Evangelio del día: Ustedes son la sal del mundo

Evangelio del día: Ustedes son la sal del mundo

Marcos 9, 41-50. Jueves de la 7.ª semana del Tiempo Ordinario. Ser «sal del mundo» es adorar al Señor y transmitir su mensaje de fe, esperanza y caridad.

Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiástico 5, 1-10

Salmo: Sal 1, 1-4.6

Oración introductoria

Señor, me invitas a ser sal de la tierra, luz para los demás, y yo quiero hacerlo, dame la gracia que necesito y la fortaleza para ser fiel a tu amor.

Petición

Jesús, quiero dejar de ser tibio y mediocre. Ayúdame a ser la luz y la sal en mi entorno familiar y social.

Meditación del Santo Padre Francisco

El cristiano, según la metáfora evangélica, está llamado a ser la sal de la tierra. Pero si no transmite el sabor que el Señor le ha dado, se transforma en «sal insípida» y se convierte en «un cristiano de museo». ¿Cómo hacer para que la sal no se vuelva insípida?

El sabor de la sal cristiana nace de la certeza de la fe, de la esperanza y de la caridad que brota de la consciencia de que Jesús resucitó por nosotros y nos ha salvado. Pero esta certeza no se nos dio simplemente para conservarla.

La sal que hemos recibido es para darla; es para dar sabor, para ofrecerla. De otro modo se vuelve insípida y no sirve. Pero la sal tiene también otra particularidad: cuando se usa bien no se percibe el sabor de la sal misma ni altera el sabor de las cosas. Esta es la originalidad cristiana: cuando nosotros anunciamos la fe, con esta sal, cada uno la recibe en su peculiaridad, como los alimentos. Y es que la originalidad cristiana no es una uniformidad. Consiste en que cada uno sigue siendo lo que es, con los dones que el Señor le ha dado.

Santo Padre Francisco: La victoria del cristiano

Homilía del viernes, 31 de mayo de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

El respeto del alma del prójimo: el escándalo

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.

2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.

2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser el primero en disculparme u ofrecer una solución en alguna discusión que se presente.

Diálogo con Cristo

Jesús, me llamas a ser la sal y la luz para los demás, esto implica que mi testimonio de vida, palabras y acciones deben ser un reflejo de tu amor, de tu misericordia infinita. Tu gracia es la fuente para la felicidad. Ayúdame, Señor, a guiarme en todo por el Espíritu Santo, para que Él sea quien edifique, en mí, al auténtico testigo de tu amor.

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Evangelio del día: La luz y la sal

Evangelio del día: La luz y la sal

Mateo 5, 13-16. Quinto domingo del Tiempo Ordinario. El cristiano está llamado a ser la sal de la tierra.

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 58, 7-10

Salmo: Sal 112(111), 4-9

Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 2, 1-5

Oración introductoria

Señor, el día de hoy dispusiste todo para que pueda tener este momento de intimidad contigo. Me invitas a ser sal de la tierra, luz para los demás, y yo quiero hacerlo, dame la gracia que necesito y la fortaleza para ser fiel a tu amor.

Petición

Jesús, que la tibieza y mediocridad se mantengan alejadas de mi vida, quiero ser la luz y la sal en mi entorno familiar y social.

Meditación del Santo Padre Francisco

La humildad, la mansedumbre, el amor, la experiencia de la cruz, son los medios a través de los cuales el Señor derrota el mal. Y la luz que Jesús ha traído al mundo vence la ceguera del hombre, a menudo deslumbrado por la falsa luz del mundo, más potente, pero engañosa. Nos corresponde a nosotros discernir qué luz viene de Dios. Es éste el sentido de la reflexión propuesta por el Papa Francisco durante la misa del martes 3 de septiembre.

Comentando la primera lectura, el Santo Padre se detuvo en la «hermosa palabra» que san Pablo dirige a los Tesalonicenses: «Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas… sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5,1- 6, 9-11).

Está claro —explicó el Papa— lo que quiere decir el apóstol: «la identidad cristiana es identidad de la luz, no de las tinieblas». Y Jesús trajo esta luz al mundo. «San Juan —precisó el Santo Padre—, en el primer capítulo de su Evangelio, nos dice que «la luz vino al mundo», Él, Jesús». Una luz que «no ha sido bien querida por el mundo», pero que sin embargo «nos salva de las tinieblas, de las tinieblas del pecado». Hoy —continuó el Pontífice— se piensa que es posible obtener esta luz que rasga las tinieblas a través de tantos hallazgos científicos y otras invenciones del hombre, gracias a los cuales «se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo». Pero «la luz de Jesús —advirtió— es otra cosa. No es una luz de ignorancia, ¡no, no! Es una luz de sabiduría, de prudencia; pero es otra cosa. La luz que nos ofrece el mundo es una luz artificial. Tal vez fuerte, más fuerte que la de Jesús, ¿eh? Fuerte como un fuego artificial, como un flash de fotografía. En cambio la luz de Jesús es una luz mansa, es una luz tranquila, es una luz de paz. Es como la luz de la noche de Navidad: sin pretensiones. Es así: se ofrece y da paz. La luz de Jesús no da espectáculo; es una luz que llega al corazón. Es verdad que el diablo, y esto lo dice san Pablo, muchas veces viene disfrazado de ángel de luz. Le gusta imitar la luz de Jesús. Se hace bueno y nos habla así, tranquilamente, como habló a Jesús tras el ayuno en el desierto: «si tú eres el hijo de Dios haz este milagro, arrójate del templo», ¡hace espectáculo! Y lo dice de manera tranquila» y por ello engañosa.

Por ello el Papa Francisco recomendó «pedir mucho al Señor la sabiduría del discernimiento para reconocer cuándo es Jesús quien nos da la luz y cuándo es precisamente el demonio disfrazado de ángel de luz. ¡Cuántos creen vivir en la luz, pero están en las tinieblas y no se dan cuenta!».

¿Pero cómo es la luz que nos ofrece Jesús? «Podemos reconocerla —explicó el Santo Padre— porque es una luz humilde. No es una luz que se impone, es humilde. Es una luz apacible, con la fuerza de la mansedumbre; es una luz que habla al corazón y es también una luz que ofrece la cruz. Si nosotros, en nuestra luz interior, somos hombres mansos, oímos la voz de Jesús en el corazón y contemplamos sin miedo la cruz en la luz de Jesús». Pero si, al contrario, nos dejamos deslumbrar por una luz que nos hace sentir seguros, orgullosos y nos lleva a mirar a los demás desde arriba, a desdeñarles con soberbia, ciertamente no nos hallamos en presencia de la «luz de Jesús». Es en cambio «luz del diablo disfrazado de Jesús —dijo el obispo de Roma—, de ángel de luz. Debemos distinguir siempre: donde está Jesús hay siempre humildad, mansedumbre, amor y cruz. Jamás encontraremos, en efecto, a Jesús sin humildad, sin mansedumbre, sin amor y sin cruz». Él hizo el primero este camino de luz. Debemos ir tras Él sin miedo, porque «Jesús tiene la fuerza y la autoridad para darnos esta luz». Una fuerza descrita en el pasaje del Evangelio de la liturgia del día, en el que Lucas narra el episodio de la expulsión, en Cafarnaún, del demonio del hombre poseído (cf. Lc 4, 16-30). «La gente —subrayó el Papa comentando el texto— era presa del temor y, dice el Evangelio, se preguntaba: «¿qué clase de palabra es ésta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Jesús no necesita un ejército para expulsar los demonios, no necesita soberbia, no necesita fuerza, orgullo». ¿Cuál es ésta palabra que «da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen?», se preguntó el Pontífice. «Es una palabra —respondió— humilde, mansa, con mucho amor». Es una palabra que nos acompaña en los momentos de sufrimiento, que nos acercan a la cruz de Jesús. «Pidamos al Señor —fue la exhortación conclusiva del Papa Francisco— que nos dé hoy la gracia de su luz y nos enseñe a distinguir cuándo la luz es su luz y cuándo es una luz artificial hecha por el enemigo para engañarnos».

Santo Padre Francisco: Una luz humilde y llena de amor

Homilía del martes, 3 de septiembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

EL HOMBRE , IMAGEN DE DIOS

1701 “Cristo, […] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (GS 22).

1702 La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo).

1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”

1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15, 2).

1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).

1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer […] el bien y a evitar el mal”(GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.

1707 “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia”(GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.

«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». (GS 13, 2)

1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado.

1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser el primero en disculparme y poner una sonrisa tras una discusión.

Diálogo con Cristo

Señor, me llamas a ser sal y luz para los demás; a ser reflejo de tu amor y misericordia. Ayúdame, Señor, a ser dócil al Espíritu Santo, para que sea el sagrado Paráclito quien muestre al testigo auténtico de tu amor.

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