Lucas 8, 1-3. Viernes de la 24.ª semana del Tiempo Ordinario. La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una de ellas.
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 15, 12-20
Salmo: Sal 17(16), 1.6-8b.15
Oración Introductoria
Qué dicha la de los Doce y de las mujeres que supieron reconocerte y por ello dejaron todo para acompañarte y servirte. Permite que encuentre la luz y la fortaleza en esta oración para permanecer siempre fiel a tu gracia, aun cuando se presenten dificultades y problemas.
Petición
Jesucristo, ayúdame a escucharte, acompañandote en la oración, en el Santísimo Sacramento.
Meditación de san Juan Pablo II
La Iglesia […] da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces se transforma en «un valle de lágrimas». Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.
La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina.
La Iglesia pide, al mismo tiempo, que estas inestimables «manifestaciones del Espíritu» (cf. 1 Cor 12, 4 ss.), que con grande generosidad han sido dadas a las «hijas» de la Jerusalén eterna, sean reconocidas debidamente, valorizadas, para que redunden en común beneficio de la Iglesia y de la humanidad, especialmente en nuestros días. Al meditar sobre el misterio bíblico de la «mujer», la Iglesia ora para que todas las mujeres se hallen de nuevo a sí mismas en este misterio y hallen su «vocación suprema».
San Juan Pablo II
Carta Apostólica MULIERIS DIGNITATEM sobre la dignidad y la vocación de la mujer
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
En los versículos 8, 1-3 nos relata que Jesús, que caminaba junto con los Doce predicando, también iba acompañado de algunas mujeres. Menciona tres nombres y añade: «Y muchas otras que lo ayudaban con sus bienes» (Lc 8, 3). La diferencia entre el discipulado de los Doce y el de las mujeres es evidente: el cometido de ambos es completamente diferente. No obstante, Lucas deja claro algo que también consta de muchos modos en los otros Evangelios: que «muchas» mujeres formaban parte de la comunidad restringida de creyentes, y que su acompañar a Jesús en la fe era esencial para pertenecer a esa comunidad, como se demostraría luego claramente al pie de la cruz y en el contexto de la resurrección».
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Jesús de Nazaret, primera parte, p. 76
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
Igualdad y diferencia queridas por Dios
369 El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. «Ser hombre», «ser mujer» es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, «imagen de Dios». En su «ser-hombre» y su «ser-mujer» reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las «perfecciones» del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre (cf. Is49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).
“El uno para el otro”, “una unidad de dos”
371 Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). Ninguno de los animales es «ayuda adecuada» para el hombre (Gn 2,19-20). La mujer, que Dios «forma» de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer como un otro «yo», de la misma humanidad.
372 El hombre y la mujer están hechos «el uno para el otro»: no que Dios los haya hecho «a medias» e «incompletos»; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser «ayuda» para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas («hueso de mis huesos…») y complementarios en cuanto masculino y femenino (cf. Mulieris dignitatem, 7). En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando «una sola carne» (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra» (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (cf. GS 50,1).
373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a «someter» la tierra (Gn 1,28) como «administradores» de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, «que ama todo lo que existe» (Sb 11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Acompañar a Cristo en el Santísimo Sacramento y llevar a los demás un mensaje de amor de Jesús.
Diálogo con Cristo
Permite, Señor, que tanto los hombres como las mujeres de hoy tengamos una gran necesidad de Ti y seammos apóstoles que propaguen tu mensaje de verdad y de caridad.
* * *
«La historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres».
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General el 14 de febrero de 2007
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *