Evangelio del día: el perdón de las ofensas

Evangelio del día: el perdón de las ofensas

Mateo 5, 20-26. Jueves de la 10.ª semana del Tiempo Ordinario. Para cuidar qué decimos a los demas, pidamos al Señor la gracia para ajustar nuestra vida a la ley de la mansedumbre, del amor y de la paz.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás», y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, 2 Cor 3, 15; 4, 1.3-6

Salmo: Sal 85(84)

Oración introductoria

Señor, quiero tomar conciencia de la cercanía que Tú tienes conmigo, para que pueda valorar lo que Tú haces por mí. Señor, Tú me has perdonado muchas veces. Concédeme verlo y palparlo, para que, siguiendo tu ejemplo, mi corazón perdone y ame a los que me hieran de alguna forma.

Petición

Señor, que me dé cuenta de que soy un cristiano necesitado de tu gracia y de amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

El enfado y el insulto al hermano pueden matar. Fue la advertencia del Papa Francisco […] comentando el pasaje del evangelio de Mateo (5, 20-26), donde se narra que quien se enfada con el propio hermano será procesado. Y al aludir también a san Juan, quien, respecto a aquel que expresa resentimiento y odio hacia el hermano, en realidad, en su corazón, ya lo mata, el Papa puso de relieve la necesidad de entrar en la lógica del perfeccionamiento, es decir, «ajustar nuestra conducta». Evidentemente se refiere al tema de «desacreditar al hermano a partir de pasiones interiores nuestras. Y en concreto el insulto». El Pontífice hizo notar irónicamente cuánto se ha extendido «en la tradición latina» recurrir al insulto con «una creatividad maravillosa, porque vamos inventando uno tras otro».

Cuando Jesús pronunció las palabras que recoge el Evangelio del día —recordó el Pontífice, hablando en esta ocasión en su español, ante la presencia de un nutrido grupo de argentinos—, inicia con una frase: «la justicia de ustedes tiene que ser superior a la justicia que están viendo ahora, la de los escribas y fariseos». Por ello —añadió el Santo Padre— quien «entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a las de los demás». Y aquí una puntualización: «No tiene ventajas superiores. ¡No! Exigencias superiores». Jesús menciona algunas de ellas, como «las exigencias de la convivencia», pero luego indica también «el tema de la relación negativa hacia los hermanos». Las palabras de Jesús —subrayó— no dejan vía de escape: «Ustedes han oído que se dijo en el pasado: no matarás. Y el que mata debe ser llevado al tribunal. Pero yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado, y todo aquel que lo insulta merece ser castigado por el tribunal». Respecto al insulto —indicó el Papa—, Jesús es aún más radical y «va mucho más allá». Porque dice que cuando ya «en tu corazón hay algo negativo» contra el hermano y se expresa «con un insulto, con una maldición o con enojo, hay algo que no funciona, y te tenés que convertir, tenés que cambiarlo».

El Papa Francisco pidió al Señor la gracia para todos de «cuidar un poquito más la lengua con lo que decimos de los demás». Sin duda es «una pequeña penitencia, pero da buenos frutos». E insistió en la necesidad de pedir al Señor la gracia de «ajustar nuestra vida a esta nueva ley, que es ley de la mansedumbre, ley del amor, ley de la paz».

Santo Padre Francisco: Cuando la lengua mata

Meditación del jueves, 13 de junio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.

«Perdona nuestras ofensas»…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).

… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Rezar un Ave María por aquellas personas que nos han ofendido y pedir a Dios la gracia de perdonar de corazón.

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me conoces muy bien y sabes cuánto quiero agradarte, pero también conoces cuán débil soy y que tengo muchas caídas a pesar de mis luchas. Ayúdame, por eso, Señor, a esforzarme por agradarte más, sirviendo a los hombres, quienes son tus hijos y mis hermanos. Quiero practicar cada día más la caridad, virtud principal de tu corazón. Ayúdame como cristiano a ser faro del amor. Pues sólo así seré reconocido como discípulo tuyo.

*  *  *

«Nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuestos a perdonar»

San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 61

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: El perdón de las ofensas

Evangelio del día: El perdón de las ofensas

Mateo 18, 21-35. Martes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Un cristiano que no es capaz de perdonar escandaliza: no es cristiano.

Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo». El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: «Págame lo que me debes». El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: «Dame un plazo y te pagaré la deuda». Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: «¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?». E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Daniel, Dan 3, 25.34-43

Salmo: Sal 25(24), 4-9

Oración introductoria

Señor, yo necesito de tu perdón y tu misericordia. Sé que puedo acudir a ti con todos mis defectos y pecados. Tú me quieres perdonar. Me esperas con tu corazón de Padre para que yo llegue y acepte tu amor. Tú reinas y gobiernas con misericordia, y nada te agrada más que poder perdonar.

Petición

Señor Jesús, Tú moriste por mí en la cruz para librarme de mis pecados. ¡Ayúdame a reconocerlos y a pedirte perdón con un corazón humilde! ¡Dame la gracia de perdonar a los demás como Tú me perdonaste a mí!

Meditación del Santo Padre Francisco

Jesús, en el Evangelio, «habla del perdón y —destacó el Papa— nos aconseja que no nos cansemos de perdonar. ¿Por qué? Porque yo he sido perdonado». En efecto, «el primer perdonado en mi vida soy yo. Por esto no tengo derecho a no perdonar: estoy obligado, por el perdón recibido, a perdonar a los demás». Así, pues, «perdonar: una vez, dos, tres, setenta veces siete, ¡siempre! Incluso en el mismo día». En esto, aclaró el Pontífice, Jesús en cierto sentido «exagera para hacernos comprender la importancia del perdón». Porque «un cristiano que no es capaz de perdonar escandaliza: no es cristiano».

Esta verdad «está en el Padrenuestro: Jesús lo enseñó allí», recordó el Pontífice. Cierto, reconoció, el discurso del perdón «no se comprende con la lógica humana», «que te lleva a no perdonar, a la venganza; te conduce al odio, a la división». Así, vemos «cuántas familias divididas por no perdonarse, ¡cuántas familias! Hijos distanciados de sus padres; marido y mujer distanciados…». Por esta razón «es tan importante pensar esto: si yo no perdono no tengo, parece que no tendría, derecho a ser perdonado o no comprendí lo que significa que el Señor me haya perdonado».

Santo Padre Francisco: Cristianos escandalosos

Meditación del lunes, 10 de noviembre de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.

«Perdona nuestras ofensas»…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).

… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Hoy perdonaré de todo corazón a aquella persona que aún no he querido o no he sabido perdonar.

Diálogo con Cristo

Jesús, hoy te ofrezco mis pecados y mi debilidad, porque soy tu deudor. Sé que me quieres perdonar. Por eso vengo con una gran confianza. Confío en tus méritos y en tu muerte. Yo quiero ser el instrumento de tu perdón. Dame esta gracia. Yo sé que perdonar es la solución de muchos de mis problemas. Ayúdame a ser humilde y a aceptar mis propios defectos y los de las personas a mi lado. ¡Ayúdame a ser un apóstol de tu perdón!

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Señor, toma este corazón de piedra, y dame un corazón de hombre: un corazón que te ame, un corazón que se alegre en ti, que te imite y que te complazca.

San Ambrosio

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Evangelio del día: Perdona a tu hermano

Evangelio del día: Perdona a tu hermano

Mateo 5, 20-26. Viernes de la 1.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Para cuidar qué decimos a los demas, pidamos al Señor la gracia para ajustar nuestra vida a la ley de la mansedumbre, del amor y de la paz.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás», y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 18, 21-28

Salmo: Sal 130(129), 1-8

Oración introductoria

Señor, quiero tomar conciencia de la cercanía que Tú tienes conmigo, para que pueda valorar lo que Tú haces por mí. Señor, Tú me has perdonado muchas veces. Concédeme verlo y palparlo, para que, siguiendo tu ejemplo, mi corazón perdone y ame a los que me hieran de alguna forma.

Petición

Señor, que me dé cuenta de que soy un cristiano necesitado de tu gracia y de amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

El enfado y el insulto al hermano pueden matar. Fue la advertencia del Papa Francisco […] comentando el pasaje del evangelio de Mateo (5, 20-26), donde se narra que quien se enfada con el propio hermano será procesado. Y al aludir también a san Juan, quien, respecto a aquel que expresa resentimiento y odio hacia el hermano, en realidad, en su corazón, ya lo mata, el Papa puso de relieve la necesidad de entrar en la lógica del perfeccionamiento, es decir, «ajustar nuestra conducta». Evidentemente se refiere al tema de «desacreditar al hermano a partir de pasiones interiores nuestras. Y en concreto el insulto». El Pontífice hizo notar irónicamente cuánto se ha extendido «en la tradición latina» recurrir al insulto con «una creatividad maravillosa, porque vamos inventando uno tras otro».

Cuando Jesús pronunció las palabras que recoge el Evangelio del día —recordó el Pontífice, hablando en esta ocasión en su español, ante la presencia de un nutrido grupo de argentinos—, inicia con una frase: «la justicia de ustedes tiene que ser superior a la justicia que están viendo ahora, la de los escribas y fariseos». Por ello —añadió el Santo Padre— quien «entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a las de los demás». Y aquí una puntualización: «No tiene ventajas superiores. ¡No! Exigencias superiores». Jesús menciona algunas de ellas, como «las exigencias de la convivencia», pero luego indica también «el tema de la relación negativa hacia los hermanos». Las palabras de Jesús —subrayó— no dejan vía de escape: «Ustedes han oído que se dijo en el pasado: no matarás. Y el que mata debe ser llevado al tribunal. Pero yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado, y todo aquel que lo insulta merece ser castigado por el tribunal». Respecto al insulto —indicó el Papa—, Jesús es aún más radical y «va mucho más allá». Porque dice que cuando ya «en tu corazón hay algo negativo» contra el hermano y se expresa «con un insulto, con una maldición o con enojo, hay algo que no funciona, y te tenés que convertir, tenés que cambiarlo».

El Papa Francisco pidió al Señor la gracia para todos de «cuidar un poquito más la lengua con lo que decimos de los demás». Sin duda es «una pequeña penitencia, pero da buenos frutos». E insistió en la necesidad de pedir al Señor la gracia de «ajustar nuestra vida a esta nueva ley, que es ley de la mansedumbre, ley del amor, ley de la paz».

Santo Padre Francisco: Cuando la lengua mata

Meditación del jueves, 13 de junio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.

«Perdona nuestras ofensas»…

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).

… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Rezar un Ave María por aquellas personas que nos han ofendido y pedir a Dios la gracia de perdonar de corazón.

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú me conoces muy bien y sabes cuánto quiero agradarte, pero también conoces cuán débil soy y que tengo muchas caídas a pesar de mis luchas. Ayúdame, por eso, Señor, a esforzarme por agradarte más, sirviendo a los hombres, quienes son tus hijos y mis hermanos. Quiero practicar cada día más la caridad, virtud principal de tu corazón. Ayúdame como cristiano a ser faro del amor. Pues sólo así seré reconocido como discípulo tuyo.

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«Nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuestos a perdonar»

San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 61

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Evangelio del día: He venido a salvar a los hombres

Evangelio del día: He venido a salvar a los hombres

Lucas 9, 51-56. Martes de la 26.ª semana del Tiempo Ordinario. El Señor vivió el culmen de su libertad en la cruz, como cumbre del amor.

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?». Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Job 3, 1-3.11-17.20-23

Salmo: Sal 88(87), 2-8

Oración Introductoria

Padre bueno, que fácilmente juzgo a los demás en vez de estar más alerta sobre mi propio comportamiento, por eso yo si quiero recibirte hoy en mi corazón, sé que tu presencia en mi vida logrará cambiar las actitudes negativas que me alejan de la santidad.

Petición

¡Ven Señor Jesús! Transforma mi debilidad en fuerza de amor.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Las lecturas bíblicas de la misa de este [día] nos invitan a meditar en un tema fascinante, que se puede resumir así: libertad y seguimiento de Cristo. El evangelista san Lucas relata que Jesús, «cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, se dirigió decididamente a Jerusalén» (Lc 9, 51). En la palabra «decididamente» podemos vislumbrar la libertad de Cristo, pues sabe que en Jerusalén lo espera la muerte de cruz, pero en obediencia a la voluntad del Padre se entrega a sí mismo por amor.

En su obediencia al Padre Jesús realiza su libertad como elección consciente motivada por el amor. ¿Quién es más libre que él, que es el Todopoderoso? Pero no vivió su libertad como arbitrio o dominio. La vivió como servicio. De este modo «llenó» de contenido la libertad, que de lo contrario sería sólo la posibilidad «vacía» de hacer o no hacer algo. La libertad, como la vida misma del hombre, cobra sentido por el amor. En efecto, ¿quién es más libre? ¿Quien se reserva todas las posibilidades por temor a perderlas, o quien se dedica «decididamente» a servir y así se encuentra lleno de vida por el amor que ha dado y recibido?

El apóstol san Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, en la actual Turquía, dice: «Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para vivir según la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros» (Ga 5, 13). Vivir según la carne significa seguir la tendencia egoísta de la naturaleza humana. En cambio, vivir según el Espíritu significa dejarse guiar en las intenciones y en las obras por el amor de Dios, que Cristo nos ha dado.

Por tanto, la libertad cristiana no es en absoluto arbitrariedad; es seguimiento de Cristo en la entrega de sí hasta el sacrificio de la cruz. Puede parecer una paradoja, pero el Señor vivió el culmen de su libertad en la cruz, como cumbre del amor. Cuando en el Calvario le gritaban: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz», demostró su libertad de Hijo precisamente permaneciendo en aquel patíbulo para cumplir a fondo la voluntad misericordiosa del Padre.

Muchos otros testigos de la verdad han compartido esta experiencia: hombres y mujeres que demostraron que seguían siendo libres incluso en la celda de una cárcel, a pesar de las amenazas de tortura. «La verdad os hará libres». Quien pertenece a la verdad, jamás será esclavo de algún poder, sino que siempre sabrá servir libremente a los hermanos.

Contemplemos a María santísima. La Virgen, humilde esclava del Señor, es modelo de persona espiritual, plenamente libre por ser inmaculada, inmune de pecado y toda santa, dedicada al servicio de Dios y del prójimo. Que ella, con su solicitud materna, nos ayude a seguir a Jesús, para conocer la verdad y vivir la libertad en el amor.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo, 1 de julio de 2007

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene:

«Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece» (Flp 2, 12-23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Perdonemos hoy a aquel que nos ofenda, a ejemplo de Cristo, que murió en esa Cruz y se ofreció como víctima al Padre tanto por los que le iban a amar como por los que le iban a crucificar.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, quiero recibirte en mi interior con sencillez, apertura y humildad. Me pongo de rodillas ante Ti y te digo que acepto tu Reino. Quiero configurar toda mi vida con tu Evangelio. Quiero cambiar mis criterios, mis reacciones altaneras, para que todo lo haga por amor. Quiero saber agradecer y valorar a tantas personas santas que has puesto en mi camino. Dame tu gracia para que todo esto sea posible.

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Evangelio del día: Perdonar setenta veces siete

Evangelio del día: Perdonar setenta veces siete

Mateo 18, 21-35; 19, 1. Jueves de la 19.ª semana del Tiempo Ordinario. Dios no se cansa nunca de perdonar (nos perdona setenta veces siete), somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. También así nos pide el Señor que perdonemos a los demás.

Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo». El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: «Págame lo que me debes». El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: «Dame un plazo y te pagaré la deuda». Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: «¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?». E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos». Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Ezequiel, Ez 12, 1-12

Salmo: Sal 78(77), 56-62

Oración introductoria

Dios mío, creo que estás aquí presente. Espero y te suplico humildemente que guíes esta oración. Ayúdame a tener los mismos sentimientos de acogida y misericordia que tuvo tu Hijo, Jesús.

Petición

Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo para amar y perdonar a los demás como los amas Tú.

Meditación del Santo Padre Francisco

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!

Santo Padre Francisco

I. Alegría que se renueva y se comunica, n.3

Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM

sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual

Propósito

Imitar el amor misericordioso de Dios en mi propia vida, con cada persona con la que tenga contacto: familia, compañeros de estudio o trabajo, amigos.

Diálogo con Cristo

Padre mío, lo que puedo llegar a hacer, si dejo actuar tu gracia, es impresionante. Porque contestarle a Pedro que no sólo siete, sino setenta veces siete, es todo un desafío, imposible sin tu gracia e inspiración. Ayúdame a recorrer este camino de amor y misericordia hacia los demás.

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Cartas al padre Jacob (película sobre el perdón y la redención)

Cartas al padre Jacob (película sobre el perdón y la redención)

¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.

Santo Padre Francisco

Discurso durante el «Vía Crucis» con los jóvenes

JMJ de Río de Janeiro, el viernes 26 de julio de 2013

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Cartas al padre Jacob – Sinopsis de la película

Leila es una mujer que, después de haber sido condenada a cadena perpetua, es indultada, y le ofrecen trabajo como ayudante de Jacob, un anciano cura rural ciego. Su trabajo consiste básicamente en responder a las cartas que los fieles le escriben al sacerdote pidiéndole ayuda y consejo. Esta labor que para el cura es vital, a Leila, en cambio, le parece una tarea estéril; en consecuencia, la relación entre ambos personajes es bastante tensa. Pero llega un momento en que Jacob deja de recibir cartas y, entonces, siente que su vida ha perdido todo sentido. Este hecho será el desencadenante de una dramática revelación.

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Cartas al padre Jacob – Ficha en IMDb

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Cartas al padre Jacob – Ficha de la película

Título original: Postia pappi Jaakobille

Año: 2009

Duración: 72 min.

País: Finlandia

Director: Klaus Härö

Guión: Klaus Härö, Jaana Makkonen

Música: Dani Strömbäck

Fotografía: Tuomo Hutri

Reparto: Kaarina Hazard, Heikki Nousiainen, Jukka Keinonen, Esko Roine

Productora: Kinotar / Yleisradio (YLE)

Género: Drama | Religión

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Portal web de Gloria.TV

Portal web de Film Affinity


El perdón cristiano

El perdón cristiano

Es fácil decirle a una persona que tiene que perdonar a alguien que hace un mal. Quizás es un poco más difícil decir que perdones a alguien que hace un daño a tu familia. Pero perdonar al que asesinó a un hijo o a un hermano, eso sí es realmente cristiano. Quien ha tenido la bendición de tener hijos y hermanos, sabe que cuando alguno de ellos se enferma o sufre algún tipo de accidente, la preocupación y el dolor dentro del corazón es muy grande, pero ese dolor es aún más intenso e indescriptible cuando asesinan a un familiar de la manera más injusta.

«Soy católico, creo en Jesucristo», fueron las palabras de Hernán Prado, hermano de Sebastián, un médico argentino de 36 años asesinado en la puerta de su casa frente a sus hijos. La reacción normal ante esta situación hubiese sido de indignación y hasta de furia ante un acto tan injusto y gratuito.

Sin embargo, este hermano ante su terrible dolor tuvo como única respuesta que su vida cristiana le llamaba a perdonar hasta esta tremenda injusticia. El perdón debería estar impreso en el corazón del hombre, porque la Iglesia a través del Sacramento de la Reconciliación nos recuerda la infinita misericordia de Dios, misericordia que no tiene límites.

Perdonar en estas circunstancias tan dolorosas es un acto de suprema generosidad que seguramente será premiado por Dios. Solo se puede imaginar que en el corazón de este hermano resonaban las mismas palabra de Jesús en la cruz «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen».

«El que mató a mi hermano es también un hermano mío. Esto es lo que quiero inculcarle a mis sobrinos e hijos: yo elijo el perdón, transmitir el perdón», dijo Hernán. El buscar la justicia hubiese sido también una correcta elección. Nadie hubiese podido criticar este deseo. Sin embargo el elegir por voluntad el perdón cristiano es un acto que sobrepasa a la misma justicia.

Sebastián, el hermano de Hernán, se defendió para no ser robado y por eso recibió varios disparos de bala. Ojalá este ladrón aproveche esta oportunidad y pueda regresar a la Casa del Padre como el Hijo Pródigo y decir como el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

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Artículo original en Aciprensa

Soy joven y quiero confesarme: Rito de la Reconciliación

Soy joven y quiero confesarme: Rito de la Reconciliación

Cuando un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre…cuando las reconoce, Dios las olvida.

San Agustín


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En este artículo os presentamos un posible esquema para realizar el rito de la Reconciliación de forma práctica. Antes de acudir al confesor, os aconsejamos tener una idea clara de lo que estamos haciendo; para ello, nada mejor que estudiar o repasar el magisterio de la Iglesia, al que podéis acceder en estos dos artículos: La celebración del sacramento y La confesión de los pecados.

Esquema para realizar el rito de la Reconciliación

Recepción del penitente

El sacerdote te recibirá con amor y amabilidad. Una vez de rodillas en el confesionario (o si es en un lugar diferente al templo, junto al confesor), el penitente comienza diciendo una de las siguientes fórmulas:

  • Hacer la señal de la cruz orando: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
  • Ave María purísima. (el sacerdote contestará: «Sin pecado concebido»).
  • Bendígame padre, porque he pecado.

Invitación a la confianza

La realiza el sacerdote y al terminar el penitente dice «Amén».

Lectura

El sacerdote puede leer un pasaje del Evangelio o una oración como:

«El Señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados.»

Confesión de los pecados

El penitente dice la última vez que se confesó, con una frase como «Padre hace X días, meses, años… que me confesé» y dice si cumplió o no la penitencia impuesta en la última confesión.

A continuación, el penitente expone todos sus pecados (los que recuerde). En esta parte, el sacerdote ayudará al penitente, si lo cree necesario, a realizar una confesión íntegra dándole algunos consejos.

Aceptación de la penitencia

A continuación el sacerdote dará la penitencia y el penitente laa aceptará diciendo: «Gracias, Padre» u otra fórmula de agradecimiento con la que el penitente se encuentre cómodo.

Oración del penitente

El penitente manifestará su contrición rezando el Acto de contrición.

Fórmula de la absolución

El sacerdote en nombre y con el poder de Cristo da la absolución, la cual perdona los pecados del penitente.

Alabanza a Dios

Comienza el sacerdote diciendo «Dad gracias al Señor porque es bueno»,

y el penitente responde «Porque es eterna su misericordia».

Despedida del penitente

El sacerdote despide al penitente diciendo «El Señor ha perdonado tus pecados. Vete en paz».

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Para realizar apropiadamente el rito de la Reconciliación, recuerda:

  • Que no es necesario acordarse de todo el rito, es normal, sobre todo cuando uno no está acostumbrado. En este caso, lo importante es tener plena confianza en el sacerdote, quien te ayudará a hacer la confesión correctamente.
  • Después de la confesión es mejor dar gracias al Señor por el inestimable beneficio del perdón, cumplir inmediatamente la penitencia impuesta y renovar el propósito de huir de los pecados y de sus ocasiones.

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Fuente original: El teóloco responde

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    Índice general    

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Soy joven y quiero confesarme: Rito de la Reconciliación

Soy joven y quiero confesarme: Confesión de boca

Los sacrificios no te satisfacen;

si te ofreciera un holocausto no lo querrías.

El sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado;

un corazón quebrantado y humillado,

tú, oh Dios, tú no lo desprecias.

Salmo 50. Miserere.

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Os presentamos este artículo redactado por un religioso de los Misioneros del Sagrado Corazón de Perú, el cual os presenta de forma amena y extensa, pero en lenguaje sencillo, el rito de la Reconciliación. Como siempre, os aconsejamos estudiar o repasar el magisterio de la Iglesia, al que podéis acceder en estos dos artículos: La celebración del sacramento y La confesión de los pecados.

Confesión de boca

Al confesor hay que decirle voluntariamente, con humildad, y sin engaño ni mentira, todos y cada uno de los pecados graves no acusados todavía en confesión individual bien hecha; y en orden a obtener la absolución. No tendría carácter de confesión sacramental manifestar los pecados para pedir consejo, obligarle a callar, etc.

Antes de empezar la confesión el sacerdote puede leer al penitente, o recordarle, algún texto o pasaje de la Sagrada Escritura en que se muestre la misericordia de Dios y la llamada del hombre a la conversión.

Dijo el Papa Juan Pablo II el 30 de enero de 1981: «Sigue vigente y seguirá vigente para siempre, la enseñanza del Concilio Tridentino en torno a la necesidad de confesión íntegra de los pecados mortales». Es indispensable manifestar los pecados con toda sinceridad y franqueza, sin intención de ocultarlos o desfigurarlos. Si confesamos con frases vagas o ambiguas con la esperanza de que el confesor no se entere de lo que estamos diciendo, nuestra confesión puede ser inválida y hasta sacrílega. Al confesor hay que manifestarle con claridad los pecados cometidos para que él juzgue el estado del alma según el número y gravedad de los pecados confesados.

La absolución exige, cuando se trate de pecados mortales, que el sacerdote comprenda claramente y valore la calidad y el número de los pecados. El confesor debe conocer las posibles circunstancias atenuantes o agravantes, y también las posibles responsabilidades contraídas por ese pecado. También hace falta que el penitente esté en presencia del confesor. No es válida la confesión por teléfono.

Si queda olvidado algún pecado grave, no importa; pecado olvidado, pecado perdonado. Pero si después me acuerdo, tengo que declararlo en otra confesión. Mientras tanto, se puede comulgar. Y no es necesario confesarse únicamente para decirlo, porque ya está perdonado. Pero si la confesión estuvo mal hecha es necesario confesar de nuevo todos esos pecados graves, en otra confesión bien hecha.

En alguna circunstancia excepcional se justifica el callar un pecado grave en la confesión: una vergüenza invencible de decirlo a un determinado confesor, por ejemplo, por la amistad que se tiene con él y no ser posible acudir a otro; si peligra el secreto, porque hay alguien cerca que puede enterarse, y no hay modo de evitarlo (sala de un hospital, confesonario rodeado de gente, etc.). Pero ese pecado grave, ahora lícitamente omitido, hay obligación de manifestarlo en otra confesión.

Si en alguna ocasión quieres confesarte y no encuentras un sacerdote que entienda el español, o tú no puedes hablar, basta que le des a entender el arrepentimiento de tus pecados, por ejemplo, dándote golpes de pecho. Tu gesto basta para que el sacerdote te dé la absolución. Pero estos pecados así perdonados, tienes que manifestarlos la primera vez que te confieses con un sacerdote que entienda el idioma que tú hablas.

Recientemente la Sagrada Congregación de la Fe ha publicado un documento en el que se dan normas sobre la manifestación individual de los pecados en la confesión, y circunstancias en las que puede darse la absolución colectiva: «La confesión individual y completa, seguida de la absolución, es el único modo ordinario mediante el cual los fieles pueden reconciliarse con Dios y con la Iglesia».

«A no ser que una imposibilidad física o moral les dispense de tal confesión».

«Es lícito dar la absolución sacramental a muchos fieles simultáneamente, confesados sólo de un modo genérico, pero convenientemente exhortados al arrepentimiento, cuando visto el número de penitentes, no hubiera a disposición suficientes sacerdotes para escuchar convenientemente la confesión de cada uno en un tiempo razonable, y por consiguiente los penitentes se verían obligados, sin culpa suya, a quedar privados por largo tiempo de la Gracia Sacramental o de la Sagrada Comunión».

Estas condiciones, según algunos, son necesarias para la validez del sacramento, pero los fieles que reciben la absolución colectiva siempre pueden quedar tranquilos, pues Dios suple, ya que ellos pusieron todo de su parte. Hay un principio teológico que dice: «Al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia». Es el Obispo diocesano quien debe juzgar de esta conveniencia. Bien pidiéndole permiso previamente, bien comunicándoselo después, si no hubo tiempo de pedirle antes permiso.

El 18 de noviembre de 1988 la Conferencia Episcopal Española publicó un documento, aprobado por la Santa Sede, en el que declara que hoy en España no existen circunstancias que justifiquen la absolución sacramental general. Y el arzobispo de Oviedo, D. Gabino Díaz Merchán dijo a los sacerdotes del Arciprestazgo de Avilés-Centro que las absoluciones colectivas, sin cumplir las condiciones dadas por la Iglesia, son ilícitas e inválidas. La razón es que el ministro que confecciona el sacramento tiene que tener intención de hacer lo que quiere hacer la Iglesia, y la Iglesia no quiere que se administre el sacramento de la penitencia fuera de las condiciones que ella ha puesto.

Quienes hayan recibido una absolución comunitaria de pecados graves deben después confesarse individualmente antes de recibir de nuevo otra absolución colectiva, y, en todo caso, antes del año, a no ser que, por justa causa, no les sea posible hacerlo.

Los fieles que quieran beneficiarse de la absolución colectiva, por estar debidamente dispuestos, deben manifestar mediante algún signo externo que quieren recibir dicha absolución, por ejemplo, arrodillándose, inclinando la cabeza, etc.

Un caso concreto de aplicación de la absolución colectiva sería en peligro de muerte colectiva e inminente, sin tiempo de oír en confesión a cada uno, por ejemplo, momentos antes de estrellarse un avión averiado

Pecados veniales

Los pecados veniales no es necesario decirlos, pero conviene.

La fiebre, aunque sean sólo unas décimas, es señal de que algo va mal en el organismo. El mal siempre hay que combatirlo, aunque no sea grave. En el hospital declaras al médico no sólo las cosas graves, sino también las leves; no sea que se compliquen. Hazlo así al sacerdote para que cure tu alma.

Además de los pecados graves, hay que decirle al confesor cuántas veces se han cometido, y si hay alguna circunstancia agravante que varíe la especie o malicia del pecado.

El Concilio de Trento dice que «por derecho divino es necesario para el perdón de los pecados en el Sacramento de la Penitencia confesar todos y cada uno de los pecados mortales de que se acuerde después de un diligente y debido examen, y las circunstancias agravantes que cambian la especie del pecado». No es necesario que cuentes la historia del pecado, pero sí tienes que decir las circunstancias agravantes que varíen la especie o malicia del pecado. Una circunstancia varía la especie o malicia de un pecado, si convierte en grave lo que es leve, o lo opone a distintas virtudes o mandamientos. Por ejemplo: no es lo mismo asesinar a un hombre cualquiera que al propio padre. En el primer caso se peca contra el quinto mandamiento, que manda respetar la vida del prójimo. En el segundo caso se peca, además, contra el cuarto, que manda honrar a nuestros padres.

Las circunstancias pueden cambiar la moralidad de una acción. Nunca las circunstancias pueden hacer buena una acción que de suyo es mala; pero pueden hacer mala una acción que era buena, o hacer peor una acción que ya era de suyo mala. Las circunstancias agravantes de tu pecado tienes que manifestarlas, si al cometerlo advertiste su malicia especial.

También hay circunstancias atenuantes que disminuyen la gravedad del pecado. Por eso no te extrañe que el confesor te pregunte sobre tus pecados; porque debe conocer cuántos y en qué circunstancias cometiste esos pecados que él va a perdonarte. El sacerdote debe ayudarte a hacer una confesión íntegra y a que tu arrepentimiento sea sincero. Debe también darte consejos oportunos e instruirte para que lleves una vida cristiana.

Las principales circunstancias agravantes o atenuantes son:

  • Quién: adulterio, si uno de los dos es casado.
  • Qué: robar mil pesetas o un millón.
  • Cómo: robar con violencia.
  • Cuándo: blasfemar en la misa.
  • Dónde: pecar en público, con escándalo de otros.
  • Porqué: insultar para hacer blasfemar.

Los pecados dudosos no es obligatorio confesarlos, pero conviene hacerlo para más tranquilidad. Los pecados ciertos debes confesarlos como ciertos; y los dudosos, como dudosos. Si confesaste, de buena fe, un pecado grave como dudoso y después descubres que fue cierto, no tienes que acusarte de nuevo, pues la absolución lo perdonó tal como era en realidad. Para que haya obligación de confesar un pecado grave debe constar que ciertamente se ha cometido y ciertamente no se ha confesado.

Al confesor conviene decirle también cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te confesaste. Esto es conveniente decirlo al empezar la confesión.

Hacer una buena confesión evitando los peligros

El que calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona ningún pecado, y, además, añade otro pecado terrible, que se llama sacrilegio.

Todas las confesiones siguientes en que se vuelva a callar este pecado voluntariamente, también son sacrílegas. Pero si se olvida, ese pecado queda perdonado, porque pecado olvidado, pecado perdonado. Pero si después uno se acuerda, tiene que manifestarlo diciendo lo que pasó.

Para que haya obligación de confesar un pecado olvidado, hacen falta tres cosas: estar seguro de que:

a) el pecado se cometió ciertamente.

b) que fue ciertamente grave.

c) que ciertamente no se ha confesado.

Si hay duda de alguna de estas tres cosas, no hay obligación de confesarlo. Pero estará mejor hacerlo, manifestando la duda.

Confesión sacrílega

Quien se calla voluntariamente un pecado grave en la confesión, si quiere salvarse, tiene que repetir la confesión entera y decir el pecado que omitió, diciendo que lo hizo dándose cuenta de ello.

Los que han tenido la desgracia de hacer una confesión sacrílega, y desde entonces vienen arrastrando su conciencia, de ninguna manera pueden seguir en ese horrible estado. No desconfíen de la misericordia de Dios. Acudan a un sacerdote prudente, que les acogerá con todo cariño. Bendecirán para siempre el día en que quitaron de su alma ese enorme peso que la atormentaba.

Además, el confesor no se asusta de nada, porque, por el estudio y la práctica que tiene de confesar, conoce ya toda clase de pecados. Es una tontería callar pecados graves en la confesión por vergüenza, porque el confesor no puede decir nada de lo que oye en confesión. Aunque le cueste la vida callar el secreto. Ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar al secreto de confesión.

Este secreto, que no admite excepción, se llama sigilo sacramental.

Es pecado ponerse a escuchar confesiones ajenas. Los que, sin querer, se han enterado de una confesión ajena no pecan; pero tienen obligación de guardar secreto. Es curioso que los mismos que ponen dificultades en decir sus pecados al confesor los propagan entre sus amigos, y con frecuencia exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados; y esto es humillante. Por eso para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan bien.

Nunca calles voluntariamente un pecado grave, porque tendrás después que sufrir mucho para decirlo, y al fin lo tendrás que decir, y te costará más cuanto más tardes, y si no lo dices, te condenarás. Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.

El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio. Además de perdonarte los pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte, etc. Pregúntale las dudas morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Dile todo lo que se te ocurra con confianza. Te guardará el secreto más riguroso.

Los sacerdotes estamos aquí para que los hombres, por nuestro medio, encuentren su salvación en Dios. El perdón de un pecado que, desde el punto de vista sociológico, acaso no tiene gran transcendencia, es en realidad más importante que todo cuanto podamos hacer para mejorar la existencia de los hombres. Hasta Nietzsche, a pesar de su violentísimo anticristianismo, decía que el sacerdote es una víctima sacrificada en bien de la humanidad.

El sacerdote guía a la comunidad cristiana con la predicación de la palabra de Dios, con sus consejos, con sus orientaciones, con su actitud de diálogo, de acogida, de comprensión, con su fidelidad a Jesucristo. El sacerdote es, ante todo, un educador. Dice Juan Pablo II, en su libro Don y Misterio, citando San Pablo, que el sacerdote es administrador de los misterios de Dios: «El sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas».

Cuenta el historiador José de Sigüenza hablando de Fray Hernando de Talavera, Primer Arzobispo de Granada, que la reina Isabel la Católica lo llamó para confesarse con él. Era la primera vez que lo hacía con él. Habían preparado dos reclinatorios, pero el obispo se sentó. Le dijo la reina:

– Ambos hemos de estar de rodillas.

Pero el confesor contestó:

– No, Señora. Vuestra Alteza sí debe estar de rodillas, para confesar sus pecados; pero yo he de estar sentado, porque éste es el Tribunal de Dios y yo estoy aquí representándolo.

Calló la reina y se confesó de rodillas. Después dijo:

– Éste es el confesor que yo buscaba.

No sé cómo llegó a mis manos una hoja que decía:

¡Pobre cura!

Si es joven, le falta experiencia. Si es viejo, ya debe retirarse.

Si canta mal, se ríen. Si canta bien, es un vanidoso.

Si se alarga en el sermón, es un pesado. Si es corto, no sabe qué decir.

Si habla en voz alta, regaña. Si lo hace en tono natural, no se le oye.

Si escucha en el confesonario, es un chismoso. Si confiesa aprisa, no escucha.

Si visita a los feligreses, no está nunca en el despacho. Si no lo hace, es arisco.

Si tiene coche, vive como un rico. Si va a pie, es un antiguo.

Si pide ayuda, es un pesetero. Si no arregla la iglesia, es un abandonado.

Y cuando se muera, muchos lo echarán de menos.

Si tienes la desgracia de tropezar con un religioso o con un sacerdote que no vive conforme a su estado, no te alarmes por eso. A veces, se dan caídas incluso en los que tienen más obligación de servir a Dios. Pero por eso no debe vacilar tu fe. Nuestra fe no descansa en ningún hombre, sino en Dios, que nunca falla. Los hombres están sujetos a cambios. El que hoy es bueno, mañana deja de serlo; y viceversa. También entre los doce Apóstoles hubo un Judas traidor. El sacerdote que no cumple bien sus obligaciones, será juzgado por Dios como se merece. Sin embargo, la religión no deja de ser verdad aunque haya sacerdotes débiles, que no vencen sus pasiones. Lo mismo que la Medicina sigue siendo verdad, aunque hubiera médicos toxicómanos.

Hay sacerdotes malos, pero en proporción muchísimo menor que en cualquier otra profesión. Y por otra parte, la virtud en grado elevado se ha dado siempre en el sacerdocio más que en cualquier otra profesión.

Cuando un sacerdote peca, una persona culta piensa: qué heroísmo el de tantos otros sacerdotes que teniendo las mismas inclinaciones y pasiones sin embargo no sucumben.

Es una injusticia generalizar las faltas, que excepcionalmente se dan en un caso aislado, achacándolas a todos los demás sacerdotes. Como si yo, porque conozco a dos de tu pueblo que son unos borrachos, dijera que todos los de allí sois unos borrachos. Sería injusto con vosotros.

Además las faltas en un sacerdote llaman más la atención, precisamente por eso, por lo excepcionales; una mancha de tinta se ve mucho más en un pantalón claro que el «mono» grasiento de un mecánico. Sobre las acusaciones que se oyen contra los curas te recomiendo: «Yo no creo en los curas» de Yanes.

Es una equivocación el mal concepto que muchos tienen de los sacerdotes. Ningún muchacho se hace sacerdote para pasarlo bien. Y se da cuenta de ello en los largos años de estudios sacerdotales, sometido a una disciplina dura y a unas renuncias muy fuertes: como es renunciar a una novia y renunciar a un hogar. Además, los estudios de un sacerdote son tan largos y costosos como los de un médico o los de un ingeniero, y sin embargo la mayoría de los sacerdotes en España ganan el salario mínimo interprofesional. Hoy, en España, el clero vive por lo general peor que la clase media. Sería ridículo que un muchacho pensara en ser sacerdote para pasarlo bien. Los que aspiran al sacerdocio lo hacen para ser ellos mejores y para hacer el mundo mejor. Porque si no hubiera sacerdotes, los de arriba serían peores de lo que son, los de abajo tendrían menos defensores, y tú en lugar de tener este libro entre tus manos quizás tendrías otro para mal de tu alma.

Y si algún sacerdote no te da buen ejemplo, no te guíes por lo que hace, sino por la doctrina de Cristo que te predica. Ya te avisó Cristo: «Haced lo que os dicen, pero no hagáis según sus obras».

Ellos son responsables de sus obras, y darán a Dios estrecha cuenta de ellas; pero tú tendrás que dar a Dios cuenta de las tuyas. El que otro cometa pecados no justifica el que tú también los cometas. Los dos iréis al infierno, si no pedís perdón a Dios.

La confesión, al perdonarnos los pecados, nos devuelve la gracia santificante (o nos la aumenta, si no la habíamos perdido por el pecado grave). Y con la gracia también nos devuelve el derecho al cielo y nos restaura todos los méritos pasados, que habíamos perdido por el pecado grave.

La confesión es un gran beneficio de Dios que debemos saber estimar y aprovechar. Qué sería de nosotros en la otra vida, si no tuviéramos en ésta un medio para alcanzar el perdón de nuestros pecados»

Por eso la Iglesia, que quiere que aseguremos la salvación, manda que nos confesemos por lo menos una vez al año.

La confesión anual es obligatoria. Pero deberíamos confesarnos con frecuencia. Al menos cada mes. Y esto aunque no haya pecados graves, pues la confesión es un sacramento, que nos dará gracia para ser cada vez mejores.

Si no tienes pecados graves, te confiesas de algún venial, que nunca falta. Y aunque ya te dije que los pecados veniales no es obligatorio confesarlos, siempre es conveniente.

Sin embargo, aunque Dios quiere que me confiese a menudo, y a mí me conviene hacerlo, ningún hombre puede forzarme. Ni mis jefes, ni mis amigos, ni mis familiares, ni un sacerdote, ni nadie.

Los otros podrán aconsejarme que me confiese; pero forzarme, no. La confesión tiene que ser libre.

Que me salga de dentro. Porque la estimo y quiero salvarme. Aunque me cueste. Las medicinas no siempre gustan. Si voy a la confesión forzado y sin dolor, la confesión será una comedia. Y esto es un pecado gravísimo. Para que la confesión valga, tiene que haber arrepentimiento. Si en alguna rarísima ocasión alguien te obliga a confesarte, y tú no estás en disposición de ello, antes de hacer una mala confesión, dile al sacerdote que no vas a con intención de confesarte y que te dé la bendición: los demás no notarán nada, y tú no habrás cometido un sacrilegio.

Por muchos pecados que tengas, y por grandes que sean, nunca debes desconfiar de Dios, sino que debes acudir humildemente a Él y pedir el perdón que Él está deseando darte. Dios odia el pecado, pero ama al pecador; y sólo quiere que se convierta y se salve. Todo confesor tiene obligación de confesar a todo aquel que se lo pida razonablemente.

La absolución del sacerdote es el signo eficaz del perdón de Dios y el momento culminante de la celebración del sacramento de la penitencia.

La absolución tiene lugar cuando el sacerdote pronuncia la fórmula sacramental: Yo te absuelvo de tus pecados, al mismo tiempo que traza la señal de la cruz sobre el penitente.

Fuente original: Misioneres del Sagrado Corazón en Perú

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