Evangelio del día: La ruina de Jerusalén
Lucas 21, 20-28. Jueves de la 34.ª semana del Tiempo Ordinario. La Iglesia nos hace pensar en el fin de este mundo porque el mundo acabará… la fachada de este mundo desaparecerá.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse. ¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Apocalipsis, Ap 18, 1-2.21-23.19,1-3.9a
Salmo: Sal 100(99), 2-5
Oración introductoria
Señor, te suplico tu gracia para poder aceptar con prontitud la guía y las inspiraciones del Espíritu Santo, aunque no comprenda tu camino o me cueste aceptar las pruebas que tenga que afrontar en este día. Que el fruto de esta oración sea la sabiduría para poder amar y seguir tu voluntad, así como el don del entendimiento para comprender con profundidad las verdades de mi fe.
Petición
Jesús, en Ti confío. ¡Aumenta mi esperanza y dame la gracia de la perseverancia final!
Meditación del Santo Padre Francisco
La prohibición de adorar a Dios es el signo de una «apostasía general», es la gran tentación que busca convencer a los cristianos a seguir «un camino más razonable, más tranquilo», obedeciendo «a las órdenes de los poderes mundanos» que pretenden reducir «la religión a una cuestión privada». Y, sobre todo, no quieren que Dios sea adorado «con confianza y fidelidad». Es precisamente de esta tentación que el Papa alertó en la misa celebrada [hoy].
Como es costumbre, el Pontífice se inspiró en la liturgia de la Palabra que, destacó, «nos hace pensar en los últimos días, en el tiempo final, el fin del mundo, el tiempo de la venida final de Nuestro Señor Jesucristo». En efecto, explicó, «en nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, tenemos tentaciones. Muchas. El demonio nos impulsa a no ser fieles al Señor. Algunas veces con fuerza». Como esa ocasión en la que Jesús habló a Pedro: «el demonio quería cribarlo como trigo. Muchas veces hemos tenido esa tentación y, pecadores, hemos caído». Pero hoy en la liturgia, dijo el Papa, «se habla de la tentación universal, de la prueba universal, del momento en el que todo lo creado, toda la creación del Señor se encontrará ante esta tentación entre Dios y el mal, entre Dios y el príncipe de este mundo».
Por lo demás, prosiguió, «con Jesús el demonio empezó a hacer esta prueba al inicio de su vida, en el desierto. Y trató de convencerle que siguiera otro camino, más razonable, más tranquilo, menos peligroso. Al final mostró su intención: todo esto te daré si me adoras. Buscaba ser el dios de Jesús». Y Jesús mismo, afirmó el Papa, tuvo «después muchas pruebas en su vida pública: insultos, calumnias» o cuando se presentaron ante Él de modo hipócrita «para ponerle a prueba». También «al final de su vida el príncipe de este mundo le puso a prueba en la cruz: «Si tú eres el Hijo de Dios baja y todos nosotros creeremos»». He aquí, prosiguió el Pontífice, que Jesús se encontró ante sí «otra vez con la prueba de elegir otra vía de salvación». Pero al final la resurrección de Jesús tuvo lugar a través del camino «que el Padre quería y no el que quería el príncipe de este mundo».
En la liturgia, dijo el Papa, hoy «la Iglesia nos hace pensar en el fin de este mundo, porque éste acabará. La fachada de este mundo desaparecerá». Hay una palabra en el Evangelio «que nos impresiona bastante: todas estas cosas sucederán». ¿Pero hasta cuándo hay que esperar? La respuesta que nos da el Evangelio de Lucas (21, 20-28) es «hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles». En efecto, dijo el Papa, «también los paganos tienen un tiempo de plenitud»: el kairòs de los paganos. «Ellos —repitió— tienen un kairòs que será esto, el triunfo final: Jerusalén pisoteada» y, se lee en el Evangelio, «habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas».
En la práctica «es la calamidad» precisó el Papa. «Pero cuando Jesús habla de esta calamidad en otro pasaje, nos dice que será una profanación del templo, una profanación de la fe, del pueblo. Será la abominación. Será la abominación de la desolación (cf. Daniel 9, 27). ¿Qué significa? Será como el triunfo del príncipe de este mundo, la derrota de Dios. Parece que Él, en ese momento final de calamidad, se adueñará de este mundo» convirtiéndose así en el «dueño del mundo».
El Papa explicó luego cómo se puede hallar en la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (6, 12-28), «el centro de este camino, de esta lucha entre el Dios vivo y el príncipe de este mundo». En esencia, «Daniel es condenado sólo por adoración, por adorar a Dios. Y la abominación de la desolación se llama prohibición de adoración».
En ese tiempo, explicó el Pontífice, «no se podía hablar de religión: era una cuestión privada», los signos religiosos se quitaban y era necesario obedecer las órdenes que venían de los «poderes mundanos». Se podían «hacer muchas cosas, cosas hermosas, pero adorar a Dios» estaba prohibido. Éste era el centro, «el kairòs de esta actitud pagana». Pero precisamente «cuando se realiza este tiempo, entonces sí, vendrá Él». Como se lee en el pasaje evangélico «verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria».
La Palabra de Dios nos recuerda, prosiguió el Papa, cómo «los cristianos que sufren tiempos de persecuciones, tiempos de prohibición de la adoración, son una profecía de lo que sucederá a todos». Pero precisamente en los momentos como esos, es decir, cuando los tiempos de los paganos se cumplen, «levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación». En efecto, explicó el Obispo de Roma «el triunfo, la victoria de Jesucristo es llevar la creación al Padre en el final de los tiempos».
Pero no debemos tener miedo. El Papa repitió la promesa de Dios, quien «nos pide fidelidad y paciencia. Fidelidad como Daniel, que fue fiel a su Dios y le adoró hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no caerán, así lo prometió el Señor». Y concluyó invitando a reflexionar, especialmente en esta semana, sobre «esta apostasía general que se llama prohibición de adoración». Y a plantearse a sí mismos una pregunta: «¿Adoro al Señor? ¿Adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco mitad y mitad y juego con el príncipe de este mundo? Adorar hasta el final con confianza y fidelidad es la gracia que debemos pedir».
Santo Padre Francisco: La fe no es nunca cuestión privada
Homilía del jueves, 28 de noviembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
VI. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia […] «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo […] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).
1043 La sagrada Escritura llama «cielos nuevos y tierra nueva» a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10).
1044 En este «universo nuevo» (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. «Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era «como el sacramento» (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), «la Esposa del Cordero» (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios […] en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción […] Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior […] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, «a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos», participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1).
1048 «Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres»(GS 39).
1049 «No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios» (GS 39).
1050 «Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal» (GS 39; cf. LG 2). Dios será entonces «todo en todos» (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses illuminandorum 18, 29).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ofrecer un rosario para que tengamos presente lo pasajero de este mundo y nos preocupemos por lo realmente importante: la eternidad.
Diálogo con Cristo
Señor, ayúdame a ver todos los sucesos de mi vida en la perspectiva de la eternidad. Ver todo con tu mirada, para saber qué es lo que realmente tiene valor. Sólo al final de mi vida podré confirmar que todo tiene sentido y que la lucha por vivir el Evangelio vale la pena, pero ahora sé que nunca me voy arrepentir de lo que haya hecho por amor a Ti, ¡gracias por darme la certeza de mi fe!
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