Lucas 5, 33-39. Viernes de la 22.ª semana del Tiempo Ordinario. El auténtico sentido del ayuno es preocuparse por la vida del hermano.
En aquel tiempo los escribas y fariseos le dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben». Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar». Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor».
Sagrada Escritura del portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 4, 1-5
Salmo: Sal 37(36), 3-6.27-28.39-40
Oración introductoria
Señor Dios, aparta de mi oración esa actitud farisaica que me impide ver las maravillas de las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Soy culpable de ese juicio severo que tiende a ver solo lo negativo. La oración es un don tuyo, concédemelo. Dame la gracia de orar con un corazón contrito que auténticamente busque renovarse espiritualmente.
Petición
Te pido el don de la humildad, para disponerme a recibir gratuitamente el don de la oración.
Meditación del Santo Padre Francisco
El «fantasma de la hipocresía» nos hace olvidar cómo se acaricia a un enfermo, a un niño o a un anciano. Y no nos hace mirar a los ojos a la persona a quien damos apresuradamente la limosna retirando inmediatamente la mano para no ensuciarnos. Es un llamamiento a «no avergonzarnos» nunca de la «carne del hermano», dirigido por el Papa Francisco […].
[…] la Iglesia, explicó el Pontífice, propone una meditación sobre el verdadero significado del ayuno. Y lo hace a través de dos lecturas incisivas, tomadas del libro del profeta Isaías (58, 1-9a) y del Evangelio de Mateo (9, 14-15). «Detrás de las lecturas de hoy —afirmó inmediatamente el Pontífice— está el fantasma de la hipocresía, de la formalidad en cumplir los mandamientos, en este caso el ayuno». Por lo tanto «Jesús vuelve al tema de la hipocresía muchas veces cuando ve que los doctores de la ley piensan que son perfectos: cumplen todo lo que está en los mandamientos como si fuese una formalidad».
Y aquí, advirtió el Papa, hay «un problema de memoria», que se refiere «a esta doble cara al ir por el camino de la vida». Los hipócritas, en efecto, «han olvidado que fueron elegidos por Dios en un pueblo, no individualmente. Han olvidado la historia de su pueblo, la historia de salvación, de elección, de alianza, de promesa» que viene directamente del Señor.
Y actuando así, continuó, «han reducido esa historia a una ética. La vida religiosa era para ellos una ética». Así «se explica que en el tiempo de Jesús, dicen los teólogos, había trescientos mandamientos más o menos» que cumplir. Pero «recibir del Señor el amor de un padre, recibir del Señor la identidad de un pueblo y luego transformarla en una ética» significa «rechazar ese don de amor». Por lo demás, precisó, los hipócritas «son personas buenas, hacen todo lo que se debe hacer, parecen buenas». Pero «son moralistas, moralistas sin bondad, porque han perdido el sentido de pertenencia a un pueblo».
«El Señor da la salvación —explicó el Pontífice—dentro de un pueblo, en la pertenencia a un pueblo». Y «así se comprende cómo el profeta Isaías nos habla del ayuno, de la penitencia: ¿cuál es el ayuno que quiere el Señor? El ayuno que tiene una relación con el pueblo, pueblo al que nosotros pertenecemos: nuestro pueblo, en el que hemos sido llamados, del cual formamos parte».
El Papa Francisco releyó, en especial, este pasaje del libro de Isaías: «Éste es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos».
He aquí, por lo tanto, el sentido del auténtico «ayuno que —reafirmó el obispo de Roma— se preocupa de la vida del hermano, que no se avergüenza de la carne del hermano, como dice Isaías mismo». En efecto, «nuestra perfección, nuestra santidad va adelante con nuestro pueblo, en el cual somos elegidos e introducidos». Y «nuestro acto de santidad más grande es precisamente en la carne del hermano y en la carne de Jesucristo».
Así, subrayó, incluso «el acto de santidad de hoy —nosotros aquí en el altar— no es un ayuno hipócrita. Es no avergonzarse de la carne de Cristo que viene hoy aquí: es el misterio del cuerpo y de la sangre de Cristo. Es ir a partir el pan con el hambriento, asistir a los enfermos, a los ancianos, a quienes no pueden darnos nada a cambio: eso es no avergonzarse de la carne».
«La salvación de Dios —reafirmó el Pontífice— está en un pueblo. Un pueblo que sigue adelante, un pueblo de hermanos que no se avergüenzan unos de otros». Pero precisamente esto, advirtió, «es el ayuno más difícil: el ayuno de la bondad. La bondad nos conduce a esto». Y «tal vez —explicó citando el Evangelio— el sacerdote que pasó cerca de ese hombre herido pensó», refiriéndose a los mandamientos de la época: «Pero si yo toco esa sangre, esa carne herida, quedo impuro y no puedo celebrar el sábado. Y se avergonzó de la carne de ese hombre. ¡Ésta es la hipocresía!». En cambio, destacó el Santo Padre, «ese pecador pasó y lo vio: vio la carne de su hermano, la carne de un hombre de su pueblo, hijo de Dios como él. Y no se avergonzó».
«La propuesta de la Iglesia hoy» sugiere, por ello, un auténtico examen de conciencia que el Papa planteó a los presentes a través de una serie de preguntas: «¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana? Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? Y si por casualidad la toco, ¿lo hago de prisa?», preguntó haciendo el gesto de quien se lava las manos. Y dijo: «Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana? Cuando sé que una persona está enferma, ¿voy a visitarla? ¿La saludo con ternura?».
Para completar este examen de conciencia, precisó el Papa, «hay un signo que tal vez nos ayudará». Se trata de «una pregunta: ¿sé acariciar a los enfermos, a los ancianos, a los niños? ¿O he perdido el sentido de la caricia?». Los hipócritas, continuó, no saben acariciar, olvidaron cómo se hace. He aquí, entonces, la recomendación de «no avergonzarse de la carne de nuestro hermano: es nuestra carne». Y «seremos juzgados», concluyó el Pontífice, precisamente sobre nuestro comportamiento hacia «este hermano, esta hermana» y no ciertamente «sobre el ayuno hipócrita».
Santo Padre Francisco: El fantasma de la hipocresía
Homilía del viernes, 7 de marzo de 2014
Propósito
Mortificar mi egoísmo haciendo, por amor, un acto de caridad con alguien cercano a mí.
Diálogo con Cristo
Señor, que aprenda a olvidarme de mí, para escucharte y entender Tu Voluntad. El ayuno no es sólo algo externo como lo veían los fariseos. El ayuno va al interior del hombre. Consiste en cumplir lo que Tú me pides y amarte con todo el corazón.
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