Los pasos del silencio

Los pasos del silencio

De la manera menos pensada, me encuentro con cosas que sirven incluso, para sacarte de una cierta rutina instalada de forma desapercibida por mí… Un toque de atención, que recibo como una gracia concedida, al comprobar el efecto que ha producido en mi alma.

Hay encuentros que marcan, y de lo que voy a escribir así lo ha hecho. Como siempre ocurre en la red, buscas una cosa y te topas con otra. Me sorprende siempre, la originalidad de Dios, utilizando este medio para hablarnos.

No recuerdo lo que buscaba, pero quedó sepultado por lo que hallé. Un programa de televisión en Italia. Una serie de capitulos, dedicados a la vida monástica. Benedictinos, Clarisas, Capucinos, Carmelitas, Franciscanos,Trapenses, Dominicas,…

Comunidades que conducen a una vida, lejos del mundo, en lugares donde a menudo no pueden visitarse. Personas que han decidido libremente, dedicar su vida a la contemplación de Dios, en la soledad y el silencio. ¿Quiénes son estos hombres y mujeres que están lejos de la mente moderna? ¿Qué vida puede servir como inexplicablemente «inútil»? ¿Qué pueden decir estas voces en el desierto a la civilización de la comunicación global?

I Passi del silenzio, es una ruta entre los monasterios de clausura . No hay entrevistas. Hablan de su experiencia interior, y oyéndoles, descubro que bastan muy pocas palabras, para transmitir la fuerza de su silencio. Su rostro, los gestos, la mirada, todo invita a desear ese estado de intimidad con el Señor. Nos muestran su estilo de vida: la oración, la litugia, el trabajo, la comunidad… Centinelas y custodios de significados que hemos olvidado.

Llevo visualizados seis de ellos y cada uno es un momento de oración. Escenas preciosas, una música arrebatadora y una narración en off que cuida al máximo el ambiente de silencio y oración, que apetece escuchar. Está en italiano, pero creo que vale la pena verlos, a veces las imágenes no necesitan palabras, y por eso os invito a entrar en ello.

Blog SIETE EN FAMILIA de Ángel Sánchez

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Nota: idioma original en italiano (subtítulos en español).

Los pasos del silencio. Dominus Tecum (Cistercienses).

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Los pasos del silencio. Mater Ecclesiae (Benedictinas).

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Los pasos del silencio. Eremo di Mosciano (Ermitaño Don Paolo Giannoni).

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Los pasos del silencio. Frattocchie (Trapa).

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Los pasos del silencio. Macerata (Dominicas).

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Los pasos del silencio. Lecce San Juan evangelista.

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Los pasos del silencio. Roma. Monasterio Quattro Coronatti (Agustinas).

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Los pasos del silencio. Otranto. Monasterio de San Nicolò (Clarisas).

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Los pasos del silencio. Ronciglione (Carmelitas descalzas).

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Los pasos del silencio. Pulsano (Comunidad monástica de derecho diocesano, birituale: latina y bizantina).

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Los pasos de silencio. Camerino (Hermanas pobres de Santa Clara).

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Los pasos del silencio. Siloe (comunidad de monjes que sigue el camino de la tradición benedictina).

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Los pasos del silencio. Varazze (hermanos de la orden de los Carmelitas).

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Los pasos del silencio. San Giovanni Rotondo (hermanas Clarisas capuchinas).

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Los pasos del silencio. Monasterio di San Damiano – Borgo Valsugana (hermanas pobres de Santa Clara).

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Los pasos del silencio. Monasterio de Las Visitandinas (hermanas Visitandinas).

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Los pasos del silencio. Abadia di Piona (Cistercienses).

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Los pasos del silencio. Monasterio de Santa Catalina (Agustinas).

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Los pasos del silencio (I passi del silenzio)

Serie de Dino Boffo para el canal de televisión Tv2000

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El Gran Silencio – Documental sobre la vida en la Cartuja

El Gran Silencio – Documental sobre la vida en la Cartuja

Fugitiva relinquere et aeterna captare: abandonar las realidades fugaces e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro fundador dirigió al preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cf. Carta a Rodolfo,13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión, y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor. Queridos hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cf. Mt 13, 44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme» (Mt 19, 21). Todo monasterio —masculino o femenino— es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que podemos tomar el «agua viva» para nuestra sed más profunda. Pero la cartuja es un oasis singular, donde el silencio y la soledad son custodiados de modo muy especial, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. «Habito en el desierto con los hermanos», es la frase sintética que escribía vuestro fundador (Carta a Rodolfo,4).

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Cartuja de Serra san Bruno

Homilía del domingo, 9 de octubre de 2011

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El gran silencio muestra por primera vez el día a día dentro del «Grande Chartreuse» el monasterio Cartujo en los Alpes franceses de la legendaria orden de los cartujos, una de las hermandades más estrictas de la iglesia católica. 
Una película austera, cercana a la meditación, al silencio, a la vida en estado puro. Sin música, excepto los cantos de los monjes, sin entrevistas, sin comentarios… una película sobre unos hombres que entregaron su vida a Dios en su forma más pura: la contemplación.
Dieciséis años después de su primer encuentro con el padre prior de la orden, el director Phillip Groening obtuvo permiso para rodar dentro del monasterio sobre la vida de los monjes. Phillip vivió en el monasterio y siguió a los monjes con su cámara. Se convirtió en parte del ritual, en parte de su vida cotidiana, como un monje más a caballo entre los antiguos ritos que los cartujos practican y la vida moderna que él conoce.
Premio al mejor documental 2006 de la academia europea de cine.

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El Gran Silencio, ficha en IMDb

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El Gran Silencio – Ficha del documental

Título original: Die Große Stille

Año: 2006

Duración: 164 min

Género: Documental

Director: Philip Gröning

Guión: Philip Gröning

Música: Michael Busch, Philip Gröning

Fotografía/Montaje: Philip Gröning

País: Alemania (coproducción franco-germano-suiza)

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José, el carpintero – Capítulo del libro Los silencios de san José

José, el carpintero – Capítulo del libro Los silencios de san José

¿De dónde te vienen a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo de¡ carpintero?

Mt 13, 55

Los evangelistas San Mateo y San Marcos, para designar el oficio de José utilizan un término cuyo sentido general es el de artesano obrero’. Si nos atuviéramos sólo al significado de esta palabra, podría creerse que José era herrero, ebanista, albañil, alfarero, tintorero… Que ejercía, en fin, uno u otro de los múltiples oficios a que en aquella época se dedicaban los artesanos. Sin embargo, las más antiguas tradiciones son casi unánimes, tanto entre los Padres de la Iglesia como entre los evangelistas apócrifos: José era «faber lignarus», es decir, obrero de la madera, o dicho de otra forma, ebanista, carpintero. Verdad es que San Hilario, San Beda el Venerable y San Pedro Crisólogo dicen que fue herrero, y San Ambrosio y Teófilo de Antioquía nos lo representan cortando árboles y construyendo casas, pero esas diversas afirmaciones no tienen nada de contradictorio. A un humilde artesano de pueblo le habría sido imposible especializarse, pues no habría tenido suficiente trabajo; se dedicaba, pues, a realizar tareas diversas, entre las cuales las de carpintería y ebanistería parecen haber sido las principales. Tal oficio le obligaba a ser al tiempo un poco leñador, herrero y albañil. Algunos autores dicen que les cuesta admitir que ejerciera tales oficios, pues «exigían un ambiente de ruido y una fuerza corporal que no están en armonía con los hábitos de calma y de oración de la Sagrada Familia» (Card. Lépicier). En realidad, son más bien estas ideas las que resultan extrañas y ofensivas: creer que el Hombre-Dios, que vino a este mundo para compartir la condición humana, se iba a preocupar de escoger una profesión en que nada hiriera sus delicados tímpanos o la delicadeza de sus manos, es francamente ridículo.

Es la misma incomprensión que empuja a ciertos autores a querer elevar el nivel social de José. Según ellos, habría sido una especie de contratista de obras o de arquitecto, con obreros a sus órdenes… Es decir, una especie de notable de Nazaret. A eso se le llama, simplemente, avergonzarse de la humildad del Evangelio.

No dudemos, pues, en afirmar —en la medida que es posible saberlo— que era un pequeño y oscuro artesano de pueblo que se ganaba penosamente. La vida, y que esta oscuridad aparente estaba de completo acuerdo con el espíritu del Misterio de la Encarnación, en el que José iba a verse implicado.

En el siglo II, hacia el año 160, el filósofo San Justino, mártir, escribía: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos». San Justino había nacido en Samaria, concretamente en Naplusa, la antigua Siquem; as! pues, había podido recoger testimonios procedentes de la vecina Galilea. Ahora bien, los arados de aquella época, como los actuales, llevaban una reja de hierro que el carpintero se encargaba de forjar personalmente, lo que le obligaba a completar su oficio con el de herrero.

En cualquier caso, es curioso constatar que todavía hoy la fabricación de arados es, con la de hoces y cuchillos, una especialidad de Nazaret. El oficio de José no ha cesado, pues, de constituir una tradición en donde él mismo lo ejerció.

San Cirilo de Jerusalén dice, por su parte, que en sus tiempos todavía se mostraba (vivió en el siglo IV) una pieza de madera en forma de teja, labrada, según se decía, por José y por Jesús.

Uno se siente inclinado a responder afirmativamente a la pregunta que se hace Maurice Brillant en su obra sobre El pueblo de la Virgen: «Podría decirse —por emplear un término familiar, pero expresivo­— que José en su taller multiforme hacía toda clase de chapuces… ». Trabajaba a la vez el hierro, la madera y el barro. Era el artesano del pueblo al que se recurría cuando había que colocar una puerta, levantar un muro desplomado, reemplazar un armazón Podrido, fabricar un mueble o reparar un útil de trabajo. No sólo confeccionaba todas las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas de adobe, sino también ruedas para carros, escardillos, rastrillos, cunas, ataúdes, útiles de cocina, taburetes, toneles, y esos baúles o arcones que, en aquélla época, sustituían a los armarios para guardar la ropa, los vestidos y los víveres. En ocasiones es posible que también hiciera piezas finas de marquetería .

Los habitantes de Nazaret solicitarían con frecuencia sus servicios; cuando una puerta no cerraba, cuando se rompía la pata de una banqueta, cuando una repisa estaba carcomida, cuando unos recién casados querían poner su casa, se repetía lo que el Faraón decía refiriéndose a su primer ministro: «Id a ver a José «.

Su taller, como solía ocurrir en Oriente, estaría situado cerca de su casa, quizá adosado a ella. Como en las tiendas de nuestros pueblos, la puerta estaría siempre abierta y se vería repleto de carros y arados por reparar, de troncos de árboles todavía no aserrados y de vigas y tablones de cedro y de sicómoro apoyados en la fachada. Al fondo, las herramientas colgadas del muro. La Biblia menciona entre ellas el hacha y la sierra, el martillo y el rascador, el compás y el cordel; habría que añadir a esta lista el mazo y el berbiquí, el cepillo y la garlopa.

Es absurdo pensar que José no fuese un buen artesano, reputado tanto por su destreza y habilidad como por su honestidad y rectitud. Se sabía en Nazaret, y sin duda en toda la comarca, que al dirigirse a él se estaba seguro de pagar un precio justo y recibir una obra bien hecha.

Amaba su oficio y lo conocía a fondo. Lo había estudiado y lo había ejercido con la misma meticulosidad con que escrutaba la Ley de Dios. Sabía que ante el Señor el trabajo no es solo una exigencia, sino también un motivo de orgullo, algo noble y redentor; que lejos de considerarlo una esclavitud, hay que verlo como una forma de oración, como un medio de encontrar a Dios y, a la vez, ganarse el pan y la salvación. Por eso, transformar un tronco de árbol en planchas, en útiles o en muebles, era un gozo para él. Le gustaba, el entrar por la mañana en el taller, sentir el olor a madera fresca recién cepillada, ver cómo el sol, entrando por la puerta abierta, hacía brillar el metal de sus herramientas. Se preparaba para su tarea como para una ceremonia religiosa. Cuando se ataba a la cintura su delantal de cuero, lo hacía con la gravedad del sacerdote al ponerse la casulla, y cuando se inclinaba sobre su banco de carpintero, llenaba de ilusión y de cariño cada gesto, experimentando un gozo inexpresable en ejecutar los encargos de su clientela.

No se envanecía de nada, pero se sentía feliz satisfaciendo a sus clientes. Les preguntaba qué tal iba el arado que les había hecho, si aguantaba bien el armazón del techo, y el contento que manifestaban se convertía en suyo.

Se pueden aplicar perfectamente a José —como se ha hecho muchas veces— las frases de Péguy en las que dice que en aquella época el trabajo se consideraba como «un increíble honor» y que se hacía una silla de enea «con el mismo espíritu, el mismo amor y las mismas manos que se alzaron las catedrales». José fabricaba los yugos y los arados como si se tratara de hacer un tabernáculo, pues sabía que toda obra realizada por amor es agradable a Dios.

No protestaba por los callos de sus manos, más duros cada día, por el sudor que perlaba su frente y secaba con el dorso de su mano, antes bien cantaba mientras trabajaba en su taller. Cantaba al ritmo de su mazo y repetía los versículos del salmo 150 que su tatarabuelo David había compuesto:

¡Alabad al Señor con arpas y cítaras!

¡Alabadle con tambores y danzas!

¡Alabadle con, instrumentos de cuerda y con flautas!

¡Alabadle con platillos sonoros!

íAlabadle con platillos resonantes!

El címbalo que José tañía era su hacha, su flauta una regla, su tímpano una galopa, su salterio una sierra, su cítara un martillo, Mientras los utilizaba, su corazón permanecía unido a Dios y su alma se elevaba hacia él.

El demonio jamás franqueaba la puerta de su taller. Se sentía confundido y desarmado frente a este hombre humilde. Por listo que fuese, no era capaz de comprender el misterio de quien le parecía a la vez indefenso e inexpugnable. No sabía por donde atacarle, por donde tentarle. Para tener éxito con un alma, necesita encontrar en ella un mínimo de rebelión, un esbozo del non serviam!Pero este misterioso carpintero parecía tan feliz aserrando troncos de árboles y dando forma a las ruedas de las carretas, que Satanás odiaba hasta el ruido de su martillo y de su sierra, que, a sus oídos, sonaba como una música religiosa. El espectáculo de aquel hombre justo era una tortura para él.


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Los silencios de san José (libro completo en corazones.org)