Lucas 14, 15-24. Martes de la 31.ª semana del Tiempo Ordinario. La existencia cristiana es una invitación gratuita a la fiesta; una invitación que no se puede comprar, porque viene de Dios, a quien es necesario responder con la participación y con el compartir.
Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: «Vengan, todo está preparado». Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes». El segundo dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes». Y un tercero respondió: «Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir». A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, este, irritado, le dijo: «Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos». Volvió el sirviente y dijo: «Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar». El señor le respondió: «Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 12, 5-16a
Salmo: Sal 131(130), 1-3
Oración introductoria
Señor, creo en Ti, espero y te amo. No soy digno de acercarme a Ti porque te he fallado, pero confío en tu misericordia. Quiero responder con prontitud a tu invitación, participando con toda mi mente y mi corazón en el banquete de la oración.
Petición
Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.
Meditación del Santo Padre Francisco
«La existencia cristiana es una invitación» gratuita a la fiesta; una invitación que no se puede comprar, porque viene de Dios, y a quien es necesario responder con la participación y con el compartir. Es la reflexión sugerida por el Papa Francisco de las lecturas litúrgicas (Rm 12, 5-16a; Lc 14, 15-24) de [hoy]. Lecturas —explicó— que «nos muestran cómo es el carné de identidad del cristiano; cómo es un cristiano».
El Obispo de Roma identificó las modalidades de esta invitación —se trata, dijo, de «una invitación gratuita— y el remitente: Dios. Pero la gratuidad, advirtió, implica también consecuencias, la primera de las cuales es que si no se ha sido invitado, no se puede reaccionar sencillamente respondiendo: «Compraré la entrada parar ir». En efecto, «no se puede. Para entrar —afirmó el Santo Padre— no se puede pagar: o eres invitado o no puedes entrar. Y si en nuestra conciencia no tenemos esta certeza de estar invitado, no hemos comprendido lo que es un cristiano. Somos invitados gratuitamente, por pura gracia de Dios, puro amor del Padre. Fue Jesús, con su sangre, quien nos abrió esta posibilidad».
El Papa Francisco clarificó luego qué significa en concreto la invitación del Señor para cada cristiano: no es una invitación «a dar un paseo», sino «a una fiesta, a la alegría: a la alegría de estar salvado, a la alegría de ser redimido», de compartir la vida con Jesús. Y sugirió también qué debe entenderse con el término «fiesta»: «una reunión de personas que hablan, ríen, festejan, son felices» dijo. Pero el elemento principal es precisamente la «reunión» de más personas. «Yo, entre las personas mentalmente normales, nunca he visto a alguien que festeje solo: sería un poco aburrido», explicó con una broma, mencionando la triste imagen de quien trata de «abrir la botella de vino» para brindar solo.
La fiesta, por lo tanto, exige estar en compañía, «con los demás, en familia, con los amigos». La fiesta, en definitiva, «se comparte». Por ello ser cristiano implica «pertenencia. Se pertenece a este cuerpo», formado por «gente que ha sido invitada a la fiesta»; una fiesta que «nos une a todos», una «fiesta de unidad».
El pasaje del evangelio de san Lucas ofrece, entre otras cosas, «la lista de los que fueron invitados»: los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos. «Quienes tienen problemas —destacó el Pontífice— y son un poco marginados por la normalidad de la ciudad, serán los primeros en esta fiesta». Pero también hay sitio para todos los demás; es más, en la versión de Mateo el Evangelio clarifica aún mejor: «Todos, buenos y malos». Y de ese «todos» el Santo Padre expresa la consecuencia de que «la Iglesia no es sólo para las personas buenas», sino que «también los pecadores, todos nosotros pecadores hemos sido invitados», para dar vida a «una comunidad que tiene dones diversos». Una comunidad en la cual «todos tienen una cualidad, una virtud», porque la fiesta se hace poniendo en común lo que cada uno tiene.
En resumen, «en la fiesta se participa totalmente». No nos podemos limitar a decir: «Voy a la fiesta, pero me detengo en el primer saludo, porque debo estar sólo con tres o cuatro que conozco». Porque «esto no se puede hacer en la Iglesia: o entras con todos o permaneces fuera. No puedes hacer una selección».
Un ulterior aspecto analizado por el Pontífice se refiere a la misericordia de Dios, que alcanza incluso a cuantos rechazan la invitación o fingen aceptarla pero no participan plenamente en la fiesta. La ocasión, una vez más, surgió del pasaje de Lucas, que enumera las excusas presentadas por algunos de los invitados demasiado atareados. Quienes «participan en la fiesta sólo de nombre: no aceptan la invitación, dicen sí», pero es un no. Para el Papa Francisco son los precursores de esos «cristianos que se contentan sólo con estar en la lista de los invitados. Cristianos «catalogados»». Sin embargo, estar «catalogados como cristianos», lamentablemente, no «es suficiente. Si no entras a la fiesta, no eres cristiano; estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación», advirtió el Papa.
Resumiendo, el Pontífice enumeró cinco significados relacionados con la imagen de «entrar a la iglesia» y, como consecuencia, «entrar en la Iglesia». Ante todo se trata de «una gracia, una invitación; no se puede comprar este derecho». En segundo lugar, comporta el «formar comunidad, compartir todo lo que tenemos —las virtudes, las cualidades que el Señor nos ha dado— en el servicio de unos por otros». Además, requiere «estar disponibles para lo que el Señor nos pide». Y quiere decir también «no pedir caminos especiales o puertas especiales». Por último, significa «entrar en el pueblo de Dios que camina hacia la eternidad» y donde «nadie es protagonista», porque «tenemos Uno que hizo todo» y sólo Él puede ser «el protagonista». De aquí la exhortación del Papa Francisco a ponernos «todos detrás de Él; y quien no está detrás de Él, es uno que se excusa».
Cierto, advirtió el Santo Padre, «el Señor es muy generoso» y «abre todas las puertas». Él «comprende incluso a quien le dice: No, Señor, no quiero ir contigo. Le comprende y le espera, porque es misericordioso». Pero no acepta las mentiras: «Al Señor —subrayó— no le gusta ese hombre que dice sí y obra un no. Que aparenta agradecer por muchas cosas hermosas, pero en realidad va por su camino; que tiene buenas maneras, pero hace su propia voluntad, no la del Señor».
He aquí, entonces, la invitación conclusiva del Papa, que exhortó a pedir a Dios la gracia de comprender «cuán hermoso es estar invitados a la fiesta, cuán hermoso es compartir con todos las propias cualidades, cuán hermoso es estar con Él»; y, al contrario, cuán «desagradable es jugar entre el sí y el no; decir sí, pero solamente contentarse» con estar «catalogados» en la lista de los cristianos.
Santo Padre Francisco: La invitación a la fiesta no tiene precio
Homilía del martes, 5 de noviembre de 2013
Propósito
Como muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía, llegar siempre puntual y correctamente vestido a la celebración de la Eucaristía.
Diálogo con Cristo
Señor, ¿quién soy yo para que Tú, Dios omnipotente y dueño del universo, me busque y me invite a participar en la oración, en la Eucaristía? Respetas mi libertad cuando me hago sordo e indiferente. Me acoges cuando me acerco, porque nunca me dejas solo en la lucha por mi santificación. Gracias, Señor, por tanto amor y por estar siempre a mi lado. Contigo lo tengo todo y por Ti quiero darlo todo.
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