensión. Lo han llamado “el evangelio de los de abajo”, porque allí aparece Jesús prefiriendo siempre a los pequeños, a los enfermos, a los pobres y a los pecadores arrepentidos.
También se ha llamado: “el evangelio de la oración”, porque presenta a Jesús orando en todos los grandes momentos de su vida e insistiendo continuamente en la necesidad de orar siempre y de no cansarse de orar. Otro nombre que le han dado a su escrito es el “evangelio de los pecadores”, porque presenta siempre a Jesús infinitamente comprensivo con los que han sido víctimas de las humanas pasiones. Es llamado el “evangelista de la misericordia”, por ser el único que nos trae las parábolas del hijo pródigo, de la moneda perdida, del buen samaritano, etc. Contiene un anuncio de la vida de Jesús que podemos considerar el más completo de todos y hecho a medida para los cristianos de origen no judío. No minimiza nunca la Cruz —nos deja la descripción más detallada de la agonía de Jesús— pero en él predomina el gozo: desde el nacimiento de Juan, con el cual “muchos se alegrarán”, al envío de los discípulos, que tras la Ascensión “volvieron a Jerusalén con gran alegría”.
Es muy probable que escuchara también a la Madre de Jesús, especialmente sobre la infancia del Señor; por ejemplo, es el único que cuenta la Anunciación. Precisamente por sus noticias sobre el Niño y su Madre, es el evangelista que más habla de la Virgen. En los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de su evangelio, como historiador de la Iglesia naciente describe con entusiasmo la vida de la primitiva comunidad de Jerusalén, y presenta a Pablo como el prototipo del misionero; relata la misión de los Apóstoles como un prolongado viaje que empieza en Jerusalén y termina en Roma, capital del mundo conocido. Encontramos un resumen del libro en Hch 1,8. En su estilo de griego y de literato, el mensaje de salvación canta un auténtico himno de acción de gracias, de alegría y de optimismo. Es el libro del testimonio, aparecido por el año 80. Cuatro temas se destacan en él: kerygma o primer anuncio evangélico, la catequesis o esclarecimiento sistemático de la fe, la formación de las primeras comunidades, y la misión encarnada principalmente en la figura de san Pablo.
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Oración a san Lucas
¡Oh Dios, que sanas las enfermedades de tu pueblo,
y que llamaste a Lucas, el médico amado,
para que fuese uno, de tus evangelistas!
Concédenos que
en la saludable doctrina de tu Palabra transmitida por él,
hallen nuestras almas la medicina eficaz
para todas tus dolencias; por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Otras biografías de san Lucas evangelista
por AWTN | 23 Ago, 2010 | Confirmación Narraciones
El día 8 de septiembre se celebra la fiesta de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Os ofrecemos la leyenda de su descubrimiento, potagonizada por unos jóvenes, y una novena para rezar en familia.
Leyenda de la Virgen de la Caridad del Cobre
Dos hermanos, Rodrigo y Juan de Hoyos, viven en el año de 1620 en el hato de Barajagua, en el término real de la Minas del Cobre, provincia de Santiago de Cuba. Un día salen en su embarcación rumbo a la bahía de Nipe, en busca de sal. Los acompaña Juan Moreno, niño negro de unos diez años. Ya en la desembocadura del río Mayarí, se detienen en cayo Francés.
Mientras descansan, el mar se embravece, por lo que deciden esperar. Al amanecer del tercer día se tranquilizan las aguas, siendo el momento de reanudar el viaje luego de haber perdido tres días de espera. La barca navega con bonanza. Cuando apenas se han alejado del cayo, uno de ellos observa “algo” que flota sobre las olas… ¿algún naufragio? No lo divisan bien, aunque los rayos del sol iluminan el objeto.
Llenos de curiosidad, ponen proa hacia él y observan que es una imagen de la Santísima Virgen María. Se acercan y con gran amor y acatamiento la introducen en la barca. Sucede algo inaudito que llenó de estupor a los piadosos marinos.
Además del prodigio de no hundirse la imagen por su propio peso, contemplan, llenos de admiración, que ni siquiera el vestido de la imagen estaba mojado.
De regular estatura, el rostro algo moreno, los ojos dulces, majestuosos y vivos. En su mano izquierda sostiene un hermosísimo Niño Jesús, y en su derecha sustenta una cruz de oro. Sobre la tabla donde navegaba la venerada imagen, unas letras grandes y claras decían:
“Yo soy la Virgen de la Caridad”
La llevaron al caserío de Barajaguas. Años más tarde la trasladaron a la Parroquia del Cobre. De ambos lugares se desaparecía y volvía a ocupar el mismo sitio. Una niña llamada Apolonia decía que la veía en la loma del Cobre… El pueblo, después de haber orado, con gran preocupación contempló una noche en ese mismo lugar un gran resplandor. Allí le hicieron una pequeña ermita donde la trasladaron y donde se encuentra actualmente en el Santuario Nacional.
El Santo Padre la proclamó Patrona de Cuba a petición de los Veteranos de la Independencia el 10 de mayo de 1916. Desde los primeros tiempos se le honró bajo el título de Nuestra Señora de la Caridad a cuyo amparo los fieles acuden permanentemente con súplicas en los peligros y necesidades.
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Novena a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Acto de Contrición
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mi ante Dios, nuestro Señor.
Oración inicial para todos los días
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vuestra Santísima presencia soberana. No desechéis oh purísima Madre de Dios mis humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente. Así sea.
Oración Final para recitar todos los días
Oh, Señora mía, Oh Madre mía, yo me entrego del todo a tí; Y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy tuyo, Oh Madre de piedad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
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Día Primero
¡Dios te salve! ¡Cuánto se alegra mi alma, amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mí despierta esta salutación! Llénase de júbilo mi corazón al pronunciar el Ave María, para acompañar el gozo que llenó tu espíritu al escucharla de boca del Ángel, congratulándose así de la elección que de tí hizo el Omnipotente para darnos al Señor.
Pídase el favor que se desea conseguir.
Día segundo
¡María, nombre santo! Dígnate, amabilísima Madre, sellar con tu nombre el memorial de nuestras súplicas, dándonos el consuelo de que tu Hijo, Jesús, las atienda benignamente para alcanzar pleno convencimiento en la práctica de nuestros deberes religiosos, sólida confirmación en las virtudes cristianas y continuas ansias de nuestra eterna salvación.
Día tercero
Llena de Gracia, ¡Oh dulce Madre! Dios te salve, María, sagrario riquísimo en que descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a tus pies nos presentamos hoy para que la gracia de Dios se difunda abundantemente en nuestras pobres almas, las purifique, las engrandezca y cada día aumente más en ellos el verdadero amor a Dios y a nuestros hermanos.
Día cuarto
El Señor es contigo: ¡Oh Santísima Virgen! Aquel inmenso Señor, que por su esencia está en todas las cosas, está en tí y contigo de un modo muy superior. Madre mía, venga por tí a nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón lleno de tanta suciedad. Aquel Señor que para hacerte habitación suya quiso, con tal prodigio, que no perdieses, siendo madre, tu virginidad? ¡Oh muera en nosotros toda impureza!
Día quinto
Bendita tú eres entre todas las mujeres. Tú eres, oh Santísima Virgen María, la gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo. Si por una mujer, Eva, tantas lágrimas se derramó en el mundo, por ti nos llegó la redención. Por esto, tú serás siempre bendita. Alcánzanos una fe viva y operante para considerar e imitar las grandes obras que en ti y por ti obró Dios.
Día sexto
Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Deploramos grandemente, purísima Virgen y amantísima Madre, que hayamos cometido tantos pecados, sabiendo que ellos hicieron morir en tu cruz a tu Hijo. Sea el fruto de nuestra oración, que no cesamos de llorarlos hasta poder bendecir eternamente a Jesús, fruto bendito de tu vientre virginal.
Día séptimo
Santa María, Madre de Dios. Tu mayor título de grandeza, tu mayor dignidad, oh María es haber sido elegida para Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. De esta elección divina proceden todas tus gracias y prerrogativas. No olvides nunca que también fuiste designada por tu Divino Hijo, al pie de la cruz, como Madre espiritual nuestra. Que nunca nos falten fuerzas para mostrarnos como dignos hijos tuyos.
Día octavo
Ruega por nosotros, pecadores. En ti Virgen María, como en alcázar nos refugiamos. Aunque el vértigo de la vida y los enemigos del alma nos hayan despojado o puedan despojarnos de las preciosas vestiduras de la gracia, alejándonos de ti y de tu amado Hijo, nunca nos cierres las puertas de Sagrado Corazón.
Día noveno
Ahora y en la hora de nuestra muerte . Siempre estamos expuestos a perder la gracia de Dios y condenarnos. Haced, Santísima Virgen María, que por vuestra intercesión nunca perdamos el favor de Dios; que en esta difícil lucha por la vida encontremos en ti la protección maternal que tanto necesitamos y una Abogada en la hora de nuestra muerte.