El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no solo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia.
La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo. El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia.
El mandato de crecer y multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo su verdad y realización plenas.
La lglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y estas, a su vez, en la Iglesia.
Las Laudes en familia en el Día del Señor
Particularmente eficaz se ha demostrado para la transmisión de la fe a los hijos la «celebración doméstica de las Laudes» en familia, el Domingo por la mañana, donde todos se encuentran unidos en la oración litúrgica y en la escucha de la Palabra de Dios: los padres, los hijos, los abuelos, los tíos: todos los que componen la familia.
La experiencia demuestra que estas catequesis familiares, recibidas por los niños, de los 6 a los 12 años, quedan grabadas para toda la vida. En estas celebraciones domésticas, que se desarrollan, cuidando los signos litúrgicos (el mantel blanco sobre la mesa, dos cirios encendidos, las flores, la Biblia), después del canto de los Salmos de las Laudes del Domingo, que los hijos acompañan con algunos instrumentos, el padre proclama un texto de la Escritura, y luego, después de haber actualizado la Palabra, coadyuvado por la madre, empieza un diálogo con los hijos, preguntándoles qué les dice la Palabra proclamada a su vida personal, en la relación con los hermanos y los padres, el ambiente de la escuela, de los amigos.
Para los hijos se trata de una ocasión inmejorable para que se puedan abrir en un contexto litúrgico, por debajo de la Palabra, como también los padres, y poder manifestar los problemas que encuentran y ser ayudados por la experiencia de los hermanos mayores y de los padres. El padre recoge luego el eco de la familia y cierra las Laudes con el canto del Benedictus, las oraciones espontáneas, y al final bendiciendo a los hijos.
La celebración doméstica de las laudes tiene que ser cuidada al máximo y permite un diálogo sincero con los padres, para ver juntos la vida, los aspectos positivos y problemáticos a la luz de la fe. Es una última escuela de saneamiento, sobre todo cuando los hijos van a la escuela. Los padres han recibido el mandato de transmitir la fe: por eso es deber de los padres informarse no solo de cómo les va a los hijos en la escuela, como preocupados sobre todo por el rendimiento escolar, o del éxito, sino preguntar a los hijos sobre lo que aprenden en la escuela, que les enseñan, especialmente en lo concerniente a la moral, a la sexualidad, a la historia de la Iglesia, a la religión, enterándose de que amigos frecuentan. Y que deshagan las mentiras con la verdad de la revelación, de la tradición y del magisterio. No hace falta una gran cultura, ni es cuestión de tener unos complejos de inferioridad respecto a los estudios de las escuelas superiores que hoy están en manos de docentes a menudo laicistas y ateos, basta el «sensus fidei», para desmontar las mentiras del demonio y comunicar la luz de la revelación a los hijos [31].
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Notas
[31] En Louis Isaac Rabrinowitz es posible leer: «La constante insistencia sobre el valor de la familia como unidad social por la propagación de las virtudes domésticas y religiosas, y además el hecho significativo de que la palabra hebrea para el matrimonio es ‘qiddshin’, es decir, ‘santificación’, tuvieron el resultado de hacer de la casa hebraica el factor más vital en la supervivencia del judaísmo y en la preservación del estilo hebreo de vida, mucho más que la sinagoga y la escuela». Si la relación maestro-discípulo es absolutamente fundamental en el desarrollo del judaísmo, es necesario notar cómo las primeras enseñanzas religiosas del vástago son impartidas en la familia por la madre y el padre, según una larga serie de prescripciones bíblicas.
El padre y la madre sienten, pues, como un deber su «hablar» a los hijos por lo menos hasta el bar-mitzvà, de los mandamientos, de los gestos, de los ritos culturales de su fe (L ‘educazione nella famiglia ebraica moderna, tesis de Laura di Rivka Barissever www. morasha. a. it/tesi/brsv/brsv04. html.
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